La afamada escritora argentina es maestra desde los 19 años. Se recibió teniendo 2 hijes y un tercero en camino. Vive en el conourbano bonaerense, en un sector llamado “Tres de Febrero”, un barrio de clase trabajadora rodeado de fábricas. Decidió ser maestra para tener cobertura de salud por mínima que fuese, para poder conciliar los horarios de clases y tener tiempo para criar a sus ya 7 hijos, para “parar la olla” como dice ella.
Hace 4 años y con 41 años de edad, su vida tuvo un vuelco: lanzó su primer libro llamado Cometierra que la dio a conocer a nivel mundial. Dolores y su particular personaje vendió más de 50 mil copias y fue traducida a 15 idiomas. A ese volumen se suma una segunda parte donde también las mujeres son las protagonistas. Ese amor por la escritura “su única herramienta”, atraviesa toda su vida, desde el quedarse leyendo en vez de salir a jugar, de los talleres de literatura, desde las series, de las miles de historias que conoce por experiencia propia de la vida en la pobla, de la periferia y sus violencias, que también la fueron formando como escritora.
Revista La Raza Cómica estuvo en el lanzamiento de su segundo libro llamado Miseria, volumen que continúa la senda de Cometierra, una literatura que da cuenta de qué significa ser mujer y vivir en la periferia de las urbes latinoamericanas y las violencias que la atraviesan. En el marco del 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, compartimos algunas de sus reflexiones.
“Ojalá pudiéramos vivir en la era del post femicidio”
Ojalá pudiéramos algún día decir “basta, no vamos a escribir más de las violencias a las que nos someten”, ojalá algún día pudiéramos vivir en la era del post femicidio y pudiésemos incluso elegir con total libertad otros temas menos terribles, pero desafortunadamente un poco lo que me impulsa es, bueno, la “sangría” terrible que hay en América Latina con las mujeres asesinadas. Y eso desafortunadamente no baja. Entre la publicación de Cometierra y ahora, hemos salido, hemos hecho perfomances, hemos tomado edificios públicos, hemos creado redes de mujeres, y sin embargo no bajan los índices de femicidio, de denuncias y de situaciones de violencia muy terribles hacia las mujeres.
A veces me siento triste, golpeada, desolada por todas esas situaciones que uno ve todo el tiempo, conoce y escucha, pero enseguida trato de que eso no me arruine, de hacer algo, de volver a activar y que el miedo y que la tristeza no nos paralicen, y eso tiene que ver con la escritura. Eso es lo que he hecho con Cometierra, que tiene un par de años de vida conmigo y ahora con Miseria, que ha tomado voz y que ha transitado un camino muy hermoso y tremendo a la vez.
“Es algo tan hiriente que necesitaba hacer algo”
Yo creo que hay un punto de partida ahí que tiene que ver con, bueno, la bronca, la tristeza, la impotencia que me da, la “sangría” de cuerpos de mujeres asesinadas y que seamos países tristemente hermanados por esto. Me angustia muchísimo esta brutalidad infernal de las chicas que faltan, como madre y como maestra, justamente, a niveles increíbles.
Trabajé 20 años en la escuela de Pablo Podestá, a 150 metros del cementerio donde están enterradas muchísimas víctimas de violencia machista, muchísimos casos de feminicidios. Ahí, justamente, es donde van los camiones a depositar la basura de la ciudad, y entre esa basura están los cuerpos de las chicas muertas, muy jovencitas. Es algo que me resultaba tan hiriente que necesitaba hacer algo con eso, y la escritura se volvió una herramienta de expresión y poder hacer algo. Por eso mis personajes los sitúo ahí. También, tanto Miseria como Cometierra son personajes jóvenes.
Siento además que nunca hubo una voluntad decidida de decir “voy a escribir sobre los feminicidios”. Cometierra es un personaje que está de alguna forma muy asediada por su contingencia. A donde va hay fotos, fotos, fotos, fotos, fotos de personas desaparecidas. Eso es lo que encuentra todo el tiempo, y como ella tiene un “don” con el que puede ayudar a encontrar personas comiendo tierra, incluso a personas que todavía están con vida, ella se siente de alguna forma presionada, a volver a la tierra; muy interpelada con esos ojos fotocopiados al infinito para volver a poner en uso ese don con el que puede ayudar.
“Yo tengo una pequeña herramienta que es la escritura”
Con respecto a la forma de escribir tengo una decisión muy fuerte. Siento que el cuerpo de una mujer muerta suele ser un espectáculo, suele estar hiper expuesto, sexualizado. Por momentos, en ciertos géneros incluso caen en clichés y a mí no me interesaba narrar desde esa perspectiva. Había una decisión ética de no hacer de los cuerpos muertos un espectáculo, y eso me permitía también elegir y pensar en la perspectiva de las dos protagonistas. Tanto de Miseria, que extraña a su mamá, que es una chica de un lugar súper pobre, pegada a tal nivel a Cometierra, que parecen un solo cuerpo cuando la novela arranca; y Cometierra, que descubrió su don justamente comiendo tierra en la sepultura de su mamá. Ella la hija de un feminicidio, y tiene una empatía enorme con esas personas que buscan a sus familiares, con las mujeres que han sido violentadas, entonces hay que ser muy cuidadosa a la hora de contar eso.
Para mí ahí es central el tema de la perspectiva, porque el investigador o narrador hombre, lo hemos leído 10 millones de veces contando esto, y yo me decía, “por qué no narrar desde una voz que haya experimentado un cambio propio, lo que significa que te arrebaten a un ser querido”. Yo tengo una pequeña herramienta que es la escritura y busco atrapar al lector y que atraviese una experiencia que incluso se disfruta muchísimas veces, pese a que conmueve, y emociona.
En este segundo libro, busco crear un balance con respecto al personaje de Cometierra con respecto a ella misma. Si ella solo se dedicara a ver una feminicidio, tras otro feminicidio, la vida sería insoportable, entonces también están las amigas, los amigos, también está la vida, la música, las borracheras, las relaciones sexoafectivas, los “chongos” como decimos en Argentina.
Ahí Miseria queda embarazada, introduciendo directamente la vida misma con este personaje que es un bebé, y que yo supongo que habría que hacer una disputa simbólica de cómo representar un parto, porque debe haber millones y millones de historias de partos. Yo también lo hago como una explicación, porque me parece importante comenzar a introducir esto que omitíamos, borrábamos, porque escribir sobre un parto también es literatura. Me parece que hay que tener una discusión central con respecto a qué es la literatura y digo basta, hemos leído literatura de la guerra toda nuestra vida, ¡perfecto! Ahora, ¿qué hacían las mujeres? ¿Solamente estaban tejiendo y tejiendo como Penélope? No, las mujeres hemos atravesado de todo, incluso en las dictaduras de Bolivia y Argentina fueron las organizaciones de mujeres quienes enfrentaron por primera vez el poder político desaparecedor y violentador, y disputamos también la literatura.
“Las Redes de Mujeres nos han traído las mejores amigas”
Soy muy esperanzada de las nuevas generaciones. Creo que antes no teníamos ninguna herramienta para darnos cuenta de lo que nos pasaba. Siento que ahora levantan la voz, se juntan, se generan situaciones de disfrute porque las redes de mujeres, nos han traído las mejores amigas de nuestras vidas. Yo no estaría acá escribiendo si no fuese por redes de mujeres que nos sostenemos hasta el día de hoy. En el baile, en la música, en este periodo de la vida en el que nos enamoramos como nunca, o construimos nacimientos de los mejores amigos que nos van a acompañar. Siempre, en esos lazos, que no dejan entrar la violencia y porque está el afecto ahí, sellando y construyendo algo que es mucho más profundo.
Me tomé una novela entera para escribir la historia de esos lazos que no pasan por la violencia ni el horror, que son absolutamente empáticos. Creo que en el goce, que está también en las escenas sexoafectivas, está toda la fuerza de la vida, y que la escritura como expresión artística también puede aportar en ese sentido.
Extracto del libro Miseria:
“Todo se detiene en una pared enorme y gris. El paso termina en un mural construido por cientos de papeles muy pequeños. Ni el sol se anima a meterse con ellos. Me voy acercando con el corazón golpeándome asustado. Nunca había visto tantas caras de mujeres juntas. Millones de ojos negros como semillas arrojadas al aire con una última esperanza de volverlas a la vida: Chicas VIP. Estoy sola en mi depto. Nancy, te estamos buscando. Irma, curandera ancestral. Taís y Lucy, traviesas. Hermana Irma, adivina. Julia, vista por última vez el 5 de abril de 2018. Juana, vestía jeans y pulóver violeta. Cindy, leo tu suerte. ¿Dónde estás, Mica? Todavía te espero. Betty, la más dulce de la estación. Estrella, leo tus manos. Hago trabajos blancos y negros. María, desapareció en Floresta.
Me imagino mi cara ahí. Una más entre miles y una escalofría me sacude el cuerpo. Tengo ganas de vomitar la pared en donde todas somos desaparecidas, putas o videntes. Me acuerdo de la voz de Miseria: Acá desaparece gente todo el tiempo. Acá tu don es oro y lo odio”.