Tras la lectura de Frágil, expuesta de Romina Reyes busqué en vano una forma de empezar esta presentación. Tenía la necesidad de hacer un texto más personal, dado que Romina y yo nos conocemos de aquellos años en que estudiábamos Periodismo en el campus Juan Gómez Millas de la Universidad de Chile. En ese momento yo no sabía que años después dedicaría mi jornada laboral a la lectura, aunque sí sospechaba que Romina sería una escritora. Con esa complicidad de quienes gustan casi secretamente de la literatura, compartimos los links de nuestros blogs adolescentes y nos leímos mutuamente durante algún tiempo. No sé exactamente cuánto, pienso que al menos un año o dos. Trato de recordar quién era yo y quién era Romina en esa época. Sé que yo escribía en prosa, que rara vez escribí un poema, y que me gustaba dejar registro de los eventos importantes que iban sucediendo. La potencialidad de la escritura era un futuro aún demasiado lejano para mí. También sé que veía en los textos de Romina mucha frescura y arrojo, y algo que me gustaba todavía más, una intimidad que ella develaba con fluidez y con una espontaneidad que me parecía admirable.
Su blog me permitía ingresar, de algún modo, a un fragmento de su vida y, desde allí, a cierta resistencia al sufrimiento. Pienso en eso porque mi primera impresión al leer este libro fue justamente la de entrar nuevamente a esas entradas de blog juveniles. Más temprano que tarde comprendí que la escritura no necesariamente tenía relación con la autoría. Queda en estas páginas, sin embargo, la sensación de inmiscuirme como lectora en un espacio privado, como si accediera por algunas horas a las notas del celular de Romina, notas que después se transformarán en poemas y cuentos.
Pero sé que es más que eso. Lo que encontramos aquí son reflexiones, fragmentos en prosa, diálogos, versos y declaraciones de principios. Se abre de ese modo una forma híbrida de la poesía y quizá también del ensayo o del diario. ¿Pero qué es, finalmente, un poema? ¿Cuáles son sus límites, sus fronteras amuralladas? ¿Qué es lo que lo define? A lo largo del texto encontramos experiencias cotidianas que se van mezclando con la certeza de los eventos que terminan por ser trascendentes, como aquella anécdota en la que dice: “Un día tiré la basura. Abrí la tapa y había dos niños”.
Me quiero detener aquí. Esa imagen, la de los niños escondidos en la basura, me dejó pensando un buen tiempo. Se trataba de un relato que yo estaba completando. ¿Por qué estaban en la basura? ¿Por qué me sentía, de un momento a otro, extrañamente decepcionada? Concluí que se trataba de una de esas situaciones a medio rellenar, en las que la lectura de un verso puede desencadenar una serie de imágenes y, en el mejor de los casos, de acontecimientos. Fue una idea que quedó rondando en mi camino hacia el trabajo. Porque debo decir que este libro acompañó mis tránsitos de un lugar a otro. Por algunas semanas se convirtió en un objeto al que cada cierto tiempo volvía, como si una desconocida me contara en un largo desahogo por qué había dejado de confiar en la gente.
En esa misma línea, quiero decir, en una conclusión apresurada, que este libro refleja parte de la angustia de generaciones de quienes tenemos ventitantos y treintaitantos. Ese periodo de la vida en que intentamos no naufragar en la adultez, en el que pataleamos por mantenernos a flote, a costa de la tradición y lo nuevo, para encontrar nuestra propia concepción de la felicidad. “El arte tiene que ser un proyecto de felicidad” dijo la escritora argentina Cecilia Pavón en una entrevista del año pasado, aun cuando admitía que le resultaba mucho más fácil escribir tras la tristeza o tras el arranque intensificado de la fiesta. En más de alguna ocasión admitió buscar la intensidad para escribir.
Desde las primeras páginas de Frágil, expuesta se superponen aquí amistades que se dejan ir, amores que vuelven, fiestas con drogas y cierta sensación de vida acelerada que se mantiene durante todo el libro. Hay también una mirada política desde el feminismo. Por eso no es raro que la violencia hacia la mujer aparezca en varias ocasiones, para la hablante y para quienes la rodean. Es una voz que se posiciona, que toma partido, y que decide hablar desde sus propias vivencias de vulnerabilidad. Por eso la hablante de estos textos es crítica, juiciosa, y a ratos demasiado exigente consigo misma. Acepta y está en una búsqueda permanente del error. Y aunque la felicidad sea esquiva, lo que sí hay en gran cantidad es alegría, jolgorio y pasión. Sería errado buscar una felicidad tranquila aquí, una quietud. El movimiento de la autora no es solo emocional, sino también físico, en viajes que van desde México a Estados Unidos, a Buenos Aires y Santiago.
Justo por estos días comencé a leer El libro de Tamar, de Tamara Kamenszain, y pensé en la intensidad de los escritores y en la posibilidad de calibrar esa intensidad, de macerar esa mezcla entre felicidad y tranquilidad. Por supuesto, no es algo que pueda resolverse fácilmente, pero me parece que este libro abre una capa de lectura a la que me gustaría volver, pues creo que problematiza sentimientos generacionales respecto al feminismo, el trabajo, las drogas, el amor y la amistad, entre otros muchos temas, y eso puede abrir conexiones frescas y críticas, donde estoy segura que los lectores se hallarán.
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