La verdad es que pensaba escribir este texto en agosto, cuando se cumplieran 19 años del asesinato de Jaime Garzón (1960-1999). Pero la violencia en Colombia demanda una urgencia perentoria, sobre todo porque las agencias y oenegés vienen denunciando hace por lo menos dos años un oscuro rebrote de la epidemia que afecta los campos colombianos desde los tiempos en que el Coronel no tiene quién le escriba, e incluso más. Pero justamente en estos días que debían ser de esperanza, en que los Acuerdos de Paz prometían una luz en el conflicto que no amainaba desde hacía más de 50 años, la realidad es otra. Según datos de la Defensoría del Pueblo, para el 5 de julio de este año, se han contado 311 asesinatos de defensores de derechos humanos en Colombia desde el comienzo del año 2016. 1
En Colombia la clase política popular está siendo exterminada, en momentos en que intenta reorganizarse y darse una nueva chance para la paz. Extraoficialmente, es como quitarle el agua al pez, pero a través de las balas y la impunidad del “crimen anónimo”.
Un país que se queda sin referentes de sentido común y humanitario, en las horas en que más lo necesita. Imposible no acordarse de Jaime Garzón y su aborrecible asesinato. No he encontrado colombiano que no lo extrañe con pesar… podría decir, que tampoco he visto alguno que no relacione su muerte con Álvaro Uribe. Desde acá, bien al sur, yo me pregunto no sólo por la impunidad del ex para-presidente (curioso hito el suyo, el de haber inaugurado en su gobierno el concepto de “parapolítica”. Del terror) sino la tolerancia macondiana de que el tipo, 20 años después, sigue estando asociado a crímenes políticos, sin mancharse ni un poco. Los memes que inundaron la web bromeando sobre los misteriosos asesinatos de personas que debían testificar en contra de los hermanos Uribe Vélez, provocan tétricas risas, seguidas de un escalofrío mortal. Y esto para que después, su candidato títere gane las elecciones. Para llorar de rabia.
Jaime Garzón no era ningún bobo; él sabía que en Colombia hay gente que odia la paz, porque huele a izquierda. Personas para las que los Derechos Humanos son un “mamertismo” peligroso. Porque el diálogo no genera réditos. Porque en un país en que la violencia parece desbordada (los 90’s de Gaviria, Samper y Pastrana, para ser más específicos), confiar en el trabajo con comunidades indígenas, política comunitaria e involucrar a los ciudadanos de a pie, se parecía demasiado a las quimeras sesenteras. Demasiado joven y alegre, carismático e íntegro era Jaime Garzón, como para pasar desapercibido. Cuando lo mataron, los colombianos lo lloraron. Pero los malos de siempre se salieron con la suya, y hasta el día de hoy el único culpable de su muerte es Carlos Castaño, el líder de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia, grupo paramilitar). Castaño murió ajusticiado por los suyos, sin responder ante la justicia por las miles de muertes que ordenó y ejecutó. Entre esas, la de Garzón podría ser un número más, sin embargo la Fiscalía la declaró en 2016 como un delito de lesa humanidad, para evitar su prescripción. Su familia aún espera justicia.
Jaime Garzón fue sobre todo conocido como humorista y periodista. Además comenzó estudios de Derecho y Ciencias Políticas, por lo que tuvo importantes roles en la política de Colombia. Fue alcalde menor de Sumapaz (localidad del Distrito Capital de Bogotá) a finales de los 80’, y participó activamente del proceso constituyente durante la administración Gaviria, cuando había que levantar la Constitución de 1991; para ese entonces, Jaime se puso en contacto con las comunidades Wayuu en la Alta Guajira y se dispuso a trabajar en la traducción del texto. De esta experiencia extrae una de sus reflexiones más bellas, que intentó traspasarles a los alumnos de la Universidad Autónoma de Occidente (Cali) en 1997:
El artículo 11 [12], para vergüenza de nuestra Constitución, dice: nadie podrá ser sometido a pena cruel, trato inhumano o desaparición forzada. Imagínese esa vaina: que la Constitución de un país diga eso. (…) ¿Sabe qué tradujeron los indígenas? Pedazo 10-2: Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie ni hacerle mal a su persona aunque piense y diga diferente. ¡Con ése artículo que nos aprendamos salvamos este país! Por lo menos sus hijos van a tener un país mínimamente más agradable.
Jaime Garzón también es reconocido como activista, mediador de paz, pedagogo, además de locutor, actor y cuánto más. Quizás una clave para definirlo se vislumbre a través del recuerdo de su amiga Gloria Amparo Acosta cuando cuenta que Jaime propuso conformar un movimiento: llegó con un librito y les contó una fábula en que un maestro enseñaba a sus alumnos el único árbol sobreviviente de una tala, pues su madera no era útil en ningún sentido: «…si ustedes sirven para algo, se identifican con un rol y ahí se pierden, mientras que si no sirven para nada están ante su propia identidad», leyó. Y luego declaró: “Es exactamente lo que pienso, hacer un movimiento con gente que no sirva absolutamente para nada” (Lea pa’ que hablemos N°2). Así nació el colectivo del Rotundo Vagabundo.
Pero su trascendencia a la memoria popular colombiana la lograría muchos años después, como personaje televisivo; Zoociedad (1990-1993), ¡Quac! El noticiero (1995-1997) y su participación en el programa Lechuza y el noticiero CM& en sus últimos años, junto con la emisora Radionet. Hacia allá se dirigía la mañana del 13 de agosto de 1999, cuando lo mataron. Tenía 38 años.
El humor de Jaime Garzón nunca fue bien acogido por el poder. Ni siquiera cuando fue alcalde menor de Sumapaz se acostumbró a la formalidad castradora del trajin administrativo. Cuando en 1989 se le pidió un informe sobre los prostíbulos locales, respondió en un telegrama: «Después de una inspección visual, informo que aquí las únicas putas son las FARC». Le costó la destitución, sin importar los aportes a la infraestructura básica de Sumapaz a la que contribuyó durante su periodo.
Jaime Garzón sabía que lo iban a matar. Según Mery Garzón, maquilladora, cuenta lo dura que fue la última semana del humorista, pues las amenazas eran claras: el viernes se cumplía su plazo de vida. En entrevista con el programa Contravía, ella cuenta la última noche que hablaron, en que ocultaba su terror con aparente tranquilidad. “Él siempre narraba su muerte tal y como pasó. Y yo creo que así sucedió. Lo único que Jaime no se imaginó en la vida era que la gente lo quería tanto”.
Revisando el recorrido de Jaime Garzón y sus huellas en la historia colombiana, la primera inclinación pareciese ser no asimilar por qué alguien así podría terminar asesinado por las balas de dos sicarios en moto. Luego, dejando el romanticismo ingenuo de lado, uno podría vislumbrar más de algún evento que podría haber firmado su sentencia de muerte. Uno de ellos ocurrió el 27 de marzo de 1998, un año y medio antes de su asesinato; ese día, se descubrió las labores humanitarias que Garzón alternaba con sus rutinas de humor político. El comediante medió en la liberación de 9 víctimas de uno de los primeros secuestros masivos que las FARC ejecutó en la región de Meta. Lejos de ganarse la simpatía por tal acción conciliadora, en mayo de ese año el general Jorge Enrique Mora pidió ante la opinión pública investigar la participación de Jaime Garzón, ensuciándola con la sospecha. En una carta, Mora demandó explicaciones por la aparición del periodista en compañía de un guerrillero: “Considero que es importante esclarecer los hechos precisos en que el señor Garzón imparte instrucciones a uno de los integrantes de esa agrupación narcoterrorista sobre la entrega de los plagiados”.
El único medio que encontró Garzón para responderle al militar fue a través de un telegrama: «General, no busque enemigos entre los colombianos que arriesgamos la vida a diario por construir una patria digna, grande y en paz, como la que quiero yo y por la que lucha usted». Meses más tarde, al general le tocó reconocer públicamente la labor humanitaria de quién había sindicado.
Al año siguiente, el escenario comenzaría a oscurecerse dramáticamente para Jaime Garzón. Piedad Córdoba, entonces senadora por el Partido Liberal, fue secuestrada en Medellín el 21 de mayo de 1999 por orden de Carlos Castaño. Al ser liberada, Córdoba buscó al periodista para alertarlo de lo que sería su propia crónica de una muerte anunciada. Según la ex senadora, Castaño la apuntaba a ella y a Garzón de ser integrantes del ELN y que desde allí negociaban a través de los secuestros. Piedad Córdoba afirma haber visto transcritas grabaciones interceptadas de Jaime Garzón, situación que comunicó en su momento al entonces presidente Andrés Pastrana. Se confirma así, por segunda vez, la responsabilidad del Estado colombiano en la persecución a Garzón.
Que Jaime Garzón no huyera ni se ocultara no quiere decir que no haya intentado evitar su destino trágico. Según la periodista Julia Navarrete y el abogado Alirio Uribe, el comediante intentó por muchos medios hablar con Carlos Castaño, incluso a través de otros jefes paramilitares, como El Águila. Hasta dos días antes de su asesinato, compañeros de Garzón intentaron gestionar una reunión para desactivar la amenaza de muerte. También intentó hablar con autoridades de gobierno y la milicia, buscando detener la fatalidad. Pero los esfuerzos fueron vanos.
El Caso Garzón quedó inconcluso, para muchos. La facilidad con la que apuntaron a Carlos Castaño y reconocieron a los supuestos sicarios se hizo a través de testigos falsos, lo que culminó en la caída del juicio y en que finalmente sólo Castaño fuera sindicado como responsable. Las irregularidades de las investigaciones de la fiscalía dan cuenta de un montaje para crear una responsabilidad ficticia, incluyendo la desestimación de antecedentes importantes como llamadas telefónicas de testigos el día del asesinato. Para muchos, esto es prueba de cómo se orquestó la impunidad, para ocultar “manos invisibles” de la ultraderecha vinculada al paramilitarismo, con el apoyo de oficinas estatales como el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS). Este fue en su tiempo la oficina de inteligencia y contrainteligencia del gobierno colombiano hasta el año 2011, cuando el presidente Santos suprimió la entidad luego del escándalo de interceptación ilegal de llamadas (“el escándalo de las chuzadas”) a personajes de oposición durante el gobierno de Álvaro Uribe.
No me corresponde a mí, menos en estas líneas, responsabilizar a Álvaro Uribe de la muerte de Jaime ni de cuantos muchos más. Pero no podemos soslayar los vínculos y la trayectoria del ex presidente con el paramilitarismo; no sólo por contribuir en la creación de las CONVIVIR (antecedente de las autodefensas en Antioquia), sino por el deficiente proceso de desmovilización de las AUC, cuyos miembros terminaron atomizándose en bandas criminales reticentes a cualquier proceso de paz que pueda buscar Colombia. El vínculo de Uribe y la violencia ya lo vislumbraba Jaime Garzón en 1997, cuando el comediante abiertamente alertaba del peligro de la llegada de dicho personaje al poder, ya fuera hablando como él mismo (“Si uno lo analiza a Uribe, ¡es peligrosísimo!”, conferencia en Cali, 1997) o interpretando a sus personajes humorísticos, como el fascista conservador Godofredo Cínico Caspa.
Qué orgullo patrio sentí al ver la revista esta, Semana, que trae en la tapa al pacifista y cooperativo dignísimo gobernador de Antioquia, doctor Álvaro Uribe Vélez. Un hombre de mano firme y pulso armado, líder que impulsa con su aplomado cooperativismo pacíficas autodefensas. Y él, iluminado en los soles de Faruk, ha dado en llamar Convivir. Acierta la revista Semana, en cabeza del diligente vástago de César Gaviria, al proyectar sobre el escenario nacional a esta neolumbrera neoliberal de esta nueva época, caray. Es que a Álvaro le cabe el país en la cabeza. Él vislumbra todo este gran país como una zona de orden público total, es decir, como un solo Convivir, caray, donde la gente de bien por fin podamos disfrutar de la renta en paz, como debe ser. Y será él, quien por fin, traiga a los redentores soldados norteamericanos, quienes humanizarán el conflicto y harán de Uribe Vélez el dictador que este país necesita. Buenas noches.
Ya fuera desde el humor, la crítica o la reflexión pedagógica, Jaime Garzón buscó la paz para Colombia. Y eso, para la ultraderecha, equivalía a convertirse en un enemigo. Tal como lo fueron los más de 300 líderes sociales asesinados en lo que va desde el anuncio de los Acuerdos de Paz. En casi veinte años, abanderarse por una causa que parece tan noble, aún sigue costando la vida. En su última entrevista, el día anterior a su muerte, Jaime Garzón respondió a una rápida conversación con el canal peruano América TV:
Ya más muertos no se necesitan en este país, más miedo no se necesita. Necesitan que se sienten a hablar. Cuando se distancien, otra vez hay que volverlos a sentar. Cuando se pongan bravos, otra vez hay que volverlos a sentar. Y que no se levanten hasta que no haya un acuerdo. Porque todas las veces que se ha interrumpido, ha sido peor. Más muertos, más tragedia, más agresión. Entonces, lo único que hay que hacer es que se sienten. Hay que darse la pela por la paz. (…) Aquí, los poquitos han convertido la guerra en un negocio del cual se surten y viven. Por eso hay que darse la tarea de decir quiénes viven y se benefician de la guerra. Ahí está el problema.
Sus últimas palabras, cuando las cartas ya estaban echadas. Días antes, dijo en otra entrevista para un canal colombiano que quería cantar una salsa. Se dirigió a la orquesta y cantó: Quiero morirme de manera singular. Quiero un adiós de carnaval…
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