Leer desde el comienzo: la deuda pendiente con la infancia

noviembre 25, 2025
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En una sociedad marcada por la velocidad, el pensamiento fragmentado y profundas brechas en el acceso a la cultura, la literatura infantil permanece en la sombra. Reflexionar sobre su valor no es solo una cuestión educativa: es una urgencia ética, política y social.

En tiempos dominados por las pantallas y la inmediatez, la literatura para niños y niñas ha sido relegada a un segundo plano. Se la considera algo accesorio, casi decorativo dentro del panorama cultural chileno. Sin embargo, nunca ha sido más necesario detenerse a pensar en el valor que tienen los libros para las infancias, no solo como vehículos de lectura, sino como espacios de construcción simbólica, emocional y crítica.

La polarización social, la incertidumbre política y la crisis educativa atraviesan la vida cotidiana en Chile. En ese escenario, la infancia se vuelve uno de los grupos más invisibilizados. Junto a ella, se silencian también sus formas de expresión, sus necesidades culturales y su derecho a imaginar un mundo distinto. La literatura infantil, cuando se la toma en serio, ofrece precisamente eso: un lugar donde la infancia puede pensarse, sentir, jugar, construir identidad y también resistir.

Vivimos en una sociedad claramente adultocéntrica, donde las prioridades culturales y políticas se organizan desde y para los adultos, relegando los intereses, voces y visiones de la infancia. Esta visión se hace evidente en decisiones recientes a nivel institucional. Este año, 2025, el Premio Municipal de Literatura de Santiago —el más antiguo y prestigioso del país— eliminó cuatro categorías, entre ellas Literatura Infantil y Juvenil. Aunque se alegaron razones presupuestarias, la medida revela una jerarquización de la producción literaria donde las obras dirigidas a niños y jóvenes siguen siendo marginadas.

A pesar de los discursos que promueven la lectura desde el Estado y otras instituciones, el acceso real a libros de calidad sigue siendo profundamente desigual. Muchas bibliotecas escolares sobreviven con materiales obsoletos, y en numerosos hogares el libro no es una presencia cotidiana, sino un lujo. Aunque la oferta editorial ha crecido, enfrenta obstáculos estructurales: el mercado está concentrado, la distribución fuera de los grandes centros urbanos es limitada, y pocas voces se atreven a abordar la infancia desde perspectivas sensibles, actuales y desafiantes.

Con frecuencia, la literatura infantil es reducida a una herramienta funcional, subordinada a fines pedagógicos o evaluativos. Se la utiliza para enseñar “valores” o para mejorar resultados en pruebas estandarizadas, dejando de lado su dimensión estética, simbólica y transformadora. Esta visión utilitaria le niega su verdadero potencial: abrir preguntas, incomodar, emocionar, provocar pensamiento. Leer no debería ser solo una destreza escolar, sino una forma de estar en el mundo con mayor conciencia, sensibilidad y capacidad de cuestionamiento.

La producción literaria para las infancias existe: es valiosa, comprometida, innovadora. Pero rara vez ocupa espacios en medios, ferias, políticas públicas o en la conversación cultural. Esa falta de visibilidad no es casual. ¿Qué dice eso sobre la forma en que concebimos la infancia en nuestra sociedad? ¿Por qué seguimos pensando que los niños deben leer únicamente libros “bonitos” o “inofensivos”, cuando el mundo que enfrentan es todo menos eso?

La literatura infantil puede ser juego y también memoria. Puede enseñar, pero sobre todo, puede acompañar con honestidad los procesos de crecimiento, sin subestimar la inteligencia ni la sensibilidad de quienes leen. Si seguimos ignorando su potencia, no solo perdemos una herramienta educativa; perdemos la oportunidad de formar generaciones más libres, más críticas y más imaginativas.

En un país que aún busca su relato común, que enfrenta desafíos profundos en su sistema educativo y cultural, apostar por la literatura infantil es una forma de apostar por el futuro. Pero no por cualquier literatura infantil, sino por aquella que se atreva a nombrar lo complejo, que dé espacio a la diversidad, que escape de las fórmulas y que reconozca a la infancia como lo que es: una etapa crucial, rica, potente y profundamente política.

Leer con y para la infancia no es un acto menor. Es, quizás, el primer paso para imaginar un país distinto.

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