Texto leído en el lanzamiento de la séptima edición de la Revista Catáloga Colectiva, el Jueves 6 de junio en el Espacio Lector del Centro Cultural La Moneda.
La revista puedes descargarla, acá.
“Recordar es una acción ética, tiene un valor ético en y por sí mismo. […] Hacer la paz es olvidar. Para la reconciliación es necesario que la memoria sea defectuosa y limitada”.
Susan Sontag, Ante el dolor de los demás, 134.
Leo como respiro, cotidiana, vital. Lento a veces, acezante otras y en calma, tan en calma otras tantas. Leo esta Revista Catáloga acezante. Creo que es su enfoque en las memorias feministas lo que me remece. Sí, como feminista añosa el trabajo de memoria me habita. Pienso en Simone de Beauvoir cuando dice, en su libro La vejez, que viejas y viejos lo que más tenemos es pasado. Me dejo llevar por la imaginación en esta lectura y entonces aparece un collage. Un collage antes que nada. La memoria es amante de la imaginación, me dije hace unos cuántos años atrás cuando indagaba en la poesía de mujeres mapuche y sus memorias bellas.
Los colores me invaden, no son solo los que surgen de las gráficas bellas de la Revista. Son los colores de mi memoria que pintan a su antojo las provocaciones que estas mujeres de la Colectiva Catáloga han seleccionado, ideado, sentido, pensado como feministas bellas que son. Las sé a ellas de memoria también. Recuerdo cuando nos encontramos en algún lugar, ¿puede haber sido en Ñuñoa?, en uno de sus talleres de lectura, en ese tiempo se llamaban las “Vaginas ilustradas”. Me invitó en ese entonces Gladys Bustos que andaba con su impulso librero a cuestas, esa mujer lesbiana de amar. Las recuerdo-imagino jóvenes, nuevecitas y briosas. Ahora y aquí, en este presente, su persistencia en el activismo feminista desde la lectura con su Revista me sorprende, me enamora en un azul profundo.
Los amarillos y azules memoriosos se combinan en paletadas con los turquesa, los ocre, los marrón. Me quedo en la memoria que construye María Stella sobre las mujeres pobladoras en dictadura y me enciendo en llamaradas bermellón cuando sentipienso que en lugar de escribir de las mujeres pobladoras a la distancia, podría hacerlo desde las Re- sueltas Populares Feministas que ella habita porque las ha incardinado; van a cumplir 30 años juntas, no hay una colectiva feminista chilena que se nombre “popular” y que haya sobrevivido a estos tiempos capitalistas neoliberales avasalladores con esa duración. Imagino las voces de Edith, Sonia, Natacha, mujeres hermosas que conozco, y las otras compañeras relatando sus periplos de feministas populares, sus ires y venires, sus vueltas y revueltas, sería bello, María Stella. Siempre me he preguntado ansiosa por qué no llegué a las Resueltas Populares Feministas en los noventa, en lugar de llegar a La Morada. Y sí sé el porqué, fue la academia y sus tentáculos constrictores lo que me tomó en vilo y de ahí, un paso a La Morada esa organización de feministas burguesas, profesionales todas, que venían, en su mayoría, de la izquierda militante así como yo venía de las juventudes comunistas, con la gran diferencia que mi origen era proletario.
En rojo carmesí aparecen las memorias de las mujeres víctimas de la dictadura. Ese tiempo del horror, de sobrevivencias múltiples, de sentir el alma en un hilo y de hacer acopio de coraje para seguir, perseverar en la vida y hacerle el quite a la muerte. No, no es fácil decir que lo hicimos, que sobrevivimos sin que las esquirlas dictatoriales se nos grabaran en nuestras cuerpas de muchachas, de mujeres adultas, de mujeres viejas, de hijas, de abuelas, de madres. Bienvenidas estas voces y el activismo siempre. Bienvenida esta Revista que recoge voces tan disímiles, desde Concepción, Chimbarongo, las del Santiago periférico, las del más central, pero no por ello marginal. Aída Moreno, arpillerista, activista feminista popular que no quiere llamarse feminista “a secas” porque no es lo mismo, dice ella, por su propia experiencia. Qué maravilla que Aída asiente la diferencia a boca llena, su diferencia de mujer de población, que vivió en la pobreza. Cuánto nos cuesta decir “vengo de la pobreza”, esa marca indeleble y sus esquirlas sociales de clase que nos marcan para siempre. En amar a bell hooks en “Mujeres negras. Dar forma a la teoría feminista” cuando cita a Rita Mae Brown, escritora lesbiana norteamericana, que dice:
“La clase es mucho más que la definición de Marx sobre las relaciones respecto de los medios de producción. La clase incluye tu comportamiento, tus presupuestos básicos acerca de la vida. Tu experiencia -determinada por tu clase- valida esos presupuestos, cómo te han enseñado a comportarte, qué se espera de ti y de los demás, tu concepción del futuro, cómo comprendes tus problemas y cómo los resuelves, cómo te sientes, piensas, actúas. Son estos patrones de comportamiento los que las mujeres de clase media se resisten a reconocer aunque quieran aceptar perfectamente la idea de clase en términos marxistas, un truco que les impide enfrentarse de verdad con el comportamiento de clase y cambiar en ellas mismas ese comportamiento. Son estos patrones los que deben ser reconocidos, comprendidos y cambiados” (Otras inapropiables, p.36).
Y Aída Moreno, así como las otras mujeres inapropiables, las de las poblaciones y sus bordados resistentes y de revueltas en talleres, nos dejan ver con una sabiduría preciosa el revés de sus telas, los nudos, las hilachas, los entrecruces en desorden y los atiborrados de los hilos en el bordado, su yerro. Todo está tramado con todo, me digo. La memoria que es amante de la imaginación nos ofrece desbaratar nuestros propios gestos excluyentes, jerárquicos, dominadores, expoliadores, extractivistas, clasistas, racistas zenófobos, homo-trans-excluyentes, coloniales, patriarcales. No, no llegamos a ese martes del Golpe de Estado sangriento el 11 de septiembre de 1973 porque sí. Llegamos allí, a ese lugar siniestro porque hubo una interrupción del estado de cosas de la clase dominante, de su dominio económico, político, social permanente, vitalicio inamovible y entonces, la conciencia de clase proletaria, favorecida por una politización fuerte y profunda, fue una vuelta de tuerca que hizo posible que fuéramos protagonistas de esta escena país, de esta hilacha, de esta larga y escuálida faja durante un breve soplo de tiempo, los mil días de la Unidad Popular. Esa vuelta de tuerca, los poderes civiles de la derecha económica y sus militares no la podían permitir. Por eso el horror y su garra profunda. Y así el sometimiento cívico-militar impuesto devino la larga dictadura de 16 años, y luego los 30 años de la transición, la náusea de la demosgracia. La cuestión de clase fue caldo de cultivo para un estallido hermoso en los 70 del siglo pasado, por esa razón el estallido de octubre del 2019 fue tan remecedor para las generaciones que vivimos el horror del Golpe sangriento.
Toda esta vuelta y revuelta de mi memoria meditativa encabritada en rojo carmesí, es gracias a Aida Moreno y su memoria franca, ancha, abierta que dice hoy: “a mí me interesan dos cosas, las mujeres y la clase”. Gratitud a Aída.
Y desde esta Revista bella, las poetas de los ochenta de amar me asaltan en paletadas que me arrojan lilas, morados y violetas memoriosos. Esa revuelta de mujeres creadoras que surgen en contextos insumisos, de mujeres contraculturales: Elvira, Soledad, Eugenia, Carmen y aquí me quiero quedar. Carmen Berenguer murió hace solo cuatro días. Aún el lloro por su partida inesperada remece mi corazón. Carmen Berenguer, amiga, compañera y cómplice feminista, mujer luchona de amar en la vida, en la dictadura, en sus complicidades con las Yeguas del Apocalípsis en los ochenta, (Pedro Lemebel y Pancho Casas). Carmen escritora, audiovisualista, tallerista, poeta feminista, se nombraba a sí misma activista cultural y en alguna entrevista dijo que la suya era poesía documental. Carmen era una mujer política que no le hacía el quite a la (im)posibilidad de crear desde el arte comprometido. No concebía su creación como autotélica, como muchas mujeres artistas hacen: “La literatura chilena es macha/ y su estética es occidental”, dice Carmen en uno de sus versos. En eso era feminista a boca llena, los márgenes, los bordes, lo periférico, el marginio en la sociedad chilena eran para ella un surtidor ético-estético-político. Nos conocimos en La Morada en los noventa, esa complicidad feminista que nos juntó para reconocernos resistentes al ordenamiento cultural, social, político, al statu quo. Entonces la escritura y la lectura fue un puente más para crear complicidad, para hacer estallar lo normativo, lo reglamentado, lo regulado y aceptado como normal. No, nosotras no éramos “normales”, ni queríamos serlo. Nos encontrábamos en la calle, en las marchas, en el cáncer, en la experiencia de la maternidad como un complejo trabajo amoroso vincular, en los talleres de lectura con lesbianas, en la complicidad con su escritura siempre, en las resistencias a las instituciones, en la amorosa amistad con Pedro Lemebel.
Ahora quiero poner aquí como tributo a Carmen, a este vínculo entre mujeres creadoras, como un rito de gratitud a su vida-muerte luchona, a su memoria, un extracto del escrito que me pidiera en julio del año 2018, para presentar su Obra Poética, publicado por Editorial Cuarto Propio. El evento tuvo lugar en la casa central de la Universidad de Chile. Mi escrito lo nombré: “Carmen Berenguer, tus encajes del oficio” y está publicado en La raza cómica y en bibliotecafragmentada.
“Cómo no volver a la resonancia de las escenas nuestras, Carmen, en estos contextos, tu tremendo cuerpo, tu cabellera con el mechón blanco, tu rostro redondo y tus ojos refulgentes de pasión, tu piel morena y bien política sentada en la sala de reuniones de La Morada en los noventa; tu cuerpo grande ardiente en las calles del 2011, un 8 de marzo esperando la marcha sentadas en La Alameda, despotricando contra las instituciones que se toman este día; cuerpos desobedientes de mujeres activistas, con mi cáncer desatado y el tuyo aun silente, esperando el minuto. Tu boca ancha y esa voz fuerte y mandona en un taller con mujeres lesbianas; tu ires y venires para conmemorar esto o lo otro con la izquierda en ristre; leyendo juntas en algún aniversario por la muerte de Pet; tu voz liderando el grito en el velatorio de Pet: “Compañero Pedro Lemebel, presente ahora y siempre”; tus talleres de poesía en la Chile; tus ojos perfomanceros y tus redes, Carmen, tus múltiples redes de complicidades, tus tráficos de complicidades; tus búsquedas escénicas de la mano de tu hija Carola; tu paso firme en algún estacionamiento, un tropezón y tu cuerpo se levanta grácil como si no pasara nada; tu iracundia con esta derecha nuestra de cada día. Activista cultural, te llamas a ti misma a boca llena y eso me enamora porque no habrá descanso de tu lengua, de tu cuerpo y de tu cabellera desatada, como yo hoy día contigo, mujer poeta de amar que has marcado este territorio a fuego con tu paso diurno y nocturno, provocador citadino, viajero, con tus ideaciones, tus posicionamientos, tus invenciones, tus exploraciones incansables, tu siempre ir más allá, Carmen, hiriendo con signos ígneos las islas pobres de este largirucho y guliento país”.
Por último, quiero regalarles, en esta instancia que celebra la lectura feminista memoriosa, uno de los poemas que escribí a propósito de una invitación, el año 2023, que me hiciera Aline Richards Romero, editora de la Revista de Terapia Feminista Mundana, de la Casa Mundanas. Ese número lo dedicarían a las memorias feministas en conmemoración de los 50 años del Golpe. Con la invitación de Aline me di cuenta que hasta ese momento, no había escrito ningún poema que trabajara la memoria de la dictadura. Me dolió mi silencio. Entonces escribí, escribí. Y ahora este regalo también aquí, porque la poesía no olvida:
Dedales de Oro
Los Dedales de Oro
sostienen
livianos gráciles
en su apertura alegre
en su amarillo generoso
los carros de trenes
sus cargas pesadas
sacos de harina
de ajos
de azúcar esperada
por el té y el pan
cotidianos
nosotras tiramos de ellas
como niñas exultantes
por los vientos que se avecinan
un juego travieso, dichoso
en nuestras manos
dadivosas, generosas
alegres, esperanzadas
de muchachas
del porvenir amaranto
los Dedales de Oro suspiran
con nosotras
nos guiñan sus pétalos dorados
cómplices de esta fiesta colorida
su amarillo sonríe y se hincha
ante nuestras piernas fuertes
espaldas firmes brazos anchos
cinturas gráciles bien plantadas
ante los durmientes de acero
tantas manos calientes
juntas trabajosas
en un brío joven
alivianando los carros
celebrando los Dedales de Oro
su compañía dorada
manos de muchachas amaranto
sostienen un futuro
que parece cierto
parece aquí
parece ahora
entre duros rieles de trenes
Pero los Dedales de Oro
frágiles hoy
ya no abren
sus pétalos aterciopelados
cerrados parecen
esperar
un nuevo Sol
que ensanche
su dorado reflejo
atesorado
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