Cuando me enteré que se le llamaba la Toma de los sostenes a una movilización que se realizó como un gesto subversivo en el contexto de la lucha estudiantil de los 80, me desconcerté. Parecía que se reducía a un asunto de ropa interior lo que habíamos planeado y realizado con peligro y mucha incertidumbre.
Pero luego pensé cómo estas prendas daban también cuenta de una historia de lucha contra el control y la manipulación del cuerpo de las mujeres y me sentí profundamente orgullosa de formar parte de ella.
Había una continuidad con la batalla que dieron las abuelas por quitarse los sofocantes corsés que comprimían el hígado, el páncreas, la vesícula, el estómago y parte de los pulmones, para producir a punta de dolor la silueta perfecta.
Luego nosotras, en otro gesto subversivo, nos sacamos por debajo de la ropa el sostén y lo blandimos al viento en la lucha contra la dictadura y el neoliberalismo que intentaba imponer el crédito universitario.
Y ahora ustedes, no sólo se sacan el sostén, sino que presentan sus pechos desnudos como estandartes de la resistencia de las mujeres en la cultura patriarcal:
¡Vamos avanzando, qué duda cabe!
Recuerdo en aquella Toma de los Sostenes, el inmenso silencio que se apoderó de nosotras cuando se nos informó que el desalojo de los servicios centrales de la Universidad de Chile (eso era la torre 15) era inminente.
Recuerdo cómo el miedo aceleró mi corazón y me hizo temblar. Sabíamos que con los desalojos venían la detención y con ella los abusos en la micro de pacos, los manoseos y agarrones en los traslados, la lascivia en la comisaría, pero además en esa época nos exponíamos a más tortura, cárcel y asesinato.
Pero fueron estas mujeres, que hoy pintan canas, las que calmaron mi miedo, ese miedo helado que nos acompañaba en esos días, con su arrojo, con su certeza de que podíamos enfrentar a las fuerzas represivas. Se dieron órdenes y nos preparamos, alertas y silenciosas, esperamos junto a la entrada.
Alguna gritó venceremos. Las otras respondimos con el puño en alto.
Estas y esas compañeras, y uso el término desde la sororidad, me enseñaron a sobreponerme a esa ansiedad, cómo se erguía el pecho y se defendían los derechos… hasta la muerte si era necesario.
Al medio día, fuerzas especiales rodearon la torre 15 y dispersaron a los compañeros que «nos cuidaban» en las inmediaciones. Recuerdo cómo el oficial a cargo del operativo cruzó la explanada en traje de combate para aproximarse a la torre.
Temblé, mis manos recuerdo que sudaban, y fueron esas mujeres, estas compañeras, las que me hicieron sentir, que ni toda su armadura, ni sus comandos apostados en los alrededores podrían contra nuestra subversión. Nos negábamos a la implementación del sistema perverso de crédito fiscal poniendo en movimiento nuestra rebeldía de mujeres.
Lo que vino luego fue, yo diría, tragicómico; el capitán a cargo llegó hasta la mampara de vidrio y dijo algo que no escuchamos porque la máscara antiproyectiles impedía el paso del sonido. Nos miramos desconcertadas, pensamos que nos estaba informando del desalojo inmediato de la torre. Una de nosotras, parece que fue Marcela, le hizo ver que para que entendiéramos debía quitarse el casco, o al menos levantar la máscara.
Cuando por fin pudimos escucharle, vino algo más desconcertante aún: nos preguntó si estábamos bien, sí, aunque parezca increíble, quería saber si estábamos en buenas condiciones.
Alguna de las voceras, en su sorpresa, logró articular un sí y el oficial volvió a cruzar la explanada para desaparecer entre sus huestes. ¿Qué había pasado? ¿por qué no nos sacaban a patadas como lo hacían cuando estábamos con nuestros compañeros y se ordenaba el desalojo?
Entendí que habíamos movilizado el género en esta estrategia de resistencia, para las fuerzas represivas éramos «las madres de la patria», «los vientres para los hijos de Chile», las hembras frágiles en cuerpos jóvenes. Lo que en esa situación puntual evitó la pateadura también nos confirmó nuestra eterna condición subalterna y de «naturaleza frágil».
No recuerdo cómo terminó la cosa, seguramente mal, ya que finalmente se instaló el crédito fiscal y entraron los bancos a extorsionar a las y los estudiantes y a sus familias.
Pero en esos tiempos también perdimos el agua, los bosques nativos entregados a las forestales, las pensiones que entraron al peligroso y macabro sistema de la inversión bursátil, la diversidad de medios de comunicación en dictadura fagocitados por los grupos económicos, se privatizaron las carreteras, se entregó el mar a la gula de cinco familias, penetraron los glaciales, contaminaron los cuerpos de agua, envenenaron con arsénico y metales pesados con su desarrollo no sustentable y violaron con su monocultivo la producción agrícola hasta corromper con agrotóxico la tierra de todas y todos.
Soy de la generación que, cómo dice la canción, “se le murió el sol de primavera en la ventana”.
Luchamos incansablemente por el retorno a la democracia y cuando llegó, como mujeres seguimos excluidas de la toma de decisiones y de la gestión del poder, salvo honrosas y escasas excepciones.
He luchado mi vida entera por nuestro derecho al cuerpo, a la cabeza, a la libertad y a la paz.
Hace unos meses lamentaba que hubiésemos perdido esas batallas y hasta la guerra, hasta que aparecieron ustedes y la revolución feminista se hizo grito, pancarta, denuncia y propuesta.
Pero cuidado, el patriarcado es poderoso y también habita en nuestras cabezas, en la forma en que nos resistimos a envejecer, cuando nos esclavizamos en la apariencia, cuando no valoramos a las pares, cuando nos dejamos convencer de que lo más importante es ser madre, o cuando vemos en la otra a una subalterna, a una amenaza y hasta a una enemiga.
He sido feminista desde que tengo recuerdos, fui la niña rebelde, la joven subversiva, la mujer cuestionada y cuestionadora y espero ser una vieja feliz…. y ustedes me devuelven la esperanza.
Vengo a agradecerles que hayan detonado esta revolución que nos devuelve la alegría, que puede hacer realidad un sueño que ni siquiera nos atrevimos a soñar, entre tanta discriminación, vejámenes, muerte y exterminio.
Ustedes son la certeza y el premio para cientos, millones de mujeres que han luchado por miles de años. Porque ustedes nos permiten volver a creer que un gran cambio estructural es posible, uno que permita desmontar un sistema civilizatorio cultural basado en relaciones de dominio y en la supremacía de unos sobre otras, de unos sobre el planeta y todos los recursos y seres que lo habitan.
Porque son la esperanza de desmantelar un sistema cultural depredador no solo del cuerpo de las mujeres, sino también de su derecho a existir, a ser y especialmente a pensar, a ser pensantes, como nos incitara nuestra lúcida Margarita Pisano.
Y es aquí donde sitúo el gran valor de lo que ustedes están llevando adelante. El feminismo radical, desde donde provengo, siempre tuvo dificultades con los «Estudios de Género» en la academia. Los consideraba una estrategia del patriarcado para dar la impresión de incorporar a las mujeres, pero que en definitiva las encapsulaba e inmovilizaba en programas anexos y sin acceso a los verdaderos espacios de influencia, de toma de decisiones y de manejo del poder. En otras palabras, las cooptaba.
Hoy ustedes complejizan esa lectura, e instalan en el seno de la academia, en el espacio formal del «poder intelectual masculino» la subversión feminista. Porque en la producción de saberes seguimos operando como «allegadas».
El camino, sin duda, va por exigir una educación no sexista, pero cuidado, es mucho más que pedir, revisar y desmontar los estereotipos de género que reproducen el machismo y su violencia simbólica.
Es también hacer entrar a las mujeres como seres pensantes en el templo sagrado del conocimiento. Tenemos que feminizar la producción de pensamiento y eso lo lograremos cuando rescatemos, valoremos, estudiemos y nos empapemos de todos los aportes que muchas mujeres hicieron en condiciones, a veces, más difíciles de las que nosotras enfrentamos.
Debemos exigir que en cada disciplina, profesión y área del saber tenga paridad respecto a enfoques, metodologías y teorías desarrolladas por mujeres, que es mucho más que exigir paridad en la bibliografía. Porque las mujeres estamos produciendo conocimiento desde hace siglos, pero se nos ha privado sistemáticamente de esta visibilización, reconocimiento y legitimación en el saber.
Sin ver a esas otras llegamos a creer que estamos partiendo, que el feminismo es producto de la era digital, pero hubo cientos, miles antes que nosotras, millones que terminaron quemadas en las plazas públicas, otras que se nos fueron en la tortura, hubo billones que vieron deshacerse su intelecto y girar en círculos hasta desaparecer por el desagüe del lavaplatos. Y ese es el valor que hoy estemos juntas aquí, porque hay muchas mujeres silenciadas en sus creaciones, inventos, soluciones, interpretaciones del mundo y sus sociedades. Y ese es en definitiva el espacio real de existencia y, sobre todo, de trascendencia y participación cultural.
La historia la escriben los vencedores; que nazca y se fortalezca la pluma que nos cuenta, que nos narra.
Es en la academia donde se consagra y normaliza el conocimiento y la producción de saberes. Y estamos, específicamente en el santuario de las ciencias sociales de la universidad más importante del país 1. Porque el género, como aporte exclusivo del feminismo, es una herramienta de análisis que permite interrogar y cuestionar las relaciones que construyen sociedad, pero no sólo para diagnosticar los niveles de exclusión, los grados y formas de la violencia física, sicológica o simbólica, sino que, principalmente, nos aporta para comenzar a soñar otra civilización, proponer otras estructuras que nos permitan transitar desde el dominio a la cooperación, que avancemos desde la acumulación individual al tránsito y distribución justa de la riqueza, que no se base en la depredación, sino en sistemas sustentables de desarrollo de las personas y los demás seres que habitan el planeta.
Es crear una mirada distinta a la visión lineal e instrumental del patriarcado, porque feminismo no es queja, es propuesta, innovación y especialmente creatividad. Por milenios nos han dicho cómo debemos ser, ahora tenemos la oportunidad de decidirlo nosotras mismas, ahora podemos inventarnos.
Cuando la arqueóloga y lingüista lituana, Marija Gimbutas, propuso como interpretación de una conocida pintura rupestre , y a partir de sus estudios de la cultura oral de las mujeres de su etnia, que no eran cazadores armados de lanzas acechando al mamut, sino que eran mujeres celebrando con lirios la grandeza del mamut, resquebrajó la teoría de que los seres humanos siempre habían sido violentos y abrió la puerta para pensar que hubo otras formas de organización basadas en el arte, la paz y la convivencia armónica entre las personas y los demás seres de la creación.
Estamos en tiempos de profunda crisis, incluso se habla del pronto colapso ambiental, pero eso puede ser una gran oportunidad para nosotras, porque nos vemos obligadas a pensar en una sociedad mejor de la que crearon los hombres, con casi nula participación nuestra en la toma de decisiones importantes (menos del 1% del capital mundial está en manos de mujeres) y en ese desafío las ciencias sociales son una gran herramienta.
Hay que salir a buscar a las mujeres que hace años, siglos han estado produciendo esos «otros saberes» y darles por fin el reconocimiento, no en discursos lisonjeros, sino con la comprensión, ejercicio y aplicación de sus aportes. Creo que estas también son las iniciativas que necesitamos, que sean capaces de leer, comprender, investigar para buscar en las zonas oscuras, para desenterrar, para arrancar la mordaza que nos ha privado de esos conocimientos, historia y teoría y poder integrarlos por fin a la academia, que ante sólo ese hecho mutará incuestionablemente.
Desde la política feminista marxista radical, desde donde vengo, no puedo dejar de alertar sobre el peligro de situar la fuerza del movimiento sólo en la consecución de demandas. Sin duda son necesarias, pero sabemos que es una estrategia delicada y traicionera que el patriarcado usa para desarticular con migajas que calman la fatiga, pero no el hambre, y que hacen posible que no sólo no se modifique su estructura jerárquica y su orden simbólico, sino que lo fortalezcan y le den la apariencia de inclusivo e integrador. Las valientes sufragistas pensaron que con el voto cambiaría su condición de ciudadana de segunda categoría, pero no cambió nada, los mismos siguieron tomando las grandes decisiones.
Debemos hacer entrar a los temas que han estado ausentes. En mis tiempos se gritaba: “democracia en el país, en la casa y en la cama… lo personal es político”, rompiendo los límites de lo privado y lo público, tensando los márgenes, resquebrajando la estructura de la polis patriarcal y violenta.
Hay mucho, mucho que buscar y leer, nuestras historiadoras feministas, Eda Gaviola, Alejandra Araya y Julia Antivilo entre muchas otras, nuestras teóricas feministas Margarita Pisano y Julieta Kirkwood y tantas otras, nuestras críticas culturales Diamela Eltit, Raquel Olea y Nelly Richard, por sólo nombrar a unas pocas, pero fundamentales.
Debemos rescatar a tantas que nos esperan en anaqueles polvorientos, en los márgenes del reconocimiento y en el exilio del descrédito. Tantas que se han quedado en manuscritos o sólo en el recuerdo de quienes contemplaron su grandeza. Hay que ir por las mujeres que porfiadamente han creado en las ciencias, en el arte, en el lenguaje, en la espiritualidad y las comunicaciones, cuántas iniciativas se desprenden de tamaña idea.
Unos años antes de la Toma de los Sostenes organizamos La U alternativa a la dictadura, a la que invitamos a todas las académicas y académicos que estaban exonerados. Esas cátedras en los pastos y en forma circular marcaron mi formación intelectual y universitaria para siempre.
Las invito a imaginar la universidad feminista que sea capaz de contener las otras teorías, las otras interpretaciones del mundo y la cultura, las otras formas de aproximarse al cuerpo, a la tierra y su cuidado, a los otros modos de hacer ciencia, arte, economía y crítica cultural.
Las invito a dar la lucha en la calle como lo hicimos nosotras, pero también en la lectura, la investigación, el debate, la reflexión, la pesquisa, y especialmente en la escritura, que hagan posible construir otros paradigmas para el análisis y la construcción de sociedad.
¡Venceremos, compañeras!
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Fotografía de Les Krims
Alejandra Farías Köhnenkampf, Licenciada en Literatura de la U. de Chile, Gerontóloga Social y Educadora Popular. Ejerce como académica en Postítulos para profesoras y profesores en ejercicio en el Programa de Educación Continua de la Facultad de Filosofía de esta misma casa de estudios. A partir de 1984 participó activamente en el Movimiento Feminista. Se desempeñó como coordinadora del Programa de Talleres y de Actividades Culturales de la Casa de la Mujer La Morada. Fue productora, locutora y columnista de la Radio Tierra, primera Radio Feminista en Latinoamérica. Formó parte del Colectivo de Mujeres Feministas Albórbola y en la Casa Sofía de Cerro Navia creó una metodología de alfabetización específicamente diseñada para mujeres. Paralelamente fue militante de las Juventudes Comunistas. En los años 90 se desempeñó como libretista de televisión elaborando guiones de humor para distintos programas de TV, cuestionando estereotipos de género y promoviendo otra mirada para los personajes femeninos. Desde el año dos mil se ha dedicado a la educación, como opción política, perfeccionando profesoras y profesores en temáticas y metodologías orientadas a la comunicación, al cuestionamiento del poder al interior de la sala de clases, al desarrollo de recepción crítica de medios masivos y a la educación en contextos complejos: educación de adultos y en escuelas cárceles y centros de SENAME. Desde el 2016 participa del Colectivo Yaka orientado a la crítica cultural, el cuestionamiento de las relaciones de poder al interior de la sala y la proposición de nuevas estrategias para el aprendizaje en el siglo XXI y su evaluación. Ha diseñado, ejecutado y evaluado múltiples cursos, módulos y talleres de género y feminismo detonando procesos de autoconciencia y reflexión sobre la propia libertad y la capacidad de autoconstrucción.
Notas:
- Texto elaborado para ser presentado en el conversatorio organizado por la Toma Feminista de FACSO, con mujeres que participaron en la primera toma de mujeres en la Universidad de Chile, en 1988, en el marco de las movilizaciones estudiantiles anti dictadura y de oposición a la implementación del crédito universitario. Participaron también en este encuentro intergeneracional Ximena Azúa, Marcela Díaz y Paula Quintana., por lo tanto, no puedo dejar de soñar con la interrogación, el cuestionamiento, la subversión de las disciplinas que han naturalizado el sojuzgamiento simbólico y conductual de las mujeres como la sociología, la antropología, la arqueología y especialmente la educación