/ por La Raza
Desde hace más de quince siglos que escritores (ahora también escritoras) utilizan la écfrasis como procedimiento retórico-discursivo que establece relaciones entre textos literarios y objetos plásticos. Si bien sus primeras expresiones se reducían a una descripción vívida que permitía «presentar el objeto ante los ojos», su desarrollo y potencial permitió nuevas incursiones que modificaron su escritura, presentación y significación, ahora intertextual e intermedial.
En tiempos donde la regla parece ser la fragmentación de los materiales e incluso de nuestras reflexiones, queremos apostar por la argamasa y la articulación, para así explorar las posibilidades de diálogo entre imagen y texto, a partir de un formato que exceda la clásica ecuación: figura estática-interpretación escrita, y así caminar por senderos donde lo sensible y lo inteligible se trencen (a golpes, a abrazos, a cachas) y donde también nosotros nos volvamos a enredar en esa madeja.
De ahí que esta invitación consista en producir -con material literario, visual, sonoro y sus mixturas- una ékfrasis, entiendo esto como un ejercicio que rearticula expresiones distintas, que visibiliza fragmentos olvidados y/o que aporta con nuevas lecturas críticas y creativas. Una invitación que socializamos como un esfuerzo contra nuestra dispersión mental y social, pero también para propiciar el encuentro concreto con un “otro” dentro del siempre tan solitario juego de la invención. Apelamos a la experiencia vertiginosa de mezclar elementos (nos declaramos seducidos por un eterno amateurismo), y así plasmar en la hechura, no solo nuestras disciplinas y oficios, sino lo que creemos es la riqueza misma de la heterodoxia latinoamericana.
La partida ya está en marcha. Las primeras piezas en movimiento son sólo una muestra de las potencialidades de este ejercicio. La primera ékfrasis es un poema inspirado en una canción y su videoclip; la segunda es un micro-cuento en diálogo con una foto análoga intervenida y digitalizada. Territorios cautivos el uno del otro, pero, al mismo tiempo, inapelablemente soberanos. El tercer ejercicio se presenta como una ékfrasis de flujo inverso, como la representación audiovisual de un momento narrativo. La cuarta vuelca la mirada sobre el arte colonial y su necesaria re-imaginación contemporánea; mientras la quinta utiliza el montaje de materiales emblemáticos de la cultura latinoamericana, a primera vista disociados, pero que son capaces de entablar un diálogo diáfano entre ellos.
¡Poetas y poetizas del mundo, uníos! (reseñaos, editaos, y luego desuníos de nuevo)
La Raza Cómica invita/convida/conmina a poetas, artistas visuales, prosistas, fotógrafos, cuentistas, videastas, narradoras, músicos, cronistas, ensayistas y un largo etcétera, a sumarse a este ejercicio colectivo que será publicado continuamente por redes sociales y en nuestra revista.
razacomica@gmail.com / www.razacomica.cl
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Ékfrasis #1: «Ser negro en un mundo de blancos» por Parménides Soto
¡Ay de quien pierda la compostura!
Enfermo de piel y palenque
la noche pegada al labio,
le gritaban con tirria difusa
los astrosos prelados del juego.
Y a él le daba por bailar.
Prefería pisar la copa de los paltos,
O esa aislada perspectiva aérea
Que otorga el sosegado telar
Del tendido eléctrico.
Casi cualquier cosa que propiciase
La ingrávida prerrogativa de la altura.
Barajaba la bella probabilidad
de caer hacia el cielo,
e inventar la aerodinámica del precipicio.
Trinchera de pasitos tristes
Por sobre la línea de flotación,
Improvisa el paradigma del mirlo.
Cierto parecido a las corcheas,
Ávido de ramajes y sombra.
Canción para emboscar la rabia
Y a él, ya no era posible detenerlo,
Le daba por bailar.
Ser negro en un mundo de blancos.
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Ékfrasis #2: «Prisionización» por Loreto Quiroz + Noelia Monópoli
La 615 iba llena de anónimos muertos dóciles, cada uno en su concha y yo en la mía, todos con la actitud del tránsito diario hacia una cotidianeidad sin dientes. Eran las 7:07 am cuándo subió un hombre un poco invisible y nos dijo “sufro de una extraña enfermedad, se llama prisionización, acabo de salir de la Peni y lo único que quiero es volver a entrar”, sacó un cuchillo y acto seguido nos asaltó, uno por uno. Cuándo terminó de robarnos, el maravilloso perdedor, puñal en mano, le pidió al chofer “me deja en Nueva Centenario 1789 por favor”.
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Ékfrasis #3: «Andenes» por Cristián Pacheco + Paxsi
Te gusta llegar a la estación
cuando el reloj de pared tictaquea,
tictaquea en la oficina del jefe-estación.
Cuando la tarde cierra sus párpados
de viajera fatigada
y los rieles ya se pierden
bajo el hollín de la oscuridad.
Te gusta quedarte en la estación desierta
cuando no puedes abolir la memoria,
como las nubes de vapor
los contornos de las locomotoras,
y te gusta ver pasar el viento
que silba como un vagabundo
aburrido de caminar sobre los rieles.
Tictaqueo del reloj. Ves de nuevo
los pueblos cuyos nombres nunca aprendiste,
el pueblo donde querías llegar
como el niño el día de su cumpleaños
y los viajes de vuelta de vacaciones
cuando eras –para los parientes que te esperaban—
sólo un alumno fracasado con olor a cerveza.
Tictaqueo del reloj. El jefe-estación
juega un solitario. El reloj sigue diciendo
que la noche es el único tren
que puede llegar a este pueblo,
y a ti te gusta estar inmóvil escuchándolo
mientras el hollín de la oscuridad
hace desaparecer los durmientes de la vía.
«Andenes», de Jorge Teillier
El árbol de la memoria, 1961)
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Ékfrasis #4: «A la hora de misa» por Dia Ballein
Adentro, donde resuenan los barrotes y el fuego nunca se apaga, se puede ver trabajando sin descanso a los indios andinos. Están sacando la plata que será usada en contra de ellos, de sus necesidades más cotidianas, de sus experiencias más divinas, de su cuerpo y su pensamiento. Con ella harán pinturas del Juicio Final, el Infierno y el Cielo, que serán armas en contra del diablo que aún habita en la imaginación indígena; aquel que los lleva a ver dioses y antepasados en las piedras, los ríos, los cerros, el sol, la luna y las estrellas abuelas.
El cerro es el Potosí, cubierto por el manto fino de la virgen, bajo el cual se esconde los sufrimientos que produce el nuevo fetiche que está desplazando a la religión: el dinero. Antonio de la Calancha no dudó en violentar la mente indígena con su descripción de la mina como “las entrañas del monte” donde “…resuenan ecos de los golpes de las barretas, que con las vozes de unos i gemidos de otros, semejan los ruidos al horrible rumor de los infiernos…”
Pero si la mina proveía las condiciones mínimas para permanecer vivos, por semejanza, también lo haría el Infierno. La mente colonizadora no pudo crear un terror que superara al de la existencia terrenal. Tampoco un cielo que pudiera seducir a los indios. Aspirar al Cielo significaba olvidar; enviar a sus padres, madres, abuelos, dioses e imágenes bajo tierra, saberlos quemándose eternamente. Con toda su memoria enterrada en la oscuridad, sus muertos calcinados, sus creencias destruidas, la reproducción de su cultura sería imposible. Pero como dijo el arcángel caído de Milton, “el espíritu lleva en sí mismo su propia morada y puede en sí mismo hacer un cielo del infierno o un infierno del cielo”. Es por eso que tal como los mexicanos, chinos y japoneses evangelizados, y los paganos del Medioevo varios siglos antes, frente a la promesa de salvación individual que reuniría a los andinos con los buenos cristianos en el cielo, muchos prefirieron visitar a sus padres y abuelos en ese abismo negro y conocido que era el infierno. Ahí los indios cantan, bailan y tejen los diseños soñados por el sacra. Lo demoniaco como parte de una cultura se vuelve resistencia frente a uno de los controles menos tangibles, aunque más dañinos de la conquista, el de la imaginación.
«Infierno» de José López del los Ríos, 1684.
Iglesia de Carabuco, Bolivia
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Ékfrasis #5: » Treno por vos» por La negra malula
«Yo buscaba más bien una expresión musical que surgiera de la palabra desnuda, de la palabra anterior a la música -no de la palabra hecha música por exageración y estilización de sus inflexiones, a la manera impresionista-, y que pasara de lo hablado a lo cantado de modo casi insensible, el poema haciéndose música, hallando su propia música en la escansión y la prosodia como ocurrió probablemente con Dies Irae, Dies Ille del canto llano, cuya música parece nacida de los acentos naturales del latín. Yo había imaginado una suerte de cantanta, en que un personaje con funciones de corifeo se adelantara hacia el público y, en un total silencio de la orquesta, luego de reclamar con un gesto la atención del auditorio, comenzara a decir un poema muy simple, hecho de vocablos de uso corriente, sustantivos como hombre, mujer, casa, agua, nube, árbol, y otros que por su elocuencia primordial no necesitaran del adjetivo. Aquello sería como una verbogénesis. Y poco a poco la repetición misma de las palabras, sus acentos, irán dando una entonación peculiar a ciertas sucesiones de vocablos, que se tendría el cuidado de hacer regresar a distancias medias, a modo de un estribillo verbal.»
Los pasos perdidos
Alejo Carpentier, 1953
https://www.youtube.com/watch?v=rUYg1t0qoGo
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[Portada] Foto de Francisco Mata Rosas
Perfil del autor/a:
La raza