/ por Mariairis Flores
“Nosotras no servimos para ser hombre nuevo” es el nombre de la obra que nos convoca a esta mesa.* En ella, Javiera Ibarra establece un cruce. Lo primero que se nos aparece es la historia del feminismo en Chile, representada por la icónica imagen de Kena Lorenzini. Ella es traspasada al vidrio mediante un procedimiento muy propio del trabajo de Javiera. Su propuesta de obra implica que los espectadores nos adentremos en un cuarto oscuro y que, ayudados por la linterna del celular, iluminemos el espacio hasta encontrar el video y ver la imagen y su sombra. Sumado a esto, también en un frágil vidrio afirmado por piedras, hay otra imagen traspasada a través del dibujo (de la que no conocemos el autor), que nos muestra a dos mujeres y dos niñxs con un pequeño cartel que dice: “vamos mujer, el 86 es nuestro”. Se trata de un momento de micro–activismo que se contrapone a la carga histórica de la foto de Lorenzini en la primera manifestación pública del movimiento feminista de 1983. Una vez dentro del improvisado cuarto que acoge a la obra, escuchamos muchas voces de mujeres que leen al unísono un manifiesto. Javiera me comenta que este texto fue escrito junto a otras 17 excompañeras de militancia, “porque milité en una organización de izquierda revolucionaria”, precisa en mi ventana de chat de Facebook. La información sobre su militancia ya la conocía, y tiene mucho sentido con su obra. Lo que no sabía era que ya no militaba, cuestión que ahora me hace más sentido. Retomando lo que enunciaba antes, la idea de cruce atraviesa la historia del feminismo en Chile y el activismo diario que se vivió en los ochenta; pero también la biografía de Javiera, con la sentencia del título que da cuenta de una imposibilidad para la mujer en el ideal revolucionario de izquierda. El arte contemporáneo crea esa posibilidad: abre un punto de fuerza en el que se concentran distintas entradas para un trabajo que se completa con la participación de un espectador.
Me interesan estas posibilidades que el arte contemporáneo ofrece. Es el espacio donde me muevo, siempre abierto a confundirse con otros saberes. La obra de Javiera me remite inmediatamente a la investigación Calles caminadas: anverso y reverso de la antropóloga y feminista Eliana Largo, que se ha traducido en un documental y en un voluminoso libro, cuya portada es precisamente la fotografía de Lorenzini utilizada por Javiera. La investigación ofrece un recorrido por los aportes históricos de las mujeres en los procesos de organización, reflexión y lucha contra la desigualdad de género y el patriarcado en nuestro país. Este libro, que pasó por bastantes peripecias antes de su publicación, se enmarca en una colección del Centro de Investigaciones Diego Barros Arana (dependiente de la DIBAM) titulada “Fuentes para la Historia de la República”. Valoro la persistencia de Eliana y el hecho de que finalmente fuese este el espacio donde su libro se publicara, puesto que implica una i(nte)rrupción en la historia de la República, caracterizada por ser la historia de “la norma modélica: el uno / masculino–blanco–adulto–heterosexual–occidental”, como señala en su libro. Debo en este punto referir a mi propia historia. Conocí a Eliana gracias a las vecinas de la CUDS, quienes presentaron su libro el año 2014 definiéndolo entonces como “una bomba a la escritura de la historia”. El texto de la presentación fue una de mis primeras lecturas feministas. En él aparece una frase que no dejo de pensar, una frase que vuelve a mí en distintos contextos y momentos: “El feminismo es un saber negado”, escriben Cristeva Cabello, Lucha Venegas y Jorge Díaz. Cuánto de cierto hay en eso.
Supe que era de izquierda muy tempranamente, cuando me puse a leer de historia. Lo confirmé al llegar a la Universidad de Chile, donde participé en las manifestaciones y en asambleas. Nunca he militado formalmente en nada, pero la izquierda parecía ser el sentido común. Así fue hasta que me encontré con el feminismo y me di cuenta de cómo ningún programa de izquierda es suficiente si no está atravesado por un deseo crítico, despatriarcalizador. La frase que citaba sobre el feminismo como un saber negado continúa de la siguiente manera: “No es sino por el activismo, por la curiosidad, la amistad y la rebeldía que llegamos a conocer sobre su epistemología, escritura y compromiso. Llegamos al feminismo por otros lugares, por otras calles, por otras arterias”. Ni la militancia tradicional ni la academia te posicionarán en la perspectiva crítica feminista. Pese a que este último tiempo el feminismo ha aparecido en más lugares debido a un boom mediático, sigue siendo de difícil acceso, sigue generando un tipo de sospecha que no es precisamente aguda.
Quiero referirme ahora a un momento puntual donde el machismo de izquierda, al que refiere nuestra mesa, se me hizo evidente. Este año, en la marcha por el aborto libre, me tocó ver a la Jota “en acción”. Curiosamente sólo vi hombres, andaban con sus banderas gritando algo así como: “¡Mujer, mujer, sal a marchar que tu derecho debes defender!”. No logro recordar el grito exacto. Recuerdo que rimaba y claramente lo que yo acabo de leer no. Pero lo que importa es que eso que dijeron me dejó descolocada. ¿En serio ese grupo de hombres va a una marcha a gritarle a mujeres, plurales, diversas y desconocidas que deben defender sus derechos? ¿En serio va a interpelarlas directamente mientras ondean sus banderas? No entiendo cómo no puede generarles ruido. En realidad sí lo entiendo: son machos de izquierda, y como suele decirse “nada se parece más a un macho de izquierda que uno de derecha”. Esta frase que puede sonar prefabricada grafica la transversalidad del patriarcado como sistema que genera desigualdad. Lo más probable es que esos sujetos de la Jota se sientan muy críticos al marchar por el aborto libre e incluso no duden en llamarse a sí mismos feministas, cuestión de la que me permito desconfiar sólo en función de cómo se desenvuelven.
Hace poco entrevisté a algunas de las Mujeres Creando. En esa ocasión, María Galindo me contaba que en su origen uno de los deseos del movimiento era cuestionar esos lenguajes repetitivos y adormecedores de la izquierda que no convocan a nadie. Así, ellas decidieron crear un lenguaje propio que lograra difundirse y seducir a otras mujeres, no desde una interpelación directa, sino desde la exposición de problemáticas que a otras también les hicieran sentido. Danitza Luna y Ester Argollo me confirmaron que fue ese lenguaje el que las llevó al movimiento. Yo las interrogaba sobre por qué insistir en el arte, cuando hay mucho activismo que desestima este lugar, y ellas me respondían hablando de rupturas conceptuales y epistemológicas en los espacios de universalidad. Personalmente, creo que el arte carga con una potencialidad. “Si sólo es un símbolo, entonces mandémoslo al carajo”, nos dice Laura Cottinghan. En su texto “Política feminista y arte” de 1994, nos entrega más luces sobre lo que toca al arte que se mezcla con el feminismo: “Dado que el cuerpo masculino, y la experiencia masculina, sigue aceptándose como la experiencia normativa y universal del ser humano, todo arte que incorpore experiencia femenina es visto al menos como «menor». Aún tras dos décadas seguidas de feminismo, y a pesar de los éxitos oficiales del movimiento y del hecho de que habla en nombre de y por la boca de más de media población global, el feminismo se relega a un nivel de «interés especial», tanto en arte como en política”. Se trata de un lugar complejo –como todo lo que toca a los feminismos–, puesto que la política feminista no puede abandonarse en función de lo universal y, sin embargo, debe sacudirse de toda categoría que la reduzca.
Creo que la obra de Javiera Ibarra ofrece un cruce feminista. Sabido es que no basta con declarar una obra como feminista para que esta lo sea. Pienso que lo feminista en su obra está en la posibilidad que nos abre para mirar, por un lado, parte importante de la historia feminista y, por otro, para vincular a esta con el presente, con las militancias y con nuestras propias experiencias. Es un gesto sutil, crítico y silencioso. No necesita vociferar nada a otras mujeres, sólo se expone para buscar en el otrx una correspondencia. Nosotras no servimos para ser hombre nuevo. Y creo que tenemos que seguir apostando porque así sea: somos inservibles a la razón patriarcal.
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* Este texto fue leído en el marco de la mesa “Cómo se ha perpetuado el discurso patriarcal en la izquierda chilena”, convocada por la artista Javiera Ibarra, durante el mes de septiembre de 2017 en Espacio O.
[Portada] Fotografía de Kena Lorenzini
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