I. 18/19: Se acabó Chile
Duerme abismo mío, los reflejos dirán
Que el descompromiso es total
Pero tú hasta en sueños dices que todos
Estamos comprometidos que todos
Merecemos salvarnos
Roberto Bolaño
Poco tiempo antes de que el estallido popular volara en pedazos la idea de un oasis latinoamericano que la clase dominante instaló en boca del que, con seguridad pasará a la historia como el presidente más peligrosamente imbécil que ha gobernado el país desde la vuelta a la «democracia» ―entre algunos candidatos de no poco mérito―, el poeta Juan Carreño escribió un cuento en que la imagen de un cajero automático ardía en la violenta combustión de su propio signo.
El clima de octubre era a lo menos difuso. Un día hacía calor; al otro, frío. Una bala perdida entró por el techo y perforó la cabeza de Baltazar, la guagua de nueve meses que dormía entre sus padres en La Pintana. Como tantas veces, la zona central ingresó en la ondulante telúrica de un enjambre sísmico. Temblaba día por medio. El triunfo de la revuelta ecuatoriana encendía la retina. La misma semana en que se celebró el día mundial de la salud mental El Guasón arrasaba en la cartelera nacional.
Con 87 votos a favor y 57 en contra, el miércoles 16 la Cámara de Diputados aprobó el control preventivo de identidad a partir de los 16 años.
La iniciativa logró avanzar gracias a un acuerdo entre el gobierno y legisladores de la Democracia Cristiana para modificar el proyecto, y pasar de los 14 a los 16 años la edad mínima.
Todo esto ocurría en un país en que los suicidas se arrojaban a las líneas del metro con pasmosa periodicidad. Una forma de morir que expresaba sordamente la rompiente de una crisis social a punto de bullir. Fueron lxs estudiantes (muchos de ellos de 14 y 16 años) quienes comenzaron este movimiento explosivo de protestas contra el alza del pasaje de este emblemático medio de transporte, arrogándose como lo vienen haciendo desde hace más de una década, la lucha contra un modelo no sólo descaradamente abusivo, sino impasible a las pellejerías diarias a las que sometía a la población. La intransigencia del gobierno ante la demanda y la dura represión contra los manifestantes sería la yesca que encendería la indignación de todo un pueblo. El símbolo de la modernización de la capital ardía incapaz de despertar alguna simpatía en la gente que se desplazaba a diario en él para ser esquilmada por un sistema hecho a la medida de los poderosos.
En una noche, la idea neoliberal de un país económicamente pujante y socialmente tranquilo se desmoronó como el castillo de naipes que siempre fue. De algún modo, esa suerte de mantra pronunciado por muchxs en ciertos momentos particularmente aciagos de nuestra historia reciente se había materializado de golpe: “que se acabe Chile” … y Chile se acabó. Antes de que concluya la quinta jornada de protestas contra el alza de los pasajes, la imagen del país sostenida a punta de pirotecnias publicitarias y políticas de subsidios focalizados no sobreviviría un día más. En tan sólo unas horas el paisaje chileno se había transformado en un mural de Agotok y la gente salió a la calle impulsada por una indignación tan grande como sus muertos. De súbito se reanudaba el partido que el pueblo chileno jugaba para salvarse de la rapiña de una plutocracia codiciosa e insaciable; el mismo que pintó Roberto Matta con la Ramona Parra el 71 en La Granja.
II. Estación: Elisa Correa
Los cajeros automáticos del banco de Lucksic en la estación Elisa Correa están reducidos a un armazón de metal chamuscado y humeante. Sus ruinas son las de un modelo económico fallido, cuya prerrogativa política fue: «rásqueselas solo». ¡De perro! Su malograda órbita giró en torno a un puñado de focos opacos: poder adquisitivo, consumo, tarjetas de crédito. Verde clave verde. Todo un mito nacional forjado en torno a figuras proyectadas sobre un telón raído contra el que se recortó la épica del «emprendedor». Acá están los escombros de un sistema perpetuado por treinta años y la gente baila una cumbia apocalíptica sobre ellos.
Se puede subir al andén y caminar por él como si se entrase a un pueblo fantasma. Los torniquetes están vencidos. La máquina de cortar usuarios ya no impide el paso; sus aspas metálicas fueron abatidas por la fuerza de mil brazos. El carro está abandonado y unos chiquillos se tomaron el vagón del conductor. Tocan los anchos botones de color y ríen jugando al maquinista. Desde arriba se puede ver mejor a las doscientas personas que cantan, saltan, queman y echan chuchadas al gobierno. Este es el metro de la capital, “el orgullo de los santiaguinos” como dicen quienes jamás han subido a un carro en hora punta. Hace unos días, durante las movilizaciones contra el alza del pasaje, cientos de estudiantes se sentaron a la orilla del andén, como queriendo decir “hoy no se mata nadie más”. Ahora es sábado. Puente Alto y Maipú son los ejes que han marcado la jornada. La participación de las periferias más populosas da un empellón definitivo al alzamiento popular. A un kilómetro de distancia una docena de pacos disparan bombas lacrimógenas que no hacen retroceder un solo centímetro a la multitud congregada. El campo de batalla está abierto y los manifestantes ocupan su posición sin miedo. La calle fulgura intempestivos sigilos. Se le puede llamar abismo, caos, desorden. Nada ha nacido nunca sin este alboroto.
Mi tío prende un cigarro en el andén y exhala un humo que se pierde entre la humareda de la barricada que arde abajo. La incredulidad es una sensación que da cosquillas en la guata. A esta misma hora, en otras calles de Santiago, las bombas de bencina comienzan a acumular largas filas de autos. El capitalismo pulsa los nervios del consumidor y el fantasma del desabastecimiento recorre desde temprano las estaciones de servicio.
Hoy, Elisa perrea al ritmo de la desobediencia. Su cuerpo se retuerce en un trap crispado por la rabia y la alegría. Es la contradicción manifiesta; la sacudida del peso ciego de la razón mercantil. Si te la pones en la lengua es un carbón ardiendo. Si la miras, no verás nada quieto. Los conceptos sólo pueden asir lo inmóvil. Solo pueden esculpir la piedra de lo plácido soñando su propia forma. Una llama baila en el corazón del pueblo y en los días que siguen la clase dominante desplegará todos sus recursos para apagarla.
“Articular históricamente el pasado no significa conocerlo «tal y como verdaderamente fue». Significa apoderarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro”.
Walter Benjamin
III. Barricadas
Mantenlo prendido, fuego, no lo dejes apagar, y ¡grita fuego!
Bomba Estéreo
Lo primero que prendió la fogata fue un sillón rojo de dos cuerpos. Apareció desde el pasaje arrastrado por los chiquillos. Su violenta llamarada señaló el sitio de la barricada. Alguien dijo que había que hacerlo del lado de la calle de La Florida que es de cemento, porque acá en la Granja el asfalto se derrite. La vecina dice que además mañana los camiones del aseo pasan con bombas de agua limpiando por allá. ¡Que no se diga que aquí no se planifica!
Los palos del sillón se consumen rápido. Pero un vecino se saca unas tablas. De más allá alguien llega con un velador desarmado; de la otra manzana traen un matojo de ramas secas que hace que el fuego crepite en una explosión de pavesas que saca aplausos. Los arrendados cruzan de la población enrejada con largueros que tiran a la pira para que no se apague. Los niños, como siempre, no pueden dejar de mirar el fuego. Pero nadie les dice que se harán pichí si lo miran fijamente. En poco tiempo las hogueras se extienden por toda la avenida iluminando la noche de las poblaciones. Más allá se escucha un parlante a todo chancho. Es tarde. Tomamos vino en un vaso que corre de mano en mano. Cuando se acaba, otro piño nos regala unas pilsen saqueadas que todavía están frías. Nunca nadie supo cuándo empezó el toque de queda.
Una pareja de ciclistas se acerca a la barricada. Son sobrino y tía; ambos se llevan por pocos años y sonríen cuando lo cuentan. Él viene pedaleando de Quilicura, y durante el trayecto ha visto en pocas horas buena parte de Santiago reventar por todas las esquinas. Ella es profesora y ahora trabaja en un dos por uno. En la tarde fue a saquear el Santa Isabel. Adentro se encontró con una ex alumna que andaba en las mismas. Nos cuenta que sacó todos los aceites de oliva que pudo. Alguien le preguntó a cuánto los vendía y respondió que no los quería vender porque los había sacado para ella. Que en caso de cualquier weá exigía que la llevasen a clases de ética y era. Un vecino que conozco de chico cuenta que su pareja lo mandó a sacar pañales, pero la góndola estaba pelada; que fue a buscar carne y tampoco había… así que se trajo unos botellones de vino. A esta hora algunos cabros andan pegándose las últimas misiones de la jornada en autos que pasan esquivando las barricadas y nos tocan la bocina .
Mientras dura el fuego hablamos de nuestros muertos, del sistema de salud pública del que no sobrevivieron, y demudados dijimos que había que recuperar la dignidad por asalto y con los dientes. Nos entramos a la hora del rescoldo. Dejamos atrás el monótono mundo en el que habitamos hace apenas una semana; hace un año, toda una vida. Lo dejamos morir en nosotros. Hacemos espacio al porvenir. Que venga el viento y avive la llama. Mañana hay que salir a tirar otro palo a la fogata del movimiento social. Arrimados a ese calor habrá que pillar el pulso con que se dibujen las formas de las cosas que vendrán.
IV. Saqueos
“Los pacos, los ratis, también el congreso, han robado más que mis compadres presos”
Pablo Chill-E
Los vecinos de la villa miran el saqueo parados en la vereda de enfrente. Espectadores absortos de la poderosa imagen del supermercado desvalijado, después de unos minutos, algunos deciden cruzar. Atraviesan la calle corriendo y se pierden en la caterva como si se metieran a un mar picado y tremendo. Otros, los que no se pueden sacar de la cabeza el ruido de la baliza de una patrulla que nunca llega, o tienen el músculo embotado en la moral del patrón, permanecen paralizados sin poder apartar la vista del tumulto. Perdidos en el éxtasis del consumo liberado de la restricción del precio ¿quién puede resistirse al milagro de la multiplicación de los productos, del dos por uno y la santa yapa, del hagamos un asadito y la venta nocturna? La gente entra con las manos peladas y sale equilibrando cajas de mercadería apiladas una sobre otra. Si se tiene suerte te puedes terciar con los pocos carros que van quedando. Una pareja joven camina con uno de ellos lleno de artículos de aseo. Los carritos de feria también sirven, y las abuelas lo saben. Una chiquilla carga al hombro un saco de comida para perros. Todo indica que esta noche las mascotas también tendrán su revancha. Muchos de los que entendieron que este motín es incontenible y que en este preciso instante todos los supermercados de la capital, y quizás de Chile, estén sin saberlo, donando sus productos al estallido social más grande del que se tenga registro, estacionan sus autos afuera del súper con el maletero abierto. Hoy se fía, mañana también.
Fueron los primeros muertos quienes oyeron el canto de sirena del saqueo. Acudieron a él y encontraron la muerte abrasados por el fuego de la propiedad privada percutido por sus agentes. Carbonizados, sus cuerpos fueron el primer testimonio de la sangre que comenzaría a manar, como es costumbre, por los mismos causes que la violencia sistémica ha roturado desde un principio; en la Pobla, en las regiones, por los pasajes.
V. La tecnología.
“La conciencia de hacer saltar por los aires la continuidad histórica es propia de las clases revolucionarias en el momento de su acción”
Walter Benjamin
Más que una ley causal parece un encabalgamiento poético que este sistema económico haya procurado el acceso a una enorme cantidad de aparatos tecnológicos que hoy constituyen la principal herramienta para deslegitimar el discurso mediático dominante. Firmemente asentados en la sintaxis mecánica de su modelo de negocios, los canales de televisión comenzaron a tejer la retórica del «vandalismo» por sobre la escalada de violencia ejercida por el Estado contra los ciudadanos. Su consigna permaneció invariable al transcurrir las primeras horas: la defensa del normal funcionamiento de la explotación y la usura. Sin embargo, mientras las pesadas cámaras de la tele apuntaban al saqueo de los grandes locales comerciales, cada uno de los manifestantes grababa imágenes de la violencia de los agentes del Estado contra el pueblo desarmado.
Cada imagen puede desatar un torrente de sensaciones. Se va de la euforia al recelo y de la angustia a la ira a la velocidad de una historia de Instagram. Todo lo sólido se desvanece en un aire cargado a lacrimógena. Los nervios se contraen. Muchas madres que vivieron la salida de los milicos a la calle el ‘73 sufren crisis nerviosas.
El tráfico de registros se acelera a cada segundo. Su sucesión se vuelve trepidante: el horror y la sangre se yuxtapone al chiste y la proclama. Pablo Chill-E sale a repartir limones entre los protestantes en Puente / Los pacos se pegan saques antes de embestir / El poeta Juan Carreño herido en una pierna por un perdigón / Milicos sacando de la casa a dirigentes sociales / Pacos acomodan plasmas en la cuca / Naya Fácil llamando a la gente a salir a la calle / Represión de los pacos contra los peatones en Valpo / ¡Los milicos torturan en la estación Baquedano! / Se trata de un preludio que a medida que transcurre la crisis se torna más y más sanguinario.
A medida que la información circula, su profusión no impide que adopte una perspectiva deliberadamente antagónica frente el discurso mediático oficial. A partir de su socialización el movimiento popular levanta sus primeras antífonas: “no son 30 pesos son 30 años”, “Chile despertó”, “kon todo sino pa ke”, “Hasta que valga la pena vivir”. El despertar político de todo un pueblo empuña una cuchara de palo y un celular.
Del otro lado, cada una de las ramas del “frente por la normalización de la masa alienígena” ha liberado su mejor artillería: Don Francisco haciendo pucheros, los milicos jugando volley, la juventud de la UDI limpiando los rayados de la Alameda con Lysoform. Poco importa, ninguna de sus armas para desmovilizar la protesta ha logrado mellar el avance de la manifestación social.
La teoría de la conspiración, género menor en tiempos ordinarios, adquiere ahora plena relevancia. La incisiva sospecha es la tesitura para observar los avances de la jauría:
-ENEL ¿se quemó desde arriba?
– Pero ¿Por qué los carros estaban en la estación del metro? ¿Por qué su quema se inició en espacios de acceso restringido?
– ¡Los cuerpos calcinados fueron asesinados antes de quemarse! y se intenta remover a la directora del servicio médico legal para ocultarlo.
– Las grandes cadenas de cine redujeron notoriamente las funciones de “El bromas” a pesar de su exitoso estreno. El mercado, después de todo, tiene conciencia.
– No, y la 88 asamblea general de la interpol que por primera vez desde la existencia de este organismo tenía a Chile como país anfitrión, la misma semana del estallido social, ¿qué estrategias de represión e inteligencia puso a disposición de las policías nacionales?
Pero no hay un minuto de respiro. La cabeza no da pa panel de expertos. Los llamados son a reunirse en la mansa marcha. Por redes sociales se convoca a derrocar al gobierno asesino. Copiar, pegar, compartir, descargar. –Súbelo a la historia y a toditas las redes. Si dejas de hablar una hora; los grupos de wasap ya tienen cincuenta mensajes nuevos. Se descargan los videos que los dispositivos de control del Estado comienzan a borrar. El Chile de los oligarcas anda con la pera. El mundo observa. La dialéctica de la tecnología y la desobediencia civil en tiempos de toque de queda da cara.
Koda, “ChilEspabiló”:
La fatalidad y la ilusión sobrevuelan nuestras cabezas. Acostumbrados a oír el infame graznido de la primera, levantamos la vista ante el rasante vuelo de la segunda. La aparición en el cielo de este pájaro nos comunica con el sueño perdido. Juntemos una posa de agua en las manos para que se quede a vivir en nuestro árbol. Ya todos vimos lo mismo: el viejo Melquiades toca el arpa apoyado en el asiento de una micro achicharrada. En ese tañido vibra una nueva oportunidad para las estirpes condenadas a cien años de soledad. La pelota vuelve a rodar en la cancha. El pueblo la para de pecho y se dispone a avanzar. Tenemos la ilusión ¿Qué chucha tienen ustedes?
“Volviendo al sueño perdido,
volviendo al lugar de origen…
con el cara de indio,
con el salvaje salvajemente orgulloso,
con la progenitora valiente,
con el pasado sin lamentos,
con la vista al frente,
con la cabeza llena de memoria,
con el hambre de saltar al frente,
si es necesario matar al presidente”
La Floripondio
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