Deambulando entre la intimidad y el laboratorio – Unplugged de Adelaida

Hace poco hice una “reseña” (que terminó siendo más un diario de vida) del concierto de Iron Maiden. Claro, una banda mundial, conocida, con 50 años de trayectoria. Pero de pronto choqué con esa contradicción: ¿Por qué seguir haciendo visible lo que ya está a la vista, y no arriesgarse un poco por hacer visible aquello que no está tan a la mano —aún—)?
Adelaida es una banda que no es nueva, empezó el 2010, fundada inicialmente como proyecto solista de Jurel Sónico, quien es el compositor y autor principal de las canciones, guitarrista y vocalista del proyecto. Actualmente se encuentran en la banda Anke Steinhöfel, en el bajo, Joaquín Roa en la guitarra y Tomás Pérez en la batería – con este último ya tenían la experiencia de compartir banda en Jurel Sónico y los Impuros.
Es una banda que ya ha sacado varios discos, todos jugando entre el shoegaze, el grunge, el indie rock, y algo que yo denomino sonoridades oníricas. Esto, precisamente porque mi primer encuentro con la banda fue en esas derivas de Youtube, hasta que me apareció su demo: La vida paralela a los sueños, un disco dividido en “sueños” y que utiliza jerga asociada a esa dimensión (MOR). Monolito, Madre culebra —que este año cumple una década de ser lanzado—, Paraíso, Animita, y Retrovisor, son sus álbumes de estudio, varios de ellos nominados y/o ganadores de premios como Pulsar. En todos ellos el estilo especial de sonido que han logrado, gracias al uso de pedales bigmuff y a una dinámica de mover perillas a ver qué sale, casi como una suerte de hechicería, acompañado de letras que guardan una poesía que integra de manera muy precisa la naturaleza, los sentimientos entrecortados, la incomprensión, los guiños a dinámicas chamánicas, y una nostalgia del presente.
Eso, a modo muy introductorio de la banda, porque, en realidad, podría escribir mucho más, y la intención del texto es reseñar un hito muy especial: El unplugged que realizaron en El Bar de René el sábado 14 de junio. Esta fue su primera presentación en vivo en el territorio apodado “Chile” desde su regreso de la gira por varios países de latinoamérica. Es decir, es una banda que empieza a calentar sus motores para el resto del mundo, desde las profundidades de Concepción. Antes de la presentación, conversé con Anke, quien me dijo que igual el formato unplugged es algo poco usado por ellos, entonces había nerviosismo por ver cómo saldría. También, como soy metiche, le pregunté a Jurel el por qué de decidirse por este formato de presentación en vivo. A esto, me respondió que:
“Este unplugged nació de la idea de presentar un formato más íntimo. Era riesgoso ya que la mayor parte de nuestro repertorio es súper arriba y sonamos con harto bigmuff —un tipo de pedal que distorsiona los sonidos en distintos niveles y frecuencias, algo que da la sonoridad tan característica que hace reconocible a la banda—. En este show no usamos distorsión y es una oportunidad también para tocar canciones que no tocamos siempre, ya que son más íntimas y en un show normal quedan fuera —así que— decidimos hacer una fecha así también para practicar ese show en vivo y ver como mejorarlo siempre”.
Es decir, esta presentación fue básicamente, y como dice el título, un deambular entre la intimidad de un formato acústico, experimentando, practicando y usando el escenario como un laboratorio y nosotrxs como parte de este experimento. Al final, todxs practicamos un poco ese día. Practicamos otra forma de sensorialidad, de escucha, de estar presente en un espacio con música en vivo que no demandaba la misma puesta en escena del cuerpo que, por ejemplo, una tocata tradicional. Demandaba el asiento, el margen del error, la espera al ajuste de la guitarra, el cambio del bajo, de las baquetas, ajustar los pedales. Otro ritmo, que tanto lxs miembrxs de Adelaida como nosotrxs estábamos ensayando, siendo probetas.
El setlist partió con Mi Ventana, canción que aparece en el disco Retrovisor, pero también en Narval, un EP del 2012, que genera la primera emoción. Yo, sentada en la primera fila, pude sentir aún más esa intimidad del espacio acústico, sin que esa falta de guitarra eléctrica o de tombs de batería significara la ausencia de algo. No. Desde el comienzo, nunca faltó nada.
Luego, Retrovisor, canción original del disco que lleva su nombre, y que parte con la frase “Todo estaba tan perdido hoy”. Eso es, en parte, lo que me cautivó de esta banda y me llevó a seguirla por ya casi 10 años. Esa entrega a la incertidumbre. El experimentar distintos formatos de tocar en vivo forma parte de esa entrega.
Desdén, tercera canción del anochecer, que apareció antes de Retrovisor, como un adelanto y, quizás, mi canción favorita del disco. “Si supieras que escogí perder”. Frases con esa potencia, desde las voces potentes de Jurel y Anke, y la suavidad retorcida de la guitarra de Joaquín y la pequeña batería versión unplugged de Tomás, que no desaprovechó en lo más mínimo.
El cuarto tema es Brilla, siguiendo con una introducción de presentación de temas de su último disco. Nos hace sentir, como dice la letra, viajando “en la sangre más ligera, para desaparecer”. Y es que el juego musical de este tema entre riffs golpeados e intensos, y tonalidades suaves, etéreas, te hace ser parte de esa disolución sonora que se vuelve corpórea. No sé ustedes, pero a estas alturas del evento, yo ya sólo era una sustancia atómica y acuosa. Lo cual es irónico, pues ya van a saber cómo se llamaba el siguiente tema.
El quinto tema que tocaron fue Océano Mundial, otro del disco Retrovisor, y me da la impresión de que están ensayando temas de su disco nuevo porque están ya en proceso de grabar otro, entonces hay que buscar, como dice el chileno: “sacarle el jugo” a este discazo. “Me dirige el viento al océano mundial”. ¿Me dirige el viento, o realmente es esta constelación de piezas llamada Adelaida, con sus canciones, la que me dirige al océano mundial?.

La sexta canción fue un regalo para fans de mayor antigüedad, porque fue un tema del disco Madre Culebra, el mismo que cumple diez años desde su lanzamiento: Holograma. La insistencia de las preguntas finales, “¿Dónde estabas?, ¿Dónde estabas? ¿Dónde estaba yo?”, genera la sinestesia de estar viviendo, precisamente, en un holograma. Podríamos entrar a hablar de teorías cuánticas sobre simulaciones y multiversos, pero quedémonos en la dimensión “material” actual, donde Adelaida logra, desde lo acústico, llevar este tema a un nuevo sonido. Todo esto, insisto, sin que haya una ausencia de un sonido. Suena diferente, por supuesto. Pero no mal, pareciera un cuadro costumbrista donde cada parte cumple una función, y hasta el pequeño margen, casi imperceptible, del error, es parte de la puesta en escena de un experimento sonoro que, hasta el momento, es un éxito, no solo en mí, sino en el resto de la gente, a quienes miro hacia atrás disfrutando del evento.
Columpio, séptima canción del setlist, fue la canción que inauguró el disco Paraíso, lanzado el 2017, así que fue otro regalo para fans de mediana-larga data. Este tema se caracteriza por mucha distorsión y sonidos filosos en una guitarra eléctrica. Pero, la verdad, esta versión no fue tan diferente, ya que el efecto sensorial que lograron generar con este formato fue muy similar.
Tras el vaivén psíquico de Columpio, aparece el octavo tema, Aurora, también del disco Paraíso. “Qué desilusión… buscamos la constelación que nunca encontramos cuando niños”. Pero estar en este deambular experimental en un escenario también es, de cierta forma, una búsqueda. Con este tema sucede lo mismo que con Columpio. La versión del disco es muy… eléctrica, pero la versión acústica definitivamente no tiene nada que envidiar a la “original”.
El noveno tema fue una sorpresa, porque apareció de pronto un cover de Pixies, Monkey gone to heaven. Mucha gente coreando un tema clásico, con una fuerte presencia del bajo de Anke. Creo que fue en este momento que Jurel cambió su guitarra por una de 12 cuerdas, les mentiría si se los aseguro. Pero sé que hubo un momento en el que eso ocurrió, y esa guitarra es la que siguió con ellxs hasta el final.
Caída Libre, décimo tema del setlist, y también del disco Retrovisor, fue la expresión clara de que estábamos ante un laboratorio. Un momento excepcional y único en donde lxs artistas acomodaban sus pedales e instrumentos, se miraban con nervios y expectación, y luego la frase “vamos a intentar hacer Caída libre”. Y se lanzaron, literal, en caída libre, ante una canción que normalmente exige un alto nivel de distorsiones y rapidez, y que ahora demandaba otro ritmo. Creo que deben haber practicado mucho, porque la verdad, ese —otro— ritmo que demandaba Caída Libre en una versión acústica, resultó muy armonioso.
La decimoprimera canción tiene trayectoria. Espirales apareció primero en el EP Narval, y luego en Monolito. Luego, hizo su tercera aparición en Retrovisor. Así que, podríamos decir que es una canción triádicas, con tentáculos en tres épocas de una banda que ha logrado sobrevivir al paso del tiempo, manteniendo y fortaleciendo su estilo, y muestra de ello es la canción. “Regalo un árbol para no estar igual (…) Ya te puedes morir feliz”. Una canción de contradicciones, de búsqueda, de luces y sombras, en un claroscuro que, en su versión acústica, encontró su versión más suave pero no por eso menos poderosa. Sigue manteniendo el tono de evocación e introspección de sus versiones anteriores y su última versión.

Resplandor es un desgarro. Sea en el formato que sea. Instrumentos que comienzan luego de seguir el marcado de ritmo de Tomás, el baterista, con las baquetas, y le dan con fuerza. Una fuerza que se pausa abruptamente para abrir paso a un punteo suave, y la voz angelical de Anke, que luego se combina con los alaridos de Jurel, gritando “Lejos de lo que decimos, cerca de lo que vendrá… somos dos desconocidos”. El llanto del desgarro y el desasosiego. ¿Quién dice que en un unplugged lo acústico es sinónimo de calma? A estas alturas, tengo las entrañas revueltas.
La decimotercera es otra canción de Madre Culebra, Metamorfosis. Una canción breve, sin letra, que desde este formato experimental logra con creces evocar el sentimiento de extrañeza, y causar una aura de misterio y expectación, para luego dar paso a Adormidera, una canción que primero fue single, y después incluída dentro de Madre Culebra. Parte con voces suaves y riffs tranquilos, hasta retomar este sonido etéreo, de bosque oscuro. “Caigo más al fondo en el vacío natural, ahí sabré lo verdadero, lo real”. Pocas letras de Adelaida condensan en unas frases de manera tan precisa este aire medio ritualístico-chamánico, que es seguido por una batería, guitarra, bajo y voces impecables, que van siguiendo ritmos distintos y cambiantes de a ratos, entre rapidez, calma, y estas tonalidades etéreas y las que yo llamo sonoridades oníricas. Si estoy soñando, no lo sé, y eso es lo mejor de todo.
La Montaña es la decimocuarta y penúltima canción, y forma parte de las varias en las que identifico este vínculo deseante con la naturaleza. Pero es un deseo confuso, a ratos sin remitente, idealizando, encontrándose con sorpresa y desasosiego. La versión unplugged mantuvo ese mismo espíritu, permitiéndonos comprender que, en realidad, esa particularidad sonora de la banda no tiene que ver sólo con distorsiones cargadas de electricidad, sino con algo más, que dejaré para el final.
La última canción, El Bosque, otro regalo traído de los tiempos de Monolito y Madre Culebra. “Las heridas están y no sangran más que el musgo. Buscará la señal, comenzando bien el viaje. Estoy perdido en el monte, busco la magia y la noche”. Fue fascinante que cerrasen con esta canción, porque, precisamente, esa musicalidad de bosque oscuro, de tonalidades etéreas y sonoridades oníricas se condensan aquí a la perfección.
Siempre escribo en tríadas, o eso intento. Por eso he creado esta tríada, musicalidad de bosque oscuro – tonalidades etéreas – sonoridades oníricas, para describir a Adelaida, más allá de la heterogeneidad de géneros musicales ya nombrados y tradicionales. Estas tres características van más allá de formatos, y son la base que sostiene la particularidad musical de una banda que lleva tiempo ya dentro de la escena chilena, y que comienza a hacerse cada vez más visible, desde lo subterráneo, dejando siempre una raíz ahí.
Creo que, como oyente, cada experiencia es personal. Y esta intimidad que Adelaida nos compartió, tanto desde el formato acústico, como desde hacernos parte de un laboratorio de experimentación sonora —y sensorial—, no es algo que todas las bandas hagan. Llevan años, premios, discos, giras, y mantienen humildad y cercanía. La cercanía de permitir mostrarnos el error como parte de la creación artística y del habitar un escenario, con sus dinámicas, el correr para acá, conectar esto, falta un enchufe, trae el pedal… es hacernos parte. Es, para mí, ver que ellxs comprenden el lugar que sus oyentes tienen dentro de su creación.
Pronto, se viene su nuevo disco, y más sorpresas, así que sólo puedo agradecer la magia de la que fui parte, y esperar a las próximas novedades. Espero que, luego de leer esta reseña, ustedes también.
