/ por María Yaksic
La Habana, 30 de enero de 2016
Desde su creación en 1960, el premio Casa de las Américas (antes Concurso Literario Hispanoamericano) es uno de los más prestigiosos de América Latina y el Caribe. No sólo ha sido la antesala para el reconocimiento continental y mundial de obras y autores de la región (Las ceremonias del verano de Marta Traba y Poesía de paso de Enrique Lihn en 1966, Me llamo Ribogerta Menchú de Rigoberta Mechú y Elizabeth Burgos en 1983, por nombrar algunos), sino también el correlato de una política cultural continua que, bajo el alero de la Cuba revolucionaria, lleva más de medio siglo en curso. En su versión 57, y al igual que en las anteriores, la llamada “semana del premio” tuvo un numeroso jurado proveniente de una docena de países (entre quienes destacan los narradores Santiago Gamboa, la argentina Ana Quiroga, el uruguayo Ramiro Sanchiz, el puertorriqueño Eduardo Lalo, el haitiano Gary Victor y los ensayistas Julio Ramos e Idelber Avelar, entre otros representantes del continente). Durante diez días (del 18 al 28 de enero) el jurado trabajó en la selección de obras y las actividades públicas en torno al premio.
Recordando el célebre discurso pronunciado por el Che en la Conferencia de Punta del Este de 1961, cuando dijo que este certamen era la “exaltación del patrimonio cultural de nuestra América”, la presentación oficial del premio otorgó un lugar especial al país rioplatense. Este reconocimiento fue materializado en la invitación extendida al expresidente José Mujica, quien el martes 26, como en otros años los uruguayos Galeano y Benedetti, llenó rápidamente el Salón Che Guevara y las afueras de la Casa para hablar de los desafíos del socialismo del siglo XXI, los perjuicios de la burocratización de los procesos revolucionarios y la importancia de las culturas y su horizonte de posibilidades como eje articulador de las transformaciones sociales.
Para Chile, esta versión del premio tiene un carácter especial: Claudia Zapata, intelectual chilena y directora del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad de Chile, fue jurado del certamen en la línea Premio de Estudios sobre culturas originarias de América y además participó presentando su libro Intelectuales indígenas en Ecuador, Bolivia y Chile. Colonialismo, anticolonialismo y diferencia (Abya Yala, 2013), obra reconocida por la institución cubana con el premio de ensayo Ezquiel Martínez Estrada en 2015.
Trayectoria de un premio
El libro premiado ha tenido una escasa circulación en Chile. Sin un lanzamiento público ni mayor cobertura de prensa, Intelectuales indígenas… (ahora reeditado por la editorial Casa de las Américas) fue reconocido por unanimidad el año pasado. Aquí, en Cuba, tuvo dos presentaciones, una en Cienfuegos y otra en La Habana, junto a los demás libros galardonados en la versión 56 (El libro uruguayo de los muertos de Mario Bellatín, La novela de la poesía de Tamara Kamezain, Cuba año 2025 de Juan M. Ferrán Oliva, entre otros).
El volumen es un estudio derivado de su tesis doctoral cuyos primeros pasos se dieron en el 2003, cuando Zapata se proponía articular la producción intelectual de los movimientos indígenas de la segunda mitad del siglo XX con la historia contemporánea de América Latina. A partir de los textos y documentos revisados, apunta la autora, la apuesta estuvo en integrar una mirada diferencial sobre los autores en cuestión, siguiendo el valioso impulso trazado en los años noventa por los estudios sobre poesía indígena contemporánea.
Manteniendo una perspectiva latinoamericana integral, el libro se enfoca en la escritura de intelectuales quichuas de Ecuador, aymaras de Bolivia y mapuche de Chile. De alguna forma, el volumen constituye un asalto a la ciudad letrada en la medida en que desafía el lugar tradicional otorgado a los intelectuales: el tránsito de los intelectuales indígenas desde el rol de informantes al de autores es una muestra de ello. En sintonía con aquellas ideas se dirigieron sus reflexiones en el panel “Intelectuales indígenas en el siglo XXI”, junto a Natalio Hernández (México) y Javier Lajo (Perú), mesa de discusión que abrió el programa de la semana del premio. En la ocasión, Claudia Zapata expuso:
“El hecho de que la aparición de Manquilef en los Anales de la Universidad de Chile no fuera suficiente para que trascendiera en el tiempo como autor, sino como informante (nativo) y colaborador del etnógrafo Tomás Guevara, nos plantea el siempre espinudo tema de la legitimación, el reconocimiento y el lugar que estos autores ocupan en el campo intelectual, tanto en Chile como en los demás países latinoamericanos, donde se advierten dificultades y conflictos parecidos.”
Para Zapata, la racialización histórica de los indígenas ha venido acompañada de una demanda de autenticidad y una tendencia esencializadora que poco contribuye al reconocimiento del peso político y cultural de estos intelectuales, específicamente, en el desarrollo de movimientos que han sido cruciales dentro de la contemporánea historia política de la región, es decir, en la segunda mitad del siglo XX y los inicios del XXI. Por ello, gran parte del libro se ocupa de instituir y defender la categoría de intelectual en el marco de esta contienda propia de la constitución de los campos de saber y poder a lo largo de nuestra historia republicana. Para ella, la intelectualidad indígena: “constituye una corriente con una importante trayectoria en el campo intelectual latinoamericano. Se encuentra fuertemente vinculada a las luchas indígenas contemporáneas ‒las propias y las de todos los pueblos indígenas de América‒; posee una complejidad interna que se expresa en vertientes y debates que me parecen de la mayor relevancia”. Y remarcó: “No encontrarán aquí un sujeto colectivo, compacto y sin fisuras; sino sujetos que piensan, escriben, proponen, debaten y hacen política”.
Ante el debate en torno al rol de las instituciones a la hora de promover diálogos interculturales, Zapata apuntó: “al final, el problema no es el intercambio sino la jerarquía en que se produce el intercambio, por tanto, ante todo, el problema es el colonialismo, el racismo, el imperialismo”. De allí que, siguiendo a Said ‒como ella dijo‒, el rol de los intelectuales en el espacio público sea de vital importancia a la hora de impulsar las trasformaciones en este campo y en el terreno político.
Durante su presentación, Zapata manifestó el honor que le confiere este reconocimiento que años antes, en el 2007, también fue otorgado a uno de los libros que acompañó su investigación: Elogio a la diversidad. Globalización, multiculturalismo y etnofagia de Héctor Díaz Polanco.
La Casa habitada
La semana del premio finalizó con la presentación de los ganadores del 2016. En la línea de cuento el jurado falló a favor de Ni una sola voz en el cielo de Ariel Urquiza (Argentina), en Ensayo de tema artístico literario: De las cenizas al texto. Literaturas andinas de las disidencias sexuales en el siglo XX de Diego Falconi Travez (Ecuador), en teatro: Si esto no es una tragedia yo soy una bicicleta de Legna Rodríguez Iglesias (Cuba). El Premio de estudios sobre culturas originarias de América fue para Mingas de la palabra. Textualidades oralitegráficas y visiones de cabeza en las oralituras y literaturas indígenas contemporáneas de Miguel Rocha Vivas (Colombia) y en literatura brasileña para Devotos y Devassos. Representação dos padres e beatas na literatura anticlerical brasileira de Cristian Santos. En cuanto a literatura caribeña en francés o creole, el reconocimiento lo obtuvo Le bataillon créole (Guerre de 1914-1918), novela de Raphël Confiant (Martinica). El premio de poesía José Lezama Lima, en tanto, se lo llevó Verdad posible de Eduardo Langagne (México), el Premio de ensayo Ezequiel Martínez Estrada: Cuando lo nuevo conquistó América. Prensa, moda y literatura en el siglo XIX de Víctor Goldgel (Argentina) y, por último, el Premio de narrativa José María Arguedas lo ganó Las cenizas del cóndor de Fernando Bitazzoni (Uruguay).
El balance de la semana, para quienes pudimos presenciar el evento como espectadores, apunta a que, en suma, la Casa demuestra una auténtica voluntad política en su compromiso con la cultura: tanto en la vocación amplia de reconocer autores y libros del continente, como también en promover un jurado representativo de dicha diversidad. A pesar de los conocidos problemas que presenta la isla para la impresión, los libros se imprimen (en España) y se venden a bajo costo (el promedio de es de 10 cup, alrededor de 400 pesos chilenos). Junto con ello, la institución demuestra una asombrosa integración generacional: la dirección de varias áreas de la Casa es encabezada por jóvenes cubanos que trabajan en conjunto con las generaciones intelectuales que les preceden: ni temores ni coerciones existen a la hora de hacer andar los proyectos. Al parecer, la creación permanente de una tradición (viva y móvil) se recrea aquí entre quienes la habitan y la dirigen; un encuentro excepcional entre continuidad y renovación que se sustenta en una genuina experiencia de democratización institucional propia de la Casa de la Américas, que es también, desde Chile, nuestra Casa.
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