En esta conversación con La Raza Cómica, la escritora ahonda en su primera novela, Chilco (Seix Barrial, 2023), donde “el resentimiento puede impulsar una toma de conciencia ante las opresiones desde la experiencia sensible. En Chilco, aparece principalmente en el tono irónico y en la forma satírica de presentar algunos personajes que ocupan algún lugar de poder o son parte de un progresismo elitista”.
En la primera novela de Daniela Catrileo, el amor entre mujeres es el eje que atraviesa la relación de casi todos los personajes. Amor de pareja, de amigas y del matriarcado del cual deviene una de sus protagonistas, Marina -hija de descendientes peruanas que vive en ciudad Capital- conoce a Pascale, una joven mapuche lafkenche que huye de Chilco, isla a la que luego, por un insostenible y apocalíptico momento, se van a vivir.
Un imaginario, narrado desde una mirada de clase y con cuotas de un bello resentimiento, muestra una ciudad en crisis, agudizada sutilmente desde la ficción por el neoliberalismo que vivimos hoy, emparentado el escenario de la obra a un contexto que ya parece lejano: el estallido social.
La poesía y el uso del mapudungun –al que se suma el quechua y hasta el creole- se mantiene como registro de Daniela Catrileo como narradora, generando un imaginario sensible y hermosamente existencialista, que aborda la resistencia de quienes sobreviven a esa Capital agonizante, a los neocolonialismos, las precariedades del presente y el racismo.
Chilco, a su vez, es la antesala de su más reciente publicación que también cambia de registro, el ensayo preciosamente sensible, político y especulativo Sutura de las aguas. Un viaje especulativo sobre la impureza (Kikuyo Editorial, 2024, 114p), sobre el cual la investigadora Claudia Zapata señaló que “que la reivindicación de la impureza es un acto descolonizador en sí mismo, por cuanto resiste la imagen de la otredad sin fisuras”.
-Tus primeras publicaciones son en registro poético. Luego, pasaste a la narrativa a partir del volumen de cuentos Piñén y hoy a la novela con Chilco. ¿Cómo es que la poesía permea tu escritura en registro narrativo?
Tiendo a pensar el lenguaje desde el poema, los nudos, las cadencias, las imágenes, los tonos, intercalar sonidos, incluso su opacidad. Casi siempre comienzo desde una percepción, algo que me remueva. A veces es el sonido de una frase, un sueño o un tema que me obsesiona, luego me aferro a lo que sea capaz de impulsar una continuidad. Lo difícil es encontrar su forma, ahí de pura intuición ocupo mucho el oído, escribo en voz alta y tanteo voces, pausas, cortes. Nunca sé lo que va a aparecer después, me arrojo a ese misterio y a esa deriva porque no escribo mis libros por encargo. Supongo que me dejo afectar en el lenguaje, en su exploración sensible. Lo importante es aprender de ese funambulismo y eso requiere tiempo de maceración.
La poesía provoca algo en la escritura, modifica la linealidad. Nos interrumpe, nos disloca. Gabriela Mistral decía que quienes hacemos versos nacemos con una viga atravesada en el ojo y creo en ello firmemente.
-Las personajes piensan poéticamente, expresándolo también en lo textual. Algo que sentí como una especie de filosofía cotidiana. ¿Cómo lo explicarías tú?
No había reflexionado sobre esto, pero creo que se relaciona con mi respuesta anterior. Personalmente me interesa una escritura que se atreva a mixturar y explorar lo lírico y la reflexión en su propuesta estética, incluso en el modo de hablar y pensar de los personajes, algo que está presente en el relato oral, en la lengua cotidiana de forma envolvente.
Los textos muy descriptivos, llenos de conectores o que tienden a lo llano me agotan. Prefiero la mancha, el temblor, el desvío.
Crecí en casa de mis abuelitas y abuelitos, todavía les escucho atentamente, admiro sus formas de usar la lengua, además de cómo tejen sus narraciones. Juegan, bromean y piensan mientras dialogan. Utilizan dichos, metáforas, adivinanzas, explican palabras, mezclan lenguas (en el caso de mi abuelito), hasta cantan. Aprendo constantemente de lo que dicen y cómo lo dicen. Quizás trato de que esa escucha también sea parte de lo que escribo.
-En la presentación del libro en Ñuñoa, Nadia Prado relevaba el aspecto «resentido» de Chilco. ¿Cómo describirías ese lugar de enunciación?
Es una apuesta estética y política; el resentimiento puede impulsar una toma de conciencia ante las opresiones desde la experiencia sensible. En Chilco, aparece principalmente en el tono irónico y en la forma satírica de presentar algunos personajes que ocupan algún lugar de poder o son parte de un progresismo elitista.
Lo incorporé en algunos de sus diálogos o actos. Mi intención era explorar esas herramientas críticas del humor para evidenciar algunas formas de colonialismo, clasismo y racismo que tienden a ocultarse porque cotidianamente se minimizan o se nos trata de exageradxs a quienes lo experimentamos. Pero cuando esas clases privilegiadas quedan en evidencia, claramente no todos ríen y ahí el festejo retorna a nuestros cuerpos para el goce. Por eso es importante la enunciación y la representación. Admiro la capacidad de crear desde el humor como parte de una apuesta política arriesgada, porque por nuestras experiencias tendemos a trabajar el dolor desde el padecimiento. Notoriamente, es porque hoy tenemos la posibilidad de escribir sobre las vivencias de opresión, pero ha sido muy complejo abrir esas heridas. No da lo mismo el lugar donde creciste, el pueblo al que perteneces, la clase en la que te criaste. Hay grupos que siempre se han reído de nosotrxs, pero si exhibimos las masacres que ejecutaron, las tierras que nos robaron, el despojo que planificaron, les cambia el rictus del cuerpo o catalogan las obras desde una posición peyorativa. Por ello, celebro las obras que utilizan el mecanismo del humor para imaginar, pienso en Spike Lee, Jamaica Kinkaid, Natalie Díaz, Elia Suleiman, Arundhati Roy, Quya Reyna, Justin Simien, entre tantxs otrxs que se comprometen a exponer estos asuntos sin esconder sus posiciones políticas.
-El mapudungún es parte de ti. Ahora se suma el creole y el quechua. ¿Cómo se nutre lo textual y lo simbólico con estas lenguas?
Me interesa salpicar la escritura con lenguas que están presentes, que oímos al pasar, que nominan ciertos espacios que habitamos, pero que no siempre somos conscientes de su procedencia por diversas razones. Los paisajes, los territorios también son esas lenguas, esos ritmos. No hay una lengua única. Además, cada lengua tiene sus epistemologías, sus formas de vida, sus cadencias. En este caso, quería ir más allá del mapudungun, señalar una pluralidad que es cotidiana, a pesar de la imposición oficial, a pesar de los despojos.
-El libro evoca el estallido y luego la devastación de una manera más extrema. También habla de la frustración de que tanto se hizo para que nada cambie. ¿Cómo lo has experimentado tú y cómo marca tu imaginario literario?
Sé que es parte de la memoria reciente del país y constantemente me preguntan sobre ese acontecimiento para relacionarlo con el Movimiento de expropiación y demolición de Chilco, es inevitable, todavía queda el fulgor de esos días en el cuerpo, a pesar del negacionismo que han querido instalar. Pero mis influencias para Chilco fueron otras, porque soy mucho más lenta para procesar y registrar. Algunas de ellas están citadas en el libro, tácita o directamente, porque políticamente me interesa un nudo fundamental: ¿cómo se imbrican los mundos populares con los movimientos indígenas en los proyectos emancipatorios? Quería traducir esa pregunta literariamente, para ello retomé algunos puntos de nuestra historia, cuyos procesos son indivisibles de las formas estéticas. Ahí aparecen algunas expresiones de La Sociedad de la Igualdad, de la Reforma Agraria y las expresiones del Tercer cine y el Cine Liberación. Y más recientemente hay varios guiños al documental puertoriqueño «El apagón» del 2022, conocido por la implicación de Bad Bunny. Ahí se evidencian las consecuencias de los «invasores colonizadores» como les llaman, a partir de la voracidad inmobiliaria, la usura, la gentrificación de las clases dominantes y la llegada masiva de extranjeros, especialmente estadounidenses que no pagan impuestos. Finalmente, esto desencadenó una serie de protestas y la demolición de hoteles de lujo por parte de lxs manifestantes. Varios de estos acontecimientos se han visto frustrados por los entramados de poder de la oligarquía, de ciertas élites, pero también hay resistencia: mientras todo cae, la gente continúa construyendo en comunidad.
La historia de las chicas es un amor lésbico, en el que se cruzan, por supuesto, sus biografías, que además son subalternidades. ¿Cómo nutre el imaginario social adentrarse desde la literatura a explorar estas experiencias?
Chilco no es un libro con estructura previa, donde supiera a priori sobre sus personajes, sus personalidades, orientaciones sexuales ni sus identidades. Para mí es una escritura muy intuitiva, escribí mediante la deriva y la especulación, lo único que tuve claro es la imagen final, lo difícil era llegar hasta ella. Entonces, cuando el personaje principal cobra vida, voz, un lugar en el mundo, se hizo muy evidente que quería revelarse ante el modo de amar en su familia, cercenado por los abandonos, los trabajos, la desconfianza, los olvidos. Lo demás apareció después, pues mi interés inicial estaba centrado en las tensiones que derivan ante las zonas liminales de pertenencia, la responsabilidad política y espiritual como lo es el llamado a defender un territorio, evidenciar las complejidades y la romantización del retorno, especialmente para quienes pertenecen a pueblos indígenas o son parte de una diáspora. De hecho, hay varias cuestiones de Chilco que no quisiera explicar, porque quizás mi interpretación es diferente al modo en que lo pueden leer algunas personas y no quisiera interferir ni ser condescendiente con sus formas de lectura.
De todas maneras, más allá de la novela, pienso que la presencia de las disidencias sexuales en las sociedades indígenas no debería ser una cuestión sorprendente, forma parte de nuestra existencia plural, lo importante es que se reconozcan, tanto como las otras formas de vida y si aquello puede enunciarse o ser representado, su relevancia radica en que puede tener otros alcances, especialmente para quienes se sienten solxs en estos procesos de reconocimiento. Lo digo para tantas infancias que les toca crecer en ambientes violentos y hostiles desatados principalmente por los fundamentalismos.
Desde otro ámbito, trabajo hace años en el Colectivo Mapuche Rangiñtulewfü que ha profundizado en estas temáticas, pues no podemos hacer una defensa de un Küme mongen (buen vivir) o de nuestro Itrofillmongen sólo para algunxs. Una comunidad es diversa, basta con observar atentamente la naturaleza.
-Estás escribiendo desde Valparaíso, frente al mar. En Chilco el territorio es muy preponderante. ¿Cuánto lo es para ti en esta experiencia escritural y los próximos proyectos?
Chilco no existiría sin Valparaíso, pero principalmente sin Playa Ancha. Es un libro escrito en el mar, su humedad, su condición salina, su cadencia, sus transformaciones, su sonido me impulsaron a imaginar esa historia, principalmente el invento de la condición insular y la exageración de lo sensible con el fenómeno de la maresía. Ambos fueron los pies forzados para metaforizar el desarraigo. Y sobre lo que viene todavía no tengo certezas.
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