Hace más de dos décadas un individuo declaró el fin de la historia. Su teoría más bien chabacana, señalaba que no había otro modelo económico posible más que el capitalismo en su expresión neoliberal, acompañado de un régimen político afín, que denominó democracia liberal. Las contradicciones de clase desaparecerían por arte de magia. La historia, la filosofía y la memoria serían un derrotero inútil e innecesario. Lo esencial para los individuos sería el consumo y el acceso a la tecnología.
«Desaparecidas» las contradicciones fundamentales, las diferencias que se presentasen, siempre menores, ya que el modelo daba condiciones de vida para todos, serían resueltas en base al consenso. Lo que no se decía, es que sería el consenso de los dominantes. El Consenso de Washington sería la piedra angular del proceso de sumisión de los países pobres a las decisiones del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional: capitalismo global. Se instala la post-verdad, es decir la mentira.
En el caso chileno, el pacto transicional recogió estos planteamientos de continuidad del neoliberalismo y, por ende, del legado dictatorial, buscando su perpetuación a través del consenso, de la justica en la medida de lo posible, los pactos de silencio y el no reconocimiento de la violación sistemática de los derechos sociales, políticos y humanos en Chile. Estas políticas de consenso buscaban la estabilidad y profundización del sistema neoliberal en un contexto nuevo, determinado por la «recuperación de la democracia». De este modo la «transición» instala un reconocimiento parcial de la memoria, aquella que no pone en jaque ni cuestiona la estabilidad del sistema.
Todos los gobiernos civiles y los actores y operadores políticos involucrados se esforzaron por jibarizar la memoria y centrar la violación de los derechos humanos exclusivamente en los y las detenidas desparecidas y ejecutadas. Se circunscribe la violación de los derechos humanos al tema vida/muerte, dejándolo anquilosado en el pasado y no como una política sistemática del capitalismo, necesaria para instalar y sostener en el tiempo el modelo neoliberal.
Así las cosas, el olvido y la desmemoria son la política oficial del estado chileno y su institucionalidad. Esto ha derivado en una gestión de la memoria de acuerdo con intereses individuales, partidarios y/o institucionales. Una memoria del horror, de la victimización, altamente politizada en la despolitización y privatizada o repartida entre quienes la gestionan.
El reconocimiento oficial de la existencia de presos y presas políticas se produciría sólo 15 años después, por la Comisión de Prisión Política y Tortura, conocida como Valech. Nuevamente, se parcializa la memoria y se oculta la historia particular de la represión específica que el terrorismo de Estado patriarcal destina a las mujeres detenidas: la violencia política sexual o crímenes sexuales. Las mujeres detenidas, que enfrentan a la dictadura cívico-militar, que desafían el lugar asignado, deben ser castigadas y disciplinadas.
Las relaciones sociales de producción y reproducción capitalistas sitúan el cuerpo y la sexualidad de las mujeres como un territorio siempre en disputa. Su conquista y dominación es una necesidad ineludible para la reproducción de la fuerza de trabajo y para la realización de los trabajos de crianza y cuidados impagos, cimientos para la extracción de la plusvalía y la apropiación de la riqueza en manos de unos pocos. El sistema capitalista y la opresión de género van de la mano, definitivamente patriarcado y capital son una alianza criminal.
Coherentemente, la memoria institucionalizada y los actores de la gestión de la memoria, salvo algunas excepciones, desestiman la especificidad de la represión sobre las mujeres y la omiten de sus demandas y quehaceres. Marginadas de los espacios de memoria institucionalizada, las mujeres que lograron pervivir a los horrores de la dictadura conforman el Colectivo de Mujeres Sobrevivientes Siempre Resistentes y lo hacen desde el feminismo clasista, anticapitalista, antirracista, antimperialista y anticolonial. Son ellas quienes alzan la voz, junto a algunos/as más, para construir sus propias memorias. Memorias políticas cuya fortaleza radica en la esencia de la represión vivida:
Fuimos torturadas y objeto de violencia política sexual porque luchábamos contra la dictadura de manera frontal y no sólo eso, sino también y, particularmente, porque levantábamos un proyecto revolucionario, de cambio radical de la sociedad. Acunamos una memoria de rebeldía, una memoria que confronta al neoliberalismo, una memoria que rechaza el consenso, la colaboración de clases y la neutralidad, una memoria que se nutre de las luchas de quienes nos antecedieron, actualizándolas día a día, construyendo memoria de futuro. No esperamos del capitalismo ni de su institucionalidad, justicia, verdad, memoria ni reparación frente a las violaciones de nuestros derechos humanos. No esperamos nada de un sistema que para perpetuarse y superar las crisis cíclicas a las que se enfrenta, sólo puede precarizar más y más la vida, en particular la de las mujeres. Un sistema que sólo puede destruir y depredar más y más nuestro planeta para seguir obteniendo opíparas ganancias para unos pocos y sólo puede recurrir a más y más represión y terrorismo de Estado para que subsista el reino de la injusticia.
¡¡¡Creemos en una memoria que confronta y a la vez construye fuerza social, política y revolucionaria para cambiarlo todo!!!
Desde ahí nos paramos y desde allí convocamos a la recuperación de la casa de tortura Venda Sexy. Desde allí, desde esas memorias que se recrean día a día con nuevas luchas contra el sistema, es que decimos: Venda Sexy será para la memoria activa de las mujeres, de las feministas, o no será.
Y desde allí, decimos: no olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos ¡¡¡ni transamos!!!
¡¡¡ARRIBA LAS QUE LUCHAN!!!
*Imagen obtenida de culturizarte.cl, a propósito del #MovimientoGAM
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