III. PABLO NERUDA, PABLO DE ROKHA y VIOLETA PARRA. INTERVENCIONES SOBRE POESÍA
La siguiente sección 1, organizada en torno a textos de Ángel Rama sobre poesía chilena, se encuentra dominada por su polémica con Pablo Neruda. De los ocho que la integran, seis están atravesados por un tono controversial al recensionar algunas de las tantas publicaciones del autor de Residencia en la tierra publicadas entre mediados de los cincuenta y mediados de los setenta. De ninguna manera la polémica con Neruda debe verse como un hito aislado dentro de la trayectoria del crítico uruguayo. De acuerdo a como el mismo Rama lo expresa en 1972 en La generación crítica (1939-1969), la polémica fue una de las formas discursivas por excelencia de aquellas promociones intelectuales uruguayas nucleadas alrededor de un número importante de revistas y medios escritos, que animaron el debate político y cultural en aquel país desde fines de la década del treinta hasta mediados de los setenta. A juicio del autor, Uruguay no había conocido hasta entonces “ningún período de tanta y tan variada creatividad intelectual: en cada uno de los rubros, poesía, teatro, novela, historia, cuento”, además de una abundancia de críticos y de investigadores “como no ha habido en ninguna otra época de la cultura nacional” (Uruguay hoy). De hecho, a lo largo de la travesía intelectual de Ángel Rama lo encontramos inmerso en este tipo de contiendas desde los inicios de su carrera hasta las postrimerías de la misma.
Al respecto se puede mencionar, por ejemplo, la temprana polémica que, acompañado de Manuel Flores Mora, sostuvo contra el jurado del Concurso de Remuneraciones a la Labor Literaria en 1948 (entre ellos Emir Rodríguez Monegal, uno de sus rivales más reiterados), por considerar que en tal fallo “no hubo criterio selectivo de ninguna especie. Se mezcló en la peor forma que puede hacerse colocando a la misma altura libros de calidad y morralla literaria” (Marcha). A partir de este episodio, que puede considerarse su irrupción mediática en el campo cultural montevideano, resulta evidente señalar que Marcha fue la trinchera más recurrente utilizada por Rama para librar sus encendidas contiendas intelectuales. Desde este espacio también sostuvo una polémica con el periodista Aníbal Badano en 1963, disputa que gravitó en torno a la situación de los escritores en la URSS mediante un examen del “realismo socialista” durante el periodo stalinista. Asimismo, un año después y nuevamente desde este histórico semanario, se volvió a enfrentar a Emir Rodríguez Monegal (quien le contestó desde su columna en el periódico El País) entre los meses de mayo y junio de 1964, debate que giró en torno a El siglo de las luces de Alejo Carpentier (a pesar de que la novela había sido publicada en 1962, y en dos ediciones, una cubana y otra mexicana. Sobre esta diatriba puede revisarse el artículo de Pablo Rocca “Dialéctica de la revolución”). Tampoco estuvo ausente de una de las polémicas más trascendentes y bulladas del siglo XX latinoamericano, el “caso Heberto Padilla” de 1971, situación que leyó en conjunto con el “caso Norberto Fuentes”, diatribas que terminaron gatillando su renuncia al Comité de Colaboración de la Revista Casa de las Américas, publicación de la que estuvo distanciado por más de una década, hasta que en 1982 volvió a colaborar con el artículo “Agua quemada, de Fuentes: el retorno a casa”.
¿Otras polémicas? Con Mario Vargas Llosa se enfrentó a lo largo del año 1972. Primero a raíz de la publicación del ensayo de este último “Gabriel García Márquez: historia de un deicidio”, lo que luego derivó en una polémica sobre el Boom de la narrativa latinoamericana. Durante su residencia en Venezuela, se vio envuelto en una contienda con el sociólogo Oswaldo Barreto Miliani en 1977, a partir de la publicación de la nota de Rama “Un sol negro: Léopold Sedar Senghor” que acabó significando su alejamiento del periódico caraqueño El Nacional. Previamente al envío de esta contribución al periódico, había registrado en su Diario, en la entrada del 29 de octubre de 1977, una predicción de lo que acabaría ocurriendo: “Terminé anoche el ensayito sobre Léopold Senghor (que vendrá a Caracas la próxima semana) para el Papel Literario de El Nacional. Me había prometido no escribir más para ellos —tan llenos de problemas y de molestias para mí— pero he cedido hace semanas con mi nota sobre Aleixandre y el calor de unas pocas voces amigas (bien pocas) me ha llevado a reincidir. No me sorprenderá que no bien aparezca me ataquen, pero sin duda me dolerá”. Otras controversias significativas son las que lo enfrentaron, hacia el final de su vida con escritores cubanos exiliados, como la que sostuvo con Octavio Armand en 1980 sobre la problemática del exilio, y, en concreto, sobre el lugar de los escritores cubanos dentro de los exilios latinoamericanos, o con Reinaldo Arenas en 1982 en el contexto de la negación de visado que interpusiera el gobierno estadounidense en contra de Ángel Rama y que terminó significando su expulsión del país.
La polémica con Pablo Neruda tiene un antecedente que servirá de contrapunto al debate posterior; la publicación en 1954 de una reseña de Rama sobre Las Uvas y el Viento, aparecida en El Nacional de Montevideo. Este escrito constituye el texto más antiguo que integra el presente volumen. Durante el año de existencia de tal medio, el crítico uruguayo dedicó bastantes entregas de su columna al comentario de poesía. Es así que en este espacio también reflexionó sobre la “Nueva poesía brasileña” (17 de marzo de 1954), la poesía de César Vallejo (24 de marzo de 1954) o la de María Eugenia Vaz Ferreira (21 de abril de 1954). En su elogiosa nota sobre Las Uvas y el Viento, el autor de Rubén Darío y el modernismo llegó a aseverar que, ya para aquel entonces, Neruda era el “mayor poeta de la lengua española”. La polémica como tal se iniciará en marzo de 1960, en específico, en la edición del semanario Marcha del 18 de marzo de aquel año. Uno de los componentes más distintivos de todo pólemos es el “arte de injuriar”, Rama pasará del elogio a este registro en su devastadora recensión sobre Navegaciones y Regresos, en la que entre otras cosas expresará que el vate chileno se encontraba “borracho de su propia capacidad para versificar sin mesura y nada puede detenerlo, ni siquiera la certidumbre de lo vano de su palabreo”, que se trata de un “libro penoso, motivo de vergüenza e irritación”, o que sus formas correspondían a las del “discurso huero”. Todo ello adjudicado, a juicio del crítico, a la “desenfrenada egolatría” y a la “demagogia barata” que fue dominando a la producción poética de Neruda con el paso de las décadas, aspectos que hoy, casi sesenta años después, son actualizados en su articulación más reciente a través de los movimientos feministas contemporáneos.
El azar, aquel “sacro desorden de nuestras vidas” a decir del narrador de La lotería de Babilonia, jugará un papel “burlón” en esta polémica, esto último según calificación del mismo Rama. El mismo día que apareció la reseña del uruguayo sobre Navegaciones y Regresos, Neruda arribó a Montevideo para llevar a cabo una serie de actividades. Tras enterarse que coincidentemente acababa de publicarse en Marcha un demoledor comentario a su poemario por un crítico que firmó la nota con las iniciales A.R., el poeta chileno organiza una lectura privada en un teatro de la capital uruguaya a la que invita solo a algunas personalidades del ambiente cultural de Montevideo, seleccionadas por él. Por supuesto que Rama no figuró en aquella lista. Aunque sí algunos de sus amigos, los que le informaron de lo sucedido. A raíz de este hecho, el día 1 de abril de 1960 aparece en Marcha una carta pública de Ángel Rama en contra de Neruda, en la que profundiza el “arte de injuriar” ya iniciado en la recensión y, entre otras cosas, le dedica frases como “usted no entiende lo que es la egolatría porque la ha asumido como personalidad”. A juicio de Rama, el actuar de Neruda en aquella oportunidad acabó confirmando la conclusión que ya había esbozado en su crítica a Navegaciones y Regresos, esto es, que “el compromiso actual suyo no era con la poesía y la verdad, sino con la exaltación biográfica. Y eso se paga duramente en los textos que algún día, ausente su voz, serán los únicos que puedan revivirla”.
De ahí en más, el tono controversial al referirse al autor del Canto general se mantendrá, aunque sin que ello empañe reconocer ciertos logros del poeta. En 1963, Rama dedica una reseña a la segunda edición de las Obras completas (“en los hechos siempre incompletas”), en la que concluye que otros “escritores aspiraban a competir con el registro civil; Neruda aspira a competir con la naturaleza, y lo consigue”. En 1974 aparecerá en México una larga recensión sobre Confieso que he vivido. En aquel texto Rama parangona a Neruda con el Conde de Montecristo, “quien retorna para juzgar no solo a los vivos, sino también a los muertos y ahí se le ve distribuyendo recompensas a los puros y generosos amantes, y hundiendo en el infierno (léase: en la ignominia pública, en el deshonor social) a los ingratos, los pérfidos, los envidiosos, quienes no reconocieron la bondad de este corazón que, tal como ahora se nos ofrece desnudamente, pertenece a un niño”. Una metáfora que ya había utilizado al cierre de su texto sobre Alfonso Alcalde, contenido en la primera sección de este libro. Para el crítico uruguayo, la voz que gobierna las memorias del vate es un niño “que ha atravesado un erial de setenta años para llegar al Premio Nobel y a la muerte y que no puede olvidar la larga serie de agravios padecidos”. Tres años después, en su Diario, en concreto en la entrada del 9 de octubre de 1977, extenderá esta metáfora a todos los escritores, incluido él: “Detrás de los comportamientos de escritores, por racionales y abstractos que parezcan, siempre está acechando el mundo de El Conde de Montecristo y todos son —somos— Dantés en alguno de sus movimientos: perseguido, traicionado, operativo, triunfante, revanchista”. El tono polémico de igual modo estará presente en el texto que significa el episodio final del affaire Neruda para Rama, el escrito de 1976 “Neruda sí, Neruda no”, aparecido en El Nacional de Caracas.
Los dos textos restantes que integran esta sección trasuntan una admiración y emotividad genuinas. Son, por una parte, la columna que le dedica en 1965 a la “poesía torrencial, populista, frenética, rica de materia, de ritmo siempre fuerte” de Pablo de Rokha con motivo de su obtención del premio Nacional de Literatura. Hacia el final de su homenaje, Rama le pronostica a la poesía del autor de Los gemidos una recepción futura por “una juventud austera que creerá en Pablo de Rokha como un gran hermano mayor, iluminado, tosco, vivo”. A la luz de lo ocurrido en las últimas décadas, en las que han aparecido desde festivales que llevan su nombre, un disco tributo al poeta de Licantén por la banda de punk porteña 8 Bolas (Genio y Figura, 2002), hasta la reedición de algunos de sus textos (entre ellos la republicación de su “arte de injuriar” contra Neruda, Tercetos dantescos a Casiano Basualto, Ediciones Tácitas, 2007), podemos advertir que el vaticinio ramiano no estuvo tan errado después de todo. El segundo texto es también un sentido homenaje, esta vez referido a la obra de Violeta Parra, a partir de la publicación en Buenos Aires, en 1975 y por Ediciones La Flor, del volumen Toda Violeta Parra, el cual llevó un prefacio de Alfonso Alcalde. Aparecido dos años después del sangriento golpe de Estado civil-militar, Ángel Rama opina, en aquel momento, que no hay “nada más que venga de esa entrañable y calcinada tierra que no remueva las más profundas napas de la emotividad que este libro que se titula Toda Violeta Parra”. La prosa de Rama se percibe transida de sensibilidad ante el tratamiento editorial que se hace de la vida de la cantautora. Sus “profundas pasiones, su energía y su alucinación, su devoción popular y su fe política socialista, su inmensa soledad y su desesperación constante, su terrible manera de caminar al borde de los precipicios”, intentaron quedar plasmadas en un volumen que incluyó una detallada cronología, un espléndido prólogo estructurado en episodios a cargo de ese “folletín llamado” Alfonso Alcalde (cuyo título es “Violeta entera”), la disposición de fotografías de archivo acompañadas de comentarios explicativos y la organización de sus textos en ocho apartados.
RESPUESTA EN LLANA PROSA (POLÉMICA CON PABLO NERUDA) 2
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Neruda:
El azar quiso que el viernes 18 en que apareciera Marcha con mi crítica a su último libro, Navegaciones y Regresos, usted llegara al país.
Supe en esos días que varios lectores suyos, tan admiradores de su poesía como yo, consideraban atinados varios de los reproches que yo le formulaba; supe que Sarandy Cabrera se había interesado en nuestro semanario para que se le reporteara pero, como para eso había que viajar a Punta del Este donde usted residía, debí desechar la sugerencia; supe además que daría un recital, anunciado en estas páginas, y, con posterioridad, supe cuánto secreto y cautela se puso entre el reducido número de enterados para que no trascendiera el motivo central del acto: responder a la crítica de un tal A. R. Permítame que revele una identidad que usted pareció desconocer: ese tal soy yo, Ángel Rama, lo que Cotelo ha llamado “la sombra”, el crítico que sigue paso a paso al creador.
No pude el viernes 25 concurrir a su recital. Lo lamento, ahora que sé, por los amigos presentes, por las crónicas coincidentes de Rubén Cotelo, Gonzalo de Freitas y Omar Prego, en qué consistió ese acto que entiendo indigno de mi talento.
En mi tierra, para una payada se meten dos payadores; en todas las tierras para un diálogo se meten dos hombres, y por demagógico que me pareciera el debate, por desproporcionado en la situación de las fuerzas, ocurre que por estos pagos hay valor y no hubiera rehusado una invitación a sostener oralmente lo que afirmé por escrito y que usted mutiló a su antojo.
Eso hubiera permitido asentar sobre verdad la discrepancia, sin arrebatos narcisistas. Mi crítica versó sobre su último libro. Usted apeló a sus Obras completas. Pero ocurre que, pensando en ellas, en los volúmenes que llegan al Canto general, al primer libro de Odas y a algunos poemas de los restantes libros, yo afirmaba que era usted “el mayor poeta actual, vivo, de la lengua española”.
Neruda: ¿conoce usted más alto elogio? ¿O acaso era lo que un crítico nuestro ha definido como su “psicología de enfant gaté” exige ya el planeta todo y hasta el cosmos como término comparativo? Agregue que en esta página se ha informado seguidamente de sus actividades; aquí se han publicado sus poemas últimos, quizás algunos de los que usted leyó en su recital. El azar quiere, ese azar que tan burlonamente ha jugado en este asunto, que en estos días se edite un coloquio entre Carlos Real de Azúa, Emir Rodríguez Monegal y yo (Evasión y arraigo de Borges y Neruda) donde soy yo, A. R. sí, quien hace la defensa de su lírica. Claro que eso fue en 1957; hoy haría mías varias de las objeciones de Real.
Respecto a su libro Navegaciones y Regresos, le reconocí “buenos poemas”, “versos de plena maravilla”, pero lo censuré ásperamente por lo inauténtico de su actitud creadora que se traduce en tres rubros: retórica o palabreo insustancial; demagogia populista y egolatría.
Sigo creyendo que son ciertos. Le diré más: su respuesta, las condiciones en que se realizó, los textos a los que recurrió son inquirida confirmación de mi crítica. Claro está que no voy a convencerlo: si le reprocho retórica y usted lee para contestarme la “Oda a Lenin”, no hace sino confirmar con una larga prueba mi crítica, y es desconsolador que usted no se dé cuenta; si le reprocho demagogia populista porque usted no hizo su poesía “comiendo con los miserables en el mesón glacial de la pobreza” como sí la hizo César Vallejo muriéndose literalmente de hambre y usted lee su hermoso poema a Vallejo, no me responde, me escabulle, pero con esa actitud me da la razón; si le reprocho la egolatría y me contesta con su poema “Tres niñas bolivianas” es que usted no entiende lo que es la egolatría porque la ha asumido como personalidad.
Neruda: usted es un gran poeta, su lugar en la poesía española de la primera mitad del siglo XX es de los más seguros; su competición ya no es sólo con los contemporáneos, sino con las sombras de los grandes poetas de la lengua, y ese compromiso no se salva con inautenticidad. Que usted haya reaccionado en la forma que lo hizo es para preocupar a todos los que estimamos su obra, porque pareciera que quiso certificar las palabras con que cerraba mi nota, apuntando como triste comprobación que el compromiso actual suyo no era con la poesía y la verdad, sino con la exaltación biográfica. Y eso se paga duramente en los textos que algún día, ausente su voz, serán los únicos que puedan revivirla.
¿Me permite agregar, ahora, que aún confío en ese alto don poético con que usted ha sido marcado?
Perfil del autor/a:
Notas:
- Este texto corresponde a la introducción íntegra de la sección de poesía del libro de Ángel Rama La querella de realidad y realismo. Ensayos sobre literatura chilena. Edición, presentación y notas de Hugo Herrera Pardo. Ediciones Mímesis: Viña del Mar, 2018. 288 páginas.
- Este texto es uno de los ocho que componen la sección de poesía del libro La querella de realidad y realismo. Ensayos sobre literatura chilena.