En su más reciente entrega, y de la mano de Provincianos Editores, la poeta Victoria Ramírez (1991) se adentra en el fascinante mundo vegetal con “Teoría del polen”; casi 60 páginas de poesía y prosa de un viaje que puede ser geográfico, poético, taxonómico, filosófico en torno a las relaciones con y sobre este vasto campo de la naturaleza.
Descriptores, listas de especies por conocer, especies que resisten y detalles de estudios botánicos están repartidos en tres momentos: Inflorescencia, Polinización, Fecundación.
“Teoría del polen” es un libro de investigación /viaje en clave poética, sobre el ya intensificado abordaje de las plantas del último periodo; sobre su análisis y comprensión como forma alternativa de comprender la vida, las relaciones humanas: sus formas de existencia.
“Me gusta tener plantas en la casa, aunque para el libro no pensé tanto en las plantas del espacio doméstico, sino más bien en la inteligencia y en el sentido de preservación y horizontalidad que tienen”, detalla Victoria Ramírez en esta breve conversación remota, de pantalla a pantalla, en este texto de matriz epistolar.
Y recuerda: “El interés en el mundo vegetal está ahí desde niña. Mi tío siempre me habló de los ciclos de crecimiento de los árboles y de las cosechas, por ejemplo, cuando iba a verlo a Río Bueno. Pero creo que más allá de sus cuidados, lo que me interesa es el potencial que tienen para hablar de nosotros mismos, de nuestra manera de relacionarnos con la naturaleza y lo que va quedando de ella”.
Hemos ido encontrando varias obras que se aproximan al mundo vegetal. Desde el teatro, los libros, y en este caso la poesía, este campo está vivo y en la palestra. ¿Desde qué mirada te acercas tú con “Teoría del polen”?
Yo creo que hay un interés genuino por el mundo vegetal desde perspectivas distintas a como se había observado históricamente. En el teatro Manuela Infante ha sido un referente, y en libros pienso en la corriente de filosofía vegetal, pero también en las ficciones distópicas que han arrojado el hilo un poco más allá del presente.
En el caso de la poesía, como bien dices, es un campo vivo que se está constantemente regenerando. En Teoría del polen intenté acercarme a las plantas desde la observación, pero también desde una posición política. Por una parte siento admiración por sus estrategias de sobrevivencia, por la paciencia, que parecieran ser cosas tan distintas al ser humano, y por otra sentía que habían coincidencias más cercanas. Me parece fascinante cruzar lo científico con lo poético, creo que allí hay un mundo fructífero e interesante, donde hay mucho por explorar.
En el caso de este libro, me interesaba jugar con las posibilidades de distintas estructuras de versos y su musicalidad. En cuanto al tema, me interesaba la dimensión política y hacer desde allí una crítica hacia nuestra manera de relacionarnos con distintas especies, y cómo finalmente hemos sido activos partícipes de la extinción y del extractivismo exacerbado, que hoy tiene claras consecuencias en nuestra vida cotidiana.
Muchas de esas obras hablan de repensar la forma de relacionarnos. Algo así también lo vimos con el estallido, en donde el anhelo de cambios estructurales también pasan por la relación-categorización de los integrantes de los grupos sociales. ¿Qué podemos aprender del mundo vegetal?
La revuelta social cambió la línea de lo que era posible, como ya varias veces se ha dicho. Hubo un acuerdo generalizado en que vivíamos en un país injusto, donde la vida era y es tremendamente difícil, sin derechos básicos, con un costo de vida realmente alto. Creo que la organización que se dio de los movimientos sociales fue orgánico y en ese sentido bastante vegetal: sin cabecillas, con los partidos políticos por detrás, y con distintos focos de acción. Esa organización de distintos sistemas me parece acorde con la organización que pueden tener las plantas en redes de apoyo, y en ese sentido creo que hay mucho que aprender, sobre todo en términos de potenciarse juntos.
La pandemia también nos demostró que era urgente, incluso por salud mental, volver a tener mayor relación con la naturaleza y exigir que ciertos derechos básicos sean cumplidos. Que hoy se esté acabando el agua en decenas de lugares nos habla de que es urgente un cambio de vida. Yo confío que con una nueva constitución y una ministra de medio ambiente que sea experta en su área el panorama podrá ser distinto. Y va a tener que cambiar, porque si no en pocos años lo que se aproxima va a ser realmente muy difícil.
Más en las formas, optaste por prosas y versos en un diálogo. ¿Cómo fluyen este tipo de elecciones?
Primero aparecieron los textos en prosa más informativos y más científicos, que para mí eran una especie de registro de diario. Luego aparecieron los poemas en verso, más líricos y musicales. Creo que ambos tipos de poemas se potencian. Me parecía muy plana la idea de que hubiese solo una estructura.
Creo que la gracia es que los textos funcionan como un ecosistema, donde se repiten algunos elementos, intentando mantener un esqueleto. En la poesía esas elecciones se van dando por intuición o por oído, a veces por imágenes o por un tema que obsesiona.
Estuve mucho tiempo en pandemia pensando en lo que era posible realizar y lo que ya no era posible, y lo segundo me angustiaba, hasta que empecé a ver que todavía quedaba mucho por hacer. Esa fue para mí la parte luminosa del libro, darme cuenta de que todavía teníamos mucho que disfrutar, muchos placeres pendientes, y que ese acercamiento al placer era también una elección estética y de vida, una forma de no permitirse el abatimiento. En una época donde los medios te recuerdan constantemente que parecemos vivir una fase final, me gusta pensar que podemos hacerle frente a eso con sensibilidad, que es lo que el arte hace. Me gustaría que pudiéramos vivir más en el placer y menos en la producción, creo que por ahí va este afán de no perder la esperanza.
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