Donde un padre o una madre olvida, hay una hija que resiste

“Así converso con mi padre: segura y a tientas”.
Alejandra Kamiya, Arroz
“Siempre que había una pausa en nuestra conversación,
mi madre levantaba el rostro hacia el sol, cerraba los ojos y sonreía”.
Siri Hustvedt, Un paseo con mi madre
Podemos ser o no ser muchas cosas, pero hay algo de lo que no podemos escapar: nunca dejamos de ser hijas. La relación con nuestra madre y padre dibuja el marco que sostiene nuestra vida y las relaciones que tejemos en ella. En una coincidencia –o no–, durante estas semanas estarán en cartelera dos obras que muestran el intento de dos creadoras por explorar recuerdos, reimaginar presentes y, por sobre todo, hacer un ejercicio de memoria e imaginación que les permita elaborar y procesar la enfermedad de un padre y una madre.
Mi madre nada, escrita por Nicolás Lange –basado en los diarios de Ximena Toro–, dirigida y protagonizada por Daniela Castillo Toro, es una excavación metafórica a la memoria de una madre que olvida. Esta arqueología nace cuando la hija encuentra el diario de vida que su madre escribió en los inicios de la enfermedad de Alzheimer, donde están los últimos vestigios, trazos y recuerdos antes de comenzar a olvidar.
En Cuerpo de Lewy, escrita por Ignacia Agüero en colaboración con Carlos Briones, Melchor Pino, Juan Diego Bonilla y Martín Acuña, dirigida y protagonizada por la actriz; la demencia de un padre y una conversación pendiente con su hija dan forma al montaje que aborda el deterioro mental y sus consecuencias. En un almuerzo ficcionado, la directora lleva a escena el caso real de su padre, quien vive con una avanzada demencia por Cuerpos de Lewy.
“Me encontré los diarios en una exploración a la pieza de mi madre, era un cuaderno que yo le había regalado en la Navidad de 2014, y que también le regalé a mi papá y a mis hermanos, con una dedicatoria a cada uno. Siempre pensé que mi mamá no lo iba a usar, porque era una persona que no tenía diarios de vida. Un día lo vi, lo abrí y tenía cosas escritas. Fue bien triste en la primera lectura, en realidad, y lo cerré. Me puse a llorar, fue muy fuerte y lo dejé ahí”, cuenta Daniela sobre el hallazgo del diario que sería la columna vertebral de la obra, años más tarde. Daniela leyó el diario un par de veces más y lo guardó en Chile –ella entonces vivía en Alemania, donde ya empezaba a gestarse la idea de hacer algo con este material, junto a su amigo Nicolás Lange–. “Esto es muy valioso, es un tesoro, servirá quizás para algo”, le dijo Nicolás. “En el diario ella menciona que yo se lo regalé, dice que lo va a usar con un sentido sanador”, agrega la actriz.
Ignacia Agüero cuenta que escribir y hacer obras es su manera de “tramitar” cosas que le pasan. “Ante las situaciones difíciles o traumáticas soy eficiente, pero no siempre me involucro mucho emocionalmente, entonces quedo en un estado como de protector de pantalla. Cuando lo puedo traducir en algo artístico, permito que fluya más mi sentir, mi afecto, es como que algo se ablanda en mí”. Las dos querían contar una historia. Su historia. Íntima, personal y familiar. Pero es también la historia de muchas personas. En Chile, el 1,06% de la población presenta algún tipo de demencia. El 7,1% de las personas de 60 años y más presenta deterioro cognitivo, el que aumenta de forma exponencial, alcanzando 13% en las personas entre 75 y 79 años y 36,2% en los mayores de 85. En 2050, debido al envejecimiento poblacional, se estima que el 3,1% de la población (más de 626.000 personas) tendrá Alzheimer u otra demencia.
“Por otro lado, siento que me importa mucho que la gente hable de temas que le atañen a las personas mayores, a la gente más vieja. Sus temas están medio en el tintero, aunque creo que ahora es un poquito menos. Quería instalar, en la discusión teatral y en el quehacer teatral, temáticas que tuvieran que ver con personas mayores, en este caso la demencia. La demencia no es algo natural de la vejez, la vejez no le lleva necesariamente demencia, pero sí se entrelazan, entonces, es bueno hablar de eso, reconocerlo, y también entender todos los estigmas que operan”, dice Ignacia.

Memoria e imaginación
En Mi madre nada, Daniela se convierte en una arqueóloga que se sumerge en la historia de su madre, viaja a lugares improbables, a espacios oníricos que les permiten encontrarse. En Cuerpo de Lewy, Ignacia ficciona el almuerzo que no pudo ser, una rutina que se vio interrumpida por el avance vertiginoso de la enfermedad de su padre luego de una caída. La memoria, dice la escritora Paula Arrieta –citando a Siri Hustvedt–, proviene del mismo lugar del cerebro en donde se desarrolla la imaginación. Donde no hay recuerdos, hay ficción. Donde un padre o una madre olvida, hay una hija que resiste. Un aspecto que comparten ambos montajes es la insistencia de dos hijas que crean un mundo –en un paisaje congelado o en un restorán– para encontrarse con alguien que está, pero a la vez no. Es un espacio profundamente íntimo al que se nos permite acceder para ser parte del simulacro, de volver una y otra vez a esa mesa en la que no se sentaron Ignacia y Emilio, o a ese viaje que no harán Daniela y Ximena. Es un momento fugaz en el que podemos mirar, como desde un pequeño agujero en un muro, el lenguaje secreto y privado de dos personas que comparten un vínculo extraño y enorme.
Le comento a Ignacia sobre la obra de Daniela y que me llama la atención que coincidan en varios aspectos, pese a ser obras muy diferentes. “Hablamos harto con la Dani, también pude ver su obra”, cuenta. “Creo que también es la edad, estamos en una edad en que quizás nos importan más estos temas. Me parece importante que haya una generación que se preocupe de lo que va a venir, porque uno se preocupa de eso solo cuando llega el momento y no lo ve antes. Esas personas quedan excluidas del quehacer del pensamiento, de cómo reflexionamos la vida, de las políticas públicas y ahora estamos trayéndolo. Me parece que es el comienzo de algo, de un movimiento más grande”, agrega Ignacia.
“Es hermoso coincidir con la Igna en estas creaciones. Somos de la misma generación de teatro, vi sus exámenes en la (Universidad) Católica en primer año. Nos gusta el movimiento también, el cuerpo, la actuación y explorar, supongo. Por eso pienso que nos arrojamos con estos trabajos. Fue una coincidencia muy bonita. Yo vi la obra de la Igna, sin duda son distintas, pero al final estamos hablando de lo mismo, creo, del dolor de ver a alguien que amas en un deterioro tan triste. Y supongo que el teatro nos hace pensar en esto. Es divertido que las enfermedades de nuestros padres hablen de la memoria, y el teatro igual. En su ejercicio constante de pensar las cosas que van pasando, de la memoria de una sociedad que se imprime en el escenario. Ahí estamos ambas tratando de imprimir esas memorias y, por supuesto, de contar historias que puedan hacerle sentido a otras personas”, dice Daniela.
Mirar lo difícil
Les pregunto cómo ha sido la recepción de la obra, si sus familias ya la vieron, si recibieron comentarios. Ignacia cuenta que su mamá la vio y, entre risas, confiesa que le dio algunas instrucciones de dirección: “esta parte podría repetirse, yo le sacaría esto”. “A mi mamá también le parece importante lo mismo y creo que en ella habita un deseo de que la historia de su marido se conozca”. Ha sentido el apoyo de la familia de su mamá, sin embargo, por parte de su padre, entiende que “no la ha visto nadie”. “La vieron amigos de mi papá y fue conflictivo en ciertos aspectos, porque ellos decían: ‘nuestro amigo Emilio es mucho más que eso’ y yo sé que él es mucho más que eso, pero cuando mi papá se transformó en quien es hoy, mucha gente se fue. Entonces, me parece importante tomar este momento tan particular de su vida, entre decadente y frágil, y como sucio y difícil, y creo que hay que hincar el diente y observar qué es lo que pasa en ese momento con la gente que está alrededor, con las personas que trabajan para ayudarlo con las burocracias que están metidas, como los partes que le llegaron por no ir a votar. Yo sé que es difícil para la gente que lo conoce, pero me parece que es necesario ver eso».
En el caso de Daniela, “están todos muy conmovidos, contentos. Sus amigas de terapia ocupacional –porque mi mamá era terapeuta–, me dicen que la Xime estaría muy orgullosa y yo creo que sí. Es muy loca esta vuelta porque ella trabajaba con gente que estaba en estas condiciones, y ahora es al revés. A ella le hablo de la obra, está contenta, yo logro sentir en su energía que ella sabe que esto es importante, que es importante hablar de esto y eso es bonito. Muchos amigos de ella de la universidad han ido al teatro, gente que no conozco, de las Juventudes Comunistas; me abrazan, dejan mensajes en un librito, agradecen mucho, lo encuentran valorable y necesario. Esa palabra, ‘necesario’, se ha repetido y es bonito… nosotros no lo hicimos por eso, lo hicimos por amor, pero ahora la gente piensa que es una cosa muy valiosa. La gente se siente muy agradecida por la experiencia. Me hablan sobre sus propios familiares, sus historias, sobre el amor tremendo que muestra la obra y que les resuena. Es muy lindo sentir que la obra es muy compartida”.
“Algo que no me había pasado nunca es que llegara gente al teatro, que no es asidua al teatro, que me dijeran como ‘oye, vinimos porque supimos de la obra… mi suegra está pasando por algo parecido’ y pasó que la obra empezó a atraer a personas que querían hablar del tema y preguntar datos, por ejemplo, si conocían cuidadores o cuidadoras. Hay algo ahí, el teatro se metió como en una juguera de personas que están pensando en temas y en cómo resolver problemas que están teniendo las personas”, cuenta Ignacia.

Un iceberg, un repollo
Uno de los puntos altos de ambos montajes reside en el diseño escénico. En el caso de Mi madre nada, el escenario se convierte en un espacio onírico gracias al uso de lienzos pintados con distintas escenas: un paisaje invernal, un iceberg (que podría haber sido el que viajó desde Chile a la Expo Sevilla 92, según recuerda Daniela en la obra), una letra “A” manuscrita y en mayúscula, trazada de manera irregular. En Cuerpo de Lewy nos trasladamos a un restorán, por cuya cocina vemos pasar repollos que a su vez son cerebros que, como el vegetal, van perdiendo hojas y capas.
En una coincidencia –o no–, este trabajo en ambas obras está a cargo de Laurène Lemaître. Cuenta que fue un gran desafío porque “la misma directora escribe, actúa y dirige en los dos casos, lo que hace que todo sea más frágil. Frágil no en el sentido de débil, pero sí sensible. Las dos son historias sobre la vejez y la partida de un ser querido, uno de los papás, un ser que está presente en cuerpo pero su mente se está yendo. Hace años falleció mi papá, de ahí también me interesaba trabajar conectando con mi historia y también queriendo trabajar sobre esos temas”.
La diseñadora francesa, quien también es directora teatral, agrega que para este trabajo trató de estar más presente: “Son procesos que lo exigen para poder sacar ese hilo rojo que guía la obra, y entender la práctica. Uno es un viaje y el otro es una cena. Puede parecer simple pero es más complicado descubrirlo, entenderlo, creerlo también, e irse de fondo con las ideas y la situación. Son dos universos muy distintos, pero que tienen mucho que ver con cada una de estas dos hijas que van a la búsqueda de este ser a través de su práctica profesional, gracias al teatro. Gracias a nuestra práctica teatral podemos tratar de estar en presencia y compartir con esta persona que se está yendo. Lograr mentirnos un rato para generar este reencuentro. Cuando se muere alguien siempre es un sueño poder compartir un minuto, treinta segundos de nuevo con esa persona. Y la magia teatral nos puede ayudar en eso, en inventar e imaginar este momento de conexión. En esto me siento muy privilegiada. ¿En qué otro trabajo podemos hacerlo?”.
Fichas artísticas
Mi madre nada
Co-creación: Daniela Castillo Toro y Nicolás Lange | Dramaturgia: Nicolás Lange* | Dirección y actuación: Daniela Castillo Toro | Diseño sonoro y microfonía: Ximena Sánchez Egaña | Operador de sonido: Raimundo Stevenson | Diseño integral y realización pinturas: Laurene Lemaitre | Operador iluminación: Matías Trujillo | Asistencia pinturas y montaje: Viviana Araya | Realización de vestuario: Paulina Giglio Gutiérrez | Compositor musical: Tomás González | Video mapping: Matias Carvajal | Producción: Inés Bascuñán Pérez
*Texto basado en los diarios de Ximena Toro y memorias de su hija, Daniela Castillo.
En Teatro La Memoria del 18 de junio al 28 de junio, miércoles a sábado a las 20:00hrs.
Cuerpo de Lewy
Dirección: Ignacia Agüero | Elenco: Carlos Briones, Martín Acuña, Melchor Pino, Juan Diego Bonilla e Ignacia Agüero | Asist. dirección y visuales: José Miguel Agurto | Diseño integral: Laurene Lemaitre | Composición sonora: Santiago Farah | Producción: Scarlett Carrasco | Fotos: Daniel Corvillón y Elio Frugone | Proyecto financiado por la Dirección de Artes y Cultura de la Vicerrectoría de Investigación UC.
En GAM del 20 de junio al 6 de julio, viernes y sábado a las 19:00hrs., domingo a las 18:00hrs.