Texto leído en la Furia del Libro, el día viernes 20 de diciembre de 2024. Poemario publicado por Editorial Ginecosofía.
Conocí la poesía de Ghazal Ghazi hace unos meses atrás, en la Primavera del Libro. Compré El ancestro del poema es la herida por recomendación de un amigo escritor, Diego Armijo. Pensó que me podía interesar, ya que estaba mediando un club de lectura de poesía palestina. Me bastó el título y una lectura rápida de algunos poemas para decidirme. No solo la edición a cargo de Pabla San Martín es de un cuidado admirable. El diseño realizado por Nicolás Sagredo, con montajes de fotografías del archivo de Ghazal y caligrafía persa, nos permite un acercamiento sensible a su poesía, y deja de manifiesto el carácter multidisciplinar de la autora: poeta, archivista, artista visual.
En El ancestro del poema es la herida existe una toma de posición, un desde dónde se enuncia, que como dijera Onfray en su Política del rebelde, “decide de qué lado de la barricada estar”. Buscar lo primigenio de la escritura, su herida primera. Escribir desde el tajo que deja el paso del colonialismo en los pueblos del sur global. El lenguaje, así, fisurado, toma una lengua prestada: el español. Ghazi evidencia el desplazamiento escribiendo en un idioma que no es su lengua madre. Se sitúa desde la vereda de quienes se han visto forzados a migrar y reconocerse en otras latitudes (y se me viene a la mente aquí el poema “Semántica”, de Jessica Abughattas). Cito unos versos de Ghazal: “Conviértete en mar abierto, / en balsa, en chaleco salvavidas, / en brújula sin norte, / en guerra y en frontera / trazada sobre el cuerpo” (p 12). Y más adelante: “Llena el silencio que hay / entre tú y los muertos con poesía” (p 13).
Entonces, antes del poema, antes del lenguaje, está la herida; marca de la violencia que se arrastra como herencia. Y si la herida es anterior al poema, el poema surgirá posterior a la muerte. Así, el poema se constituye como lengua de los muertos, y por ende, la única forma de comunicación posible con ellos. Y será en el poema el espacio en que podamos leernos quienes nacimos de la herida.
La poeta entabla un diálogo con la tradición persa, e incluye la forma poética del ghazal, forma que lleva el nombre de la misma autora. Leo en esto un doble gesto: el diálogo con la tradición y su puesta en tensión, pero también la pregunta por el propio origen. No existe lo que no tiene nombre, de ahí que el nombre recibido sea evidencia, un grito, manifestación de un cuerpo y territorio a habitar. Cito: “Cuando me tropecé con mi nacimiento / sentí el peso de una historia que no me necesitaba: / la historia es un animal que se devora a sí mismo” (p14). Ante una historia que nos expulsa, se nos presenta el habitar de un cuerpo como archivo, como registro y como testigo. También como protagonista. Apropiarse de la historia que nos conforma, hacerse cargo de la ignorancia implantada, porque, “Qué tanto sé de mi nombre / para creerme su dueña” (p 14). Alejar el cuerpo de los estereotipos occidentales que hacen de él sujeto de colonización, mandatos que fijan la acción de este cuerpo según el deseo del conquistador, anulando la posibilidad del deseo propio. Y es que toda práctica colonial tiene una lógica patriarcal. Orden vertical en que un cuerpo es atravesado por el poder. Cito: “Huir de la danza del vientre, de las odaliscas / del harén, del oriente, / detrás del engaño hay una historia que defender, Ghazal” (p 34). Despreciar, así, la pasividad. Abrazar, en cambio, la acción.
Durante el club de poesía palestina que estuve realizando, una de las razones principales que surgieron de parte de las y los asistentes, fue la necesidad de conocer. ¿Quiénes son las personas que están sufriendo un genocidio mientras el mundo observa sin hacer nada? ¿Quiénes son esas mujeres y niños quemados por el fósforo blanco que llueve desde la estrella de David? ¿Qué ha hecho este pueblo para merecer una masacre? Me llamó la atención que eligieran un club de poesía para conocer. No escogieron acercarse a libros de historia y geopolítica. No recurrieron a Wikipedia. Optaron por la posibilidad de espejo que la poesía, lengua de la herida, habla de los muertos, entrega. Porque, si como escribe Ghazi en uno de sus poemas, “el ancestro del puente es la separación” (p 28), la poesía, como puente, tiene la capacidad de volver a unir lo que fue distanciado. Lejos de sentir un abismo cultural, lejos de las diferencias, cada poema nos permitió identificarnos en la herida escrita. Ver en el dolor de un otro la herida de nuestro país. Reconocer en esa llaga las marcas de nuestra propia historia.
Quisiera cerrar esta presentación destacando el oficio poético de la autora. Rafael Rubio, poeta chileno, solía hacer un paralelo entre la labor del poeta con la de un alfarero o un escultor. Al momento de construir un poema, la poeta/alfarera se encuentra con su material en bruto, el lenguaje, bloque de barro sin forma, que debe ser esculpido para hacer aparecer el poema (“Soy de barro y el barro / es una patria adonde volver”, dice Ghazal). De esta manera, si lo que se pretende hacer es una vasija, y esta no logra mantener el líquido en su interior y se vuelca, debe seguir perfeccionando su forma, hasta que el líquido logre mantenerse en su interior. De la misma manera, Ghazal moldea sus poemas (“la lengua comenzó en la alfarería”, nos recuerda), atenta a los ritmos de las palabras, al decir de su sonido, dejando que forma y fondo se correspondan, guardando dentro de ellos un líquido que solo será vertido al momento de su lectura, como respuesta al horror de la sed.
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Ghazal Ghazi [Teherán, Irán. 1990]. Poeta, artista plástica y bibliotecaria. A lo largo de su vida ha vivido entre tres regiones geográficas: Medio Oriente (Irán y Kuwait), Chile y Estados Unidos.
Magíster en Ciencias Bibliotecarias, Universidad de Oklahoma (2022). Graduada en Estudios de Género, Universidad de Arizona (2011). Tiene estudios adicionales en idioma y un certificado en estudios de Medio Oriente.
Su primer poemario, La frontera desemboca en ti, fue publicado en Guatemala en 2019 por Cafeína Editores. Su poesía ha sido publicada en Turquía, México, Chile, Nicaragua y Estados Unidos, y es parte de la antología Salt Boundaries (Damasco, Siria, 2017). Ha participado en festivales literarios en Perú, Cuba, México y Guatemala.
Su obra, por la que ha recibido varios premios y distinciones, investiga la memoria colectiva, el desplazamiento, el lenguaje y la violencia estatal.