Guadalupe Faraj: “Escribo como sale, lo que pide la historia”

Como parte de La Furia del Libro de invierno, la escritora argentina estuvo en Chile lanzando la edición local de su novela Jaulagrande, una distopía en la que una familia militar llega a habitar a un peculiar regimiento. Sobre la escritura, el poder, la familia militar va esta conversación con la fotógrafa y cronista de viajes antes de su retorno a casa.

A pocos días de que saliera de imprenta su nuevo libro El año reptil (Bajo la luna), la escritora Guadalupe Faraj volaba desde Buenos Aires a Santiago de Chile para presentar la edición local de su novela Jaulagrande, publicada por la editorial Falso Azufre. Inicialmente salida por Editorial Fiordo, la novela revisa un par de días, cinco, que comienzan con la llegada de un general de alto rango a una base donde van a parar los que han sido deshonrados. Acompañado de su esposa Peggy y de su hijo Boris, la familia militar encabezada por Fresno llega a un apocalíptico lugar habitado por gansos y personal de la institución.
La presentación del libro se realizó como parte de la edición de invierno de La Furia del Libro, espacio que la autora compartió con el escritor Cristian Cristino y con Soledad Véliz. Voy a los apuntes de la jornada. Cristino señaló que Jaulagrande es una novela distópica, pero cercana, y que “quizás ya estamos ahí”. Una novela, dijo también, en la que el control convive con el deseo. “Inquietante, delicada y feroz: así es la escritura de Faraj, que hurga en los escombros de lo humano para preguntarse por el deseo, la memoria y la esperanza”, como quedó plasmado en un texto del autor para la contraportada.
Soledad Véliz se metió en la figura de Peggy, en lo inhumano. En el olor a amoniaco presente en toda la novela y en los gansos, que comen basura y contradictoriamente –o no tanto– se vuelven inmortales.
Sobre la escritura, el poder, la familia militar va esta conversación con la fotógrafa y cronista de viajes antes de su retorno a Argentina.
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–¿Cómo llegaste a la ciencia ficción?, ¿cómo describirías tu forma de escribir en este registro? Más bien, ¿crees que estás en ese registro?
Jaulagrande entra, es ficción especulativa, por lo que dicen acá que me enteré. En realidad te estoy dando una pista de que fue al revés: no busco nada, no es que voy a trabajar en una novela y quiero hacer una distopía o quiero hacer una ciencia ficción. En realidad es más bien que quiero contar esta historia, y para contarla –por determinadas razones– me conviene hacer una distopía.
Mi anterior novela es más realista; esto es una distopía; acabo de sacar un libro de no ficción, entonces voy por los géneros de acuerdo a lo que tenga que decir.
En el caso de Jaulagrande, quería hablar de una familia en un mundo militarizado, que el padre fuera militar, que el hijo fuera hijo de militar; o sea, una familia dentro de ese mundo. Y bueno, soy una escritora argentina muy atravesada por la época de la dictadura, porque simplemente es parte de mi historia y porque fue un momento muy importante que todavía sigue vigente el sentido de la memoria. Pero es algo sobre lo que no quería hablar desde determinados tópicos, lo quería hacer con mi propia voz, entonces para eso me sirvió una distopía, o sea, inventar otro mundo, hacerlo totalmente irreal, totalmente imaginado. Eso me sirvió para generar ese ambiente. Y así llegué a la distopía.
–Y sobre la extensión. Jaulagrande es una novela breve. ¿Por qué?
La historia está contada en tiempo presente. Son pocos días: cinco días, el tiempo restante y la ceremonia. Está todo en un lenguaje muy lacónico, muy breve, en oraciones cortas. Tiene un ritmo que para mí pide esa extensión.
Es lo mismo que lo que te respondí antes con la distopía. Ese es el ritmo que encontré. Por ejemplo, hay concursos que te dicen tipo 200 páginas, y yo no llego. Bueno, no llego, la novela no llega, tal vez sí llega porque la historia pide más; pero nada, escribo como sale, lo que pide la historia que quiero contar, si se puede decir de ese modo.
–Sobre eso, ¿cómo describirías tu rutina de escritura?
Escribo todos los días. Ahora estoy haciendo una novela nueva y en el medio tengo que escribir otras cosas, porque trabajo para revistas de viajes, entonces no estoy todo el tiempo con la novela, pero sí estoy todo el tiempo escribiendo y trato de que sea todos los días. No son todas cosas publicables ni mucho menos, pero sí.
Para mí la escritura es como la gente que medita todos los días, no porque llegue a ese estado, pero sí es una rica rutina. Es habitual porque necesito hacerlo diariamente.
–Es revelador agarrar ese ritmo, llegar a escribir todos los días.
¿Vos escribis todos los días?
–Por mi trabajo sí, pero en proyectos literarios, a veces, por un taller en el que estoy. Eso me forjó una rutina.
Los talleres tienen eso también.
–En algún momento quería ir a estudiar un magíster, a tomar dos años para escribir. Me di cuenta de que no lo necesitaba. Hubiese sido ideal, el sueño del pibe, pero con esto que tengo igual puedo hacerlo entre medio y da.
Esa fantasía para mí la bajás a tierra haciendo esa fantasía de la escritura. Para nuestra realidad en Latinoamérica no da, quizás, pero para otros países está bien; pero de esa mezcla de la cultura de la que venimos, en la que estamos, de ahí nace la escritura también. Eso hace que la escritura sea de determinada escritura y no otra; y claro, qué quiero contar. De ahí nace también lo que tenés que decir, la urgencia por decirlo.
–Justamente sobre los temas y los focos: Jaulagrande transcurre en una base militar. Quiero que ahondemos en por qué elegiste este espacio, que quizás podría haber sido una fábrica o una escuela como instituciones represivas.
Soy hija de militar.
–Yo también.
¡Vos también! Soy hija de militar, entonces, bueno, es mi historia. No es una fábrica, pero podría serlo si quiero hacer una ficción; pero no, yo quería hablar de una familia. Eso era muy fundamental.
–De una familia militar, de una familia que tiene ciertas características…
Y dentro de una base militar. Yo viví en base. Mi viejo estaba destinado a un determinado lugar y yo vivía de vacaciones allí. No vivía tanto, porque mis viejos se separaron, pero sí pasé vacaciones adentro de un cuartel. Sé lo que es eso, sé lo que son esas construcciones. Por eso hablé de eso.

–Sobre lo militar, ese disciplinamiento también se puede expandir a los cuerpos. ¿Cómo quisiste representar ese poder y cómo se expresa en esos cuerpos?
Si me preguntás… no lo pensé. Pero pensándolo ahora, en cuanto a los cuerpos, el niño, Boris –parto por ahí– es el que hace las preguntas. Está en esa edad en donde está la urgencia por saber, por descubrir el mundo y eso se ve en esa búsqueda, cuando sale a la laguna, cuando sale a la noche, cuando empieza a investigar mientras todos duermen.
Peggy, pasando a ella, está en contradicción. Por un lado está esa dependencia con ese hombre, entregarse totalmente, y por otro, su lucidez. Entregar todo y a la vez esa cosa de querer salirse de ahí. En el lanzamiento lo dijo Soledad Véliz, esa cosa de pasar de darle el poder a ese Fresno a darle poder a ese ganso. En ese sentido ella termina así, su cuerpo termina siendo medio el de un animal; termina adaptándose a esa naturaleza.
Después, Fresno, que se quiere tanto que se ofrenda. Me costó mucho hasta que llegué a ese final, que es muy metafórico.
–En la presentación en La Furia, Cristian Cristino dijo que este control coexiste con el deseo. ¿Cómo dialogan ambos planos?
Ambos planos no son contradictorios. Para mí era fundamental que los tres personajes tengan su deseo, para escribir y para que avance el personaje. En Boris está este deseo de conocer el mundo; Peggy tal vez es el deseo de libertad; y Fresno ese deseo de poder y de recuperar ese honor.
–Lo advertía Soledad en su presentación, ¿qué mirada hay en esa sujeción de género de Peggy?
A mí me interesaba esto de que medio se hartó de todo y que termina yéndose de ese lugar de la mujer del general, de la madre. De hecho, al principio del libro está muy planteado. Dice: “quiere gritar, que ni Fresno ni Boris le digan una sola palabra, que ni se enteren de que está, quiere hacer lo que se le dé la gana y no sentir que alguien la metió dentro de una caja”. O sea, no lo soporta más ese lugar de la mujer del general, de la madre.
Ella se hunde en la laguna, en esa laguna podrida, y después resurge. En una nueva novela que estoy escribiendo es uno de los personajes principales. Esta nueva novela se llama Campoblanco. Allí Peggy en realidad ya no se llama más así y es alguien que está todo el tiempo ordenando los recuerdos. Tiene todos los recuerdos, pero lo único que se olvidó –que es lo único que ella quiere– es su hijo.
–¿Qué quisiste lograr con tener el olor tan presente en la narración?
Me interesa que estén todos los sentidos, me interesa que la escritura no sea plana, que se pueda seguir con los sentidos, con el olor, con el tacto, con todo. Eso es la escritura, y en este caso me parecía que era un componente fundamental para lograr mostrar la denigración, el fin del mundo. Que tuviera mal olor me parecía que estaba bueno para sostenerlo.
Me acordaba de un libro de Leila Guerriero, una entrevista que dio sobre Los suicidas del fin del mundo. Y ella decía que apenas había llegado a ese lugar el viento era algo que estaba constantemente, ese sonido, ese silbido, y ella decía “bueno, el viento tiene que ser un personaje más, no puedo omitirlo”. Tenía que ser tanto un personaje que después se deja de oír ese viento. Está tan internalizado que deja de oler el olor a pis, a amoniaco.
–Están los animales, los gansos, el caballo. ¿Qué visión quisiste poner sobre la naturaleza?
Puse gansos en principio porque es un animal que en general se ve de manera peyorativa. Me interesaba que ese ser que dicen que parece un idiota fuera todo lo contrario, el más inteligente, el que en realidad sabe; y que comiendo basura se haga inmortal.
Los animales tienen otro tipo de lenguaje. De hecho, Peggy lo dice, bueno, voy a tener que hablar con el ganso, no hablar… Voy a tener que decirle, no decir, porque el lenguaje no está con él, sin embargo se puede comunicar.
–¿Cómo nutre tu escritura este trabajo que haces con las fotos y con los viajes?
Escribo crónica de viajes y hago las fotografías. Soy muy visual para escribir, pero creo que la literatura es así, es la imaginación. O sea, no hace falta ser fotógrafa. Para mí la fotografía sí es fundamental, pero hay muchas escritoras o escritores que no hacen fotografía y son igual de visuales porque es la imaginación. Y hay fotógrafos que escriben y probablemente no sean así de visuales. Cuando me preguntan eso digo que soy visual porque es así, no sé si tiene que ver con la foto.
–¿Cuáles son tus actuales inquietudes escriturales?
Hace poco salió un libro por la editorial Bajo la luna. El año reptil es un libro de no ficción, es un diario de duelo sobre una experiencia que viví hace 13 años de un bebé que nació y se murió.
Concretamente yendo a la ficción, que es lo que estoy haciendo ahora y lo que quiero escribir, estoy contando una historia de amor. Pero, viste, el amor… ¿qué es?… Me parece muy difícil contar una historia de amor que además se da en un lugar que es Campoblanco, que desde lo visual es todo blanco. Hay niebla, hay leche, hay cal. Construir eso y a la vez que ahí se desarrolle una historia de amor.
–Es bonito que sea desafiante.
Si, sino no sirve. ¿Te pasa a vos?
–Me resulta esta constancia de escribir, pero también abandonar un rato. Hasta me olvido qué escribí.
Para mí es súper necesaria esa distancia para poder volver y decidir qué hacer y qué no. Está bueno.
