Imagen de la cubierta de Nazca: la fotografía en blanco y negro, un fragmento de un puente, una punta que mira hacia abajo. Me sitúo en este arriba para mirar, atisbar. Estoy en el puente. Puedo ir hacia uno de sus extremos, hacia el otro. Puedo mirar hacia abajo. Un puente deviene un “entre”, zona fronteriza, multiplica pasos, un paso, más bien hace posible desplazarse sobre el “entre”. Tal vez me quedo allí. Me sostienen unas vigas que pueden ser de acero y que tejen unas figuras geométricas. Construcción que quiere ser moderna, me digo. La ciudad se muestra también a partir de un fragmento que dibuja parte de una carretera fría que imagino veloz, una camioneta pequeña, de tono blanco, intenta sumergirse en esa vorágine, se ve solitaria, frágil aun cuando es un vehículo que se usa para el trabajo, esa producción de capital dinero en sus desplazamientos; unos árboles que parecen escuálidos, abandonados, perdidos, repartidos en la ciudad de cemento, en medio de unas construcciones que no favorecen a los habitantes, ellas circunscriben este fragmento de imagen.
El texto se abre desde su título que pronunciado parece arrojarnos a una zona sonora difícil, no es fácil la conjunción verbal entre una “z” y una “c”. Más difícil suena el mandato que imagino desde una voz posible: ‘Nazca usted’, ‘que nazca “algo”’, ‘que nazca “alguien”’. El verbo nacer se impone como la vida inevitable, lo que empieza a ser, lo que sale al exterior, lo que irrumpe, lo que estalla, así como la muerte que sobreviene en el final inevitable. En el subjuntivo cobra mayor poderío para desplegarse, desplazarse infinita como actividad o suceso posible. Será, tal vez, este poemario mismo el que incardine este verbo poderoso. Que “Nazca” esta escritura a la que su autora le tiene cariño. Qué bueno encariñarse con la escritura que nos cubre imperiosa.
Sección “Poema sin atribución y sin fecha”. Un enunciado, como umbral, subtítulo más bien, me dice el desconcierto que se encumbra por los aires. Esta escritura que se abre se reconoce como “poema”, un tipo de creación verbal que se asume y la asumo, con todo lo la densidad que porta esta materia de lenguaje. Luego la carencia: “sin atribución”, significa que no hay autoría, me digo; ese lugar complicado para quienes escribimos lo que podemos, cuando podemos, en circunstancias febles, la mayor parte del tiempo. No es la autoridad, no, es lo autoral carente. Pero pienso que la atribución la puede hacer alguien en primera persona, y también alguien más distante de esta creación, el/la que lee o intenta leer, ese ejercicio, esa laboriosidad, esa creación. La necesidad de saber de dónde procede esta creación, quién es su autor/a, quién fue, quién es, quién estará siendo en algún lugar. Y en paralelo, sostenido por la conjunción, aparece el tiempo, señalado como “sin fecha”. No puedo situar, entonces desde esta laboriosidad preñada de preguntas, el tiempo en que fue producido; chronos se escabulle, me pierdo y pienso, tal vez, en un tiempo otro, “aion”, quizás. Incógnitas, incertidumbres, incertezas, que rondan esta entrada a la escritura poemática de esta sección.
El lugar y el abandono de la palabra. Una palabra como “partir”. Y el tiempo otra vez no fechado, borroneado por el color blanco y la lectura en medio del aliento cortado. La actividad de la escritura cuando otros duermen porque el sueño ha sido desplazado por la escritura (im)posible. Y el intento por decir en medio de la falta/carne/velo/lazo. Voz que dice/no dice, porque la palabra tarda/ se retarda, retardada. Sin embargo, y el adversativo, calza perfecto, hay la voz que no sé. Imagino esa voz audible, inaudible por el resuello entrecortado tal vez. Hay que imaginar. Y una escena: empieza la palabra, como intento de relato, me pregunto: “era invierno/ un hambre distinta/ era audible/”. Quien escucha/habla dice: “Bajé la voz para estar más cerca”. Susurro, distancia, proximidad, contar el cuento incontable, pintar la imagen y el sonido de una voz posibles.
Sección “Para un atardecer”. Umbral que me aproxima a un tiempo del día, esa temporalidad que encerramos en una cantidad de horas y que sostiene un cotidiano vivir sinuoso, la vida vivible. El “atardecer” entonces, me pone en un tono, unas pinceladas en claro-oscuro que cubren la imagen posible. Ese vesperal se me ofrece como un crepúsculo, una claridad que oscurece, una oscuridad que se ilumina difuminada, algo que declina y se enciende a la vez de modo circular, inacabable. Y la preposición: “Para”, movimiento, finalidad, ejecución. Imagino que la escritura se quiere dedicada a ese claro-oscuro/oscuro/claro inacabable. Así, el texto poético se abre para asomar en dos palabras que en escritura de carro, como la de lxs niñes, altera lo que se dice, lo que se quiere “contar” sin contar la historia, sino decir, de a poquito, el instante: “DITÚ”. Esa apelación, mandato bajito, y el cuento cae en el silencio interrumpido por un “ruido” posible. No es sonido, es ruido que se siente como látigo: el mar posible. Pero tal vez no es el mar porque es gracias a la vivencia oblicua que se llega a él, se llega o no se llega por las almendras. Y no puede decir lo que era, en verdad, pero sí puede escribir tanteando: “Había mar, playa/ inmensidad”; “cerrar los ojos apacigua/, pero no”. Sonido, (in)quietud y crepúsculo. Y el intento continua, el balbuceo tentativo cruzado por la mudez, entre la vida/muerte, esas cosas olvidadas: “flor-piedra-río”. Perseverar en el intento, me digo por la escritura misma, por esta escritura que quiere decir sin decir. Un instante que se pliega en las palabras pegadas como pegamento, lo pegajoso; palabras que la memoria parece empujar, “aprendiendo de memoria”, le dice, se dice el “DITÚ”, antes del borramiento de todo. Y una imagen con tiempo, con hora: estar en un ángulo de la ventana para mirar justo en un momento, a las seis de la tarde, cómo el sol “se irá escondiendo”. Nada más que pincel. “Para un atardecer”, me digo: ver el claroscuro, más oscuro, más claro: “Jamás vi tal redoblado horizonte llegar a la noche”.
Sección “Aún”. Pienso en el tiempo que se demora, lo que permanece, lo que dura, perdura; una palabra pequeña, llena de posibilidades, llena de vocales y llena de adverbio que pulsa como introducción a la escritura del poema. Y el “destello” para “ver”. Inevitablemente, los ojos perciben y parecen multiplicarse en el intento ocularcéntrico de quedar atado a esa visión que deslumbra como una predicción: “lo que aún no se ve/se verá de un solo golpe”. Y como un golpe las imágenes se suceden: los árboles y sus círculos hacia adentro, los sonidos de los versos, esos tonos: sonante, lento, sereno; y los tonos de pinceles: el alba y la noche; y los tonos otra vez porque la voz es lo que aparece en el recuerdo como articulándolo todo. En el decir de a dos, un habla que parece tener escucha ahora, da lugar a lo que no hablará: “No, no te hablaré de amor”, pero no se trata de hablar de “algo”, se trata de dejar que las palabras caigan en una especie de rito que nombra lo que acontece, lo que acaece, lo que sucede, lo que se ve: “oscurecida a veces”, en “el ardor en la lengua”, “los ojos no son más que panales”, “junto al temblor de la mañana”, “el agua dónde”, “se quebró/caí, caí”, “danza/no por nada es caída”.
Sección “Nazca”. Apartado que da nombre al libro. Algo que se nombra sin ser nombrado aparece entre letras, sueños, giros, enunciados que niegan lo que afirman. Y las palabras interminables. Una cursiva parece aludir a una cita del poeta de Rocka, que se nombra en su materialidad autorial: “Soy gesto, soy violencia soy/mundo”. Y las palabras mudas que parecen multiplicarse, la mudez y su sonido profundo, sin embargo: “zonagris”, “estrechadura”, “hundidos”, “salvados”. De qué se trata, con esos sonidos, algo que nace y cómo, desde dónde, me pregunto. Y la guerra y la paz, entrar o no entrar en ellas como territorios posibles de lo humano imposible. Imagino ese “arder, arder, arder” del fuego deseado en la calle, pero no hay escenas, no hay imágenes, solo palabras que parecen explotar como “El verde de los pacos” y ese color como pincelada multiplicado hasta García Lorca, “verde que te quiero verde”, así el color es otro tono, más bien es otra explosión. Y la datación, un día 26 y una calle, la calle de Celan, que nos lleva a otro espacio poético, ¿en guerra?, ¿en paz?, me pregunto y qué guerra, qué paz. El corazón en esa calle palpita como camino rasposo, pedregoso, lo que cuesta oír en ese pálpito, la primera línea: sus capuchas, sus escudos, sus estrategias, sus torsos desnudos, su sudor, su dolor, su periferia, su abandono, su precariedad, su fragilidad en medio de la furia de la guerra, cuál guerra, entramos o no a la guerra, ¿una guerra florida? Y la calle ahora es la protesta, una ella camina la calle en protesta, una ella, recoge latas, pero también su verba dice: “pura lucha/pura lucha”. Otra vez la paz en hojas blancas que la “firman” y “afirman”. ¿Es que la paz se firma y se afirma, me pregunto, cuándo, dónde, quiénes? Tiempo “irremediable”. No hay remedio porque hay enfermedad. Pienso otra vez lo que no tiene remedio. El hogar de los cuerpos ¿enfermos? Aparece dicha como zona de sacrificio, y me digo lxs cuerpos/cuerpas multiplicadas desde siempre en estos territorios famélicos, hambreados, expoliados. Pero la mudez se impone en su exceso, dice el poema. La imagen que se despliega en la noche se escamotea, se mezquina y no hay tiempo para tocarse siquiera: “demasiado tarde”, “Nada deshace la bruma”, “hoy, no va a poder ser”. Pura negatividad desplegada entre los cuerpos en movimiento: un “Nosotros” que se ensancha porque es colectivo, es multitud, es muchedumbre, me digo. Y la calle asalta con sus muros, no mudos, vociferantes a boca llena de una vez: “paco jalero/ evade/1312” “chile despertará cuando muera el patriarcado”. Está más vivito que nunca, me digo, sospechosa, chile sigue dormido, como princesa de sueño, esperando su príncipe azul. Pero nada más importa que decir que con un golpe de dados no se abolirá el azar, todo pensamiento no es más que un golpe de dados, una jugada maestra entre tonos, silencios, mudeces, palabras posibles en el despliegue, en la página, lo que “nazca”, poemas en ciernes, me digo, miles de poemas en ciernes en miles de territorios ardorosos.
Sección “Tara”, una palabra pequeña, que abre un peso, o una seña de defecto, fallo, una mancha, huella defectuosa. Y la entrada al texto abre una pregunta indirecta a un tú, “DITÚ”, pienso otra vez: “A qué venir así”. Un modo, imagino, ¿in-humano? De otra especie, tal vez, una flora, un animal diferente, la proliferación de diferencias
; “A qué venir así” deviene una trama, un tejido, un punto de tantos puntos posibles, hecho con ganchillo de palabras, silencios, espacios en blanco, suspensos largos, temblores. “Escribo, escribo el viento entre la piedra y la sal”, “huella trazada”, “llama en el suelo”, “puntos de agua”.
Sección “Data”. Leo como si lugar y tiempo se dieran cita para que algo ocurra o para delimitar la ocurrencia de un evento, ¿un florecer?, ¿un enrojecer?: dice: “qué horizonte-tiempo”, y luego, “era Santiago 2020”. Y la hora, a la hora y la cita en alemán de un poema de Celan que alude a la pregunta por cuándo van a florecer, a enrojecer las rosas de septiembre. Y el juego con la cita que habla, susurra una laboriosidad con el lenguaje poético, con los tiempos y sus tonos: “collage y/o montaje y/o”. Un espacio como laberinto, pienso, conexiones posibles de espacios multiplicados: puerta, zaguán, escalera, vestíbulo, pasillo, puerta… dentro y fuera del texto, tal vez más dentro y “dtdos”, la palabra “datados” contracturada como escritura de mensaje de texto que circula en redes sociales, para ahorrar tiempo y lugar, de la datación, me digo, el principio, el final. Y la mentira jugando con la realidad, la prevalencia de la mentira en esa línea del poema y en estas líneas y la duda del quizás, quién sabe, quién sabe era mentira lo acaecido brumoso. Una escena borroneada de un verano de algún tiempo, década del 40 como señal, conocerse, hallarse, encontrarse, estarse “entre retazos de suspiros”, nada más que esos hálitos, aspiraciones y espiraciones posibles de tristeza, ansia, deseo. “Quien está aquí ya es otrx”. Y el tiempo que pasa, repasa: “Marzo, abril, mayo, etc., ¿volveremos a encontrarnos?” La calle, ruidos, luces, lo borroso, lo borroneado, “lo confuso, ilegible”. Y los ojos táctiles, sostén de la memoria, “queda algo de piel”.
Sección “Arum, arum”. Una presencia “niñx” se abre como si fuera un hallazgo a los ojos, es su lectura una sorpresa abismal, tal vez por la posibilidad de ser ¿desorbitadx? Perder, caer, dos verbos que se desplazan en el espacio poético y hacen caer las letras, las palabras que indeterminadas se tropiezan y fracturan, caer y caer desde la i latina, solita, hasta perder las palabras su conexión conectada, desconectada, parece que el/un/la cuerpo/cuerpa misma cayera hasta “el raspar del suelo”, hasta “las heridas de madre”. No hay dolor que se diga ligero, liviano en las palabras correctas, las puras, las inteligibles, entonces estallan en sus grafías dislocadas, las palabras y sus cargas sonoras, áfonas, dislálicas, ininteligibles: “Habrías medido cuerpo, corazona i ciela/?”, “suenfermeda”. Cierra-abre los ojos, oye:
“(…)lalú
(…)con lasúltimas tonadas
(¿oyes?): “cama y tierra”, “lalilá”
Y el movimiento, el conteo de los segundos, la tierra y lo alto, alto, la tumba en lo profundo y la imagen del final que vuelve, re-vuelve: “niñx torna, dale/levante”.
Santiago centro
Agosto-septiembre 2021
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