/ por Matías Marambio
Las noticias del fallecimiento de Fernando Martínez Heredia me llegaron con rapidez. A pesar de la infame precariedad en las comunicaciones con Cuba, las notas periodísticas –primero informativas, luego más reflexivas– aparecieron con apenas horas de diferencia. Los últimos años han visto varios decesos de figuras cuya impronta en el pensamiento latinoamericano ameritaría mucho más que la nota necrológica que ensayo en este momento: Ferreira Gullar, Josefina Ludmer, el mismo Fidel Castro y, más recientemente, Antonio Candido.
Martínez Heredia tiene en la lista anterior un lugar más que merecido, y ello puede asociarse a su participación en dos instancias que hablan, a su vez, de la historia intelectual de Cuba. La primera es la dirección de Pensamiento crítico (1967-1971), revista vinculada al Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana. En un lapso breve –muestra de las intensidades y pasiones políticas que animaron tanto a Cuba como al resto del continente–, Pensamiento crítico cubrió un rango amplio de problemáticas que hoy resultan imprescindibles para comprender ese momento agitado de la historia que, a falta de un término más sugerente, denominamos los años 60´s.[1] Autores como André Gunder Frank, Herbert Marcuse, Paul Sweezy y Paul Baran, Paul Ricoeur, Ho Chi Minh, Amílcar Cabral, Stokely Carmichael, Mario Benedetti y Aníbal Quijano (continuar la lista sería rozar una pomposidad ajena a los propósitos de la revista) aparecieron en sus páginas. El camino que traza una lectura de ellas nos lleva por las luchas de descolonización en perspectiva tercermundista; la comprensión del capitalismo en sus dimensiones imperiales, dependientes y subdesarrollantes; la estrategia socialista desde La Habana hacia el resto de América Latina; la producción artística experimental y sus claves de lectura, entre otros tópicos.
En reiteradas ocasiones, Martínez Heredia aludió al trabajo de este período usando la frase “el ejercicio de pensar”. Las altas expectativas que desató la Revolución Cubana se contagiaron por distintos segmentos del campo intelectual de la isla, y llevaron a la profundización de una praxis teórica heterodoxa que existía en Cuba desde hace largo tiempo. De algún modo, el ímpetu de Pensamiento crítico por difundir ideas radicales y de avanzada se hace eco de varias tendencias previas en el mundo de las revistas cubanas. Quizás sea una derivada revolucionaria del espíritu erudito de José Lezama Lima, una forma de “cosmopolitismo socialista” cuya primera manifestación estaría en José Carlos Mariátegui.
1971 fue un año turbulento para la intelectualidad en Cuba, marcado en lo internacional por las repercusiones del arresto de Heberto Padilla y, en el ámbito interno, por las resoluciones adoptadas por el Congreso de Educación y Cultura.[2] Fue en esa coyuntura que ocurrió el cierre de Pensamiento crítico y el relegamiento de Martínez Heredia a un lugar más que secundario en la institucionalidad cultural. Promover líneas teóricas que eran consideradas poco ortodoxas no resultaba un empeño muy afín a las nuevas orientaciones del régimen revolucionario, y las diversas sanciones (muchas de ellas en el plano informal) que cayeron sobre el grupo de Pensamiento crítico sólo se levantaron hacia los años ochenta.
A inicios de los noventa se produce el segundo hito al que hice referencia más arriba: la llegada de Martínez Heredia al Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, primero como responsable de la Cátedra Antonio Gramsci y, luego, como director del Instituto. La coyuntura en que se produjo este arribo fue tan curiosa como desafiante, pues responde al encabalgamiento entre la llamada “rectificación de errores y tendencias negativas” de los ochenta (momento de prosperidad relativa y de florecimiento de iniciativas culturales) y el “período especial” de los noventa (época marcada por la contracción económica posterior al colapso de los socialismos reales). Resulta notable la insistencia de Martínez Heredia por reavivar el estudio de la tradición heterodoxa del marxismo, especialmente de sus referentes latinoamericanos, en una época en que la izquierda se encontraba tensionada por el pragmatismo, el abandono y el sentido de derrota. Cuando varios en la izquierda revolucionaria de los 60’s corrían los cien metros planos para despojarse de sus anteriores credenciales de lucha por el socialismo para la patria grande, Cuba logró conformar un pequeño refugio para una tradición plural, revisitada hoy desde distintos ángulos por segmentos de la juventud de la isla, en búsqueda de respuestas más pertinentes que el marxismo sovietizado y estrecho que aún circula por allá.
Dudo que Martínez Heredia haya diseñado su labor pensando en la posteridad, pero me parece que en sus iniciativas hay un pensamiento legado hacia el futuro. Problemáticas y gestos que hoy nos parecen urgentes se encuentran alojados en varias de las páginas escritas o coordinadas por él. Su interés por mantener viva la heterodoxia como principio creador de la política y el pensamiento socialista tiene hoy una actualidad innegable. Resulta, entonces, triste constatar que esta nueva coyuntura histórica de Cuba no contará con sus anticipaciones inesperadas ni con el esfuerzo por mantener vivas las vetas transformadoras de ese “ejercicio de pensar”.
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[1] La profusión de estudios sobre el período en la última década hace difícil pensar en una síntesis de referencias bibliográficas. De entre ellos, valdría la pena destacar dos: el de Óscar Terán, Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina (Siglo XXI, 2013) y el de Claudia Gilman, Entre la pluma y el fusil. Dilemas y debates del escritor revolucionario en América Latina (Siglo XXI, 2012).
[2] Ver Jorge Fornet, El 71. Anatomía de una crisis (Letras Cubanas, 2013). Fornet realiza un recorrido que ayuda a poner en perspectiva la amplia trama de transformaciones culturales acontecidas ese año, muchas veces olvidadas a la sombra del affaire Padilla.
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