Túpac Amaru travestido, rostros de la masacre de Ayotzinapa sobre papalotes, rayados de la consigna “No + porque somos +”, señalética de tránsito intervenida, publicaciones maricas en repisas y estantes chillones, bordados sobre la violencia en México, una cartografía de Valparaíso, zapatos con mensajes a personas desaparecidas, una casa recubierta de murales y con interiores dedicados a la liberación nacional. Afiches, afichas y más afiches. Los materiales que componen Re-vueltas gráficas: multitudes para cambiar la vida expresan la acumulación de experiencias colectivas en la historia latinoamericana del último medio siglo (o un poco más) que han intentado trastocar nuestros modos de vida, abrir nuevas posibilidades o contrarrestar las oleadas de violencia y represión que, como contrapartida, niegan esa vocación emancipatoria. En la curatoría coordinada por Nicole Cristi, Javiera Manzi, Isidora Neira, Cynthia Shuffer y Paulina Varas tenemos la oportunidad de entrar en contacto con un mapa en movimiento de las manifestaciones visuales y tangibles del enredado proceso en el que se anudan nuestro pasado y nuestro presente.
A partir de ocho módulos (“Pop-lítico”, “Pasafronteras”, “Persistencia de las memorias”, “¡A desalambrar!”, “Cercanías gráficas”, “Intempestivas”, “Biblioteca Cuir”, “Cocinería”), la muestra ofrece una interpretación local de versiones ya realizadas en Madrid y Ciudad de México bajo el nombre Giro gráfico: como el musguito en la piedra y organizadas como parte del trabajo de la Red de Conceptualismos del Sur. Así, continúa la senda de Poner el cuerpo: llamamientos de arte y política en los años ochenta en América Latina, también iniciativa local de la exposición de la Red de Conceptualismos del Sur que tuvo, en otras latitudes, el nombre Perder la Forma Humana. Una imagen sísmica de los años ochenta en América Latina. Con la porfía de buscar una variante que decline –en nuestro propio acento– el esfuerzo realizado por la Red, Giro gráfico y sus gestoras dejan en claro que el diálogo entre lo nacional y lo internacional tiene un rendimiento que haríamos mal en desaprovechar.
Las obras y el relato de la exposición nos anclan en una coyuntura que parece indicar tanto una crisis como una acumulación de experiencias políticas y artísticas dentro de la región; un tránsito indefinido y ambivalente en el que se escuchan ecos de un pasado no resuelto y las resonancias de rebeldías actuales que aún busca su cauce. Zapantera Negra es una de las piezas en las que dicho encuentro puede verse con peculiar claridad, pues maniobra como un tridente en el que coexisten la insurgencia zapatista, la visualidad de las Panteras Negras diseñada por Emory Douglas y la intervención de tres muralistas locales (Mono González, Estefi Leighton y Amaru Yáñez). Se trata de una casa en cuyo revestimiento externo están los trabajos muralistas y, en su interior, alberga los registros del encuentro entre el EZLN y Douglas, ministro de cultura del Partido Panteras Negras. En ambas facetas vemos el ensamblaje de estratos del tiempo político de las luchas revolucionarias del continente a partir de una invitación al encuentro guiado por la pregunta “¿cuál es nuestro espacio en común y cuál nuestra sensibilidad compartida?”. Sin pretender que la respuesta a esta interrogante sea sencilla o armónica –por el contrario, Zapantera Negra hace de lo abigarrado su punta de lanza–, las paredes de la casa nos recuerdan que las historias de lucha de nuestra región no inician hoy y pueden encontrar manifestaciones heterogéneas a partir de su vocación compartida por la liberación.
Reconocemos en los actos de memoria que integran el recorrido de Re vueltas gráficas una manera de conectar procesos como una madeja que va desde las agrupaciones de solidaridad levantadas por exiliados hasta las performances en respuesta a hechos de violencia política contingente. Las arpilleras de Victoria Díaz Caro y Diez cantutas en Cienaguilla de Ricardo Wiesse muestran los distintos caminos que pueden recorrerse para hacer frente a la pérdida de la desaparición, al hecho de la masacre emprendida por el Estado. La diversidad de los casos que son rememorados por varias piezas de la muestra –asesinatos políticos como los de Marielle Franco en Brasil o André Jarlan en Chile, los normalistas de Ayotzinapa– pone de manifiesto la persistencia social de la violencia como mecanismo para imponer el orden, ocultando las consecuencias sociales devastadoras de ese orden.
Un interés de la propuesta curatorial de Cristi, Manzi, Neira, Shuffer y Varas es poner en escena las trastiendas colectivas en las que emergen las piezas de la exhibición. Núcleo privilegiado de esa operación es la “Cocinería”, una parte del recorrido que nos invita a examinar las peripecias técnicas que implica la creación gráfica que responde a la agitación política. Ampliadoras, bastidores, mimeógrafos, además de testimonios, registros sonoros y matrices del más diverso tipo nos abren una ventana al sitio en el que las imágenes hacen el tránsito entre la urgencia del momento político y su presencia en el espacio público. Sea en el contexto de las dictaduras de seguridad nacional o como parte de la ola feminista latinoamericana, la producción de materiales visuales persiste como un puntal de la miríada de formas de movilización colectiva. Lejos de ser un anecdotario, estos materiales resaltan las líneas de continuidad y cambio en el ámbito de las técnicas gráficas, las estrategias para resolver necesidades comunicacionales y los debates sobre el nexo entre arte y política, como puede apreciarse en la grabación hecha por Luz Donoso de una asamblea realizada en el Taller de Artes Visuales.
En línea con la experiencia anterior de Poner el cuerpo, un componente significativo de la muestra corresponde a trabajos colectivos, sea porque su autoría no puede –o no desea– reducirse a un nombre individual o porque son creados en el marco de instancias de movilización. La performance Un violador en tu camino, del colectivo Las Tesis, los afiches de Estudiantes por Chile, Taller Mano Alzada, Tallersol y la Agrupación de Plásticos Jóvenes, los cartones intervenidos de Cromoactivismos, lo mismo que las piezas de Jesús Ruiz Durand sobre la reforma agraria peruana y de Guillermo Núñez, Alberto Pérez y Patricia Israel durante la vía chilena al socialismo, ponen de manifiesto una vocación por incidir en coyunturas críticas. Ahí se ponen en juego las formas de organizar la economía, la disputa por derechos sociales contra los imperativos de mercado del modelo neoliberal o la impugnación de la violencia política sexual.
Similarmente ocurre con Serigrafistas Cuir y Biblioteca Cuir, dos iniciativas que reúnen la acción gráfica, la edición y el interés por darle a la experiencia marica un lugar en lo público. En ellas se asumen convivencias fluidas entre proyectos de militancia y organización comunitaria, escrituras que politizan lo íntimo, afectaciones de la identidad y búsquedas alternativas de placer. Con sus módulos organizados en torno a acciones –compartir, transformar, cuidar, recordar–, Biblioteca Cuir invita al contacto con sus colecciones, a combinar el ritmo más demorado de la lectura en detalle con la fugacidad del coqueteo que supone hojear fanzines y libros autoeditados.
En varios de sus nudos, la muestra identifica estrategias de la movilización que trabajan con técnicas que maximizan su reproductibilidad. Si la palabra es un trabalenguas, la multiplicación de iniciativas no lo es. Por el contrario, las impresiones con diseños a mano alzada, rayados con grafiti, bordados, stencils, pintadas a brocha gorda, lienzos improvisados, fotocopias y otros métodos resaltados por la sección “Cercanías gráficas” nos recuerdan que las convocatorias colectivas que marcan un punto de inflexión en nuestra siempre tienen una cuota de inteligencia popular, de “crear con nada” y hacer rendir los materiales que se tienen a mano.
Acaso una de las incitaciones que movilizan de manera transversal la propuesta de Re-vueltas gráficas es la actualidad de experiencias políticas previas, en un ciclo que parece empecinado en editar los momentos ásperos e incómodos de nuestra historia reciente, cuando no de reescribirla con la finalidad de cancelar cualquier nuevo intento de aspiración revolucionaria. Tanto la conmemoración de los cincuenta años del golpe de Estado como la obsesión por purgar la vivencia callejera de 2019 –y sus correlatos con el proceso constitucional– refuerzan la pertinencia del nombre escogido para la muestra: revueltas. Con mayor o menor intensidad, los materiales exhibidos responden a un estado de conmoción que deja una huella (¿no es acaso esa una de las definiciones de la gráfica como medio?). Guiada por la cita de Julieta Kirkwood que nos recibe al entrar a la sala, Re-vueltas gráficas pone a disposición un mapa de nuestras rebeldías puestas en lo público. Reclamamos, así, una historia alternativa, una memoria que nos entrega fuerzas para recomenzar el trabajo largo –inacabado e inacabable– de vivir dignamente.
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