Cruces en el desierto (Queltehue Ediciones, 2021) es el debut literario de la periodista y escritora, luego de haber ganado la convocatoria en el género poesía de la casa editorial. En el volumen la autora peregrina por el desierto y sus magnitudes.
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“Mientras escribía el libro y antes de escribir”, cuenta María José Figueroa (Santiago, 1986), “leía a Ishikawa Tabukoku, a Víctor Quezada, un poco de Pizarnik y harto de Wikipedia o Memoria Chilena para confirmar datos históricos y científicos. Ahí me sale lo periodista”. Con esos insumos a la mano es que nace “Cruces en el desierto”, publicado por Qultehue Ediciones el recién acabado 2021, bajo la colección Puelche, dedicada, como señalan, a “darle un espacio a las nuevas generaciones de poetas, atendiendo a propuestas estéticas atractivas y sugerentes”.
Con agilidad, a veces prisa, Figueroa transita por paisajes como La Tirana, Humberstone, San Pedro de Atacama, y otros rincones del norte, apuntando en ese tránsito, sin llegar a ser un libro de viaje, lo que sus sentidos captan del contexto, volviendo al pasado y sus huellas en el tránsito mismo.
María José Figueroa es periodista de la Universidad Alberto Hurtado. Ha participado en talleres de las poetas Julieta Marchant y Victoria Ramírez.
El desierto es un tópico muy presente en la literatura. Hay diferentes formas de verlo. ¿Desde dónde te paras tú frente a este?
Me paré desde la vivencia y la memoria para escribir Cruces. El concepto nació a partir de un viaje a La Tirana y se fue complementando con la ciencia, la historia del lugar, los pueblos que han vivido. Es que el desierto comunica mucho, es un ecosistema muy frágil y que tiene una historia importante, además de los paisajes. En comparación, el bosque está muy habitado, se disuelve rápido, en cambio en el desierto la erosión es más difícil, las cosas quedan. Esa capacidad de conservación me marcó, tanto en Humberstone, donde se puede sentir a la gente de 1900 caminando por las calles, o en los pucarás de San Pedro de Atacama. Toda esa historia queda en el ambiente, y si a eso se suma la extensión, la aridez, la sal, los minerales, los animales, el sufrimiento de la gente, entonces la envergadura de esa especie de museo gigante queda para siempre.
Me siento al debe con la actualidad. En el momento que escribí el libro no fui consciente de la crisis migratoria, que lleva bastante tiempo, y que está grabando en la roca una nueva historia, muy terrible por cierto. Personas están aprendiendo ahora lo crudo de cruzar una frontera en la noche gélida del altiplano; ha muerto mucha gente, no sé si se puede pasar peor. Dentro de las miles de cosas que hay que atender en el país, espero que este gobierno pueda ofrecer medidas humanas y concretas para que esta tragedia deje de pasar.
Tu poesía es rápida, incluso fugaz. ¿Cómo la definirías tú?
Me costó mucho construir esta voz, ese sí que fue un camino largo. Creo que estoy dentro de una manera de escribir donde veo correlaciones con otros escritores de mi generación, amigos poetas que escriben parecido. Todo parte con una imagen y puede que esté muy influenciada por lo audiovisual, la rapidez que tiene ahora, y mi manera de escribir tiene por ahí algo similar. Como los videos de muchas imágenes, cortas, que cuentan micro historias y luego pasan a otra cosa. Mi mente funciona así.
Por otro lado me siento muy aliviada. Encontrar una voz donde me siento cómoda es importantísimo. De ahora en adelante me tiro a la piscina con mucho menos temor y espero que siga cambiando.
Algunos de los poemas se denominan hitos. ¿Por qué tienen este señalamiento?
El Hito es una herramienta que se usa en geografía, minería, topografía, lo que sea que necesites para marcar un lugar donde no hay caminos ni referencias. Antes se usaba para marcar fronteras y es muy rudimentario: una columna de cemento con una piedra que marca los grados geográficos, los kilómetros y a veces ni eso. Ahora que hay GPS se marcan ahí, seguro es algo que ha ido cambiando.
Usé el hito porque juego con la idea de la peregrinación, lo católico, el caminar por el desierto. Nunca me voy a olvidar del cura de La Tirana dando el inicio a la fiesta gritando a todos pulmón: ¡Viva la Virgen del Carmen! ¡Viva la Patrona de Chile!, y después todo revienta con las comparsas tocando y bailando cada una lo suyo, les niñes corriendo por todos lados y un mar de gente. Lo increíble es que se mantiene el mismo tono como por una semana. Eso y los cementerios del desierto con sus cruces de piedra y flores de plástico debajo de ese sol espantoso, crearon la atmósfera para Cruces. Además me criaron católica, como a muchos, y aunque uno no quiera esas cosas quedan. Trata de sacarte la moral cristiana de encima. Pude con muchas cosas, pero en otras me piso la cola.
¿Cuál ha sido hasta ahora la recepción del libro?
Creo que bastante buena para ser mi primer libro y, sobre todo, para ser poesía, que más allá de los amigos poetas y alguno de otra área, se lee muy poco. Los comentarios han estado muy bonitos, que al final es lo más importante. Me ha llegado mucho cariño y en realidad estoy muy contenta con el resultado. Además, siempre le agradezco a los chicos de Queltehue que me esperaron dos años a que Cruces estuviera listo y le pusieron mucho cariño. El diseño quedó precioso.
¿Qué estás escribiendo ahora?
Ahora no estoy escribiendo tanto porque llegó el verano con su avalancha de vida social y no he tenido un minuto de paz en mi casa hace meses. Tengo un proyecto pero creo que antes de escribir tengo que leer. Me recomendaron Los Papeles Salvajes de Marosa di Giorgio, porque vamos por el tema de los árboles. O más bien, de un árbol, pero por el momento no tengo mucho más que eso.
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