La colección Entrenotas de Tucán Ediciones presentó un ensayo de Patricio Cuevas sobre la fascinante y compleja figura de Patricio Manns, junto con una entrevista realizada por el mismo autor, en la que devela firmes convicciones acerca de su visión de mundo, el oficio de escritor y sus pares de la canción popular. A continuación compartimos la presentación del libro en la pluma de Cristián Jiménez.
El escritor brasileño Antonio Candido llegó a definir la literatura latinoamericana como una literatura empenhada (comprometida) en la construcción de sus naciones, asumiendo una postura ética y estética en relación con las sociedades y grupos humanos que forman nuestros países. Esta noción tiene su continuidad en la escritora chilena Ana Pizarro, para quien las obras como las de Gabriela Mistral o Guimarães Rosa construyen nación; pues para las sociedades locales, el Valle del Elqui, por ejemplo, es lo que es más la obra de Mistral, o el sertón brasileño es lo que es más la obra de Rosa. Así como Machu Picchu es lo que es más la obra de Neruda. La palabra otorga densidad al imaginario sobre nuestros territorios. Es por ello que la misma Pizarro propone que la palabra, ya sea oral o escrita, no se utiliza, sino que se habita. Y ese es, sin duda, el caso de la obra de Patricio Manns.
Manns es uno de los nombres fundamentales de la cultura chilena del siglo XX. Su trayectoria como creador, entre las palabras y la música, dejó un sinnúmero de clásicos al acervo de la canción popular y entregó magnífica densidad al imaginario de lugares y vivencias que han ayudado a construir lo que hoy somos como pueblo. Su nombre resuena en la memoria y recorre nuestra esquiva identidad con los otros emblemas del panteón de la música popular chilena: Violeta Parra, Víctor Jara, Inti Illimani y Quilapayún, aunque, al mismo tiempo, es diferente a todos ellos. Pues Manns habitó la palabra en casi todos sus formatos; la oralidad, el periodismo, la crónica, el ensayo, la novela y la música, entre otros, dejándonos grandes piezas que develan un eximio dominio del lenguaje y que, al morir, no alcanzaron el reconocimiento que merecían.
Es por eso que cuando Patricio Cuevas fue convocado a escribir el volumen inaugural de la colección “Entrenotas”, que busca presentar los caminos personales y artísticos que armonizan la trayectoria de nuestros músicos, desde los más diversos lugares de enunciación que definen, tensionan y moldean nuestros modos de ser (en sociedad), coincidimos en la premisa de alejarnos de los lugares comunes que dibujan a Patricio Manns apenas como un compositor de música folclórica. Un reduccionismo que lo llevó incluso a recibir en 2009 el Premio Presidente de la República, mención “Música de Raíz Folclórica”, mientras que él mismo siempre expresó que se entendía como un compositor de baladas.
En su ensayo, Patricio Cuevas consigue abordar la idea del multihombre que fue Patricio Manns, en un recorrido por su vida, desde su infancia en la región de la Araucanía hasta su vuelta definitiva a Chile a finales de la década de 1990 luego del exilio, pasando por su activa participación en la Peña de los Parra, la militancia, la clandestinidad y sus últimos años en Concón. En su relato, que en ningún caso procura ser una biografía, Cuevas aborda cada una de estas vivencias para desvendar cómo a través de ellas es posible comprender su vocación, su composición y la voz presente en su prolífica obra. Voz que asume la primera persona en la exquisita entrevista que acompaña el ensayo y que el mismo Cuevas le realizó en 2016 en la Universidad Diego Portales, en el contexto de un ciclo llamado “Manual para escribir Canciones”, transcrita en el libro íntegramente.

Entre anécdotas de su vida y opiniones sobre sus colegas de la canción popular y el peso de la historia, en la entrevista queda en evidencia que, entre un fecundo talento literario y compositivo (al igual que para Chico Buarque, para él las palabras eran como ladrillos; da lo mismo si las vas poniendo en horizontal para escribir prosa, o de manera vertical, para crear una canción), y una personalidad muchas veces impulsada por el ego, Manns construyó su propio espacio, un ámbito circundado por su monumental obra y en el que cabía solo él, como una especie de cronista de sí mismo.
Quizá por ser esa figura presente y ausente al mismo tiempo entre los grandes nombres, al momento de su partida reapareció el debate, nunca conclusivo, en torno a la eterna deuda en forma de reconocimiento por su vasta y maciza trayectoria.
Habiendo llegado a los 84 años con un instinto creador intacto, fueron pocas las oportunidades en que pudimos verlo públicamente, aunque no por propia voluntad (“Yo les digo que vayan a la casa […], pero no llegan”, comenta en la entrevista de este volumen). Su presencia fue esquiva en los hechos –sobre todo para muchos colegas, e incluso para su propia familia– pero no en nuestra memoria. Sus composiciones trazaron caminos que desembocaron en la construcción de identidades, siendo parte fundamental para una idea de pertenencia para quienes nacimos en este Pacífico sur, no en cuanto a una cuestionable idea de lo nacional, sino que a algo superior.
A Manns siempre lo movió una idea de pertenencia a un territorio en tanto que estrechamos lazos con el otro, lo que permea cualquier frontera impuesta desde fuera. Es así que, por ejemplo, entre sus primeros trabajos musicales está un disco llamado Sueño americano (1966), en donde confluyen músicas de toda América Latina y cuya potencia creativa está inspirada en el Canto general de Neruda. Manns siempre quiso que este trabajo reuniera las que, para él, eran las tres sonoridades esenciales de América: la música negra, de las Antillas y la sudamericana. De hecho, fue el único álbum que siempre quiso reeditar. Esto lo transforma en uno de los pocos músicos chilenos que reconocen que nuestra música también es alimentada por sonoridades africanas que llegaron a América forzosamente. En su texto, Patricio Cuevas es muy lúcido al destacar que de este trabajo es la canción “Canto esclavo”, que guarda una impresionante similitud con “Plegaria a un labrador”, que años después compondría Víctor Jara: “Mira mis manos, mi cara / Curtidas por tanto invierno / En cada arruga de piedra / Yo llevo el nombre de un muerto / Mira mi espalda quemada / Por látigos carniceros / En cada surco violeta / Yo guardo el grito de un muerto”.
Como mencionamos, la palabra aparece también en la obra de Manns entregando densidad al imaginario sobre nuestro territorio. Para Manns, la pertenencia a un territorio se da en tanto que se construye una identidad a partir de una comunión con el otro. De hecho, en una entrevista de 2013 para el programa “Músicos, el sentido de la vida”, del canal Vía X, confiesa que: “Tanto mi literatura como mi música están fundidas en torno a esta idea única: mirar al otro. Jamás mi ombligo, lo conozco ya”. Entonces, ¿cómo entender la idea del cronista de sí mismo?, ¿cómo explicar, por ejemplo, en términos simbólicos, que en sus últimos años se haya recluido a trabajar en una habitación que él mismo bautizó como “Antro del ego”?
Tal vez la respuesta esté en que la voz de Manns es y seguirá siendo la voz de esas historias que la historia no cuenta: la historia de los silenciados y los anónimos. La historia del arriero, del cautivo, del bandido, de la militante, del indígena y de los esclavizados. La noción del hombre polifacético presente en la propuesta ensayística de Cuevas expresa también una diversidad de voces, desalineada con la “historia única”. En la entrevista que acompaña el libro, Manns expresa que en su obra él no se siente un historiador, sino más bien un rectificador, porque “ser historiador es un desprestigio”.
En la misma entrevista, Cuevas le pregunta por qué la empatía con esas voces. Manns responde que “uno no es como cree que es, sino que uno es como viene […] Yo dejé que mi naturaleza fluyera delante de mí y me fuera mostrando mi camino”.
Así como en su letra para la clásica “Samba Landó”, Manns lanza un grito por la libertad de los africanos esclavizados, recordando que “ya no hay nadie que replique, somos una misma historia”, es importante prestar atención a la cosmogonía de diversos pueblos del África Occidental traficados en América, rescatadas en algunos relatos de Manns, que nos hablan de que el mundo es mucho más que lo concreto de nuestra experiencia, y que este se manifiesta como acogimiento para las mujeres y los hombres que respetan y se integran a una dimensión superior a través de la palabra y del canto. Si Manns nos fue esquivo en el día a día, será eterno en nuestra memoria y en nuestro sentido de pertenencia e integración a nuestro territorio, pues, como él menciona en la entrevista aquí publicada: “A mí me echaron al mundo lleno de canciones, lleno de palabras”.
Perfil del autor/a: