La pandemia del Covid-19 ha desarrollado una nueva forma de relacionarnos entre las personas. La distancia se instala como forma, bordes entre un cuerpo y otro que significan cuidados, pero también desconfianzas y miedos. Todo lo que aprendíamos y desaprendíamos en relación con otros cuerpos, hoy se realiza ciento por ciento frente a una pantalla, cuando esta existe y cuando hay conexión a internet que aguante.
Esta pandemia ha dibujado nuevos bordes entre las personas, virtualizando el contacto, los abrazos, la cercanía con otros cuerpos y el aprender en colectivo. Desde la pedagogía, esto ha instalado múltiples desafíos e interrogantes. Las más abordadas tienen que ver con las desigualdades que se ponen de manifiesto a la hora de pensar en educación virtual: la pobreza, la falta de conectividad, la salud mental y física, las Personas en Situación de Discapacidad, las personas Migrantes, todo mediado por un Ministerio de Educación que insiste en el currículum, dejando de lado la implicancias en los cuerpos y formas de aprendizaje de toda una generación de niñes y jóvenes.
¿Qué efectos tiene sobre el cuerpo aprender lejos del contacto con otras personas? ¿Cuánto puede extrañar la piel el contacto con otra? ¿Cómo se dibujan los límites entre mi aprendizaje y el de otres? ¿Se pueden dibujar estos límites? ¿Cuántos de nuestros aprendizajes pasan por el cuerpo y se viven en colectivo? ¿Se puede aprender en soledad, frente a la pantalla y sin reconocer el cuerpo propio y de otres? ¿Cómo se hace una pedagogía centrada en los afectos frente a una pantalla que cada cierto tiempo pierde la señal?
Las políticas públicas han establecido como forma de accionar una pedagogía del dolor, de la miseria, de la violencia. Día a día nos enfrentamos a noticias que enfatizan la desprotección de las vidas de las personas, de ciertas personas, de ciertos lugares. Se pone en el centro la economía y la productividad. Frente a esto, quienes hacemos pedagogía(s), dentro y fuera de la escuela, nos vemos en la urgencia de volver al cuerpo, a los afectos, al amor y a poner la vida y los cuidados en el centro de nuestras prácticas. Pensar en la piel como límite, “como borde y desborde de los pensamientos” como plantea Val Flores, como ese lugar donde se encarnan los aprendizajes.
Entonces, en tiempos de distancia donde perdemos el contacto y la posibilidad de relacionarnos fuera de la virtualidad, se hace urgente buscar otras formas que nos permitan centrar y hacer una pedagogía de y desde los afectos, que reconozca la importancia de lo que está ocurriendo a nivel emocional en las comunidades educativas y no sólo en los niveles de conectividad y el porcentaje del currículum ajustado que podremos cumplir. Una pedagogía que vuelva indisoluble la relación entre la mente y el cuerpo, que reconozca la importancia de sentipensar con la piel y que, desde ese lugar, nos permita entrar enteras al aula (aunque sea virtual) y, como plantea Bell Hook, apasionarnos. Una pedagogía que pregunte y cuestione sobre la falta que nos hace el contacto, más allá de la melancolía del extrañar, sino centrada en el reconocimiento del rol central que tiene el cuerpo, la piel y los afectos en cualquier aprendizaje que se piense desde el amor y que busque hacer presente todas las existencias que han sido negadas por la distancia social, el racismo, el colonialismo y la pedagogía del dolor.
Este texto fue publicado primero en la página de Comunicaciones de la UCSH.
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