[Adelanto] Pedagogía Mistraliana

junio 16, 2025
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Bajo la compilación y selección de la editora y poeta Gladys González, la nueva publicación de Ediciones Libros del Cardo reúne diversos textos que reflejan las miradas de la Premio Nobel en torno a la educación, las bibliotecas y el fenómeno pedagógico, siempre en miras a la innovación y a la belleza de aprender y enseñar. El lanzamiento se realizará el próximo jueves 17 de julio en BiblioGam.

Ideas, miradas, propuestas, experiencias remotas, vivencias como maestra. Estos son solo algunos de los contenidos reunidos en el libro “Pedagogía Mistraliana”, la novedad editorial de Ediciones Libros del Cardo que se une a la Colección Gabriela Mistral, conjunto de textos que propone miradas específicas a aristas importantes de la obra mistraliana.

Entre los textos de “Pedagogía Mistraliana”, que van de 1917 a 1948, se incluyen el clásico “Pensamiento Pedagógico”, una enumeración de principios y preceptos como “toda lección es susceptible de belleza”; “todo para la escuela; muy poco para nosotras mismas”; “enseñar siempre (…) enseñar con la actitud, el gesto y la palabra”; y “no hay sobre el mundo nada tan bello como la conquista de almas”.

También, la mirada de Mistral a la educación como un ejercicio estético político con textos como “La enseñanza, una de las más altas poesías”. “Les hablaría a ustedes de cómo siento yo que la belleza es tan educadora como la lógica”, dice en uno de los contenidos.

Como explica Gladys González, este libro se propone “compilar temáticamente el pensamiento de Gabriela Mistral sobre la educación artística, popular y rural, la discriminación y las inseguridades provocadas en la infancia, las teorías pedagógicas y políticas que asimiló y desarrolló en Chile y México desde 1917 a 1948. Además refleja como ella crea analogías sobre la lectura y las bibliotecas como parte del ecosistema latinoamericano y del urbanismo para alimento del espíritu y de la dignidad del pueblo. Esta selección es un brevario indispensable para los y las educadoras, así como quienes se desempeñan en la mediación lectora y las bibliotecas”.

Presentación en GAM

El libro será presentado en BiblioGAM (Centro Cultural Gabriela Mistral, Edificio A, piso 3), el día jueves 17 de julio a las 19.00 horas. Las encargadas de esta labor serán Fernanda Vera Malhue, directora del Archivo Central Andrés Bello de la U. de Chile; Yocelyn Valdevenito, investigadora; y Joyce Morales, poeta y docente de la Universidad Católica Silva Henríquez.

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Cuestiones de educación. La sugestión de inferioridad

Así como las letras trazadas con una navajita en la corteza de un renuevo se convierten en indelebles cicatrices en el árbol ya crecido, asimismo las sugestiones de inferioridad grabadas en la mente del niño llegan a ser imborrables surcos en la vida del hombre.

Antiguamente, la justicia humana marcaba la piel a los criminales con un hierro candente, y la misma práctica seguían los dueños con sus esclavos. Tan bárbara costumbre persistió en la América colonial, aun después de abolida la esclavitud en las metrópolis europeas, y tanto los puritanos del norte como los españoles del centro y sur del continente marcaban a los esclavos con las iniciales del dueño, al estilo de las razas bovinas, como en los paganos tiempos de Grecia y Roma.

A la actual generación le estremece de horror la idea de marcar brutalmente a seres humanos con un indeleble estigma de infamia, deshonra e inferioridad. Pero tampoco tenemos derecho a grabar en la mente de ningún ser humano la sugestión de inferioridad.

Uno de los mayores daños que se puede causar a un hombre es convencerle de que nada vale, de que no tiene a su alcance probabilidad alguna de adelanto y de que en su vida llegará a ser cosa de provecho. La sugestión de responsabilidad es responsable del malogro de muchas aspiraciones, del entorpecimiento de muchas vidas, del fracaso de mal dirigidos esfuerzos. Así como la continuada caída de la Cuestiones de educación. La sugestión de inferioridad gota horada al fin la peña, así también la persistente reiteración de un dicho acaba por convencer de él al hombre de flaca voluntad y corto entendimiento. Aunque los hechos se opongan, la constante sugestión de una idea, acaba por fijarse en la mente como estigma en brazo de esclavo o letrero en corteza de árbol, y a pesar del sugestionado, le representa la mentira como verdad.

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En Pedagogía mistraliana (2024), Ediciones libros del cardo, páginas 125-126.

Principios de las escuelas nuevas

Bibliotecas populares 

El barómetro de la cultura.— La biblioteca pública va teniendo más sentido para la medición de una cultura, que la escuela misma. Revela el estudio desinteresado: su estadística muestra cuántos hombres y mujeres buscan sin obligación, y sin deseo de diploma, el conocimiento. Revela la calidad de las horas de ocio en la clase alta, la entrega noble que de su hora libre hacen los trabajadores. Es un verdadero barómetro de la vida mental en un país. 

La escuela y el hábito de leer.— La escuela debería preocuparse de dar el santo apetito de la cultura; pretender dar una cultura es vanidad. Si dejase las facultades frescas y si hincase en el niño la curiosidad del mundo, le serían perdonados los huecos, a veces abismales, que olvida. Pero la escuela, la de hoy, entrega almas sin frescura, agobiadas por un cansancio inútil. 

Quiere anticipar en el niño el interés intelectual, dándole ideas, antes que sensaciones y sentimientos. Le hace, en la gramática, el hastío de la lengua; en la geografía, le diseca la Tierra; en las ciencias naturales, clasifica antes de entregar la alegría de lo vivo; en historia, en vez de cultivar la crítica, forma los dogmas históricos, los muy burdos dogmas históricos. 

La biblioteca central.— Ya tenemos una biblioteca monumental, edificio que las capitales deben poseer, como tienen su palacio de Gobierno y su Municipio, inmensas salas, para contener la opulencia del pensamiento humano; forma parte del decoro de la gran ciudad el que haya honrado los libros con solemne arquitectura.

Pero la biblioteca central ha de ser solamente un corazón espacioso que reparta, por un centenar de venas más humildes, la sangre de la cultura hasta los suburbios y hacia el campo. 

Las bibliotecas de barrios.— Necesitamos, en cada barrio obrero, en cada parque y plaza, el quiosco de libros, para los niños, los enfermos que toman el sol, y los vagabundos. Próximo a la fábrica, invitando a los obreros a leer en la media hora de espera, que suelen ocupar en diálogos obscenos. En las estaciones, donde siempre se espera un tren de itinerario fantástico, más de media hora… 

Al lado de los libros, las revistas, las de deportes y las de información gráfica. 

Debió empezarse por esto, hace cincuenta años; pero somos los países que hacen el capitel antes de la columna y el salón antes del comedor, y por vanidad hemos invertido el orden en cada servicio, en cada actividad. 

Educación post escolar.— Debe indicarse la biblioteca popular como el mejor instrumento de la educación post escolar, por la que aún no se hace nada en Chile. La escuela da un alfabetismo demasiado relativo. 

Carlyle decía, repitiendo palabras de un aristócrata inglés: “Hay que enseñar a leer a los bárbaros, porque los bárbaros van a dominarnos pronto”. Se enseñó a leer, allá en Inglaterra y aquí en Chile, y enseñar solamente eso no resultó panacea como creímos; hasta piensan algunos pesimistas que ha sido peor. Y es que los dones del espíritu, o no se dan, y así se deja un apetito mudo, o se dan a manos llenas, y entonces sacian verdaderamente y se vuelven una bendición.

En España dicen de nosotros con alguna razón: “Es más grave la semicultura de vuestros países que el analfabetismo nuestro”. Sí, porque allá no hay democracia, es decir, no ha sido entregada al pueblo el Arca de la Alianza, que contiene el tesoro inefable… 

Una dotación modesta y preciosa.— Sala amplia, amoblado sencillo, unos cuantos retratos de los que pueden llamarse nuestros clásicos; un conjunto de “obras maestras sencillas”. No hay que asustarse de que estos dos adjetivos vayan juntos. Sencillas son casi todas las grandes obras: son límpidos Plutarco y Tolstoi; llena de naturalidad augusta la Biblia; claros, Reclus y Balzac, Fabre y Tagore; democráticos, Shakespeare y Romain Rolland; amenos, Cantú, Wells y Papini. ¡Qué populares son, como por designio de Dios, los genios, y qué humanamente asequibles! 

Una buena colección de libros de viaje ilustrados, a fin de dar a los humildes, a la vez que la fiesta de la lámina, ayuda para la imaginación pesada que es la chilena. Biografías sin erudición (esas que parecen un coloquio) de nuestros héroes y de los ajenos, pues el género plutarquiano sigue siendo el primero para educar hombres y consolar a las almas solas. Obras nacionales, que divulguen la cultura chilena, tan poco popular, casi terreno de especialismo entre nosotros. Forma parte de la educación cívica el conocimiento de la literatura nacional, y esta verdad, que cae dentro de las de Perogrullo, la han olvidado los maestros. Demasiado han hecho ya por los héroes marciales, cuyo elogio el niño escucha desde los siete a los veinte años, en biografías sin espíritu, que acaban por empalagarlo. ¡Están olvidados nuestro Jotabeche, nuestro de la Barra, nuestro Pérez Rosales, hasta Vicuña Mackenna! 

Ediciones económicas.— ¿Y la Biblioteca de Escritores de Chile?— Se hizo una sola edición lujosa de cada volumen. Los lomos dorados sobre azul hacen buen efecto en las estanterías de los Ministerios y de algún consulado. No era eso lo que necesitábamos, pero nos gusta tanto a los mestizos lo suntuoso… Necesitamos repartir ediciones económicas de nuestros clásicos, como quien dice, tomos en mezclilla azul, con papel corriente y buen tipo de letra, a dos o tres pesos el ejemplar. 

El bibliotecario.— Aquí como en todas las cosas, la importancia está en el instrumento humano, más que en la estantería y en los sillones de lectura. Con trescientos volúmenes puede haber una biblioteca decorosa, si quien maneja los libros es un hombre que humaniza su oficio. Debe saber contar, semanalmente, relatos y fábulas a los niños; ha de reproducir, con agilidad, el capítulo saliente de la obra nueva, para invitar a la lectura completa; y repetir, sin matarle la frescura, una página de Wells o de Flammarion. 

Para esto no sirve cualquier bachiller, sirven los escritores jóvenes que andan por ahí, castigados, copiando oficios o estadísticas en las oficinas públicas… 

Un bibliotecario que otee el gusto de los lectores, y no les haga dar el salto mortal, desde Montepin al Dante… Al lector de mala novela, le llevará, suavemente, desde Montepin hasta Dostoievski. Al de mala poesía le conducirá, como por una ladera suave, desde los Parnasos de la señora Wilson hasta Antonio Machado; así, imperceptiblemente, con adulo de las predilecciones del cliente simple. 

Ni demasiado desdén, ni interés impertinente. El bibliotecario perezoso entrega siempre el libro que le piden, y no hace más: debe ir ofreciendo otros, delicadamente, dentro del género. Suele ir demasiado lejos, y por pretensión de cultura, impone lo suyo, fastidiando al pobre hombre que en la lectura busca la alegría de la complacencia. 

Esta es labor para un amante de libros, que aquí, como en toda cosa, el que ama conoce los caminos y con cordial vehemencia va despertando el amor de su criatura. Maneje libros para niños (y adultos que están haciendo su infancia mental) el que pueda leerles emocionándolos, y contarlos con imágenes y color. 

Una cruzada para la lectura popular.— Nuestro pueblo es uno de los menos sensibles de esta Tierra. No nos halaguemos con mentira inútil. Y es, además, uno de los que reciben menos información del mundo. Otra generación de maestros le ha formado el patriotismo; la presente, que le cree la sensibilidad. Pueblo que busca la crónica violenta del delito, para recibir la sensación eléctrica, porque ignora el delicado estremecimiento de otras emociones. Pueblo que desconoce los semanarios extranjeros que contienen divulgación científica y que son populares por la imagen y el texto. Pueblo ayuno, hasta lo inconcebible, de cultura política. Ignora la nobleza del laborismo inglés; nada sabe de las justicias sociales de la República Alemana; desconoce la maravilla de Suiza. Por ignorar todo esto, mira a Rusia como a una especie de “Mil y una Noches” irradiante. No sabe nada de las repúblicas logradas, que con su perfección de columnas le habrían dado el asco de una dictadura que tiene los brazos atollados en la sangre.

Una cruzada en favor de la lectura popular.— ¡Deberían hacerla cuantos han gozado de la enseñanza secundaria y superior gratuita, como quien devuelve en servicio público lo que ha recibido por excesiva gracia! Es necesario también que los intelectuales se laven con obra generosa del mercantilismo odioso en que han caído las profesiones liberales. Entraría en ello también algo del pudor: la cultura de especialidad, en países semianalfabetos, ofrece un espectáculo algo grotesco: un erudito o un universitario ilustre no destiñen la visión de la ciénaga inmensa formada por la masa ciega. Enseñar a leer y a escribir, y dejar detenido allí al ciudadano, es como repartir arados y no entregar el campo de cultivo. 

Si es verdad que estamos en cruzadas cívicas y que nos ha venido una especie de pasión de bien público, aquí hay una cruzada, clara, fácil y sensata. 

La Serena, junio de 1925

En Pedagogía mistraliana (2024), Ediciones libros del cardo, páginas 92-97.

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