La noche es uno de esos espacios que, por la ausencia de luz, pareciera tener duraciones mañosas. La falta de claridad obstaculiza poder encontrar referentes que nos permitan tener un control del tiempo y de las cosas, haciendo de ella un momento de pesada quietud e inercia. Así fue más o menos cómo concibió la metáfora Diego Portales, cuando se refería al “peso de la noche” para describir los problemas que tenía el país para alcanzar un grado civilizatorio que superara las arcaicas costumbres del pueblo chileno (como también de su élite). Desde un lugar diametralmente opuesto, más de 160 años después, el Subcomandante Marcos usó la expresión “la larga noche de los 500 años” para referirse al despojo de los siglos de colonialismo, señalando que éste no terminó ni con las luchas emancipatorias decimonónicas ni con ningún proceso de cambio social que no se haya puesto como tarea desmontar las relaciones de dominación y explotación que hacen andar al capitalismo. Sintetizando; la luz de la République ha sido apenas una ampolletita que ha alumbrado a unos pocos, los de siempre.
Ciñéndonos a la figura nocturna, y dichas lecturas, las mujeres podríamos también reclamar por la injusta, asfixiante y alienante duración de esta noche nuestra, tan pero tan pesada. ¿Cómo hemos podido vivir en la oscuridad? Pienso inmediatamente en la Vírgen María, en Penélope y en los pocos referentes que, avara y arteramente, ha elaborado el occidente colonialista masculino para nosotras, para enseñarnos “históricamente” a cómo ser mujeres. Pero no; esta vez quiero pensar en el negativo de esa imagen. La mujer mala, diabólica, cuya perversidad atraviesa siglos de oscuridad para recordarnos que, sin el amparo de la subordinación, al diablo lo tenemos sentadito a nuestro lado.
No hay que ir muy lejos: tenemos nuestro referente local.
Antiguos espíritus del mal: transformen este cuerpo decadente en La Quintrala, la inmortal!
Catrala la Mala
Primero, recordémosla por su nombre: Catalina de los Ríos y Lisperguer.
Podríamos decir que Catalina era un personaje denso y problemático. Era criolla, mestiza, rica y poderosa. Por herencia legal, se constituyó como una de las empresarias más acaudaladas de Santiago. Su ascendencia no era cosa menor: el origen del clan se remontaba a la Conquista, cuando el alemán Bartolomé Blumen ―quien tradujo su apellido a “Flores”―, compañero de Pedro de Valdivia, se emparejó con la indígena Elvira de Talagante. De esta unión nació Águeda Flores, heredera de una de las primeras grandes fortunas del Reyno de Chile, y cuyas hijas, María y Catalina Lisperguer, comenzaron a ser señaladas tempranamente de sostener pactos con el diablo e intentar envenenar al gobernador Alonso de Ribera.
Para sumarle poder adquisitivo a las Lisperguer, Catalina se casó con Gonzalo Ríos, heredero de las tierras de La Ligua y Longotoma. Las depositarias de la suma centenaria de estas uniones fueron Águeda y Catalina de los Ríos y Lisperguer, quienes detentaban además el peso aristocrático de un pasado incásico y conquistador. Así figuraba la temida Quintrala, en su reino personal al norte de Santiago (y con sede en el centro de la capital), concebida como una suerte de semilla del mal para su biógrafo principal ―y no autorizado―, Benjamín Vicuña Mackenna:
“…conviene notar desde luego que, aparte de la educación viciosa, de los malos ejemplos del hogar i de las propensiones generatrices de su ser i de su sexo, tuvo doña Catalina de los Rios una estraña i terrible mixtión de sangre, porque, si por su padre i su abuela, la Encio, era de estirpe jenuina de España, por su madre doña Catalina Lisperguer i Flores (Blumen) era dos veces alemana i una vez india chilena. Doña Elvira de Talagante fue su bisabuela materna. ¿Habia en esta mezcla de razas fundidas rápidamente en un solo tipo algo que predisponía al crímen i al mal?”
De ahí en adelante, el historiador comienza a enumerar los crímenes de La Quintrala, acusando el poder de los Lisperguer para salvar impune frente a la justicia. Habría comenzado envenenando a su padre a través de un pollo, estando este enfermo (“La madre le había enseñado bien su infame oficio!”). Luego, en su juventud licenciosa y desenfrenada, dio muerte en su alcoba a un anónimo caballero de la orden de Malta, sin motivo aparente, y del cual culpó a uno de sus esclavos quien fue ajusticiado en la plaza pública de la ciudad. Hasta el sacrilegio llegaron las pasiones de Catrala, cuando atacó con un puñal al sacerdote Juan de la Fuente Loarte, que le solicitó audiencia con el fin de apartarla del camino del mal.
Antes de morir doña Águeda Flores, buscó encarrilar a su nieta Catalina casándola con Alonso Campofrío Carvajal, cuando ella tenía entre 23 y 24 años. Sin embargo, su cónyuge se habría convertido en un cómplice más, como ya lo habían sido los monjes agustinos con la familia Lisperguer anteriormente. Según las acusaciones del obispo Salcedo, se llevó a cabo un intento de asesinato a un cura que doctrinaba a la encomienda de Catalina en las tierras de La Ligua, perpetrado por un fraile agustino y un esclavo a quienes la pareja les había encargado el crimen.
Dentro del relato tenebroso de los demoníacos instintos de La Quintrala (sumados catorce asesinatos, en total), Vicuña Mackenna inscribe el relato popular de la defenestración del Cristo de Mayo, que fuera legado a la orden de los agustinos y que aún se erige en la iglesia ubicada en la calle Estado con la esquina de Agustinas. Cuando aún alojaba el ícono en la casa de Catalina de los Ríos, este habría desatado la ira de la mujer al volver sus ojos sobre el rostro de ella, quizá porque lucía “un escesivo descote” (sic), o ya fuera porque torturaba a algún esclavo en su presencia. Catrala mandó quitarlo, pronunciando la histórica sentencia: “Yo no quiero en mi casa hombres que me pongan mala cara. Fuera!”.
La mitificación oscura de Catalina tiene antiquísimos precedentes, incluso especificados en su biografía, donde la denominan la Lucrecia Borgia y Margarita de Borgoña de la era colonial. La primera (1480-1519), hija del papa Alejandro VI, figura históricamente asociada a crímenes, incestos y conductas lascivas, mientras que la segunda (1290-1315) fue asesinada por orden de su esposo, el futuro rey de Francia, bajo la acusación de adulterio. En ambos casos, hasta el día de hoy, no se ha esclarecido la veracidad de las acusaciones, y no existe fuente documental que acredite, por lo menos en el caso de Lucrecia, los numerosos delitos que se le imputan.
Lucrecia Borgia
Margarita de Borgoña
Tal como a Catalina.
A través de las palabras de Emma de Ramón, podemos deducir que gran parte de la leyenda negra de La Quintrala proviene de la cabeza de Vicuña Mackenna. Entrevistada en Radio La Clave, la directora del Archivo Nacional aseguró no conocer las fuentes en las que se basó el historiador, pues en dicho espacio no figuran documentos que acrediten la supuesta maldad de Catalina de los Ríos (vale decir que al momento de publicarse el libro de Vicuña Mackenna, aún no había sido fundado el centro archivístico).
Sí figuran registros judiciales del proceso que se inició contra la mujer, y que concluyó en la absolución de los cargos. ¿De qué acusaban a la hacendada? De maltrato a indígenas y esclavos de origen africano, delito bastante común en tiempos coloniales ―perpetrado generalmente por hombres. Además, en la institución dirigida por De Ramón, figuran el testamento de doña Catalina y el famoso libro de don Benjamín. Más nada. Este último documento ha sido la base desde donde han emanado todos los insumos que han contribuido para construir el perfil de La Quintrala.
Gran parte de las imputaciones de Vicuña Mackenna se fundamentan en las acusaciones que hiciera el obispo Salcedo en 1634, supuestamente alertado por las fechorías pasadas de Catalina de los Ríos, que vieron silenciosa continuidad en las largas estadías en sus tierras de La Ligua. Viuda, sin descendencia (su único hijo murió siendo niño), desató su sevicia contra sus indios de encomienda: “tenía por deleite el látigo i por entretenimiento la muerte”. Casi treinta años pasaron desde que las urgencias de Salcedo hicieran efecto y se iniciara una investigación. En enero de 1660 se dio inicio a la causa, que se extendió por cuatro años.
Sin embargo, el final de sus días La Quintrala los vio en libertad. Al parecer la llegada en 1664 de Francisco de Meneses a la presidencia de la Real Audiencia dio por concluido el proceso. Murió el 15 de enero de 1665 en Santiago, cuando daba por finalizado su testamento: ordenó que se dijeran 20 mil misas por su alma, pagando dinero para ello. Además de legar ciertas cantidades a familiares y a la orden de los agustinos, destaca la gran suma destinada al Cristo de la Agonía, o de Mayo, para costear la tradicional procesión del 13 de mayo en conmemoración del fatal terremoto de 1647.
Ciñéndonos al libro de Vicuña Mackenna, la historia de Catalina con suerte abarca un tercio del libro. En un repaso rápido de la obra en su totalidad, esta se presenta como una fábula sobre una estirpe maldita, que sostuvo poder y fama en una sociedad sumergida en el oscurantismo del siglo XVII, y que a través de sus nexos con lo demoníaco vio también decaer el apellido Lisperguer cien años después, sin una segunda oportunidad sobre la tierra. ¿Por qué, o cómo, es que Catalina de los Ríos cobra las proporciones bíblicas de ser el nudo de la maldad de la pesada y oscura noche colonial?
Vuelvo nuevamente a las agudas palabras de Emma de Ramón. Con lucidez, pone atención en una cuestión fundamental: Catalina, en tanto mujer, es un personaje tremendamente conflictivo en relación a la construcción de lo femenino en las culturas judeocristianas: la mujer es elaborada a partir de lo que el hombre hace de ella; madres o esposas. Cualquier otra figura que escape a esta esfera, es concebida por esa masa oscura que engendra brujas y mujeres diabólicas. Esto nos recuerda también las investigaciones de Silvia Federici, que ha puesto la atención respecto a cómo se persiguió a las mujeres en los albores del capitalismo: las primeras sospechosas y víctimas de violencia “estatal” ―un Estado que preparaba su futura ontología moderna en el control de los cuerpos femeninos y la subordinación de las comunidades campesinas sin terrateniencia― fueron parteras, ancianas y mujeres que manejaban cierta independencia de la figura masculina. Transportándonos a la colonia en América, podemos imaginar la odiosidad que provocaba la figura de la Quintrala, acusada de bruja, y la impotencia de las autoridades coloniales al enfrentarse a una mujer que detentaba poderes y derechos masculinos.
La Quintrala fue una madre frustrada; su hijo prácticamente no figura en su biografía como algo fundamental. Su matrimonio no le vino a sumar poder ni fortuna alguna, pues estas condiciones le sobraban por derecho de cuna. Para qué hablar de sus supuestos instintos lascivos que irrespetaban la inmaculada reputación de la mujer, ya fuera ésta soltera, casada o viuda. Catalina era extremadamente rica y poderosa, en una sociedad en que ninguna mujer podía darse el lujo de detentar tal perfil sin ser odiada o juzgada por sus pares (siempre, todos, del sexo opuesto). Si La Quintrala perpetró los crímenes que le imputó Vicuña Mackenna no lo sabemos, no existen tales registros. Pero sí existe la documentación necesaria como para suponer que las supuestas fechorías que cometió, también las cometían (¡extensamente!) los hombres de la época.
Seguramente la historia de Catalina fue traspasada de generación en generación por narraciones contadas a la luz de las velas, novelas y quien sabe qué más. Los años de vida republicana, tecnologización y globalización no han borrado de la memoria santiaguina las fechorías de esta encarnación del diablo. En los cimientos de lo que se supone que fue su casa en la capital, residen aún historias paranormales que hablan sobre lamentos, ruidos de cadenas, y objetos que se mueven sin ninguna razón. En ese lugar por mucho tiempo alojó el famoso y extinto restaurante El Pollo Dorado (“el rincón de la chilenidad”), y que actualmente recibe oficinistas que buscan almuerzo en La Plaza de las Agustinas. En ese mismo edificio ―para ponerle más enjundia― se ubicaba el “Sportsmen”, club de amantes del deporte y vedado para mujeres, donde encontró su muerte el connotado periodista Tito Mundt en 1971, quien cayó de una de sus terrazas desde el piso 12. Trágico acontecimiento, que no falta quien lo asocie al maligno.
Pero a cuánta vieja pincha-pelotas y envenena-gatos no le habrán apodado “Quintrala” en alguna población, manteniendo vivo el mito. Lo cierto, es que encontró en el gran invento del siglo pasado (la tele 1) el lugar para encarnarse en una mujer conocida, tal como Catalina, por su belleza y antipatía. Doce años después de ser nombrada Miss Chile, Raquel Argandoña dio rostro televisivo a la serie La Quintrala, dirigida por Vicente Sabatini (el mismo que haría una segunda versión el 2011, sin el mismo éxito) y transmitida por TVN, con gran nivel de audiencia. Cabe decir que a La Raca la renombraron fácilmente por el rol que dramatizó en 1987: su talento para ganarse enemigos en todos lados deviene del desplante de confrontar a quien sea, inclusive a don Francisco. Fue expulsada del canal católico por decir que tendría un hijo “con o sin libreta” (pecado), a pesar de que en el transcurso de los años hasta uno de sus retoños (muy legítimamente registrado) la acusó de mala madre. Fue también alcaldesa de Pelarco, y es hasta la actualidad rica, empresaria y rostro de televisión. Si tan sólo cambiara la tintura rubia por el rojizo, tendríamos una Quintrala remasterizada, vivita y coleando.
Pero no fue necesario. La Quintrala farandulizada fue eclipsada por una versión que le hacía más justicia en su malignidad. Hacía tres siglos que la ilustre sociedad santiaguina no despertaba con el escándalo de un crimen tan alevoso, vil, tremendo… y orquestado por una mujer: María del Pilar Pérez.
La Quintrala Next Generation
Nuevamente, el aura demoníaca rondaba la élite de la capital. Una serie de asesinatos sin resolución fueron descubiertos cuando accidentalmente la perversión cobró la vida del hijo del economista Klaus Schmidt-Hebbel, Diego. José Ruz, sicario pagado por Pérez, tenía la misión de asesinar a la familia de la prometida de Diego, quien se interpuso en su camino la mañana del 4 de noviembre de 2008 cuando se disponía a buscar a su novia Belén. Lo que en un principio pareció un asalto común, tres días después horrorizaría a la opinión pública: un crimen premeditado, cuyo móvil era una herencia familiar. Demasiada sangre fría como para correr por las venas de un tierno cuerpo femenino, quien además se descubrió que meses antes había mandado matar a su ex marido y su pareja homosexual.
Apenas aconteció el asesinato del hijo del ex gerente del Banco Central, la prensa hizo eco de la noticia. La Segunda, aprovechando la ventaja de ser un diario vespertino, el mismo martes 4 relató con romanticismo heroico la forma en que Diego Schmidt-Hebbel murió por su novia. Al día siguiente, los otros periódicos clamaron por la inseguridad de las calles santiaguinas, exigiendo el fin a la puerta giratoria. Sin embargo, en cuanto cayeron las sospechas sobre María del Pilar, fue nuevamente La Segunda el primer periódico en exhibir en su portada que a la mujer le apodaban “La Quintrala” los vecinos del barrio Seminario. Los días siguientes, otros periódicos harían lo mismo. El sábado 8, La Cuarta titulaba “La doña que mandaba a matar por dinero”. Al otro día, el diario popular asumió el apodo de sus vecinos y comenzó a llamarla así, renombrando para siempre a la mujer: “Engrillaron a La Quintrala”. De ahí en adelante, los periódicos se peleaban por analizar el perfil de la asesina: “La increíble película de terror de La Quintrala” (La Cuarta, 11/11); “Cómo La Pochi se transformó en La Quintrala” (La Segunda, 14/11).
Nuevamente, la maldad en persona. Contra María del Pilar atestiguaron sus propios hijos, hermanas y nuera, quienes la perfilaron como una madre desnaturalizada, perversa, manipuladora y con un excesivo interés por el patrimonio heredado de su padre (al parecer, la única persona a quien Pérez amó de verdad). Por supuesto, las acusaciones no estuvieron exentas de menciones a prácticas de brujería y esoterismo; fotografías quemadas con cigarrillos, muñecos vudú y videntes pagadas por María del Pilar para hacer daño a los suyos. El juicio oral contra esta nueva Quintrala comenzó en septiembre del 2010, que vino a ser tan dramático y espectacularizado por la prensa como si fuese una nueva serie de televisión, en que la protagonista recibía acusaciones tremendas sin ninguna expresión, apenas con una irónica sonrisa. Del terror.
A pesar de la memoria a corto plazo que padece la sociedad chilena en la actualidad, la prensa se ha encargado de mantener vivo el recuerdo de esta nueva Quintrala, tanto así que no faltará quien olvide el referente original, pasando inadvertido el hecho de que este es, sobre todo, un arquetipo criollo. La Quintrala es la mujer antipática, que adolece de la ternura del bello sexo, que asesina sin los clásicos móviles femeninos que son los de la defensa propia o los de una pasión irracional (como los celos); mata como, históricamente, lo hacen los hombres, y eso la pone en un lugar de monstruosidad. Es bella y cruel, poderosa y ambiciosa. Podría ser una femme fatale, sin embargo, su desapego por la complacencia masculina la deja fuera del folletín.
La figura de La Quintrala ha trascendido hasta nuestros días, reactualizándose y reencarnándose en distintas figuras femeninas. Todo lo que se encuentra bajo su influjo, está teñido de una espectacular perversión. Tal como predijo Vicuña Mackenna, el alma de doña Catalina no ha encontrado descanso en más de 350 años; generaciones de niños jugando a la ouija en algún pasaje, invocando su espectro para que mueva una moneda, un vaso, o haga ladrar a un perro. De nada sirvieron las 20 mil misas. Ni el Cristo de Mayo encontró sosiego, entre tanto ocioso que ha pretendido subirle la corona de espinas para ver si temblaba el suelo de la capital. Por suerte para ambos, la vida ha cambiado; los niños mudaron el rudimentario tablero por la consola de playstation, y la comunidad peruana eclipsó al ícono local con su devoción al Señor de los Milagros, que es invocado durante todo octubre mientras su primo por fin descansa dos esquinas al sureste.
Pero el peso de la noche tan portaliano como machista, no ve la hora de amanecer; esa noche de 500 años, que tal como lo advirtió el Subcomandante Marcos encontró la forma de actualizarse en el neoconservadurismo neoliberal, nos arroja cada cierto tiempo una nueva Quintrala, pesada e inexpiable, como la corona de espinas del Cristo de Mayo. La fábula criolla que nos pone en la encrucijada de la dicotomía perversa, que nos empuja a los brazos asfixiantes del Ángel del Hogar, de la buena mujer, la buena amante, la buena madre, y que además no se queja del exiguo pago a honorarios.
¿Quiénes son las otras? ¿Dónde están, en la memoria popular? Inicio con esta primera entrada (e invito a quien le interese participar) esta serie de Mujeres Asesinas, Criminales, Malas y Recontra Malas. Se reciben autobiografías.
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[Portada] Distintas representaciones de La Quintrala.
Perfil del autor/a:
Notas:
- Vale mencionar, además, la película La Quintrala, del director argentino Hugo del Carril, estrenada en mayo de 1955 en el país trasandino. La censura del director (por motivos políticos) y la pérdida de las copias la relegó al olvido durante décadas, siendo recuperada el 2002 y exhibida en el MALBA ese mismo año.