Patricio Contreras y sus dos Caminos interiores: “qué es lo político en la poesía y cómo funciona lo popular”
El escritor, editor y docente revisa algunas claves de Caminos interiores, publicado por Provincianos editores, libro que reúne los textos Calle Abierta y Territorio en disputa. El texto, señala su reseña, “se abre hacia lo subterráneo como escudriñando las entrañas de nuestra sociedad, la privatización de la vida y la herida que es Chile”.

Las noticias sobre este libro de poesía llegaron de la mano de una reseña de Jaime Pinos. En ella, el también escritor señalaba que Caminos Interiores de Patricio Contreras, volumen publicado por Provincianos Editores, “más que una reedición de los textos incluidos en sus trabajos anteriores, puede leerse como una reversión, una especie de remake”.
El libro reúne sus principales publicaciones: Calle abierta (2016) y Territorio en disputa (2018). A la fecha, ambos corpus habían circulado de manera más ander. Ahora, juntos y modificados -con poemas de más y de menos- dialogan en su forma y fondo: en los temas, los episodios, en dónde están situados: la periferia.
En esta entrevista el escritor, pedagogo, editor y tallerista revisa estos roles y su mirada sobre la poesía, definida por Pinos, -también- como política. “La poesía política no como un tema o un contenido, sino como una forma de escribir. Más que hacer poesía política lo que interesa es escribir políticamente”, dice.
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Para calentar la edición de esta entrevista vía mail (los tiempos están complicados), tomo el libro y lo abro al azar, a ver qué nos quiere contar para los lectores de mañana -y cualquier día- de esta revista:
Los recuerdos caen por su propio peso.
Esto es lo que nos dice como aventón, invitando a la lectura.

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-En la solapa, en tu perfil, te sitúas como puentealtino, no en Santiago. ¿Cómo defines este gesto?
Esa fue idea de un amigo de acá, el Juano. Me preguntó hace varios años por qué en mis reseñas decía que yo nací en Santiago, si es otra comuna, no la mía. Puede parecer tonto, pero es verdad, sobre todo en Caminos interiores, donde el imaginario expuesto se ubica en estos lugares donde lo rural y lo urbano conviven, en la periferia metropolitana. Es otra provincia, incluso. Es más específico y más real.
-Tu trabajo antes había sido publicado como libros independientes. ¿Qué hizo que naciera esta publicación que las reúne?
Fue idea del Nico Meneses, quien editó el libro. Somos amigos hace varios años ya. Hay mucho que ver entre Puente Alto y Buin. Tenemos muchas cosas en común. Mientras conversábamos la idea de publicar esto, me dijo que Territorio en disputa le gustaba incluso más que Calle abierta, por qué no publicábamos las dos obras juntas en Provincianos, sobre todo considerando que esas copias ya son escasas y andan perdidas. Me pareció una idea buenísima y el resultado está bien, me gusta mucho.
-Este libro tiene que ver con la calle y con el fútbol, entre otras cosas. Sobre el fútbol, ¿cómo definirías el lugar que ocupa en tu escritura? Pienso, por ejemplo, en la libertad y la memoria…
Creo que estas dos obras tienen dos ejes de trabajo: qué es lo político en la poesía y cómo funciona lo popular. En esto último el fútbol es clave. Crecimos en barrios donde las canchas son centros sociales, a veces directamente y en otras improvisados, pero ahí se reúne la gente, para lo que sea.
No sé si me importa mucho el fútbol como tema en la literatura. Hay gente que lo lee prácticamente como un subgénero. Creo que a mí me interesa más como una entrada obvia en lo popular y en el libro lo ocupo siempre como metáfora para hablar de cosas más importantes.
-En trayectoria, ¿cómo cambia la calle representada en tu poesía? Si tuvieras que escribir algo ahorita, ¿comparte el imaginario de lo que ya has escrito?
Yo creo que sí, aunque en Cancionero, lo último que publiqué este año con Editorial Ultramarina, las calles tienen salida al mar, porque lo escribí en Valparaíso. Pero las preguntas son las mismas con otras respuestas estéticas, otras formas. Además, un punto clave: los pasajes abiertos en los que crecí ahora están cerrados, tienen rejas. En el mismo momento en que publiqué el libro eso ya estaba cambiando o era un hecho consumado. Por eso me gusta el título Calle abierta, más allá de que sea un homenaje explícito a José Santos González Vera, uno de mis ídolos. En medio de delirios constantes en torno a la seguridad, la idea de una “calle abierta” sigue siendo atractiva, provocadora, incluye posibilidades distintas a la hora de imaginar una comunidad.
-Hay una especie de cuestionamiento al hecho de escribir, versus lo que pasan los otros. Esto me lleva a la idea de «lo útil» de la escritura. ¿Cómo lo ves?… más aún pensando en la poesía…
Como decía Piglia, la literatura no es útil y eso es parte de su potencia creadora. Piglia bromeaba diciendo que nos salvamos de que la literatura se creara antes del capitalismo, porque no sirve, no “produce” en esos términos, no habría sido “inventada” así. Algo borgeano, también a lo Piglia: la ficción altera la realidad y por eso es verdad, lo demás no importa. Entonces, la poesía que me interesa provoca lo real, lo interpela, por eso interrogo a la tradición chilena en Calle abierta y las posibilidades políticas que eso carga. Esa potencialidad nos permite hablar de los otros, porque alteramos su imaginario cultural y lo compartimos, lo volvemos común. Tanteamos un “nosotros” que posiblemente sea ficción, pero si altera la realidad se vuelve real. Eso es lo que me interesa. Esa extraña “utilidad”.
-Hay una dedicatoria a tus abuelos. Aparece tu padre, un tío… ¿cómo llevas tu escritura en relación a los antepasados? Escribirlos ya es un acto político.
Por supuesto que es un acto político. Siempre lo digo: mi abuelo paterno no sabía leer ni escribir, entonces, ¿cómo escribir algo que también le gustara, a él y a cualquiera de nuestros antepasados en las mismas condiciones? Quizá por eso me interesa tanto el oído, la tradición oral, algo que también busco en Cancionero. Los obreros que sabían leer ayudaban a los que no, a leer, a escribir y a firmar lo que necesitaban. Si consigo lo que busco, ¿habrían leído estos libros entre sí? ¿Leían a González Vera y Manuel Rojas mientras trabajaban? ¿Y a Neruda, Mistral, De Rokha? Me gusta pensar que sí.
-¿Qué diálogos estableces con otras escrituras, pasadas y presentes? Sale mucho, por ejemplo, don Pablo de Rokha.
Pablo de Rokha podría ser mi pariente. Raimundo Contreras es como un tío para mí. Leo El amigo piedra y en su biografía podrían salir mis tías o mis primos del campo si fuera Las Cabras o Cahuil lo que recuerda, en vez de Licantén o la cordillera talquina. La poesía chilena como una gran familia, con sus luces y sombras, los que se aman y los que se odian, los que les fue bien y los que les fue mal. Qué locura, ¿o no? Esa mesa larga terminaría como pelea de fonda. Mejor ni imaginarlo.
-Supe de este libro por una reseña que hizo Jaime Pinos y que publicamos acá en La Raza Cómica. En ese texto se aventuraba en lo conceptual de «poesía política». ¿Tienes una definición de ello? ¿Te sitúas allí?
No sé si exista la poesía política como una especie de género o tradición. Cuando lo pienso así lo imagino y trato de hacerlo real, pero no sé si lo es. Lo que hay en Calle abierta son preguntas en torno a eso, interrogaciones, poco o nada de afirmaciones, sería muy atrevido. Es un tanteo, una exploración. Por eso me cuesta definirlo y preferí escribir poemas en vez de ensayos sobre esto. Mejor así.
-Territorio en disputa fue escrito cuando trabajabas de bibliotecario. ¿Cómo fue esa experiencia? ¿En qué momentos conseguías escribir?
La mayoría de esos poemas los escribí en la biblioteca CRA de la Escuela Padre Hurtado, en Puente Alto. Eso fue entre el 2015 y el 2016, mientras editábamos Calle abierta, que salió justamente en noviembre del 2016. Fue dulce y amargo. Es una escuela que llega hasta 8vo básico, en medio de la pobla. Los cabros y las cabras iban más a jugar que a leer y lo pasábamos bien, pero tenían problemas de adultos, vivían una violencia muy grande y la biblioteca terminaba siendo un bálsamo para ellos, un escape. Era una especie de zona de distensión en medio de la guerra. Los colegios en general son eso en las poblaciones. Hay que ser muy conchasumadre para asaltar un colegio o violentarlo en cualquier forma, pero no falta el que lo hace. Hablo un poco de esto y lo otro. Me gustó hacerlo, pero me fui porque no lo pude aguantar, me daba caleta de pena. El 2017 tomé mis ahorros y me fui a Valpo con la Gaby, con mi compañera, y lo pasamos mejor allá.

-Vi que das talleres. ¿Cómo te planteas esa labor?
Con mucha seriedad. Soy bueno para el hueveo en general, pero me tomo con seriedad la pega de hacer clases donde sea. No distingo entre hacer clases en la universidad con hacer talleres en espacios culturales o en okupas. Soy mistraliano para esto. Hacer clases es algo serio, sumamente importante. Por lejos el trabajo más noble que hago, el que más me gusta hacer.
-También formas parte de Anagénesis. ¿Cómo se posicionan desde la labor editorial? ¿Cómo funcionan ustedes como colectivo?
Anagénesis nació el 2009 como revista, pero yo me sumé el 2014, cuando se motivaron a hacer libros. Llevo más de 10 años y el equipo ha cambiado mucho. Ahora trabajo con Joyce Duarte como editora conmigo y Pato Bascuñán y Gael Pardo en diseño. Somos una editorial autogestionada, horizontal en el trato entre nos y con nuestros autores y autoras. Tanteamos formas políticas y económicas distintas, pero producimos lento, demasiado a veces, aunque quizá da igual. No tenemos perspectiva de empresa y la mayoría para la olla haciendo clases. Hoy en día tenemos cuatro colecciones: Poesía, Narrativa, Pensamiento Crítico y Artilugios. Las dos últimas son nuestras novedades. En la primera queremos publicar “no ficción”: testimonios, críticas, ensayos, crónicas, etc. En la segunda libros experimentales en torno a lo visual, donde mi tocayo Bascuñán se luce. Y seguiremos explorando, seguramente. Nuestra próxima aventura será hacer libros para niñeces. Veamos cómo sale eso.
-¿Cuáles son tus actuales preocupaciones poéticas? ¿Qué estás escribiendo?
Ahora ando presentando Cancionero, que salió en una editorial española que se llama Ultramarina, donde trabajan migrantes mexicanos y peruanos. Muy bacanes, por cierto, los estoy conociendo como autores también. Fui papá hace poquito y ha sido difícil mover el libro, sobre todo pensando que no pillarán nunca una copia en librerías, porque la editorial no tiene giro de venta acá, entonces todo lo que distribuyo es mano a mano en las presentaciones o encuentros. Ya he presentado en Santiago, Puente Alto, Pudahuel, Valparaíso y el litoral. Ahora quiero ir a Talca y estoy invitado a Osorno y Copiapó también, donde quizá me dé una vuelta en el verano. Así hasta que pueda viajar a España y presentar allá. Perú y México también están en los planes. Son 500 copias y ya hemos vendido casi 100 acá, desde mayo que lanzamos. Seguramente las primeras 200 las movamos entre este año y el próximo en Chile y ojalá después lo que cuento, hasta que se agote. Estoy escribiendo muy poco entre la crianza, la docencia y todo este movimiento. Lueguito se dará seguro, después de tanta nueva experiencia no puede ser de otra manera.




