Lunes es revolución. Arte y agitaciones colectivas en tiempos de revuelta, fue editado por la historiadora del arte Soledad García Saavedra. Este libro es un provocador de relaciones inesperadas de artistas, colectivos y educadores de distintas generaciones, cuyas experiencias subjetivas agitan la revolución a partir de procesos que estuvieron, que continúan y que hoy están en marcha.
“organiza tu rabia”
Es difícil encarar las acciones y los discursos asociados a la revolución. Cuando regreso a sus ocupaciones más visibles en Latinoamérica, aparecen sentimientos de entusiasmo y exaltación, sobre todo en las actuales rebeldías frente al poder y las injusticias de Estado, que se movilizan para superar las imposiciones y fallas de una democracia subyugada a un orden privado de matriz neoliberal. Una de sus caras más visible es el surgimiento de revueltas y protestas sociales, estudiantiles, feministas, indigenistas, raciales y ecológicas que brotaron con distintas experiencias a fines del 2019 en el Cono Sur.
En Chile, tras el estallido social del 18 de octubre, vivimos una explosión masiva de rabias contra el sistema político ante su corrupción, abusos y promesas incumplidas: precariedad laboral, imposición de un modelo de pensiones administrado por privados y deficiencias al acceso y derecho universal a la salud, a la educación, entre muchas más demandas. Han pasado cuatro años de esos tiempos de revueltas y, en el intertanto, la furia se replegó en el encierro durante dos años de pandemia. A pesar de los confinamientos y los usos indiscriminados de gases lacrimógenos, en cada 18 de octubre aparecen insistencias de pequeños grupos, colectivos y redes inquietas por las calles que denuncian las injusticias, imaginan y crean las posibilidades para la existencia de otro país y mundo.
Estas insistencias se encuentran también con sentires desencontrados: mientras hoy continúa la acción social mediante actividades artísticas en barrios populares encabezados por lemas anarquistas como “organiza tu rabia”, existe una consciencia de que el despertar revolucionario del 18 de octubre quedó truncado, sin continuidad, sin representación, en un anhelo fallido. En el siglo pasado Hannah Arendt entendió la revolución como un fenómeno de liberación el cual podía ser perceptible cuando la violencia era utilizada para dar forma a un cuerpo político nuevo, duradero, incontrolable e inconcluso. Arendt destacaba la organización política y la unión de un grupo, no necesariamente masivo, que en sus acciones suscitara la continuidad de la revolución. Al atender a los miserables, aquellos rabiosos que movilizaron con violencia la organización de la comuna de París en los inicios de la Revolución francesa, la filósofa admitía la rabia como una liberación de fuerzas irresistibles. Sin embargo, diferenciaba esa revolución dedicada a la liberación de la vida proveniente de un sufrimiento insoportable, respecto de una liberación política, emancipadora del pueblo.
Más cercana a nuestra realidad latina, el movimiento zapatista abraza la rabia como un derecho que detona la creación, la liberación. Y para la diversidad de los anarquismos chilenos desde los noventa, la rabia cobra distintas articulaciones de defensa ante la exacerbación del modelo neoliberal: es un detonante de insurrección violenta en las ciudades, una acción directa de protesta, un movimiento social que empuja la organización de colectivos donde hay vocerías sin dirigencias. Con siglos de diferencia y contextos tan distintos, la energía de la rabia persiste. Cuando se leen pancartas y grafitis que repiten el lema “organiza tu rabia”, se reconoce la fuerza de un ánimo iracundo que trasciende generaciones y cuyo malestar se resuelve con una indicación de orden: la autogestión. La rabia es una lucha revolucionaria en sí misma, una bronca que requiere de cuidados y de una renovación que pueda sacudir la frustración para llevar a cabo distintas acciones: la organización interior, personal, la colectiva, como también las luchas en la esfera pública y política.
En el hondo, acciones y experimentaciones revolucionarias
Distintas ideologías han orbitado en torno la revolución, y como todo movimiento continuo, mutan sus fundamentos de lucha y las posiciones de dónde se ejerce o no el poder. Este libro sintoniza con las vivencias revolucionarias de artistas y colectivos involucrados a inicios de los 70 con las transformaciones estructurales gestadas en el gobierno pacífico y socialista de Salvador Allende, conocido como el de la Unidad Popular en Chile. Sus posturas contaron con la atracción y repercusión social de los procesos violentos y creativos de la Revolución cubana, que resonaron en todo el continente generando adherencia y confrontación por parte de los artistas. Los modos de encauzar la liberación fueron dispares en cada país y en cada período. En el caso de Santiago, las discrepancias aparecieron en un abanico de voces y prácticas que iban desde los oficios más tradicionales (como la pintura y la gráfica), hasta la exhibición de instalaciones de vanguardia que polemizaron con la noción de revolución.
Este libro deriva de la exposición colectiva Lunes es revolución realizada en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende (MSSA). Una de las motivaciones para concebir la exposición fue la reunión de trabajos artísticos que experimentaron con las transiciones revolucionarias en Latinoamérica, aquellas que activaron los deseos de hacer una transformación en los inicios de la efervescencia político-cultural, más allá de la ortodoxia de izquierda. En Santiago, el arranque de esos nuevos comienzos estuvo encarnado en las distintas opciones artísticas que fueron catalizadas por las vías de la violencia, la lucha organizada, la rebelión y las consignas políticas junto con posturas de autobservación, error, poesía, juego y ficción. Figuras críticas que abiertamente debatieron sobre la revolución, como Enrique Lihn, Roberto Matta y Luis Felipe Noé, provocaron discrepancias ante las pautas institucionales, desafiaron la cultura oficial y subvirtieron en sus obras las convenciones estéticas del momento. La seriedad de las luchas sociales estaba rodeada por la irreverencia o por la honestidad de no cumplir con las responsabilidades partidarias desde el arte.
Para otros, la urgencia revolucionaria se ejerció en la lucha armada para consolidar el socialismo. Es el caso de la vocación y circulación gráfica del artista Jesús Ruiz Durand en zonas rurales y urbanas durante los procesos de la reforma agraria, que fue un vehículo para movilizar el levantamiento indígena en el contexto del gobierno militar de Juan Velasco Alvarado en el Perú. Ruiz Durand logró sustentar y difundir afiches desde un organismo oficial de gobierno, mientras que las serigrafías realizadas “a pulso” por Patricia Israel y Alberto Pérez, apoyados en ocasiones por el instituto de la reforma agraria en Chile, fueron confeccionadas con la convicción guevarista de que la liberación del inquilinaje sucedía a través de la emancipación armada, la organización y la autonomía colectiva. A pocos días del golpe de Estado en Chile, la radicalidad del trabajo de Israel y Pérez gatilló el allanamiento de la casa de la artista por los militares, así como la quema y desaparición de una de sus obras más emblemáticas, la serigrafía América despierta.
Esta publicación se traslada hacia esos pasados, pero enfatiza en el presente. Re-vivir sus rastros no es un asunto fácil ya que rescatar aquello profundamente “hundido”, como señaló Patricia Israel, conlleva destrabar los pactos de olvido y sumergirse en zonas incómodas de dolor y derrota. ¿Cómo sintonizar con estas acciones revolucionarias cuando las formas de vida en la actualidad, individualista y transable en los mercados, niegan su funcionamiento? En los distintos choques ideológicos y divisiones sociales, la conducta revolucionaria ha recibido una constante “tarjeta roja”, una expulsión del campo de juego.
El libro gira hacia esas memorias revolucionarias que intentaron ser destruidas y que hoy aparecen incompletas en sus reconstrucciones y recuerdos. La dedicación a estos vuelcos revolucionarios se ha hecho combinando el pasado y el presente con la apertura hacia lo que se encuentra emergiendo en la superficie social. Esta publicación entrega, a su vez, la posibilidad de recuperar y conversar sobre obras abatidas y exiliadas que en ciertos momentos aparecen, y de rastrear fragmentos de ese pasado hundido cuando su fondo remotamente se aclara. El aprendizaje de las obras y pensamientos surge de colectivos y artistas nacidos en su mayoría en los años 80 que se emocionan sin nostalgia sobre ese pasado revolucionario que no vivieron y que, sin embargo, es fuente de cuestionamientos en torno a los relatos heredados, de la proyección sobre sus espectros violentos y silenciados, de imaginación y de sentimientos de persistencias para integrar las uniones solidarias y afectivas.
Las brasas de lo que quedó, los pedacitos exhumados y reanimados mediante nuevos relatos y creaciones son esquivos pero enérgicos. Detrás del sigilo, la cultura de la incomunicación, los secretos de la dictadura y la democracia neoliberal, aparecen brotes inestables, disidentes y resilientes. Son como pequeños remolinos aún a la deriva. Si tuviera que hacer un acercamiento a la figura irresuelta de la revolución, se me aparece una atmósfera extraña, corporalmente desfigurada, iracunda, espinosamente quebrada y en constante movimiento. La revolución es escurridiza como también lo son las memorias que quisiéramos recuperar, conocer y valorar en esta publicación. Al estar consciente de su carácter indeterminado, la revolución, en su lado vibrante, permite soltar los relatos, las continuidades, las reglas, las lógicas y nos convoca a experimentar e imaginar lo imposible.
Este libro es un intento de conectar cabos sueltos sin entrar al sentido de las filiaciones ni a la tranquilidad de hojear, leer o ver coherentemente un orden cronológico o la representación artística de Latinoamérica o de alguna nación. Es un provocador de relaciones inesperadas, de artistas, colectivos y educadores de distintas generaciones, cuyas experiencias subjetivas agitan lo que fue, lo que continúa y los procesos que están en marcha en torno a la revolución. Esta unión permite observar ciertos desplazamientos asociados al lugar común de la revolución, como el triunfo, el heroísmo, la masculinidad, los paternalismos condescendientes y las evidentes insurrecciones antiliberales que aparecieron con el estallido social. Con ello, busca adentrarse en disputas latentes y soterradas, en actos poéticos, ficticios, en dinámicas de escucha, en juegos que cuestionan las reglas sociales, las historias y las imágenes oficiales, en actos pequeños que entrelazan imaginaciones compartidas o que apuntan a la belleza que produce el placer.
Uno de los giros liberadores que se siente y se lee en los diálogos y entrevistas del libro, sobre todo en las voces de mujeres, es el valor de la vulnerabilidad y la debilidad como fuerza alternativa a la lucha violenta por el poder. Estas identificaciones trastocan las construcciones desde la rabia y abren un espectro de preguntas desde sentimientos diferentes: ¿cómo el sentir y el accionar amoroso puede cambiar los significados de liberación que busca la revolución? ¿Cómo la invisibilidad de la organización anónima y la transformación micropolítica logra silenciosamente rebelarse ante las ideologías imperantes? ¿Cómo los cuidados de la tierra rural o urbana, entendida como espacio común para la vida, transforma la ocupación posesiva y extractivista? ¿Cómo ampliar el horizonte de la revolución hacia las redes de plantas e insectos vulnerables que coexisten en la tierra y que son indisolubles para la vida? Estas preguntas insisten en la acción multicontenedora de iniciativas que irradian distintas escalas, enfoques y dimensiones para abrirse hacia las luchas domésticas, cotidianas e ínfimas que cohabitan y desafían la concepción más usual de la revolución en la primera línea de fuego liderada por una vanguardia política.
En este sentido de transformación del hacer pragmático y poético, el título Lunes es revolución afirma una liberación para el primer día de la semana, asociado al inicio de la jornada laboral en el que se asignan deberes, que muchas veces eclipsan los sueños y la libertad individual y colectiva. A contracorriente de lo que representa el lunes (el cumplimiento de las obligaciones y, sobre todo, la monotonía del trabajo), Lunes se presenta desde el comienzo de otro ciclo, en el que cada día y en distintos momentos, la revolución se puede ejercer en un movimiento creativo, ya sea pequeño o desmedido. De manera simbólica, este enunciado invierte la idea de que las relaciones de poder están atadas a la construcción social del trabajo o, al menos, de que esa sería solo el camino para superar los estados de pobreza y precariedad, las inquietudes y los deseos de la vida.
Cuatro enunciados posibles para organizar Lunes es revolución
En los intentos por brindar distintos enfoques y versiones de la revolución, el presente libro se organiza en cuatro ejes que se distribuyen de manera opuesta al recorrido de la exposición. Para avanzar de atrás hacia adelante, la publicación finaliza con la sección “Fuerzas de liberación: creaciones de mujeres”, donde se reúnen textos-preguntas desde la mediación artística. Uno de ellos es el de Yasna Pradena García, quien compone un diálogo específico con cada una de las obras de las duplas y colectivos de artistas —Patricia Israel y Alberto Pérez, Cholita Chic, Textileras MSSA y Suzanna Scott—, para interrogar la invisibilidad de las mujeres en los movimientos revolucionarios de antaño y los roles que emergen en el postfeminismo neoliberal.
A su vez, Rocío Argandoña y Belén Tapia de la Fuente escriben un relato, basado en la experiencia, para dar cuenta de las distintas aproximaciones y profundizaciones corporales de la danza y el bordado que se encarnaron para crear una vulva desde la sanación, los cuidados y la confianza. La obra Kutrichinqi por siempre de las Textileras MSSA surgió del taller “Los pliegues de la sexualidad”, un espacio íntimo, comunitario y de autocuidado colectivo que permitió en un proceso terapéutico liberar los prejuicios y el habla de las sexualidades. Una vez exhibida la vulva en la exposición, las Textileras MSSA escribieron un manifiesto de la pieza, un volcán hermoso y rebelde que se reproduce en el libro y que aguarda por más estallidos.
Por último, Carol Illanes recoge las hermandades y anonimatos que establecen las Cholita Chic en sus relaciones transfronterizas con mujeres andinas e inmigrantes que posan orgullosamente su belleza con estéticas occidentales como el arte pop, pero con abundante serpentina, capas de polleras, pechos al descubierto y pasamontañas. Al desafiar la mirada colonial que ubica a las mujeres en una lucha por una tierra prometida, en el campo o en las zonas del altiplano, las Cholita Chic acentúan las fuerzas del cuerpo, del rostro sonriente como una celebración de los lazos de comunidad y afecto.
En la tercera sección, “De las reformas agrarias a los insectos”, Fernanda Carvajal amplifica las lecturas de los procesos de las reformas agrarias más allá de las leyes que buscaron modernizar el agro, para indagar en las complejas reivindicaciones históricas por la tierra y el trabajo, y en la manera en que estas encontraron procesos y canales artísticos específicos mediante “dispositivos de comunicación social”. Las obras de Ruiz Durand en el Perú, las serigrafías de Israel y Pérez junto con las pinturas de Matta, son interpretadas desde los diversos modos en que se delimitaron los derechos y la propiedad de la tierra en cada contexto. La pregunta por la propiedad y la repartición de los suelos desde las relaciones interespecies, no exclusivamente humanas, se desprende del Hotel de insectos, una construcción realizada por las vecinas y vecinos en el antejardín del MSSA. El ensayo de Fernanda es un anticipo de lecturas que logran conectar las distintas obras reunidas en este capítulo, para dar paso a textos focalizados sobre cada una de las piezas.
Como compañero de ruta y de creación de los afiches de Jesús Ruiz Durand, Mirko Lauer escribió, a modo de crónica, los detalles de la organización y producción colectiva, y las experimentaciones que hizo Jesús con el diseño y el lenguaje pop de las serigrafías al alero del proceso de la reforma agraria. La impronta del artista se encuentra también en la reinterpretación de las “nuevas identidades” y “roles” de las comunidades indígenas, que serían “beneficiarios cooperativistas de la revolución” velasquista. El mismo Ruiz Durand ha escrito sobre estas obras emblemáticas y las apodó de pop achorado y, como señala Lauer, su persistencia en conservar sus obras durante décadas de silencio, aparece posteriormente en textos y museos.
Una similar reunión sucedió con las serigrafías de Patricia Israel y Alberto Pérez en esta exposición. Sin embargo, en vista de sus fallecimientos, la escasa información y lecturas sobre sus trabajos, ensayé una carta personal para especular y preguntar sobre sus andanzas gráficas comprometidas con las luchas por las tierras y sindicatos de los campesinos y las incipientes organizaciones de los afuerinos.
Así como en los tiempos de movilización campesina los afuerinos vagaban sin casa por distintas tierras, hoy frente a las crisis medioambientales, nos preguntamos sobre el abandono habitacional, entendido como la propia tierra, para los insectos. Valentina Utz, narra a partir de una bitácora los procesos de conversación, diseño y construcción del Hotel de insectos. El proyecto surgió de la necesidad del grupo de huerterxs del Museo de dar refugio a la diversidad de insectos polinizadores y benéficos para la huerta, como aquellos que producen “entomofobia museal”, como las cucarachas. Las relaciones entre el adentro y al afuera del museo, entre el entorno barrial y la propia huerta, entre los insectos y las flores, nutrieron las conversaciones y el sentir interdependiente en el que habitamos. El reconocimiento de que las muertes imperceptibles de los insectos integran la destrucción de nuestra biodiversidad, es admitir una responsabilidad compartida que podemos enfrentar ahora.
La segunda sección del libro, llamada “El juego y la transformación colectiva frente al trabajo”, se compone principalmente de conversaciones entre artistas y de obras-juegos. La primera conversación es un extracto del diálogo transmitido por la plataforma Zoom con la curadora Marta Ramos-Yzquierdo y los artistas Paloma Polo y Taxio Ardanaz sobre sus distintos involucramientos en el actual curso de los procesos revolucionarios. Paloma narra su inmersión en el movimiento revolucionario filipino, sus aprendizajes y comprensiones para retratar humanamente a los integrantes del movimiento armado en la película El barro de la revolución. Para ganar la guerra, dice Paloma, la lucha armada consiste en la alfabetización, en “preparar piezas de teatro”, “escribir poesía”, ejercitar “habilidades discursivas y oratorias”, “poner al centro los cuidados”. Enfatiza en las fortalezas del movimiento y comenta su vínculo con las transformaciones que vive cada individuo y las decisiones comunitarias en un mismo plano, incluso las que aprendió ella para hacer la película. Taxio Ardanaz comparte su interés por la Revolución cubana con relación a la guerra civil española, y aproxima al relato histórico de cómo se forjó la Revolución según las memorias de las personas. Con estos testimonios realizó la película La revolución es invencible, un recorrido espontáneo y turístico por distintos museos, escuelas, memoriales y lugares históricos que conmemoran la revolución y en el cual se atisban comportamientos de niñas y niños que quiebran con los principios y los lemas oficiales que exaltó Fidel Castro.
Para la artista Camila Ramírez, la pregunta de cómo imaginar un mundo posible sucede cuando se rompe la lógica de la obediencia, humana, productiva, laboral. Al responder las preguntas que le hace Magdalena Quijano, Camila apunta a las diferencias que observa entre los disciplinamientos socialistas para mantenerse en la batalla y su posición de repensar la revolución desde el juego para imaginar, intentar dar soluciones, compartir con otros, “recuperar la anarquía de la infancia”. En afinidad al placer que produce el “hacer como niños”, el artista Javier Rodríguez se sumergió en la creación de una supuesta novela escrita por Enrique Lihn, La broma asesina. Cuando convoqué a Javier a inventar esa novela, él me invitó de vuelta a escribirla juntos y entonces fuimos cómplices del abismo fascinante que es el crear sin sospechar hacia dónde llegaría la pieza. La lectura que realiza Francisca García de su obra nos abre múltiples capas, procedimientos y comprensiones de cómo Javier aborda la violencia política en Chile, y en particular de cómo la figura del Joker o Guasón inspira una trama que está al borde de las “dimensiones del documental y la ficción”, “para explorar la mitología de la violencia campesina”.
Tanto Camila Ramírez como Javier Rodríguez decidieron exhibir obras materializadas en publicaciones o que posteriormente podrían convertirse en un impreso. De esta manera, el librillo Primera persona plural del futuro simple y la transformación de la Broma asesina a novela gráfica se reproducen completamente en el libro para leer, jugar, complementar, dibujar, retomar en distintos momentos.
La última y primera sección, “La revolución llevada a la acción”, corresponde al conjunto de obras y textos que establecen compromisos y/o experimentan en torno a la tarea revolucionaria. La instalación multisensorial La revolución debe ser una escuela de pensamiento irrestricto de la investigadora María Berríos y el artista Jakob Jakobsen revive la exposición pedagógica y experimental Del tercer mundo, para ahondar en las preguntas sobre el rol que puede tener la cultura, el arte y las exposiciones en la emancipación colectiva. En esas provocaciones artísticas, la obra-manifiesto de Luis Felipe Noé, El arte de América Latina es la revolución, fue reconstruida por el artista para la exposición luego de cincuenta años de su exhibición en el Instituto de Arte Latinoamericano (IAL) de la Universidad de Chile. Noé recupera su concepción de revolución mediante sus escritos en primera persona: “un autocuestionamiento cultural que permitiera saltar de la situación colonial a la del protagonismo enunciativo”.
La voz de Noé, como la de artistas y críticos latinoamericanos que se reunieron en el ambiente universitario y confuso al iniciar la revolución socialista de la Unidad Popular, fueron la inspiración de la performance A.C.A.R 71/21. El extracto del guion publicado en este libro es un fragmento de los diálogos que escribimos con la dramaturga Ana Corbalán en base a la adaptación de las discusiones que sostuvieron los artistas y críticos en el IAL. El guión luego fue producido y dirigido por Ana y por Manuela Mege, diseñadora escénica, e interpretado por los actores Hugo Castillo, Patrizio Gecele, Camila González, Renzo Oviedo y Juan Pablo Troncoso, quienes dieron vida a las voces de los distintos artistas que removieron e insistieron en agitar los supuestos del arte para participar y actuar colectivamente en la revolución.
Desde los planteamientos directos y poéticos de la pintura, Amalia Cross elaboró una cronografía de las obras creadas por Roberto Matta en los largos años 60, donde traza un seguimiento al estrecho compromiso cultural que sostuvo el artista con las políticas socialistas de Cuba y Chile. Particularmente resalta en el texto una comparación insólita: el parecido estético de sus pinturas con las primeras representaciones en computador de la teoría de la autopoiesis creada por Humberto Maturana y Francisco Varela. A partir de esta analogía, Cross pregunta si “la capacidad autopoiética del ser humano —de repararse, mantenerse vivo y modificarse a sí mismo— puede dar lugar, en el interior de cada uno de nosotros, a la guerrilla interior [que plantea Matta]”.
Esa permanente revisión personal que proponía el artista junto con la poesía influyó en las colaboraciones con los jóvenes de la Brigada Ramona Parra (BRP), el activo colectivo del Partido Comunista que clandestinamente sobrevivió a los embates de la dictadura y la transición a la democracia. El relato que sostiene Isidora Neira Ocampo al entrevistar a Alejandro “Mono” González, integrante de la BRP, encuentra distintas resonancias materiales y simbólicas contenidas en el mural La mirada de las anchas Alamedas que se encuentra al ingresar al MSSA. El título del mural proviene del último discurso de Allende y de sus sueños, lo cual insistentemente Mono González recoge para preguntarse “¿cómo reinstalamos esos sueños hoy?”. Sus respuestas están arraigadas en la lucha por la vida en la “contingencia histórica” que vivimos. El mural de la BRP convive con otros murales de resistencia que son parte de la colección del MSSA y que deambularon en el exilio. El gran mural realizado colectivamente por artistas suecos y el pintor José Balmes es un contrapunto a las continuidades y discrepancias que sostuvieron los artistas como medio de propaganda para continuar en el exilio con la movilización antifascista y los sueños incumplidos de la liberación. En ese sentido, a contrapelo de una sensación de derrota, la acción colectiva de las y los brigadistas fue la del trabajo para el aquí y el ahora.
Sin anclaje en una postura, la revolución moviliza una renovación en las calles, en la feria, la plaza, en los lazos de comunidades, al interior de las casas, y en distintos rincones. Mientras se piensa y se describe en estas páginas sus comprensiones, se hace orgánica, anónima, intuitiva y colectivamente, con alboroto y silencio. Este libro es una invitación a reencontrarnos con todas las “deformaciones posibles” de la revolución, con aquellas que pueden sintonizar con las practicas microscópicas que transforman las relaciones corporales en el día a día como aquellas que gritan con rabia las injusticias sociales. A fluir con las crisis y revueltas que nos abruman y, a vivir la propia. A profundizar en los espesores lentos con los que se mueve la liberación cuando el ritmo de trabajo obliga acelerar. En definitiva, a reencontrarse con los im-pulsos que nos mueven y nos dan vida.
Perfil del autor/a: