/ por Patricio Contreras
Quienes crecieron en la década de los 80’s y principios de los 90’s en nuestro país, posiblemente recuerden con claridad el caso de Corina Lemunao, la “mujer gallina” de Lonquimay. Corina nació con autismo y desde los cuatro años de edad fue confinada por su familia al gallinero de la casa, donde adoptó las costumbres de las gallinas. Se alimentó de maíz, imitó sus movimientos y quizá también su lenguaje, siempre recluida en el más brutal abandono. En esta historia real está basado La mujer gallina, el primer libro de Karo Castro, quien plantea la posibilidad de darle voz a este personaje icónico de la dictadura militar chilena, para la cual funcionó como espejo, de una forma u otra.
La obra está dividida en tres apartados: “El gallinero”, “La domesticación” y “Desplegar las alas”. El primero describe la niñez y el ambiente en el cual creció Corina, recreando –con la fuerza de la subjetividad que la poesía ofrece– su búsqueda de identidad en la sordidez del encierro. Se nos cuenta cómo veía el mundo, cómo tanteó su voz, cómo intuía su propio ser dentro de la oscuridad –tanto interna como externa– que padeció dentro de ese gallinero. “Las palabras no pueden pronunciarse / No alcanzan a nombrar / la cicatriz crece día a día / Vivir desde el silencio (sin voz) / No tener miedo del silencio / No tener miedo a permanecer en afonía / y habitar el espacio más árido del corazón” (13), leemos.
Haciéndose cargo de la voz silenciada de Corina, Castro crea un discurso donde se problematiza la relación de la hablante con el lenguaje, su permanente esfuerzo por expresar lo que no puede ser expresado. Porque, en su caso, las palabras no pueden formularse; y aunque pudieran, no encontrarían destinatario. Es ese el vacío que se intenta describir. “No digas nada sella tus labios”, escribe Castro, “Corina / el lenguaje es impenetrable al oído / de quienes no quieren escuchar” (25).
El segundo apartado rastrea lo ocurrido después de que Corina fue liberada por las autoridades de la época. Esto sucedió en 1992, en medio de un gran revuelo mediático. Esa supuesta libertad, posterior a la infamia, es cuestionada por la autora, quien –ahora en voz de Corina– interpela a esa paradójica sociedad chilena que actuó como víctima y victimaria a la vez. “Ellos, los libres / son más prisioneros y no lo ven / Basta verlos hablar / Las palabras no comunican” (32), nos dice. Y más adelante: “Me saqué su clase obrera domesticada / la ignorancia de una dictadura que igualmente viví / con mi propia carcelera / porque aquí no se salva nadie” (33).
El punto es claro. Corina Lemunao se expuso como la reverberación de ese país silenciado y profundamente violentado que fue el Chile de la dictadura. Hija insigne de esa sociedad amordazada. Ave domesticada que, teniendo alas, nunca pudo emprender el vuelo. Sin poder hablar. Sin libertad. Pero afuera, en la mal llamada transición a la democracia, la realidad se revelaba igual e incluso peor para quienes se compadecían de su historia.
En el último apartado, la autora hace hincapié en el proceso de maternidad de Corina y, más allá de las múltiples violencias existentes tras este hecho, ve en su alumbramiento una posibilidad de redención tanto para la hablante como para el mundo entero. Aflora entonces la integridad y la búsqueda de trascendencia y, a la hora de crear vida más allá de su propio cuerpo, se sitúa a Corina en una situación idealizada donde se vuelve posible la venganza como sinónimo de dignidad. “Las aves harán el llamado / Detrás del sol el cielo será rojo / Los huevos más hermosos / serán liberados de sus nidos” (78), prefigura Castro. Y más adelante: “El universo va a parirme / Los pájaros preparan círculos de fuego […] / Enjaularé a dios aquí / como testigo de mi transformación” (79).
En La mujer gallina, Karo Castro reivindica y resignifica la postergada vida de Corina Lemunao. Verbaliza su vía crucis. Deja que la poesía le otorgue voz a quien no tuvo la opción de tenerla. Y, a fin de cuentas, retoma otra de las tantas historias macabras que el desmemoriado Chile ha preferido olvidar, quizá porque revelan demasiado acerca de sus más podridos cimientos.
La mujer gallina
Karo Castro
Balmaceda Arte Joven Ediciones, 2016
Poesía, 86 págs
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