Tres poetas mexicanas

julio 05, 2019
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CECILIA JUÁREZ (Toluca, 1980)

 

Hay heridas que no termino de comerme

 

heridas como lámparas gigantes

heridas como un tropel de elefantes marinos

heridas como espinas infinitas que vomitan a otras espinas

heridas que viven en el cuerpo y no se encuentran

heridas como aguates

heridas como los maremotos

heridas          

como las casas fantásticas llenas de fantasmas

heridas

que son tardes en las que el sol es un escualo frío

heridas antiguas como las líneas de la mano

heridas como los tajos que dividen los países

yo qué sé cómo están confeccionadas las banderas

yo qué sé acerca de lo bueno y de lo malo

mi humo llena los ojos de la criatura que soy

mi nombre es un lánguido relámpago

viví en los goznes del libro de la creación

en su conjunto de venablos fui pastor y

acudí al llamado de la flauta dulce

me lanzaron entre las llamas del agua a este mundo

Todo un destino glorioso y vivaz

será dado a quien me ame.

Pero no aún.

Hay heridas que no termino de comerme.

 

 

¿Los bonobos se preguntan si son iguales a otros bonobos?

 

Si se lo preguntan, ¿para qué se lo preguntan?

¿Qué es la redonda espesura de las rodillas temblando?

Eres algo, soy algo, habrá valido la pena encontrarnos,

hacernos desayuno calor hacernos nuevos.

La normalidad es la tabula rasa de las cocineras del mundo.

La normalidad es un hacha que empareja las ramas de los árboles siempre por la mala.

La normalidad es mi chicle

mi cuchillito de palo
es mi apéndice podrido
mi horca y mi satélite.

Esperas averiguar qué es lo que traigo entre manos.

Ten: es mi desesperación, lo más honesto que tengo para darte.

 

 

Cómo se verá mi cuerpo estallando contra el suelo

 

¿Cómo será el olvido de las aves?

¿Cómo se extienden las ramas de la lengua persa?

¿Qué ciudad hemos de tomar en nuestros sueños,

qué costa fatal y burbujeante?

¿Vamos a quedar tendidas como cuerpos en la guerra?

¿Vendrá hasta nosotras la mirra, vendrá la bergamota?

¿Cómo será partirse por la mitad en el silencio?

¿Qué tipo de ruido haremos al despedazarnos?

¿Algo parecido al crust, al punk, al death metal?

¿Será como romper el cascarón para ser ave?

¿Cómo sonará mi cuerpo estallando contra el suelo?

 

 

DRAUPADÍ DE MORA (Ciudad de México, 1984)

 

Poesía comprometida

 

de niña escribía

para mi madre para las tías

a mi hermana nunca le escribí nada

a papá tampoco

escribía a prisa entre el claxon y el café

sobre perros

tortugas muertas

cumpleaños de abuelas

¿se acordarían las viejas de esas

hojas con las letras voladas

a punto para la huida?

un día murió la más gorda de las perras

la más perra gris de todas

ese poema   al fin   nos incluía a todos 

deseaba que estuviésemos muertos

como ella

fue la única vez que escribí

poesía comprometida

 

 

Los amantes

 

no tienen los amantes posibilidad de escapar

no pueden los amantes recordar

el tiempo antes de ser amantes

no intentan los amantes resistirse a la fatalidad

de ser amantes

no desean sino lo innombrable

no hay para los amantes

irrevocable imborrable

no temen

no miran    

no vuelven     los amantes

no conocen

la hora ni el plazo ni la amenaza del día

no despiertan los amantes

no respiran

no son

los amantes

amantes de la vida

 

 

Fragmentos de obeliscos

 

un obelisco robado

la letra que apuntala el cielo

una letra dolorosa

también

muchas veces macha

violenta letra

entra y raja

duele el obelisco

duele su memoria rata

 

seguimos adelante

haciendo del tiempo un trago irrecuperable

pero me acuerdo

no te recupero ni te instalo en la punta

algunas veces duermo

bebo ron

y despierto con la cabeza gacha

en el sueño no toco la tierra

ni el vino sabe a vino

las manifestaciones se alejan

aparecen árboles enormes

le prendemos fuego al cuerpo de un muerto

los humanos se pierden como pedruscos

en algo parecido a un paisaje

entre la oreja y la almohada

 

hablamos con un grano frío

al ritmo del calor estival

las piernas ahora arqueadas

dejan de sostenernos

por los ojos pasan sonidos curvos

cuelga la carne libre bajo el brazo

poco justiciero

la poesía se hace mínima

su plaza

no exige tu presencia

pero igual vas

a tomar cocteles imaginarios

como todo lo tuyo

 

nada

como no tener nada

en la plaza rebusco monedas en los bolsillos

encuentro pelusa azul y blanca

cada cierto tiempo

erigen un obelisco

nadie sabe cómo los ponen de pie

nada

como no saber nada

borrar la marca de tu hombro

borrar la inscripción en piedra

ausentarnos de los obeliscos

donde no nos llama la noche

ni ese tiempo sin nombre

en lo más sordo del pie.

las luces pasan a la velocidad de las luces

pero mi ojo

se queda enganchado al asfalto

 

 

CLAUDIA SÁNCHEZ CADENA (Cuernavaca, 1985)

 

Ciudad de cal

 

Canta una ciudad de cal

incendiada entre flores blancas,

rosas y margaritas desnudas,

un rumor de aire enrarecido

se cuela entre nuestros pulmones.

 

Esta ciudad desconoce el color,

no es roja,

colibrí roto a mitad de la acera;

no es azul,

espora que flota entre la neblina.

 

Canta el luto blanco por las voces ultrajadas,

voces como péndulos en puentes y ciudades que ya no son ciudades,

perdidas en el blanco grisáceo del aire;

esta ciudad necesita cal para la peste de tantos muertos,

por eso se ha vuelto blanca,

vacía de todo esplendor,

mísera blancura que flota en el viento,

rumor de aire enrarecido que llena nuestros pulmones. 

 

 

Jazmín

Era el tiempo en que Dios estrenaba los verbos
y hacía, como jugando,
figurillas de barro con las manos.
Rosario Castellanos

 

Te imagino en casa, con el pan, el café,

con los gatos ronroneando en tu regazo,

con el aire aullando en tus ventanas,

tú, detrás de puertas que se azotan,

cosiendo telas y palabras bajo una lluvia de mayo,

como esas que se llevan todo de a poquito,

con ese sosiego que sólo tú conoces;

y estás cada día ante tu sombra sola,

y yo me quedo sin tu risa de octubre y tus flores de muerto,

 

porque cuando miré tus ojos

supe que te gustaban las flores de pericón,

tanto como a mí,

porque anuncian la llegada del otoño,

 

las quemazones en el campo y el Día de Muertos,

tú también naciste en otoño,

junto con los difuntos que se van,

te desprendiste de la falda de maíz de la tierra

y llegaste al mundo, 

y ahora nos quedaremos sin tu casa en lo alto de un edificio

que creías compartir con fantasmas;

de pronto en tu ausencia

tus palabras son vaticinio de días pesados:

“hacía falta la sombra,

han sido días muy calurosos,

de esos que te exprimen el agua”.

 

Te conjuro hablando a solas,

porque él, Francisco, se tiene que ir en un autobús,

como cada día, de madrugada,

a recorrer carreteras que tanto añoras,

y te quedas con la mañana en los párpados,

con el sueño pesado.

 

Amaneces con un canto de mirlos nublados,

con olor a llovizna,

con los ojos llenos de tierra

porque toda tú estás hecha de tierra,

te repartes un poco en cada sitio

al dejar tus pedazos, 

mujer de arena que se deshace

en la oscuridad de un lago profundo

y renace en la contemplación de la tarde.

 

Ahora es julio, o lo imagino,

y la lluvia se avecina,

todo se convierte en algo más húmedo

y las plantas nos devoran.

 

 

Cytotec

 

El último sonido en la pantalla

 

se fue hace mucho tiempo.

 

Una pastilla redonda y blanca sobre mi lengua:

 

“Es algo de cinco minutos”, dijo el doctor.

 

Cinco camas

 

cinco mujeres

           

cinco gritos

 

No estuviste ahí para guardar mi aliento.

 

Un coágulo sobre el sucio azulejo;

 

un círculo me quemaba la boca,

 

dolor y temblor en uñas y dientes.  

 

Hay otras formas de conocer el paraíso.

 

Seis semanas fueron suficientes

 

para que te soltaras de mí.

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