Ya no soy la misma huella
ni la misma semilla
A comienzos de este año, en la Librería Proyección de Santiago, tuve la oportunidad de participar con algunos comentarios en la presentación de la segunda edición de Voces de mi voz (noviembre, 2022), libro del ‘poemador’ haitiano de Las Cruces, Jean Jacques Pierre-Paul, reeditada para la colección de poesía de la Editorial Anagénesis.
En aquella oportunidad, mi propuesta de lectura del poemario fue entenderlo como un todo, ya que, en la progresión de los poemas, y no en su lectura aislada, es posible identificar un doble viaje. Ahora, que tengo la oportunidad de volver por escrito al libro, me gustaría profundizar en esa doble travesía para rescatar lo que a mi parecer constituye una propuesta estética privilegiada, por el lugar de enunciación que diseña para sí misma. Pero también ética, por los compromisos que asume con una sensibilidad migrante, una identidad emergente en las últimas dos décadas en Chile y que hasta ahora sólo hemos conocido (salvo contadas excepciones) desde el restringido espectro narrativo que admite el Pensamiento de Estado[1]. Espero que, a través de este breve texto, el lector tenga mejor conocimiento de lo que, a mi parecer, está en juego en la propuesta poética de Jean Jacques.
En ese sentido, volver a este doble viaje al que el poeta nos aventura precisa identificar su punto de partida. La travesía ofrecida al lector empieza dejándolo todo atrás con el primer poema “Notas para justificar una escena vacía”. Como indica el título, comenzamos con la confección de una identidad poética, de una voz que se piensa desde las carencias del lenguaje ordinario, incluso el más íntimo: “Mi primera intención/ ha sido dislocar mi viejo abismo/ derrotar mi propio lenguaje” (8). A modo de una epokhé cartesiana, es decir, la suspensión de cualquier afirmación del yo hasta dar con una base sólida para constituirlo, el autor procede:
Tengo despejada la escena:
no seré poeta haitiano ni chileno
ni en lengua francesa ni española
No seré clásico ni moderno
sino múltiple y único (8)
Como vemos, se reniega la identidad emanada de la patria y de la lengua para establecer una conversación sensible no con el ego[2], sino con la multiplicidad de voces irreductibles entre sí que lo componen, de ahí el nombre del navío al que nos embarca esta lectura: Voces de mi voz. Este ejercicio, cabe mencionarlo, no se gatilla a partir de la especulación, sino más bien de silenciar discursos y narrativas que producen temporalidades ajenas a la experiencia sensible. Sólo a partir de ahí se consagra el rechazo a ser nombrado o apuntado con el dedo por la opinión pública y, en cambio, se da pie a una nueva sensibilidad que sólo permite la poesía. Una vez vaciada la escena, entonces sólo queda el abismo de la experiencia, el cual constituye la primera voz de ocho:
Hay una luz que brilla
en lo profundo de la consciencia
solemos llamarla abismo (10)
Habiendo delineado el primer itinerario, el cual asume un trayecto intrínseco, el autor ahora busca enfrentar sus sensibilidades emergentes al mundo. En efecto, mientras avanza este viaje en la dirección opuesta, las voces descubiertas se van llenando de un lenguaje desobediente de las categorías anteriormente mencionadas, pero dulce y amable con las que emergen. La poesía es la distancia precisa que opera; tanto el silencio necesario para escuchar como el oído para hacerlo. Asimismo, si el abismo es el punto en que se descubre esta primera voz expuesta, es porque también representa un lugar inestable en el mundo, una condición fronteriza y migrante que el poeta nos comunica:
Yo, en el país del otro
intento desplazar los límites de la sed
mi rostro es un lugar común
Eres tu propia frontera, me dijeron
En el país del otro
lucho por ser un simple relato
en la memoria del olvido (11)
Este poema en dos partes, tituladas “Yo, en el país del otro” y “Mi ingreso al país del otro”, recrea una voz testimonial, migrante y negra, que experimenta la hipervisibilidad de su color de piel en un suelo ajeno. También es donde se debate lo que se deja atrás (isla) con lo que se tiene por delante (urbe), en consecuencia, es una voz nostálgica, cuyas experiencias previas aparecen como cicatrices codificadas en metáforas. Pero también es, en consecuencia del debate que existe en ella, una voz que descubre dentro de sí una cualidad, que no es patriota ni apátrida, sino que diseña a la patria, como un vínculo propio y no como un amor sagrado y ajeno. En otras palabras, la patria es consecuencia de esta voz: «La patria que buscas está debajo de mi lengua” (16). Por lo demás, la versatilidad, el tono y el volumen de estas voces puede seguirse en el resto de poemas que las componen: “Voz indiscreta”, “Balada del hombre real” y “Cuatro pilares”.
Las siguientes voces, el silencio y la persistencia, estarán marcadas, primero, por un errante que duerme/trabaja de día y siente/escribe de noche; y segundo, por un autoexamen de Jean Jacques a su trayectoria personal por tres países: Haití, Cuba y Chile. Sea revisando su experiencia migrante, como reflexionando por la trayectoria de ésta, el autor estará marcado por el gesto inicial de recuperar poéticamente su pasado: “Ningún país es real/ pero la suma de todos los países/ es la geometría del vértigo” (40). No es mediante la raza o la nación y sus grandes relatos patrióticos, sino a través del contacto y padecimiento con determinados lugares, que el poeta se identifica con éstos. Quizás por esto destaca el poema “Valparaíso sursum corda”, escrito en homenaje a la ciudad luego del incendio de 2014:
Muchos están buscando una ciudad
que sea más real que cualquier metáfora
yo aprendí a amar ciudades extrañas
y hacerme invisible (45)
De esta manera, vemos cómo las voces son capaces de establecer una politicidad a partir de vínculos afectivos, compuesta desde la sensibilidad y la compasión. El espacio que tenemos es limitado, pero bástele al lector saber que dentro del poemario se encuentran valiosas reflexiones sobre condiciones históricas y episódicas, y que el autor se espanta de la crueldad y la violencia, pero las supera en su búsqueda para encontrar una ética fraternal. Algunas de estas, y en las que me gustaría detenerme en otra oportunidad, versan sobre la categoría de raza, vista tanto desde la discriminación como desde el relato épico; y del martirio, una reflexión cruda, pero compasiva y colectiva, a propósito del doloroso caso de Joane Florvil.
A esta altura, espero haber persuadido al lector de que este viaje coral, de voces que componen un archipiélago, constituye un ejercicio novedoso y necesario para todos nosotros, y que, en consecuencia, vale la pena ser transitado.
[1] Abdelmalek Sayad, sociólogo de la migración argelina a Europa, elabora el concepto de Pensamiento de Estado para referirse a cómo esta era, ante todo, un hecho político no producido exclusivamente por el movimiento transfronterizo, sino por el aparato migratorio del Estado moderno. En ese sentido, como la migración sería una producción discursiva y no un hecho dado, podríamos pensar en todas las instituciones y discursos que intervienen en nuestra percepción de la misma como los verdaderos productores de la identidad migrante.
[2] A diferencia de Descartes.
Perfil del autor/a: