Desde agosto, Galería Cripta la comuna de Recoleta, es el espacio donde la diseñadora y artista Diamela Burboa tiene en exposición este proyecto que cruza diferentes etapas de su vida, como una interpelación personal y colectiva en torno al cuerpo y la identidad como materias de desarrollo continuo. Visitala hasta el 17 de octubre y participa de la visita mediada + taller de travestimo y prótesis “ARMA UN CUERPO QUE TE EMOCIONE”, este sábado 12 de octubre a las 16:00 hrs.
[FOTOS DE @archivoforever]
Las conceptualizaciones de la exposición “Princesa Conejo” comienzan el 2021, en plena pandemia. Como muchxs, la artista y diseñadora Diamela Burboa se reencontró con algunos de sus archivos de infancia luego de volver a Buin, lugar donde creció. Ese mismo año, Diamela también inició su proceso de transición social, que, como explica, corresponde a “cambiar ciertos pactos sociales que tengo con las personas. Ahí empecé a tener otro nombre, otros pronombres”.
En ese momento, “empecé a perder el vínculo con mi pasado, con la vida que había tenido hasta ese momento”. El hallazgo de esos recuerdos de infancia en distintos soportes volvió a encontrar a Diamela con ese momento, más bien, con su trayectoria. “Empecé a encontrar hartas cosas de cuando chica. Encontré muchos libros y cuadernos que usaba y dos archivos que fueron clave para empezar este trabajo, que en ese momento no estaba pensado”. Como relata, fue una foto de ella a los cuatro años de edad con un particular accesorio: una tela larga que luce enrollada en su cabeza, cruzada en su parte superior, con sus dos puntas colgando sobre su cuerpo. En la imagen, Diamela está con una vecina y amiga, que al igual que ella era hija de profesores. Todos vivían en la escuela. “Me llamó la atención que tenía este elemento en la cabeza, que es como una cinta amarrada que cae sobre los hombros”. A este hallazgo se suma otro archivo: un libro de actividades donde la tarea era dibujarse y nombrarse; que fue uno de los “primeros intentos por escribir mi nombre anterior y dibujar mi autopercepción en ese momento”, y lo hizo también con esa indumentaria.
Esas orejas, describe, se constituyen en un recuerdo corporal, “una búsqueda de sentir esta sensación del pelo largo sobre el cuerpo”. Esa búsqueda es para Diamela “una cierta ambigüedad, más como el deseo de esa sensación; un gesto pre lingüístico, de pre reconocer conceptos de género en esa suerte de prótesis o modificación corporal”.
«A diferencia de decirse niño, decirse conejo solo a veces se siente como mentir”, escribió Diamela en una especie de manifiesto, evocando esa infancia. “Nunca le digo a mamá que cuando el viento hace ondear las orejas, las siento como una cabellera que corre larga y sedosa entre mis dedos. En el baño, frente al espejo, las peino, las pienso trenzadas y las dejo caer elegantes sobre un vestido que puedo hacer aparecer. Aprendo a encontrar momentos cotidianos donde verme sin que nadie lo note, y al hacerme cada vez más sensible a las miradas sobre mi cuerpo, soy también cada vez más fanática de los animales. Quiero hacerme animal para ser amada en la ambigüedad de mi ternura. Crecer volviéndome la Princesa Conejo será mi triunfo, en un mundo donde lo humano es la norma de lo inteligible».
Nombrarse como proceso
Varias de las obras que componen la exposición “Princesa Conejo” acuden a la idea del nombrarse o como otrxs nombran a Diamela. Todo esto en un siendo, en una trayectoria constante. “Al final, más que transitar entre el hombre y la mujer, busco acercarme cada vez más a un cuerpo que esté construido desde la imaginación”, señala, detallando que “es un cuerpo que de alguna forma le hace justicia a ese niñe que comenzó ese proceso mucho antes que yo”. Todo esto, saliéndose de las “narrativas tradicionales de lo trans, que es como vivir en un cuerpo equivocado, morir para nacer de nuevo… Todo ese tipo de ideas”.
Muchas de sus obras son procesos en curso, o ejercicios que se pueden repetir, como la elección de nuevos nombres para ella por parte de personas cercanas. “Ahí empezaron a aparecer todos estos nombres que tenían un cierto trasfondo, que me fue ayudando a poder entender esa identidad más compartida. Esto es algo que desde mi experiencia travesti siempre me pesó mucho, pero que podía también -a la larga- de alguna forma volverse un regalo”.
-¿Por qué te nombras desde lo travesti?
Que bonita pregunta, porque para mí el travestismo es un concepto súper clave en torno a mi lugar de enunciación, desde donde concibo mi práctica y para este trabajo en particular. Lo que tiene de interesante el travestismo es que más allá de las lógicas de la identidad, cuando uno se reconoce como travesti de alguna forma se reconoce como un cuerpo que se nombra desde el acto, como un cuerpo que se nombra desde la acción.
También creo que lo travesti se relaciona en algún momento con un insulto, una palabra despectiva para referirse a las personas que hacían este cruce de símbolos en la indumentaria de lo femenino a lo masculino o de lo masculino a lo femenino. Ese proceso de resignificar y volver a llevar sobre el cuerpo esas palabras que en algún momento fueron dolorosas es un proceso súper importante. El trabajo de Princesa Conejo está muy vinculado a ese mismo acto, a esta idea de construir desde el deseo del cuerpo, de la prótesis, del materializar ese deseo de cambiar, de transformar, de intervenir la realidad corporal a través de la fantasía, de los artefactos, de todos estos elementos y dispositivos que se van construyendo sobre el cuerpo. Creo que eso es propio de la experiencia travesti y es desde donde yo me siento más cercana, no solamente desde mi trabajo creativo, sino también desde la manera en que concibo mi propia experiencia, mi propia corporalidad y mi propia manera de abordar mi práctica diaria.
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Otro ejercicio fue recopilar las formas de nombrar que le dijeron en la calle según su vestimenta. Diamela puso tanto las menciones como las prendas que las evocaron. “Guardé las palabras con las que se referían a mí junto con la ropa que usaba para ir haciendo ese contraste de ese nombrar con la ropa. En ese día a día, iba quedando cargada de esas palabras”, cuenta.
Por otra parte, hay un ejercicio en torno al carnet de identidad. “Este es el carnet que yo hice con la ley de identidad de género. Es mi carnet restituido”. En ese momento, “era algo vital para mí, pero luego –con el tiempo, agregando profundidad y complejidad, como esta construcción de Diamela o Princesa Conejo– empezó a volver a sentirse constreñido en esa identidad, como se sentía antes”. Por eso Diamela encontró otra forma de aproximarse a ese documento para “volver a encontrar en este carnet algo de ese deseo que siento que estoy buscando, que al final es como un deseo de poder devenir en ese cuerpo que es compartido”. Así, tachó parte del documento, dejando al descubierto algunas palabras como bailar, arder, hija, jardín, doler, lengua y amiga. “Aparecieron muchas de estas palabras que hablaban más de esa identidad que yo estoy buscando construir, de cierto devenir que me interesa”.
El diseño y la palabra como herramientas
Diamela se tituló de diseñadora. Esa disciplina le ha servido como enseñanza del arte mezclado con lo utilitario. “Estudié diseño y siempre tuve una inquietud en relación a la enseñanza del arte. Creo que el diseño tiene un acercamiento mucho más cotidiano”, dice. En este caso, “el diseño está completamente puesto sobre y para el cuerpo y su relación con otres y con el mundo”.
Diamela también escribe.
-¿Cómo es que se cruza la palabra poética en el camino de todo este proceso?
Creo que se cruza mucho porque la palabra es la primera manera que una tiene de guardar ciertas cosas. En paralelo a todas estas cosas he escrito mucho respecto a todo esto, medio como bitácora de este proceso; de hacer memoria de esta manera de hacer el cuerpo y la vida.
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Parte de estos textos se encuentran también en una pieza audiovisual donde Diamela vuelve a la casa de su abuela, lugar que habitó principalmente en la infancia. “Muchas cosas de Princesa Conejo pasaron ahí”.
“La palabra me ayudó a poder armarlo como una historia, no sé, una fábula o tal vez como un cuento de ciencia ficción. Me ayuda también a poder reconocer esto con mis palabras de ahora; encontrar maneras de hacer más vivible mi vida, de poder relacionarme con las otras personas, de también poder travestir la vida de las otras personas”, cuenta. Este proceso, en el que “una habla del tránsito social; al final cuando una se relaciona con una travesti, una también termina travestida subjetivamente, porque una necesariamente relaciona maneras en que una ve la vida, en relación en cómo una entiende el cuerpo”.
Celebrar el proceso
“Princesa Conejo” se inauguró en agosto de este año, mismo mes del cumpleaños de Diamela. Esta fue una oportunidad para celebrar no solo la exposición y el natalicio, sino que conmemorar el inicio de su terapia de reemplazo hormonal. “Era un momento de cruce. Muchas de esas coincidencias me llevaron a pensar en una suerte también de celebración ritual, de celebrar muchas cosas, pero lo que en realidad se estaba celebrando era la transformación”, narra.
Para ello volvió a los recuerdos de infancia, a la mesa de cumpleaños de los años 90. “En un comienzo estaba todo muy armado, la piñata estaba cerrada, los globos, pero de a poco dentro la fiesta se empezaban a revelar perversiones de esa fiesta. Partíamos de este recuerdo infantil, pero de a poco aparecían otros elementos”, como cabellos de Diamela, que se han caído durante los últimos tres años. También algunas gillettes, envases de su terapia hormonal y piezas de los hallazgos visuales y gráficos de su infancia; lo que en este momento está constituyendo su archivo.
–El cabello está en la mesa de la fiesta. Es un símbolo tan potente de vida, de feminidad, incluso es un lugar de sujeción. ¿Desde dónde lo tomas tú como materialidad?
Tiene hartos cruces de sentido. Por un lado, el pelo es un punto súper clave en el centro de la exposición, porque la historia y la memoria en torno a Princesa Conejo se sostiene de este elemento, de este deseo de sentir el pelo largo sobre el cuerpo, y que era en ese momento un símbolo de feminidad súper claro y deseable para mí. No sé si necesariamente desde el sentido de lo femenino, porque también en ese momento no sé si estaba tan segura de lo que significaba lo femenino y lo masculino.
De ahí en adelante, creo que el pelo se vuelve una parte central de la exposición y de todo el trabajo. Ese pelo que está en la parte de la mesa, es pelo que a mí se me ha ido cayendo en los últimos tres años, que fue desde cuando recién me dejé crecer el pelo. Primero me rapé completa para empezar de nuevo ese crecimiento, y el pelo me ha crecido como hasta donde lo tengo ahora. Y claro, mientras a una más le crece el pelo, más se le cae. Empecé a guardarlo mucho tiempo, y quise compartirlo ahora en el espacio de la exposición, porque lo que yo estaba buscando era compartir con las personas en ese rito celebratorio todos estos diferentes cruces de sensibilidades, materias, archivos que han ido formando parte de la experiencia del tránsito en estos años.
Creo que también es parte de poder generar ese cruce con esa cosa más carnal y vulnerable; había ahí una cosa de poder tener una cierta vulnerabilidad radical, un gesto radical de abrir y compartir esa carnalidad con el resto de las personas.
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Este cruce temporal y experiencial de la instalación –al igual que muchos otros dispositivos de la muestra– constituyen “una conversación entre la travesti niña y la travesti adulta en un solo cuerpo; pero a la vez es cómo puede aprender una y de la otra”.
Al final, se plantea Diamela, “creo que aprendo más de esta niña. Son sus metodologías las que me han movilizado a hacer esto y a hacer mi cuerpo como es ahora”.
“Creo que las inquietudes que tengo van desde procesos de juego, procesos de fantasía, procesos creativos que tienen lugar en lo cotidiano. De ver cuáles son las posibilidades que esos procesos abren para que la vida sea diferente a la que es”, cierra Diamela.
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