Camila Blavi: “Acacia es un viaje por un espacio imaginado”
Imágenes de territorios y su relación con el cuerpo, así como especies lejanas que se pasean por esas visualidades forman parte del segundo poemario de la autora que conversó sobre este libro y sus actuales inquietudes. Un libro de una búsqueda compleja, no clausurante, que se propone trastocar ciertos cimientos y roles.
[Las fotos de Camila son de Catalina Contreras]

Hicimos esta entrevista por correo, pero antes nos reunimos a almorzar. A compartir un momento. Allí, la poeta y pedagoga Camila Blavi me entregó un ejemplar de Acacia, poemario publicado por Provincianos.
Antes había tenido noticias de Camila por una reseña de Drago Yurac que publicamos en esta revista. A esto se sumó que compartimos el rol de presentadoras del poemario y detrás las mujeres que se pepenan por el desierto de Josefa Vecchiola, junto a la querida Eugenia Prado. Ahí surgió la idea de hablar un poco de este, su segundo poemario.
En Acacia es posible encontrar una fuerte aproximación y expresividad de la naturaleza. La voz poética acude a algunas especies en una búsqueda peculiar por lo que se podría denominar “un origen”, pero ese camino se presenta desde el cuestionamiento, el desvío, lo microscópico, la imprecisión. La poesía como proceso, como camino, como desvarío y resistencia a lo teleológico.
“La escritura de Blavi pone en juego una confianza primaria. Una trama donde podemos descansar de la comprensión y fundirnos. Desprenderse, aunque sea un poco, de la lengua materna. Hacer inéditos pactos, ser híbridas, suspender el eco familiar del trauma”, señala Drago en su texto.
Camila Blavi (Santiago, 1988) es escritora y profesora. Estudiante del Magíster en Literatura Latinoamericana y Chilena de la Universidad de Santiago y Máster en Creación Literaria de la UPF-BSM de Barcelona. En 2022 publicó el libro de poesía Contaminaciones (Komorebi Ediciones). Se ha adjudicado la Beca de Creación Literaria del Fondo del Libro y la Lectura en dos oportunidades (2021 y 2023), la primera de ellas con Acacia.

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-La madre como figura sale enunciada desde el inicio, quizás, desde la renuncia. ¿Cómo describirías esta versión y vínculo en Acacia?
En el libro, la aparición de este personaje, tiene una cualidad metafórica. Esa figura como bien señalas se puede entender desde la renuncia, que para mí, es la renuncia a un sistema de pensamiento que busca el orden y la estabilidad para poder sobrevivir. A partir del inicio, el paisaje, las especies, las ideas para el yo presente en Acacia, se mueven, no hay a qué aferrarse. Este sistema del que hablo tiene una raíz lógica, es parte de nuestra herencia y si lo vemos en términos binarios, también masculina. En ese sentido, podría haber elegido el padre, pero a nivel personal no tengo ese referente, entonces me fue más cercano pensarlo así.
-En el lanzamiento ambos presentadores acudieron a la figura de la «raíz». ¿Podríamos decir que hay una idea de búsqueda de un origen? O tal vez, ¿un cuestionamiento al origen?
La raíz tiene más que ver con lo segundo a lo que te refieres, y ahí se emparenta con lo que hablábamos antes. El cuestionamiento a un pensamiento que busca referenciar y proyectar la experiencia desde el orden y la jerarquía. Buscar el significado esencial de algo, buscar verdades. Aferrarse a ideas fijas. Dentro del libro, se busca, se habla de esa raíz, pero es algo que realmente no está presente de manera concreta, es un misterio, la búsqueda de un tesoro que al final es un engaño. No obstante, esa mentira nos trae tranquilidad y calma. No es que me parezca algo tácitamente malo, pero sí algo que al menos a mí, me produce malestar y contradicción.
-Lo que me pasó primero al leer el libro fueron las imágenes que se construían de y con la naturaleza. Sus movimientos, imaginarlos. ¿Cómo describirías tu relación con esta visualidad que surge desde Acacia?
Escribo mucho desde la imaginación y también tiendo a hacerlo en códigos de imagen. Probablemente porque vengo de las artes visuales. Afiancé en mí ese lenguaje cuando estudiaba el pregrado, por lo que creo que está siempre presente en todo lo que hago.
-En una reseña, Drago Yurac señala que este poemario «es volvernos magnéticas a la vibración oculta de una constelación física, animal y vegetal que susurra debajo de la lengua». Estas capas, ¿están ocultas?, ¿son difíciles de acceder?, ¿las pasamos por alto en el movimiento constante de lo contemporáneo?
Antes de escribir Acacia sí tenía la intensión de ocultar, pero aquí fue todo lo contrario. Dentro de las distintas perspectivas que se pueden tener, la mía a la hora de escribir o crear, ha sido ir al detalle, a lo que se pasa por alto. Pienso que las palabras de Drago van en esa línea. Creo que esto implica mirar contraintuitivamente al código neoliberal-urbano, pero es algo que me sale natural y que también buscamos, escapar un poco de ese movimiento acelerado.
-En esto de lo vegetal justamente está, entre otros elementos, la acacia. ¿De dónde surge esta elección? La acacia es el aromo y es una especie no endémica.
Siempre me han llamado la atención los aromos, de niña tuve una relación estrecha con uno que podía ver desde la ventana de mi pieza. Veía cómo los niños lo escalaban, le rompían las ramas y se deterioraba. Puede que suene un poco raro, pero es algo por lo que sufría. Intentaba cuidarlo, me fijaba en sus cambios dependiendo de la época del año y así… Si iba de viaje y me encontraba con ese tipo de árbol, sus pequeñas flores me traían una sensación agradable. Poco antes de escribir Acacia, talaron ese aromo del que te hablo y con el tiempo, la idea de que fuera una especie no endémica junto con otras cosas –como las que ya hablábamos–, me hizo tener la certeza de esa decisión.
-También está el Oryx, ese bello mamífero que también es lejano. A pesar que el libro es micro, interno, vinculado a esto vegetal, busca estos referentes lejanos. ¿Qué habría allí?
Quizás buscaba una distancia para escribir. Quería crear una pequeña narrativa en el poemario en la que también pudiera ir descascarándome a mí misma, pero no quería hacerlo individual por lo que intenté fugarme un poco. Lo que ocurre en Acacia es un viaje por un espacio imaginado, hecho de retazos, en donde se mezclan especies que pueden convivir en un mismo lugar, pero otras que no. Pienso que quería construir algo que se escapara de una referencialidad clara al igual que todo se escapa y diluye en el libro.
-Para quienes no hemos leído «Contaminaciones», tu primer poemario, ¿cómo dialogan ambos libros?
Creo que estos poemarios y el que viene después, Puna, han ido tomando diferentes matices sobre la exploración de lo humano y lo que le excede. En este sentido, en los tres está muy presente lo natural. En Contaminaciones hay un yo más estático presente en el libro, mientras que en Acacia este se expresa de manera más etérea.
-¿Qué preguntas crees que no se han abierto aun con quienes has conversado en torno al libro?
He tenido el privilegio de tener muy buenas y diversas lecturas en torno a Acacia ahora que está publicado. Es algo que me tiene muy contenta, la verdad. Drago Yurac, Jéssica Pujol y Felipe Cussen, han hecho análisis súper ricos e interesantes que van muy en línea con las características y las intenciones que tenía con este libro. Creo que son líneas en las que se podría ir profundizando.
-¿Qué estás escribiendo actualmente?
Ahora estoy escribiendo una especie de poemario-ensayo sobre los afectos en donde intento hacer una crítica sobre discursos normativos en torno a ellos. Estoy trabajando la relación con lo no humano de forma más directa que en Acacia, pero la verdad, estoy en fase muy exploratoria. Me tiene contenta sí, porque desde hace tiempo quería escribir algo que mezclara estas dos líneas así que estoy súper animada con ello.




