Nanai (2021) Catalina Espinoza Vera
La Joyita Cartonera ediciones
Si pienso en Nanai pienso en ternura, en el arrullo, en el abrazo, en darle tortita a alguien cuando llega a tu casa, en que te hagan un chaleco, una ventosa, en leernos poesía. Pienso en el gesto, la palabra, la caricia, en estar presente y dispuesta para quien necesite ese nanai.
Pero este Nanai de la poeta Catalina Espinoza es un sentir más profundo, un nanai como hilo invisible que sostiene los vínculos, que traspasa la carne y la sangre, que genera que ricos y pobres se encuentren compartiendo la misma casa, incluso por años.
“Hemos sido tendidas en tendedero ajeno y por no amamantarlos como es debido mordisqueadas por los perros de la calle por eso nos han salido niñas enfermas entre las caderas”, dice la poeta Espinoza en su poema “Lunes”.
Resentidas porque resentimos. Resentidas porque es la palabra que existe para describir este sentir, resintiendo una eventual lucha de clases, disfrutando los pequeños chispazos de ese sueño, que promete esta revuelta y las anteriores.
Mientras preparábamos esta presentación, moría en Chile, Aída del Carmen Moreno Valenzuela,histórica dirigenta de las trabajadoras de casa particular en Chile.
“Siendo una niña de unos ocho años recuerdo un acontecimiento que quedó grabado en mi memoria. Mi abuela tuvo un dolor muy fuerte en la espalda, me dijo que era una corriente de aire que le había dado y que le hiciera una ventosa, me indicó cómo tenía que hacerla. Seguí al pie de la letra sus instrucciones porque tenía mucha pena de que ella estuviera enferma. Cuando descubrí su espalda para hacer la ventosa quedé impresionada al ver una gran cicatriz que tenía entre la paleta y la columna, su piel estaba negra y recogida, parecía un gran zurcido y le pregunté qué le había pasado y me dijo que cuando terminara de hacer lo que ella me había pedido me contaría la historia y comencé a hacer la ventosa siguiendo sus indicaciones”.
Eso escribe Aída en su autobiografía, una probablemente con varias cicatrices y bien zurcida. Pienso en mis abuelos también, cuando en Ferrocarriles del Estado, a mi tata le ofrecieron esta vivienda social y sus compañeros, del mismo rango de obreros, le dijeron que “se iba a comer los vidrios”. Me duele la garganta pensarlo, y me da frío la pobreza que nos precede.
Chile de obreros y muchas nanas, nanas de esta y otras tierras. Nana la mamá de mi amiga, la mamá de mi otra amiga, nana mi tía, mi vecina.
País clasista, ya estaría rebosado de mierda si no hubiese mujeres que la limpiaran.
País clasista, que nos llama “cara de nana”
País clasista y racista, que las llama “nana peruana”.
Chile país de clasistas y desclasados.
País ingrato, desabrido. Tu casa es más casa porque ella está ahí, sino sería sólo una gran oficina, una maqueta, un proyecto piloto, una venta en verde.
Que lo escuchen los cuicos, nosotros prendemos el fuego, hacemos el humor, limpiamos con cloro, nos partimos las manos, aprendemos de niñas a cuidar, militamos la ternura.
Esa carita de nana, que al crecer denostas, quizás sea la carita que más lindo te miró en tu vida. Tus únicos recuerdos de arrullos, nanais, parche curita, dándote la leche, limpiándote los mocos, secándote las lágrimas, limpiándote la boca, la sangre de los vidrios, sacándote los piojos ¿tienen piojos los cuicos?, limpiándote ese culo apretado.
Que siga la poesía, la revuelta, la lucha de clases, que de esta mierda que somos algo les salpicará.
Portada creada a partir del college de Gaba Lamas que acompaña la edición.
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