Una invitación a revisar nuestra historia reciente es la que se extiende de este volumen, a cargo del periodista y escritor Juan Guerra Aguilera.
Tras una primera novela sobre la precarización de la educación superior en dictadura y los cruces con la violencia de la represión (La universidad de Papel; Los libros del Perro Negro 2016), el periodista Juan Guerra nos entrega un nuevo volumen, esta vez de cuentos. Pelotas Perdidas, publicado por Editorial Matecito Amargo y Ediciones AlQuinto Bote consta de seis cuentos situados en el mismo periodo, esta vez, desde la mirada de la periferia y el fútbol.
Memoria autobiográfica y la historia misma se cruzan en estos cuentos en los que sus personajes buscan la sobreviviencia e ir un poco más allá: disfrutar sus juventudes -o rememorar sus épocas doradas- desde su afición a este deporte. El cruce de unos niños que van al centro a comprar una pelota con Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas de Negri, quemados por fuerzas militares; infancias violentadas en instituciones de protección de la infancia, las implicancias sociales del neoliberalismo en el quiebre de una amistad histórica y la rebeldía de un grupo de estudiantes que destaca en el deporte rey son algunos de sus tópicos.
En definitiva, como versa su presentación, «siete años de trabajo se ven plasmados en esta propuesta literaria donde los ejes narrativos nos acercan a vida que transcurría en el espacio público y que se fue perdiendo por la ausencia de Estado en la entrega de justicia; o la rebeldía de los jóvenes ante la imposición de un modelo educativo con la falsa promesa de ser mejor que el estatal; la extraviada justicia para quienes fueron víctimas de los atropellos de los derechos humanos y el castigo social para los sectores vulnerables son parte de este trabajo literario. Pelotas perdidas es una invitación a recorrer Chile desconocido para las nuevas generaciones. El de ocupar el espacio público para jugar en los árboles, en sitios eriazos y ver pasar el verano, o la amistad de mujeres pobladoras ante el desprecio de un modelo vestido de falsas promesas de justicia social”.
¿Qué particularidades tiene asociar el fútbol a la memoria y las violencias de la dictadura?
La referencia más próxima es el rol que jugó el fútbol durante el gobierno de la Unidad Popular, en particular, Colo-Colo que llegó a la final de la Copa Libertadores en 1973. Hay literatura que sostiene que este fenómeno de masas y popular, “retrasó” el Golpe de Estado.
De esta mirada más global sobre lo que significa el fútbol en nuestra sociedad, Pelotas Perdidas baja a las poblaciones en plena dictadura. La precariedad económica y social se mezcla con la barbarie en el primer cuento. La pichanga de barrio y los personajes que la rodean aparentemente viven ajenos a la violencia más brutal, pero al transcurrir el relato, la vivirán de manera cruel.
Los niños y jóvenes violentados o asesinados en dictadura juegan a la pelota en la memoria de la periferia. La ausencia de Estado en estos territorios es otro tipo de violencia.
¿Cómo aplicas la perspectiva de clase en estos relatos?
Las poblaciones en dictadura fueron las que salieron a las calles a poner el cuerpo a la barbarie. Las violaciones a los derechos humanos, una economía que castigó a las familias pobres están abordados en estos relatos.
Un paro nacional en medio de la búsqueda de una pelota nueva para jugar; jóvenes vulnerables en manos de poderosos que les “cambiarán su vida delictual”; equipos de barrio que pasan sus veranos jugando en medio de un campamento, mujeres abandonadas a su suerte por un sistema neoliberal, son parte de la aproximación de los cuentos.
¿Cuán biográficos son estos relatos?
Hay líneas de trabajo en los cuentos que tienen retazos de biografía. Personajes, territorios, mensajes sobre la importancia de jugar y no necesariamente ganar a toda costa, formaron parte de algún momento de mi adolescencia. Las historias se construyen con frases oblicuas, rostros deformados por la imaginación, olores rescatados de algún bidón de agua caliente con olor a parafina… es un gran puzzle que ayuda a escribir en una hoja nueva, limpia, lo más lejana de lo que se pudo haber vivido o sentido.
Este es tu segundo libro. ¿Qué te mueve a escribir, específicamente, en este registro en torno a la memoria?
Esta aventura comienza hace varios años atrás. De conversaciones con amigos y alcohol. Las imágenes fueron tomando forma en momentos distintos de mi madurez. Comencé en 2017 a escribir las primeras líneas gruesas, tal vez, como una forma de sobrellevar mi viudez; fue una manera de seguir. Luego vino una etapa de silencio hasta el estallido social y la pandemia. Allí se produjo el mayor avance en los relatos por la situación de crisis social y sanitaria que se vivió. El abandono del Estado seguía presente.
Es posible que una de las últimas frases que incluí en el cuento “Pacto secreto” se la escuché en la calle Bulnes a un señor hablando por celular y dando instrucciones para que la actividad que se estaba organizando tuviera un aire de solemnidad…qué puede ser tan solemne, pensé. Al poder político y económico les gustan esos conceptos por lo que cayó perfecto en uno de los diálogos que construí.
Había que parar en algún momento, es lo más traumático de terminar un libro porque nunca sabes si está bien terminado.
La construcción de los relatos fue acercándose a la conmemoración de los 50 años del golpe civil militar, pero no me quise quedar con esa fotografía, porque el modelo corregido en los contornos, mantiene a un Estado ausente en temas fundamentales para la población.
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Un poco más de Juan Guerra y Pelotas Perdidas en esta entrevista con Radioanálisis de Radio Universidad de Chile:
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