/ por La Raza
– ¡In jus ticia! ¡In jus ticia! ¡In jus ticia!
Algunos vociferan timoratos, otras cierran el puño y golpean la mesa, los más desordenados se suben a las sillas y mesas, otras rompen el cuaderno y tiran papeles, incluso al inspector que intenta acallar las voces o controlar la revuelta que se escucha en los pasillos de la escuela.
En nuestra infancia ese grito unísono se articula contra el miedo al castigo, primigenia voz colectiva que surge ante la promesa incumplida de las autoridades de la escuela o quizás ante una decisión unilateral del profesor –pocas veces contra un compañero o compañera. Hoy esa expresión espontánea ya no pertenece sólo a inocentes rebeliones, ahora también es una respuesta argumentada contra la desigualdad estructural de la sociedad chilena y latinoamericana, y, por tanto, tiene su lugar dentro del amplio pero minoritario movimiento social que se niega a aceptar el modo de vida impuesto.
«Del salón de clases a la lucha de clases» rezan las calles desde hace diez años, ante la mirada recelosa de la adultocracia, que se admira y espanta de los niños que juegan a la revolución sin saber de geografía. Ahora estos niños tienen otras caras, pero son los mismos. Ya no denuncian la injusticia, anuncian la ofensiva. No tienen miedo de citar a Marx o reivindicarse feministas, pues no necesitan validarse ante el retrógrado duopolio. Seguro no es primera vez que la voz y las acciones de los estudiantes resuenan con tal magnitud, pero es la primera vez que pasan de ser actores secundarios a protagonistas de la ofensiva anti neoliberal que intenta impregnar a quienes mantienen excesiva distancia crítica y a los que han sido cooptados por el reformismo conciliador de las plataformas políticas que nos administran. Son más de diez años de movimiento estudiantil y, sin embargo, persisten las demandas por el fortalecimiento de la educación pública, su gratuidad universal y su construcción comunitaria, pese a este gobierno que escandalizaría a cualquier socialista respetable y que día a día perfecciona la vía chilena al neoliberalismo.
Diez años: que nadie se declare sorprendido. A pesar de las volteretas, maquinaciones y chanchullos, los involucrados ya aprendieron de qué se trata todo esto. Y ése es el alcance de la ofensiva; el movimiento se adelanta al próximo caballo de Troya, pues en este circo nada es lo que parece. Y no importa que la declaración sea intransigente; a lo largo de una década, la condescendencia se pierde. Cuando creíamos superados sus límites, la clase política amenazada en su conjunto se apropió de la demanda social y sus dirigentes para mantener su hegemonía financiada por los empresarios, consensuó su reforma reaccionaria y aplicó una nueva modalidad de subvención a las empresas educativas revistiendo la reforma de un etapismo sin asidero en la realidad. La educación es sólo un botón de muestra que ratifica que Chile no ha sido más que un espectador temeroso o entusiasta del auge y caída de los progresismos latinoamericanos.
Pokemón y su pandilla de monstruos cuáticos llegaron a Chile el mismo año en que las urnas determinaron la victoria del paternalismo de Lagos por sobre Lavín y su golpismo camuflado de infantilismo pacato. Temerosos y entusiastas miramos inmóviles y de reojo a nuestros vecinos latinoamericanos mientras el presidente regalón de los empresarios privatizaba las sanitarias, el agua potable y concesionaba todo lo que le pidieran a cambio de no ver más al dictador en el Congreso.
La cumbia villera estaba recién sacando ritmos tropicales a un teclado yamaha de iglesia evangélica, cuando allende la cordillera se vivía una de las mayores crisis económicas de su historia consecuencia del neoliberalismo menemista. ¿Cómo no apoyar ese kirchnerismo que se presentaba popular, bolivariano y cumbiero? Nos alineamos uno al lado de la otra para danzar la manivela cuando en Brasil se construía el mito de Lula, y nos enteramos del suicidio de Jefferson luego que Dilma fuera crucificada. Bailábamos La Bomba cuando en Bolivia se articulaba el indigenismo que logró el control estatal. Las siete familias aún niegan nuestro mar mientras Evo Morales instala un modelo desarrollista de nuevo cuño, uno que incorpora al empresario.
Tuvieron que caer las Torres Gemelas para que conociéramos a Delfín Quishpe y el tecno–folclore andino ecuatoriano, nuestra banda sonora para esa revolución ciudadana que esbozó sonrisas, pero que poco a poco se fue distanciando de las organizaciones de base que constituyeron la asamblea que le dio forma. Creíamos que la emboscada a Lugo era sólo una excepción en la isla paraguaya, mientras en la frontera guaraní se mataban a campesinos sin tierra. Reímos de frentón con el desparpajo de Chávez contra Mr. Danger en plena guerra por recuperar el petróleo. Los reaccionarios despertaron, pusieron sus límites y no nos quedó más que fumarnos la cola en una caja de fósforos escuchando los discursos de Mujica.
Antes de este movimiento estudiantil, Chile creía ser parte de un viraje continental a la izquierda e incluso hubo algunos que sumaron sus manos al volante. Pero en este terruño la dirección siempre estuvo bloqueada, sus conductores se emborracharon de poder y nos atropellaron en la vereda mientras intentábamos infructuosamente vivir en paz con nuestras propias contradicciones. Celebramos victorias electorales, la creación de estructuras supranacionales latinoamericanistas y la promoción de derechos civiles, porque nunca fuimos parte de ellas. Soportamos fatuas discusiones sobre el caudillismo de quienes lideraron y lideran esos procesos en otros territorios latinoamericanos porque acá nunca hubo enfrentamiento. Hemos combatido con distintas máscaras y hasta el cansancio las denuncias de populismo que a la descarada derecha chilensis le fascina enrostrar con la ignorancia que los caracteriza porque, aunque frustrados o pospuestos, esos procesos tuvieron la participación masiva de la población. Rabia es lo que sentimos al ver desde la galería el juego sucio de sus defensores.
Ante esta paradoja, es natural que los estudiantes insistan en que el pueblo necesita educación gratuita, que afirmen ya estar cansados de las leyes del estado neoliberal y salgan a la calle nuevamente, porque la educación chilena se vendió mientras nos desayunábamos las ficciones del progresismo concertacionista con los consejos diarios de sus medios de comunicación. En Chile murió impune la implacable mano paternal del dictador, el mismo año en que todos aprobaban la comodidad maternal de la primera mujer presidenta. Desde ese mismo año 2006 que los escolares gritan en las calles que ya no creen en esta estructura familiar tradicional.
Siempre infantilizado, otras veces instrumentalizado, el movimiento estudiantil se renueva de manera organizada y en reacción contra la agenda neoliberal poniendo en práctica una máxima futbolera…
La mejor defensa es un buen ataque.
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[Portada] Foto tomada de brunner.cl
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