“El sujeto del conocimiento histórico es la misma clase oprimida que lucha. En Marx aparece como la última esclavizada, como la clase vengadora, que lleva a su fin la obra de la liberación en nombre de las generaciones de los derrotados. Esta conciencia (…) fue desde siempre chocante para la socialdemocracia (…) Se complació con asignarle a la clase trabajadora el papel de redentora de generaciones futuras. Y así le cercenó el nervio de su mejor fuerza. La clase desaprendió en esta escuela lo mismo el odio que la voluntad de sacrificio. Pues ambos se nutren de la imagen de los antepasados esclavizados, y no del ideal de los nietos liberados”.
Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia, Tesis XII.
Existe en Chile una socialdemocracia, devenida liberal y desconectada con la clase trabajadora, que durante sus gobiernos en los ’90 y 2000 logró montar un aparato cultural que mostraba una supuesta apertura hacia una juventud light que, supuestamente, «no estaba ni ahí». Creyendo aún tener vigencia, un grupo de artistas convocado por ese mismo oficialismo lanzó una versión –«we are the world» mediante– de uno de los himnos de esta revolución de octubre del 2019: El derecho de vivir en paz de Víctor Jara, omitiendo todas las alusiones a la guerra de Vietnam, orientando la letra hacia el «nuevo pacto social», solución que nuestra élite política, hoy en evidente descomposición, quiere darle al conflicto.
Una de las virtudes de esta revuelta es que ha vuelto a juntar a 3 generaciones de luchadores sociales, desde ancianos y ancianas que afirman: «resistí el ’73 y voy a resistir ahora», a quienes salieron a enfrentar el hambre y la brutalidad de la dictadura, hasta las nuevas generaciones que han levantado el grito contra el neoliberalismo, además de otros actores históricamente silenciados. Esta fuerza demuestra que con el pasado no hay pactos posibles, sino deudas por saldar. Pero volvamos un momento a 1971: Richard Nixon, esmerado en lograr forzar una paz con Vietnam del Norte, lanza una despiadada ofensiva militar sobre la Ruta Ho Chi Minh, vital para el abastecimiento del Frente Nacional de Liberación de Vietnam que abarcaba secciones de Camboya y Laos. Este último, producto de aquellos ataques, se convirtió en el país más bombardeado de la historia. La heroica resistencia del pueblo vietnamita, que llevó a Nixon a amenazar con el uso de armas nucleares, también conmovió a los cantores del mundo. En Chile, el mismo año, con la Unidad Popular en el gobierno, Víctor Jara graba en honor al líder vietnamita el himno que, sin saberlo, sería la mejor arma cultural de unificación del pueblo 48 años después.
La forma en que Víctor Jara logró dejar una posta para los luchadores del futuro se puede entender con un truco de transmutación: al comprender su lugar en la grieta histórica que se abría para la humanidad entera, tanto en la guerra de Vietnam como en la Unidad Popular, su canto al «tío Ho» permitió sintetizar los valores del pueblo vietnamita, chileno y de todos los luchadores sociales de la historia. Esto es lo que Benjamin destacara cuando llevó sus reflexiones a aquello que llamó las cosas “finas y espirituales” que quedan fuera del botín material que se adjudica el vencedor de la lucha de clases: “Están vivas en la lucha como confianza, valentía, humor, astucia, aplomo, y ejercen su eficacia remontándose a lo remoto del tiempo. Una y otra vez pondrán en cuestión cada victoria que logren los dominadores” (Tesis IV). Es por ello por lo que la omisión a la guerra de Vietnam en la versión actual equivale a aquella mutilación histórica que hicieron en su momento los socialdemócratas alemanes. En otras palabras; lo que logró unir al pueblo en lucha bajo la amenaza del peso de la noche fue la apelación a la universalidad del derecho de los pueblos para forjar su propio destino. Su fuerza fue capaz de poner el timbre de su propia épica, emergiendo como una herencia inevitable que se cuela en los intersticios del presente (dicho sea de paso, hay una apelación a una supuesta estupidez del pueblo en esta reversión, puesto que las metáforas que utiliza también son modificadas, para hacerlas, supuestamente, más «legibles»… o tal vez fueron los intérpretes quienes no podían entenderlas).
Hay otro aspecto importante para entender esta resonancia: fue Víctor Jara, entendiendo su lugar en la historia, con sus contradicciones, miserias y bondades, las que lo llevaron a componer sus canciones. A pesar de décadas de promoción del olvido, con nuevas contradicciones y miserias, cuando reinaba el pesimismo y la depresión, fue el rugido telúrico del pueblo el que hizo temblar el individualismo neoliberal al ritmo de la guitarra de los pueblos unidos. Fueron estos individuos, aquellos sujetos supuestamente sometidos irracionalmente al consumo, los que removieron a Chile desde sus cimientos. Es que esta lucha no podía sino aparecer también como una rebelión contra la soledad, y para combatirla se dejó un santo y seña entre los cadáveres de los luchadores sociales del mundo: el verdadero llamado de la tribu encontró su momento adecuado. Que los lobos con piel de oveja del progresismo no intenten borrar las señales que nos dejamos. Y que no se vuelva a decir que el arte político es imposible.
Perfil del autor/a: