“El olvido está lleno de memoria”, reza una sentencia nacida desde la poesía, y apropiada tanto por estudios de Memoria como por colectivos de Derechos Humanos. En las dictaduras del Cono Sur, esta frase tiene un sentido que urge su reflexión y posterior praxis. En casos como el chileno, donde la democracia se estableció sobre negligentes políticas de «reconciliación», los olvidos encuentran su punto de apoyo en prácticas de borramiento brutales hasta el límite del anecdotario vil: es el caso de la casa ubicada en Irán 3037, comuna de Macul, cuyos cimientos operaron como escenario de La Venda Sexy, cuartel de tortura y asesinato de la DINA entre los años 1974 y 1975. Le llamaban así, morbosamente, los perpetradores, debido a la costumbre de practicar torturas de índole sexual a les detenides, especialmente a las mujeres. En su gran mayoría, miristas.
El caso de La Venda Sexy pareciera ser un capítulo doloroso más, como lo fue la casa de la calle José Domingo Cañas o el cuartel Simón Bolívar. Las iniciativas de recuperación de espacios de memoria ―siempre llevadas a cabo por civiles, sobrevivientes― se han caracterizado por ser caminos largos, en que el temple de les activistes se ve enfrentado no sólo al velo impuesto por la derecha acostumbrada al privilegio de la impunidad, sino a su fiel aliado: el sistema neoliberal, la rentabilidad.
Pero además de lo que La Venda Sexy pueda tener en común con otros ex centros de la DINA, también tiene una especificidad: aquí es donde entra «lo anecdótico» que Patricia Artés nos quiere contar en el montaje de Irán #3037. La casa, aún en pie, ha sido habitada por una familia que ha procurado hacer una vida normal, indiferente a las velatones y concentraciones llevadas a cabo durante años en la puerta del inmueble.
El 11 de mayo de 2016 la casa fue declarada Monumento Histórico, estrategia que debía darle al Estado prioridad en su adquisición, dando pie a un tira y afloja con el propietario, a quien le parecía insuficiente la cifra de $358 millones por el inmueble. Sin embargo, en agosto de este año se hizo público que la casa fue vendida el pasado mayo sin la autorización del Consejo de Monumentos Nacionales a una inmobiliaria, la Sociedad de Inversiones Arriagui Limitada, por $221 millones. Un valor bastante más bajo de lo que ofreció el gobierno de Michelle Bachelet, como ha indicado Beatriz Bataszew. Ella, junto a la organización Colectivo Mujeres Sobrevivientes Siempre Resistentes, la Coordinadora Feminista 8 de marzo y activistas afines han estado denunciando el carácter ilegítimo de la transacción, además de interpelar al Estado y la sociedad respecto a la urgencia de proteger el sitio.
Irán #3037 es un montaje teatral dirigido por Patricia Artés, con la dramaturgia de Tomás Henríquez, fruto de una investigación de dos años. La delicada situación actual del inmueble reclama la atención de la sociedad en su conjunto; las reflexiones que se hacen sobre la memoria y el terrorismo de Estado a lo largo de la obra sitúan a sus potenciales espectadores frente a la problemática deuda que tienen las instituciones con las políticas de reparación y de paz necesarias para la sanidad de la sociedad chilena. Se estará montando hasta el sábado 26 de octubre en la Sala de Teatro de la Universidad Mayor (Santo Domingo 711, Santiago centro), para luego viajar a Valparaíso durante noviembre.
Parte del equipo de La Raza Cómica asistió al montaje, para comentarle a su respetable público lector las impresiones y reflexiones gatilladas. Presentamos a continuación el resultado, instando también a hacer lo propio.
Erick
Santiago carga con la muerte. Sólo por recordar algunos hechos puntuales de nuestra historia reciente, desde el centro aparece Morandé 80 clausurada por la memoria, o el Paseo Bulnes, de punta a cabo marcado a sangre. O cerca de la esquina de 5 de Abril con Las Rejas, los hermanos Vergara Toledo cayeron abatidos por la espalda, como también lo fue Miguel Enríquez destrozado a ráfagas de metralla en la calle Santa Fe. Disparos que se multiplicaron aún más en la periferia, como en Américo Vespucio cerca de Lo Hermida, donde el año 1984 fue asesinado el peñi Pedro Mariqueo de 16 años, por la misma bala que 27 años más tarde, en ese lugar, mataría a otro menor de edad, de su misma edad, Manuel Gutiérrez.
Así también fue en Irán 3037, una casa en medio de un barrio residencial de la comuna de Macul que, durante la década de los setenta, fue un centro de violación, torturas y asesinatos. Formas de violencia tan inverosímiles que ningún relato podría reflejar, aun siendo necesaria su denuncia. Hoy, como las tristes y pobres escenas del neoliberalismo, este centro de violencia sexual y tortura se entrega a la especulación inmobiliaria, siguiendo el protocolo de otras decenas de centros de tortura que inundan la ciudad y que fueron cubiertos de hormigón, para borrar la memoria de nuestros/as muertos y sobrevivientes. El mapa de Santiago es un baño de barbarie, el río Mapocho sabe más de cuerpos y extractivismo que de vegetación, y en todos estos casos el Estado es el responsable. Entrega al mercado la tarea de hacer el trabajo sucio, plusvalía mediante.
Ante esa urgencia aparece la obra de teatro Irán #3037, como un grito que no permita el olvido, que movilice y nos haga involucrarnos, así como el grito de Mario Mejías cuando en plena dictadura dijo frente al Papa: “Los poderosos dejen el orgullo y el egoísmo y nos dejen de matar en las poblaciones”, aun arriesgando su vida y la de su familia. Irán #3037 es una invitación a ser actores de nuestros procesos históricos, capaces de resignificarlos por medio de la acción colectiva, como en las protestas de Cerro Navia del 11 de septiembre del año 1988 cuando el pueblo en las calles echó al tirano. Sabemos, como dijo Walter Benjamin, que “Ni los muertos estarán seguros ante el enemigo si éste vence”; por ellos/as y por nosotros/as esta historia tiene que cambiar.
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Daniela
La memoria obstinada de Irán #3037
Imaginarse cómo se llevan a cabo escenas de vida familiar en un ex centro de tortura, teniendo conciencia de ello, supera los límites de lo que alguien como yo (y probablemente usted) podría tolerar. Intento recrear un displicente movimiento de hombros, acompañado de un “y qué culpa tengo yo”, mascullado entre dientes. Tal vez, subiendo el volumen de la radio, así como hacían los dinos cuando torturaban en La Venda Sexy ―lo que le ganó el apodo de «La Discoteque», por esos años. Tanto en la obra Irán #3037 como en la realidad, la familia lleva tiempo esperando, supuestamente, que el Estado les reembolse a ellos, las víctimas del show siniestro, una cantidad de dinero que les asegure continuar con la calidad de vida que esta casa prometía, con piscina, entrada de autos, segundo piso y subterráneo. Pero con tanto horror de por medio, es difícil que todo se restrinja a algo tan banal como el mero dinero.
En el montaje, la familia, ese nido de perversiones, encarna en el espacio cotidiano de la casa las violencias patriarcales y adultocéntricas de la más rancia índole; el padre autoritario, la sometida madre histérica y la hija menor, Valentina, con una adolescencia aparentemente complicada. Existe también ―por comentarios― un sobrevalorado hijo primogénito siempre ausente, al cual no se le permite mayor cuestionamiento; de esta forma recae todo el peso de las líneas verticales de poder en Valentina sola. No parece haber escapatoria para ella, más que la solidaridad amorosa de su amiga del colegio. Juntas, al calor de esas conversaciones que redimen el alma y abren conciencias, descubren el horror que las rodea y permea sus vidas.
Las múltiples aristas de lo que sucede en la casa son abordadas en Irán#3037 sin escatimar en recursos sonoros y audiovisuales que parecen materializarse en una balacera dirigida a los sentidos del espectador. El uso recurrente de la georreferencia (partiendo por el título de la obra) acierta en darle a la verosimilitud de la historia un ritmo vertiginoso, presentando a la memoria no sólo como el archi-mencionado campo de disputas, sino también como una bomba que estalla en esquirlas que reubican eufemismos, señalando con nombre y apellido. Aparentemente, no todo es intensidad en el montaje; los diálogos en el presente de la familia podrían acogerse como momentos de calma para el espíritu del público. Pero es sólo apariencia: con el corazón expuesto al poco andar, los saltos narrativos del guión sostienen en vilo a les espectadores, cuyas emociones no sólo responden al estímulo del horror, sino también de la memoria, la resistencia y el amor.
No es casual que sean mujeres jóvenes las que descubren el horror de la tortura político-sexual, encarnándolo. La violencia sexual hacia las mujeres es una práctica vigente, que persigue la doble victimización en el marco del terror político. Pero así también se reactualiza la solidaridad de género, que sigue siendo la resistencia entre ellas: el amor entre mujeres.
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Matías
Memoria, violencia, saturación
Definidas por los vaivenes de la presencia y la ausencia (la manifestación ineludible del testimonio y la insistencia de lo irrepresentable en el trauma), las poéticas de la memoria sobre la violencia política encuentran una renovada vigencia en Irán #3037. El montaje, dirigido por Patricia Artés, explora las manifestaciones del pasado en el presente bajo la continuada habitación del inmueble emplazado en Macul que sirvió como centro de tortura, detención y desaparición. La violencia que marca el espacio acosa a la familia que vive en la ex Venda Sexy, incluso si es que no todos sus integrantes tienen conciencia de la historia que carga el sitio.
Aunque la utilería es mínima, la obra apuesta por una estrategia de excesos: tránsitos entre la obscuridad completa y la iluminación que nos ciega (como en La geometría de la conciencia, el aporte de Alfredo Jaar al Museo de la Memoria); música setentera que tapa cualquier señal del cuerpo manifestándose ante la tortura; la humedad de un baño y la intimidad de dos mujeres detenidas, recreadas ambas desde el diseño sonoro. Son los elementos no tangibles que acechan, la memoria que compromete a nuestro cuerpo como superficie sensible impactada por la violencia.
Si la vocación de los servicios represivos fue el ocultamiento, el silencio y la borradura de las huellas de actuar asesino, el gesto que la contrarresta es la radicalización de estos excesos. Una memoria saturada, compulsivamente guiada por el horror vacui. En efecto, la violencia político-sexual que constituye el centro de la obra existe y se reproduce merced a su invisibilización, a la negación del carácter político que tiene la agresión sexual. Irán #3037 se balancea en la dirección contraria a la pretensión de normalidad (“yo no tengo nada que ver con eso, no quiero saber”). Por el ímpetu de tal saturación, la trayectoria dramática que describe el personaje de Valentina (la hija de la familia que vive en el sitio de tortura) va desde la ignorancia involuntaria hacia la politización radical. El tránsito tiene la fuerza de una ola que nos hace perder el equilibrio también a nosotres como público. No se trata sólo de la información cuantiosa que la obra expone (el resultado de un proceso largo de investigación y trabajo escénico), sino la presentación de un horror ambiental, un espacio cargado del que no podemos simplemente salirnos.
Los excesos sensoriales nos acompañan una vez que las luces se prenden y deja de sonar la música, portamos esa memoria en el cuerpo sometido a la intensidad del recuerdo. Quizá sea ahí donde la obra tiene su mayor acierto: contar la historia de las mujeres que sobrevivieron a una experiencia y que, tenazmente, han resistido el ser reducidas a la saturación de la violencia.
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Equipo Editorial LRC