Natalia Rojas: caminos laberínticos

septiembre 04, 2025
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La poeta Natalia Rojas habla sobre «retablo», una serie de libros-objeto donde propone preguntas sobre las múltiples posibilidades de los formatos, escrituras y materiales.

Entre los oficios y quehaceres de Natalia Rojas, conviven la escritura, el tejido y las plantas. No es solo un aspecto biográfico que suele aparecer en las notas sobre su poesía, es algo que podemos constatar tras la lectura de obras como Pedernal (2011) y Cardador (2019). Más allá de la referencia inmediata que puede asociar el ejercicio de escribir con algún tipo de tejido, para la autora resulta natural utilizar nudos verbales, los que a su vez sirven para unir múltiples hebras o versos, que pese a sostener una impronta y voz característica, siempre escapan del formato convencional. 

Quizá por este motivo no hay una única forma para acercarse a retablo. Al parecer esta serie de libros-objeto, que hasta ahora cuenta con dos volúmenes, nos pide algo de nuestra propia experiencia para lograr significado. En el primer volumen, cuyos textos están dispuestos sobre cuadernos de contabilidad, el retablo termolaminado opera como un artefacto que resiste al deterioro y a ratos nos lleva a paisajes como el altiplano («voy de Bolivia a Chile en un bus al que se le filtra polvo por las ventanas»), pero que a la vez es una invitación para ir al encuentro con una gran variedad de seres, de hecho, funciona como una reivindicación de todo tipo de seres, plantas o minerales.

Por otro lado, en retablo 2 (Xagual, 2024), igualmente montado artesanalmente a partir de láminas donde el texto convive con hojas de papel del diario La Estrella de Valparaíso, puzzles a medio terminar, grabados o noticias random, de pronto se lee, quizá a modo de advertencia: «las palabras se volvieron verdaderos caminos laberínticos, hilos a seguir para reconocer la historia». 

Entre las imágenes que aparecen en el texto, una obra que usa la guarida de lo anónimo con la tentación de desagregarse, encontramos abuelas que hacen pacto con el diablo, micros que no pasan y ojos mutilados, entre muchos otros artificios. Hay también una apertura bastante conmovedora hacia los animales, o hacia las voces o símbolos que pueden surgir de ellos. 

Antes, en la poesía de Natalia, o en los variados mundos que se desprenden a partir de ella, hubo una llama de nombre Agüita (Cardador) y ahora, al menos en el segundo retablo, aparecen perros, golondrinas y pájaros. También hay piedras, ciruelos y maquis. Es un tejido interminable de frases y palabras que pueden hacer eco en lo abstracto, y al mismo tiempo es un telar que nos trae de vuelta a las cosas simples y hermosas: a la tierra, a lo textil y a lo gráfico. Es el lenguaje como hilacha y resistencia.

«Desde que estoy trabajando con lo visual, me pregunto más sobre la durabilidad de lo que hacemos, consumimos y de lo que acepto que exista y al hacerme estas preguntas, identifico cómo debo o no componer las obras para que aparezcan, se susciten ideas, hallazgos, porque sí busco con retablo que se note la subversión en el tratamiento de estas, es por ello que los textos acuden al agenciamiento con el plástico, así lo escrito le sea difícil borrarse tras los embates del tiempo, que el grabado/mancha y bordado no estén detrás de un vidrio o quietos en un muro, incluso puedan perderse y ser una obra por sí sola o algo que está en búsqueda de su fantasma», comenta la poeta sobre la naturaleza de esta obra plastificada. 

—Desde Cardador da la impresión que tus versos se estructuran como una red, un tejido que superpone muchos materiales y voces. ¿Cómo persiste esta intención en retablo?

Creo que retablo extrema esa necesidad tridimensional que aparece en Cardador. Instala más preguntas, lo que permite otra red. Del hecho que no aparezca mi nombre, que cada lámina esté plastificada, que use hojas de libros de contabilidad en desuso y papel de diario como soporte para los textos y grabados, bordados y por sobre todo que, los materiales utilizados vayan en contra de su primer origen, hacen de retablo un espacio que propicia preguntas entorno a cómo decimos, escribimos, denunciamos, permitiendo así que esa red vaya creciendo de manera centrífuga y centrípeta como toda estructura que se teje.

—Has dicho que casi siempre escribes de noche. ¿Sigue esta tendencia en retablo?

En la noche me activo, me inquieta la energía que suspenden los cuerpos cuando están descansando, siento que fácilmente puedo hacer simbiosis con ciertas energías, la oscuridad no solo implica carencia de luz, implica que en lo negro están todos los colores vibrando juntos, es bacán ese momento para los procesos creativos, pero hay exigencias diurnas y seguro ahora mis químicos exigen otro ritmo, hoy prefiero encontrar esa energía de otro modo y el más próximo ha sido vivir en zonas rurales, desagregarme de ciertas actividades, salgo poco, pero por otra parte atiendo sutilezas que me alegran. 

—¿Cómo ha sido ese proceso escritural y artesanal? 

Hacer retablos ha sido una alegría, le digo gema triste, noto cómo va perfeccionándose, me sorprende el grabado, lo que comunica el bordado a máquina de coser, la composición de texto sobre papel de diario, me sorprende que pueda ser un trabajo que salga de mi cotidianidad hasta la biblioteca de una persona. 

—Has hablado sobre la indefinición como un factor sorpresa y significante al interior de tu obra. ¿Crees que esta premisa ha madurado o se ha extendido en el segundo volumen de retablo?

Sí, retablo se va extremando y con ello el extrañamiento aparece de forma más aguda, el significante se abre a otras tecnologías como es la suma del bordado a máquina de coser ampliando el textil hasta el ruido, pasa lo mismo con el papel de diario, mucha palabra sobre otras palabras. La segunda entrega de retablo además de táctil es sonoro, incluso ruidoso, por lo mismo su significante se multiplica. 

—Al comienzo del segundo volumen de retablo aparece la frase «las palabras se volvieron verdaderos caminos laberínticos». ¿Crees que hay muchas fórmulas y maneras de acercarse a esta obra?

Yo no podría decir cuáles son, cada quien encuentra su forma, como cuando leí la frase que citaron para esta pregunta, pues me hace pensar la relación que tengo hoy con las palabras. Si bien escribo, cada vez me siento menos escritora, esta idea de autoría se me vacía y constela frente a las materias y en ese laberinto solo tengo ganas de componer, no ordenar, no imbricar, no entender, sí posibilitar un diálogo un poco más íntimo, confuso y amplio que el que me permite un libro y la circulación de este, por lo mismo, me propuse que el diálogo fuera coral y que atravesara temas políticos no resueltos. No sé si en retablo las palabras y las imágenes se acompañan, pero tampoco están sujetas al azar, son la calle, un amasijo de memorias sin articular, hechos indudables, lo que sin duda nos dispone a encontrar múltiples maneras de acercamiento. Según quienes lo han leído/visto es en el trayecto con su interacción donde aparecen las maneras, aún nadie me ha hablado de fórmulas, más bien derivas. Sin duda, es un alivio saber que se va armando una máquina de leer sentidos junto al gesto interpretativo de lxs otrxs. Máquina que no se conduce x1 y que como autora solo soy una parte reticular de su cuerpo completo.

*Esta entrevista fue realizada en el marco de la tercera edición del festival Pulso Lírico, donde Natalia Rojas realizará un taller de poesía. 

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