La histeria es colectiva: la salud mental desde una mirada feminista y neurodivergente
Este proyecto de escritura colectiva de identidades no hegemónicas en torno a la salud mental, es un repositorio virtual dedicado a colectivizar experiencias con herramientas institucionales y sus impactos en las trayectorias de vida de quienes han pasado por ellas.
“El fracaso de la psicologización y psiquiatrización para darme algo de bienestar”. Esta es una de las motivaciones de la creadora del proyecto “La Histeria es colectiva”, que desde el 2018 viene reuniendo relatos de disidencias y mujeres referente a sus experiencias en el uso de psicofármacos, desde una perspectiva neurodivergente.
“Por una cuestión de sobrevivencia personal, para dejar de someterme a tratamientos, aunque sepa que no reportará ningún beneficio”, fue que la creadora de este proyecto comenzó a socializar sus vivencias y a convocar a personas a contar sus experiencias con estas formas de abordar la salud mental. Con ese mismo objetivo fue que La Histeria es Colectiva salió a la calle el 8 de marzo del 2020, para la multitudinaria marcha por el Día Internacional de la Mujer. En uno de los paneles del Centro Cultural Gabriela Mistral, decenas de mujeres escribieron sobre cartones de fármacos, lo que habían vivido con ellos.
“La intervención en el 8M del 2020 fue súper caótica, mucho más masiva de lo que yo pensé que sería. Esta propuesta es muy personal y significa poner los dolores privados en un contexto público”, señala la creadora del proyecto sobre este hito que reunió a diferentes generaciones en torno a una reflexión que se genera a partir de una crisis. Es decir, de la vivencia personal, a la colectivización de lo vivido.
Una crisis fue la que gestó este proyecto. ¿Cuál fue el primer paso que diste?
Comencé buscando espacios seguros de y para personas psiquiatrizadas, con mayor autonomía respecto de la psicología y la psiquiatría. La búsqueda primero fue de algún espacio de apoyo mutuo, pero terminé en algo más parecido al activismo. Mi participación fue siempre en la medida de lo posible ya que estaba pasando por una crisis grande que muchas veces no me dejaba accionar como me hubiera gustado, pero era parte del proceso. Necesitaba poder hablar de lo que me pasaba sin el miedo a las consecuencias a las que me exponía si compartía esto con un psicoanalista.
Conocía la dinámica de las terapias. La primera vez que me llevaron fue a los 10 años, y sabía que de las experiencias más complejas no podía hablar a menos que quisiera un menú de pastillas que me borraran los sentidos y me dejaran inconexa; además de sesiones que no me llevarían a sentirme mejor, sino que se trataría de revictimización y de cumplir con una lista de síntomas. Entonces, una vez más dejaría de ser persona y comenzaría a ser una enfermedad mental.
En ese momento tenía que hacer la tesis de grado de Artes Visuales, y lo único que encontraba honesto en mi vida era esto que me atravesaba y que no lo podía decir. Con esa crisis me di cuenta de lo que tuve que hacer para poder estudiar, trabajar y tener vínculos: me tuve que hacer pasar por cuerda. Me tuve que hacer entrar a la fuerza en patrones de convivencia aceptables. Tenía que esconder mi neurodivergencia a pesar de circular en espacios donde lo extraño es bien visto, pero eso es a nivel de pura forma, es pura estética, porque lo patológico sigue siendo rechazado. Es una situación bastante hipócrita en realidad.
La salud mental ha ido posicionándose como un ámbito importante en la sociedad, pero siempre desde el punto de vista «médico» o «sanitario». ¿Qué cosas crees que están quedando afuera y en que deberíamos poner ojo?
Creo que lo que queda fuera es lo que tienen que decir las personas psiquiatrizadas. Luego habría que cruzar los relatos; el de les profesionales de la salud mental, con el de las personas que han estado o están llevando un tratamiento, con todo lo que significa. Cruzar los relatos y hacerse una opinión del rol y del alcance que tiene a nivel subjetivo y colectivo. Hay varias cosas que no dicen les profesionales y esa omisión es una transgresión a la salud de las personas.
También los psiquiátricos y las agresiones que ahí dentro se practican están ignorados por la sociedad, son usados para meter a los miembros de la familia que hacen problemas, o sea, son usados como centros para arrojar a la gente problemática.
¿Qué rol le deja este sistema a la medicación?
La medicación es un sedante para poder seguir siendo operative y funcional a la sociedad mercantil. Sí, es cierto que a veces se necesita, pero no soluciona el problema raíz. La medicación es lo que te hace seguir aguantando el maltrato sistemático; quizás hace que no te mates, pero sí que te dejes matar por las condiciones de vida de un sistema profundamente neoliberal. Aguantar, aprender a aparentar que nadie sufre y que si sufres; será porque algo te falta a nivel orgánico o por una insuficiencia personal para sobrellevar una situación, es decir, que la culpa es tuya aunque se diga en buenos términos, la culpa es tuya por no poder.
¿Qué rol debería tener el sector público en un abordaje integral de la salud mental?
Me complica contestar esta pregunta porque creo que un buen abordaje sería terminar con este sistema de vida y sociedad que provoca demasiado daño físico y psíquico. No separar el sufrimiento psíquico de la vida cotidiana, encerrándolo en un box sería un buen comienzo para mirar lo que produce esta forma de vida.
No es algo bueno, la especialización del sistema de salud mental para lograr tener más y «mejores» diagnósticos que nos limiten y nos hagan entendernos desde la patología, a entendernos como enfermedades. Como no sería bueno tener técnicas mas efectivas para inmovilizar a alguien, o más financiamiento para más correas y más drogas psiquiátricas, y así. Creo que eso sería tener herramientas más precisas y sofisticadas para oprimir a alguien que esta sufriendo o que se sale de la norma del buen comportamiento, entonces es peligroso.
¿Por qué quisiste abordar esta cuestión desde el arte-archivo-memoria?
El arte es la herramienta que estoy ocupando para socializar y materializar las experiencias en el sistema de salud mental. Los relatos son testimoniales, por un lado, por lo asfixiante que resulta el ocultar el malestar, y porque la sociedad en general se niega a mirar el dolor y lo inquietante. Separa al sano del enfermo, a la persona cuerda de la persona enferma psicológica y/o físicamente. Nadie quiere admitir que sufre, que no está mentalmente bien o que no es feliz, cuando es totalmente lógico no ser feliz en este medio, y sería una respuesta sana el malestar. La gente quiere asegurarse de estar bien lejos de lo patológico cuando suele ser una condición común.
Pronunciarse desde el anonimato puede ser mas seguro, por el alto estigma que tiene todo esto. Poder hablar abiertamente del propio diagnóstico es un privilegio de clase, porque en cualquier otro punto del tejido social admitir el “trastorno” te deja más vulnerable laboral o académicamente.
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