/ por Félix Sagasta
Amanece en la playa de Ancón. Me quito las sábanas. Respiro con dificultad. La pieza es chica y duermen cinco personas más. El calor se te pega. Me refriego los ojos. Hago a un lado las moscas. No me conozco bien con ninguno de los que siguen durmiendo. Sólo sé que están en Ancón por el verano y que trabajan en chambas por las que no ganan más de seiscientos soles mensuales.
Hace cinco veranos que vengo aquí y hago lo mismo. El calor siempre es el mismo. No lo quita ni la ducha ni el mar. Me levanto y creo que encontraré algo para el desayuno, pero no hay nada. Mis compañeros de pieza se comieron todo, hasta lo que me preocupé de aislar y dejar con mi nombre. Sé que no respetan nada. ¡A ellos tampoco los respetan en nada! Yo soy respetuoso. Me lo metieron a golpes. Respeta, si quieres ser respetado, me decía mi mamita. Pero sé que eso no es tan sencillo. Me baño, me pongo un polo, short, chancletas y me cuelgo el pito al cuello. Me gusta salir temprano para caminar por el malecón hasta mi trabajo. Esos son los minutos que más disfruto. Respiro. Pienso en la idea de trabajar para otro. Pienso en la extensión de arena que desaparece debajo del mar. Imagino que siguiendo esa ruta podría llegar a alguna parte del mundo donde la explotación laboral fuera una broma. Pero sé que nadie es tan bromista.
– Ahí llegó Miguelito, venga mi cholito, lo estábamos esperando, me dice el gerente de Villa Hermosa.
– Como no señor, buenos días, respondo y me reverencio.
– Muy bien Miguelito, si este es mi mejor cholito, tan cumplidor oye. No te olvides de tocar bien fuerte ese pito, que se escuché hasta el Callao.
– Sí, señor, como usted mande, respondo monótonamente.
Me dirijo hasta el cordel que separa la arena blanca y fina de Villa Hermosa de la arena oscura y gruesa de Ancón. Lo tenso y levanto la vista. Me aseguro que se vea sobre la superficie del mar, como si fuera una anguila eléctrica. Mi cordel convierte la playa de Ancón en dos playas. Es un extraño lujo. Si uno lo piensa, es sólo gente, nada más que gente, tienen ojos, les da hambre, se ríen de tonteras. ¿Por qué tiene que ser tan complicado?
Ahí vienen llegando los propietarios de Villa Hermosa. Caminan con ese aire de importancia y siempre me pregunto qué es lo que pasará por sus cabezas. Los veo atravesar el arco de la entrada que tiene escrito en letras de metal forjado: Balneario Villa Hermosa. La fachada es una muralla de piedras no muy alta. Mi cordel está amarrado en un poste y recorre desde la entrada hasta desaparecer bajo el mar.
Los propietarios y sus familias se esparcen por la arena, ocupan sus espacios diferenciándose entre ellos. Se supone que debo ejercer mi labor de manera invisible, pero no silenciosa. El gerente siempre me dice que toque el pito como si yo no estuviera ahí. Es un poco extraño, pero lo intento. Piiiiiiiiiiiiiiiiiii y muevo mi mano horizontalmente para que entiendan que deben nadar en la dirección opuesta. Es sencillo. La gente de Ancón no tiene que ocupar ni la arena ni el mar de Villa Hermosa.
A veces quisiera cortar ese cordel y hacer sonar el pito más fuerte de lo que me dice el gerente. Me gustaría ver cómo la anconada se mezcla con ellos. Invade sus círculos y ensucia esa arena tan fina y blanca. Pero siempre que la rabia me está subiendo y quiero dejar esta chamba, me resuena su timbre. Respeta, si quieres ser respetado, ¡carajo! Me muerdo los labios y sigo tocando el pito. Veo su vientre nadar sobre el cordel. Veo su rostro arrugado y el traje de baño café con rayas verdes que se ponía cuando veníamos de vacaciones. Hago sonar el pito más fuerte, pero ella sigue nadando. Las familias de Villa Hermosa se levantan asombradas. Me miran. Yo les devuelvo la mirada. Mi pito sigue sonando. Escucho los gritos del gerente. Me olvido que estoy ahí. Me siento invisible. El gerente me toma del cuello y me lo quita. Ya no me importa ser respetado, ya no quiero ser respetado. Sigo el movimiento del café y de las rayas verdes. Mis pies sienten el agua de la orilla. Extiendo mis brazos en forma de flecha y me zambullo en el mar de Villa Hermosa. //
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La raza