Si lo personal es político, toda escritura que dé cuenta de lo íntimo es, en potencia, una escritura política. Esa podría ser una premisa para leer Cartas al padre y otros escritos íntimos del escritor trasandino Daniel Link. Editado por primera vez en el 2002 por la editorial y galería Belleza y Felicidad, el texto contiene apuntes dispersos, cartas y diarios de viaje.
En “Cartas al padre”, por ejemplo, leemos una serie de misivas dedicadas a Foucault en las que el autor, lejos de la precisión conceptual que podría exigir la escritura académica, establece un diálogo abierto con su fantasma. Este acercamiento, en clave de amigos−que−charlan−en−un−bar, no deja de ser interesante, pues perfila el tono y la intención con la que Link les da una segunda vida a estos textos «íntimos»: allí donde el autor comparece sobre sus obsesiones o su día a día, aparece ese tartamudeo del que habla en el prólogo. Tartamudeo, parafraseándolo, que alegoriza lo parcialmente entendido, solidarizando con la imposibilidad de conocerlo todo.
“Parpadeos. Diario de un perezoso” es, a su manera, un homenaje a la ética del Bartleby y su renuncia a la mecánica del trabajo. La escritura diarística, en este caso, toma la forma del horror vacui. Ante el apremio de la escritura de un artículo sobre la pereza, Link se dedica a llenar páginas dando cuenta de la imposibilidad de abordar la escritura del artículo mismo. De este modo, la crónica de un coitus interruptus deviene, inevitablemente, ensayo sobre pereza y escritura: “Debería hacer de esta pereza patológica (si es que viene de mi acedía) o étnica (si es que sencillamente se debe a que soy argentino), una pereza moral, y por lo tanto política, es decir: revolucionaria”.
En “Diario de la Guerra”, uno de los textos más duros del libro, Link narra un viaje al centro del horror. “El avión que debe llevarme a Frankfurt, antes que a Viena, está retrasado. Tengo un mal presentimiento. Dejo un país devastado: ¿lo encontraré a mi vuelta?”, anota. En ese viaje, hasta donde entendemos ―el texto se revela siempre de forma fragmentaria―, Link se dirige a Viena en calidad de periodista para dar cuenta de algunas actividades dedicadas a salvaguardar la memoria de las víctimas del holocausto.
Los apuntes de Link van adentrándose en el espanto del fascismo no sólo como una forma de dar cuenta de las consecuencias del régimen nazi, sino también como un modelo que parece proyectar sus luces en el presente. En este caso Link se sirve del caso del doctor Heinrich Gross para reflexionar sobre las formas en que operan la justicia y la impunidad.
Gross participó activamente en experimentos aplicados sobre niños llevados a campos de concentración austriacos. Allí fueron sometidos a una serie de procedimientos, cuál de todos más atroz. Sin embargo, Gross, terminada la guerra, se afilió al Partido Socialdemócrata de Austria y gozó, junto con una ascendente carrera científica, de la más absoluta impunidad. De este modo, “el Dr. Gross sigue bien a sus ochenta y seis años y vive en las afueras de Viena (…). Cuando, en 1998, gracias a la presión de la sociedad civil, encarnada en los familiares de las víctimas y algunos médicos e historiadores, fue llevado por segunda vez a juicios por sus responsabilidades en Spiegelgrund (…) optó por hacerse, igual que Pinochet, el loco”.
Los escritos íntimos, desde la perspectiva que Link propone, se nos ofrecen como una intimidad fisurada por la historia. Una escritura dizque privada que aparece necesaria o inevitablemente fisurada por lo público, haciéndola pedazos, solidarizando ―parafraseando― con la imposibilidad de conocerlo todo.
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