Presentación Libro: Compañera Ana González una Autobiografía
Sabemos que 100 años no se cumplen todos los días y que la fiesta debe hacerse con la alegría de quien los cumple: Una madre extendida, una alegre luchadora, la reina guachaca de Chile, La Consentida.
100 años junto al pueblo no son cualquier cosita.
En esta misión se encuentra Ricardo Recabarren González, hijo de Ana González y Manuel Recabarren, quien desde su exilio reside en Canadá, pero este año se encuentra en Chile, conmemorando los 100 años de “la mamá”; entre presentaciones de libros, seminarios, conciertos y un montón de actividades.
Las redes solidarias y amorosas se extienden por todos lados, como los brazos y abrazos de cada mujer buscadora y eso es lo que hoy nos tiene y sostiene en este encuentro. Estar en Talca y presentar este libro “Compañera Ana González: Una autobiografía” (Penguin Random House, 2025), que finalmente es la excusa también para encontrarnos, mirarnos y reunirnos en torno al fuego de las palabras y la comida.
Porque así somos lxs pobres: Nos gusta llenar la casa, abrazarnos, echarle más agua a la olla, bailar y ponernos contentos cuando llegan más amigxs, más vino y una torta coronando el cumpleaños.

Autorretrato
Cuando conocí a Ana en 2014, en la cocina de su casa de San Joaquín, ella estaba escribiendo sus memorias. Soñaba ya en esos días con que esto se convirtiera en un libro, sin saber aún quién lo editaría y todos los caminos que se abrirían junto a él. Eran varios tomos gordos anillados, porque un montón de vida, más de 80 años de memorias y desmemorias… Porque la memoria es sobre todo caótica.
Mi primer contacto con ella fue llamándola al teléfono de su casa. Ahí me presenté y le conté que estaba haciendo mi tesis de Periodismo sobre las mujeres de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. Me preguntó de qué universidad era y cuando le dije que de la Universidad de Playa Ancha, gritó de emoción y me dijo: “Venga no más, yo quiero mucho a la gente de Valparaíso y más a los cabros de la UPLA”.
Y así como me recibió a mí, recibió a muchos estudiantes en su casa.
Cuenta en el inicio de este libro que tres estudiantes universitarias la visitaron y le pidieron, además de la entrevista, que ella pudiera hacerse un autorretrato.
Un ejercicio escritural que Ana realizó en 2004 pero aseguró seguir vigente, al menos hasta que escribió sus memorias.
“Voy a hacer lo posible para pintar mi retrato: Considero mis manos hermosas, dicen con uñas de forma perfecta, negras cejas casi bonitas, ojos café, ora tristes, ora pícaros, dientes hermosos, a pesar de que me costaron muy baratos.
Boca común, de labios delgados, que un día lejano pedían ser besados constantemente por el ser amado.
Robusta de cuerpo, senos exuberantes, en su tiempo provocativos.
Inteligencia emocional. Irreverente, amiga de las amigas.
Generosa, con una gran dosis de ternura.
Transparente, enemiga de la traición, de la mentira, salvo una mentirilla piadosa.
Preocupada por los destinos de su amada patria, de los jóvenes y los niños en especial.
Siento cariño por los trabajadores, los homosexuales, los profesores de enseñanza básica, veo en ellos a la insigne Gabriela Mistral, y a todos los ciudadanos que luchan todos los días por una patria para todos y todas.
Me gusta la poesía, en especial Neruda, la Mistral, Nazim Hikmet, poeta turco y un poeta sacerdote israelí, quien escribió ‘Sabes que te amo’. Es una prosa dedicada a la ternura y cariño que los seres humanos debemos entregar a los que amamos antes que sea demasiado tarde.
Me hubiera gustado escribir, ser bailarina, pianista, nadadora, pintora; el tango me apasiona, lo mismo la música disco y el rock and roll. Aún lamento no haber llegado a la universidad. En recompensa, aprendí en la Universidad de la Vida.
Me deleita el jazz, disfruto el folklore, amo el ballet, jamás aprendí ajedrez, pero juego a la rayuela y cartas. No compro números de azar ¿saben por qué?, porque me gusta jugar a ganador.
Me encanta que mis nietos me digan con cariño ‘vieja de mierda’, porque eso demuestra que estoy a su altura y ellos a la mía. Me gustan las fiestas familiares, con viejos, jóvenes y niños. El golpeadito es el trago favorito de mis nietas y a mí me sirven el primero, con ellos empiezan a calentar el hocico y no es chiste.
Sueño con escribir un libro sobre lo que he vivido, para dejárselo a mis nietos y bisnietos. La pregunta es si seré capaz de hacerlo sin morir en el intento”.

Sacándolos de las pancartas
Este importante libro saca a Ana del título exclusivo de “defensora de los derechos humanos” y nos invita a conocerla y recorrerla en su inmensidad.
Nos convoca a explorar los espacios liminales de la ternura, del amor, de los miedos, de las sombras, de la vida compartida, de los momentos de soledad, del pensamiento político, de las fibras que se conmueven con la música, la poesía y el movimiento.
Ana con su familia, Ana con sus vecinxs, Ana niña, Ana dueña de casa, Ana y sus amigas. Ana y sus cauces que desbordan la historia oficial de “un Chile que aún sangra por sus heridas abiertas”, como ella dice.
“El encanto principal de este trabajo radicó en el hecho esencial de que me permitía sacarlos de las pancartas y de los números de las estadísticas y darles vida. Ellos no son y nunca fueron solo una fotografía”.
Ana quiso aquí contar su historia, bifurcándose especialmente en las historias de su compañero Manuel, de sus hijos Luis Emilio y Mañungo, de su nuera Nalvia, detenidos desaparecidos y en homenaje a su hija Anita María, la mayor de sus seis hijos, que falleció el 16 de marzo de 2007, después de una larga y dolorosa enfermedad, generada por el impacto físico y emocional que le provocó el Informe de la Mesa de Diálogo.
Su intención, dice ella, es que los conozcamos como lo que eran: seres sencillos y simples, sólo seres humanos.
Sacarlos de las pancartas y de las estadísticas es devolverles su aroma, la vibración de sus risas, sus formas de conmoverse en el mundo. Pensaba en el “Recetario para la memoria”, un proyecto político, fotográfico y social hecho en México, un trabajo de archivo sobre las y los desaparecidos donde las comidas cuentan también sus historias. “Que la cocina sea pretexto para hablar de lo indecible, para hacer presentes a los que se llevaron, para tejer acciones contra la ausencia«.
Recordar a lxs desaparecidxs en sus comidas favoritas, en los cumpleaños en que hubo una mesa larga y muchos colores, en los rituales de año nuevo, en los juegos como la challa, en los largos veranos que fueron eternos antes de la larga noche de la dictadura.
Hacerlos aparecer en los paisajes que alcanzaron a contemplar, en las canciones que cantaron en la ducha, en los sueños que contaron en el desayuno, en sus oficios que alguien más aprendió y en las ganas, en las fervientes ganas de que este mundo fuera un mejor lugar, especialmente para lo más pobres.
Llorar a mares, otra estrella de la esperanza
Ana mantuvo hasta el final de su vida la esperanza en saber algo sus familiares. Hizo un camino que ella llamó “la ruta de la infamia”, recorrido por muchas mujeres en busca de sus familiares: comisarías, cárceles, centros de detención, estadios…durante décadas, a veces solas y a veces acompañadas. Con muy poco dinero y sin redes de influencias que les permitieran obtener alguna información veraz.
“¡Qué difícil ha sido vivir sin Manuel, sin él…! ¡Sin ellos!
Pensando en ellos soporté – como tantas madres, hermanas, esposas e hijas de detenidos desaparecidos- humillaciones, insultos y amenazas. Más aún, lo que tal vez debe ser como una daga para quienes actuaron de manera siniestra durante tantos años, pude reír y hacer reír”.
Decía además que ella tenía una depresión alegre y que no había podido llorar aún. Que ese llanto vendría cuando encontrara a sus familiares y ahí podría “llorar a mares”, y estaría el corazón dividido en la alegría de encontrarlos y la tristeza de que fuera de esa forma.
Con su humor, su risa, sus chuchás, así se recuerda a Ana González. Con sus amigas y amigos de la música visitándola en la cama, en silla de ruedas yendo a conmemoraciones, conciertos y murales, en sus fotos con famosos, encadenada en la CEPAL, en las huelgas de hambre en las que decía que ni hambre le daba, por la adrenalina y la emoción de esas acciones.
Ana González, te invocamos en la revuelta, nuestra primavera de octubre, te invocamos en cada marcha, en cada acto junto a tus compañeras. Las invocamos, para que iluminen los caminos oscuros de la impunidad, como pequeñas luciérnagas.
Querida Ana, volvemos a tu cocina.
Desde aquí se pueden contemplar las flores del jardín.
La señora Silvia, que te acompaña siempre, ha preparado sopaipillas para la once.
“Veo a Manuel sentado frente a mí, mirándome a los ojos, envolviéndome en su cálida ternura. Extiendo mis manos hacia su rostro, lo acaricio, devolviéndole el manto de su ternura. Le digo: ¡Cómo hemos envejecido, mi viejo”.
Invocamos a Ana, a Manuel, a Mañungo, a Luis Emilio, a Nalvia. Para que sea la verdad, la justicia y la memoria como el pan, el amor y la poesía, es decir, de todos los días.
¡Gracias por acompañarnos!



