“Pero a ustedes, filósofos, en este caso, les hemos dado el ser para que sea utilizado en provecho propio y en el de la ciudad y para que la gobiernen en calidad de jefes y reyes. Y tal como ocurre en las colmenas, les hemos dado una educación mejor y más perfecta que al resto, y por lo mismo, deberán ser capaces de participar de todos los aspectos de la vida ciudadana”,
La República VII, 519e-521b
El año 2016 el filósofo Jacques Rancière estuvo de visita en Chile, invitado por una institución de educación superior. En la ocasión fue consultado acerca de la (en ese entonces) polémica por la presunta eliminación de la asignatura de Filosofía del plan común en el sistema escolar, y cómo ello repercutiría en las posibilidades de una emancipación intelectual en los jóvenes. La respuesta era predecible.
Desde sus primeros trabajos, Rancière fue implacable en sus críticas al marxismo ortodoxo (partiendo por su otrora maestro, el filósofo Luis Althusser), un enfoque hegemónico que por décadas reivindicó la figura de una autoridad intelectual, la del partido, cuyo dominio científico le permitía acceder a las estructuras subyacentes de la realidad, aprehendiendo la historia por medio de la ciencia para transformarla. Desde luego que Rancière se opone radicalmente a esos preceptos e intenta demostrar en su investigación la capacidad de los dominados para autoemanciparse sin requerir de la tutela de una vanguardia ilustrada.
La decisión reciente y polémica del Consejo Nacional de Educación de reducir la enseñanza obligatoria de la asignatura de Historia en 3° y 4° medio para hacerla optativa, nos hace retornar a una vieja polémica que nos impele a reflexionar de forma crítica acerca de una idea que se ha vuelto de sentido común y que se conecta con las problematizaciones de Rancière antes expuestas: que el conocimiento del pasado histórico, al igual que la enseñanza de la filosofía ―a cargo de especialistas universitarios― nos orienta hacia la reflexión crítica.
Por impopular que parezca, considero legítimo y necesario cuestionar esa afirmación. No es cierto que la Historia o la Filosofía sean áreas del conocimiento que entreguen herramientas emancipatorias (como se ha dicho), tampoco que las y los profesionales formados en esas disciplinas tengan un rol tan relevante en la sociedad, que de ellos dependa el desarrollo de una conciencia crítica. Menos, cuando ella sería forjada al interior del sistema escolar, cuya función no es otra que disciplinar la subjetividad de la juventud y acondicionarla para su desempeño productivo.
En ese caso, sería necesario distinguir entre la enseñanza de la historia y la filosofía, y esa defenestrada investigación histórica y filosófica que tiene por finalidad, genealógicamente, rastrear las discontinuidades del pasado para desnaturalizar el presente. Esta última, busca responder a otra interrogante: ¿Qué tiene que decirnos la historia del capitalismo en relación a su realidad contemporánea? Precisamente, que el capitalismo hasta ahora siempre ha sabido adaptarse a las crisis que lo acechan. A ello aludían Boltanski & Chiapello cuando caracterizaban “el nuevo espíritu del capitalismo” en relación al tipo de crítica que se le realizaba desde finales de la década del sesenta en Europa para nutrirse de las mismas y empujar su proceso de reorganización.
Sabemos que el capitalismo no toma distancia sino que se relaciona estrechamente con la crítica, tanto así que en las últimas décadas le ha abierto un mercado altamente competitivo, del cual el mundo académico en las universidades es uno de sus principales exponentes: se promueve la producción de conocimiento y la investigación crítica a través de fondos concursables y publicaciones indexadas que a la vez garantizan su circulación como mercancía.
Importante es entender que la crítica transformadora no nace de un programa de estudios ni la gestiona un profesional especializado en un área, sino que se trata sobre todo de una actitud frente a la vida, que exige decisión y coraje, porque lo que se requiere es ser crítico con nuestras propias prácticas para habilitar espacios de resistencia. Y es en ese sentido que resulta irritante escuchar a las y los profesionales de Historia y Filosofía reivindicar su condición ilustrada, para desde allí adjudicarse las credenciales del pensamiento crítico.
Uno de los contrapuntos más incisivos que realiza Rancière al pensamiento de Althusser es acusar que sus formulaciones teóricas coincidirían no con los planteamientos de Marx sino con la restauración del “antiguo materialismo” ―la división entre las clases ociosas y las clases productoras― y, por ende, de la ideología burguesa filantrópica: la ideología es el terreno de las ilusiones (ora como ocultamiento de las condiciones materiales, ora como representación imaginaria de las mismas) que se disipan gracias a la mediación de los eruditos. El avance del capitalismo en los últimos 40 años no ha hecho más que reforzar esta idea hasta transformarla en sentido común, lo cual peligrosamente ha devenido en una identidad gremial.
En efecto, se desatienden los aspectos relevantes en esta encrucijada que afecta una vez más al conocimiento mercantilizado. De ahí que la ministra Cubillos justifique estos cambios apelando a la “libertad de los estudiantes” para que puedan “elegir sus asignaturas” de acuerdo a “sus intereses”, tal como sus padres elegirían un colegio. La lógica que prevalece en ese discurso es hacer de la elección el eslogan del neoliberalismo (coincidente con el mercado electoral de la política), en una libertad que está siempre condicionada a los modelos hegemónicos que se imponen a una decisión que ya está tomada estructuralmente. Otra vez, la subjetividad aparece ocupando un rol determinante: es la decisión del individuo preformado (metafísico) la que se reivindica como diferencia, destruyendo la idea del pensamiento como relación social.
Por último, y como corolario de la duplicidad (y predominio) entre la vida de la mente y (en detrimento de) la vida del cuerpo que caracteriza a la civilización occidental, es importante reflexionar sobre lo que nadie parece advertir en esta pasada: ¿cuál es el lugar de la Educación Física en el pensamiento, en las humanidades? Es una pregunta que queda abierta para otros debates.
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