Soy profesor de filosofía, graduado del glorioso Pedagógico, y fue básicamente el azar el que me dejó haciendo clases en un colegio particular subvencionado en Puente Alto. El Puente profundo. Ese en el que después de bajarte del metro, tienes que tomar un colectivo de 10 minutos o más. Lo curioso de esto, es que ejerzo como profesor y coordinador de Formación Ciudadana en este colegio. Desde 2016 se implementó una especie de plan piloto de este cambio, del que formo parte como profe, y por supuesto siempre ha estado presente, en sordina, el hecho que estudié filosofía y no historia. No ha sido expresamente un problema, pero de vez en cuando, asoma como comentario de colegas, directivos y/o corporativos.
Se comprenderá que el asunto de la electividad de la asignatura de historia me puso como foco no intencionado de atención, pues hay cuatro profes de historia en el colegio que quedaron al menos impactadxs con la noticia. Qué va a pasar con las horas de cada unx, cómo se va a reorganizar el naipe, en suma, quién va a cagar. En este punto, mi posición es bastante débil, pues la Ministra —hija de un Ministro de Pinochet— dijo que las horas de la nueva asignatura de Educación Ciudadana las deben hacer profes de historia, tratando de apaciguar aguas ya de por sí bastante calmas, quietas, inmóviles diría incluso, del gremio de maestrxs de historia.
La cosa es que el vía crucis que representa noviembre para todxs los profes de colegios particulares subvencionados en Chile, mes en que se avisa a quienes quedarán sin trabajo en diciembre y sin sueldo en febrero, se me adelantó bastante en realidad. Y aún, en la precariedad o al menos inestabilidad que probablemente se me avecina, suscribo la mayoría de los argumentos en contra de esta electividad, con cara de eliminación, de la asignatura de historia. Es evidentemente malintencionada en su sentido profundo, y no sólo por el argumento un poco Disney de que se dejará a lxs estudiantes sin pensamiento crítico o conocimiento histórico. De hecho, hay que ser cuidadosos con esos argumentos, pues la tecnocracia dirá: para pensamiento crítico, filosofía (que harto que han webiado lxs profes de filo para mantener(se) como parte del currículum) y, conocimiento histórico se impartirá, pero desde séptimo a segundo medio, periodo en donde se abarcarán los contenidos que actualmente se enseñan hasta cuarto medio. Así que ojo, no por vernos pulentxs en redes sociales le hagamos la pega a la tecnocracia educativa de la derecha y la centroizquierda institucional chilena que, bueno, todxs sabemos que para estas cosas recurren a la lógica consensual.
A esa tecnocracia la enfrentamos lxs profes todos los días. Funciona como el tuétano mismo del sistema educacional chileno y está inoculada evidentemente en agentes ministeriales y corporativos, pero también en directivos, colegas y estudiantes. A estos dos últimos casos me gustaría remitir para ejemplificar el problema.
Lxs estudiantes, buena parte de ellxs, están fuertemente asidos a la forma de vida neoliberal éticamente conservadora propia de la modernización a la chilena. Durante 2016 en los diálogos autoconvocados del proceso constituyente bacheletista (puro humo, por cierto) lxs cabrxs de este mismo colegio, se inclinaban mayoritariamente por conceptos como bienestar económico, progreso, desarrollo, seguridad y orden. En detrimento de conceptos como democracia, igualdad, libertad o sustentabilidad. Muy en concordancia con la encuesta que trágicamente evidenciaba que la gente joven en Chile preferiría una dictadura si eso le otorgara seguridad y bienestar económico. O, metiéndonos en la sala de clases, lxs jóvenes están de tal modo formateadxs por el sistema que muchxs de ellxs consideran que una clase de estilo socrático o una actividad no calificada es una pérdida de tiempo: «el profe no hizo clases, puro habló» o «¿profe, es con nota?» son frases recurrentes en el aula. Se ha tecnificado tanto la enseñanza que lxs cabrxs no pueden empezar a leer sin un destacador en la mano, pues no entienden la lectura sino como eslabón previo a la evaluación. Por eso, cuando tenemos una ventana de oportunidad con ellxs, es imperativo utilizarla. La influencia positiva de algúnx profe, el entusiasmo imprevisto por algún tema, las ganas de cambiar todo, de quemarlo todo incluso, pueden ser aperturas por donde comenzar. Y para eso, la conjunción de estas u otras condiciones, con las asignaturas de historia y filosofía es fundamental.
Con lxs profes el problema en esencia es el mismo. La tecnificación neoliberal ha logrado su objetivo de formar a los docentes no como intelectuales capaces de enseñar, como también de intervenir en su disciplina, sino como una especie de «técnicos» de dichas disciplinas que manejan un universo limitado de estrategias para entregar la misma información cada año. Y, cada dos o tres años, aparece alguien con la panacea, lo que obliga a lxs docentes a capacitarse en dicha novedad pedagógica que siempre resulta ser una modificación de orden técnico o incluso tecnológico (cómo olvidar las pizarras interactivas con las que alguien se debe haber forrado hace algunos años) que en nada suma a la capacidad de lxs profes de cuestionar su sistema, y menos, su disciplina. Por supuesto, también hay docentes simplemente notables. Y muchxs. Gente con la que uno aprende y se inspira. Y momentos en los que yo mismo me he sentido en otro espacio educativo, en otro país, en otro sistema. Pero la realidad siempre vuelve a golpear. No se puede olvidar, simplemente para ser políticamente correctos, que este cambio se avizoraba. Por eso es que yo trabajo en un plan piloto de Formación Ciudadana. Se sabía que esto pasaría. Pero la inoculación neoliberal es tal en lxs profes, que ni aun así se logró una organización de lxs docentes de historia del país. Quienes enseñan sobre la organización de los trabajadores en pos de mejoras de orden laboral durante el siglo diecinueve (demandas que, pasada la mitad del siglo veinte, imaginaron un orden social completamente distinto para Chile) no han sido capaces de vislumbrar y anticiparse a este problema. Me aterra pensar que estamos ante el triunfo de esa tecnificación de la docencia, que forma profesionales que se saben y recitan el encadenamiento de hechos históricos, sin poseer ya la capacidad para extrapolarlos al presente.
Todo esto, me lleva a una reflexión que colgué en Facebook mientras tomaba un café petrificado de frío en una terraza ñuñoína, y que amablemente se me pidió extender y publicar para esta revista.
Actualmente, de modo adicional al trabajo, estoy cursando un diplomado de aprendizaje basado en proyectos, financiado por la pega. En este espacio, bajo toda la retórica del coaching empresarial, ontológico, o como quieran venderlo hoy en día, se camuflan de manera muy poco sutil estrategias propias del conductismo y la inoperancia a la que puede llegar liderando en un aula alguien que casi seguramente es un ingeniero. Lo más grave que dijo el sujeto en cuestión la última sesión se dividía en un argumento de dos tiempos. Primero puso un video en que se caracterizaba generaciones bajo las categorías del marketing (X, baby boomer, millenial) y concluía que la actual generación no quería utopías, que las desechaba por añejas, que por un progreso dizque natural de la razón en la historia, esas ideas se habían agotado para los millenials, que preferían lo concreto, inmediato y realizable. Luego, el segundo momento, se articulaba como un leve regaño a los profesores presentes: ya no sirve enojarse o hacerse mala sangre por cosas que no puedo cambiar. Por el contrario, debemos agenciar sólo lo posible, lo palmario y esperar lo mejor. En el mejor de los casos, dúchate tres minutos tú, no te hagas mala sangre por el agua desperdiciada en la agricultura de monocultivo o la explotación animal o el extractivismo. O, toma conciencia de que las huelgas nunca llevan a nada, solo perjudican a lxs niñxs y nunca logran su objetivo (eso no está a tu alcance, y solo un tonto se ocupa de lo inalcanzable). Por mi parte, había estado con cara de culo tres días escuchando a ese pelmazo y la verdad intuía que mis colegas estaban aburridos de mi actitud. Así que callé. Mala mía.
Ahora veo que no sólo se llama a olvidar la historia a quienes sí sabemos que las utopías han movilizado a millones por trozos de lo inalcanzable, sino que se pretende que los próximos, los que vienen, ni siquiera tengan esa información. Se elimina historia, no como contenido pues se comprimirá como «datos» positivos de una narrativa que explica al presente como lo necesario, en un formato evaluable mediante preguntas de alternativas, pero sí se elimina como rasero o prisma para el presente. En una edad en que lxs cabrxs lo que quieren es demostrar que la sociedad está equivocada, se les quita esta instancia fundamental de revisión y crítica del despelote de injusticia, desigualdad y gases tóxicos que les estamos entregando como hábitat. Cualquiera que ha hecho clases sabe que entre 1° y 3° medios, hay un salto de conciencia en lxs chicxs, un malestar que muchas veces es simplemente reprimido por lxs profes; ese malestar representa una de las grietas a la lógica neoliberal que domina al cabrerío (y a todxs en general), que pueden ser usadas por los profes de historia, pero que nunca serían aprovechados por lxs técnicos en historia (o en ciencias, o en matemáticas, o en filosofía, etc.) que ya se hacen presentes en distintos lugares del sistema. Se trata de extirpar la instancia crítica de historia justo cuando la materia prima, la materia gris estudiantil, quiere y pide a gritos algo contra lo que chocar. Una de las intenciones más oscuras de esta eliminación es, sin dudas, quitar historia en el momento en que lxs cabrxs están más conscientes de su entorno, pero también están más dispuestos a enfrentase con lxs adultxs y sus autoridades (familiares, docentes, de seguridad pública, etc.)
La distinción posible entre la política y lo político es realmente muy sugerente para comprender este problema. En el cambio curricular que se pretende implementar, muy en coherencia con las lógicas tecnocráticas neoliberales que he mencionado, se intenta sacar lo político de la política. En Educación Ciudadana se enseñará la administración de lo presente, de lo dado, de lo estatal y sus manifestaciones en la sociedad. Lo anterior, sumado a la tendencia de tecnificación de la docencia, culminará en la divinización del voto y el consenso como formas neutrales de la interacción política. Así, el conflicto, ese gran concepto, herramienta metodológica y realidad para lxs profes de historia, queda reducido a lo sectario, a lo ideológico (como si neoliberalismo y su despliegue de chamanes coaching no fuera pura ideología); en última instancia, a esa ocupación por lo inalcanzable, propia de lxs tontxs. Y se abandonará —aunque habría que pensar en qué medida ya ha sido abandonado— el carácter de lo político como la forma en que dichas instancias estatales e ideológicas han tenido surgimiento. El dinamismo de lo político es lo que establece las condiciones de posibilidad, incluso de institucionalización, de la política. Y, por tanto, se quiere neutralizar todas sus instancias de aparición. Es interesante que dicho intento de inmovilización conlleve su opuesto. Quizá dejando las cosas como están, hubiesen llegado más rápido a su objetivo.
Estamos ante esta nueva panacea tecnificante que es el coaching, pero no debemos perder de vista que sólo es la forma que ha adoptado una tendencia histórica mayor, como lo es nuestro presente neoliberal instalado por manos civiles y militares. De sus acomodos para intensificar la explotación y las ganancias padecemos todxs, (probablemente yo mismo durante este largo noviembre en que se ha convertido este año) pero no deberíamos por esto simplemente callar. Al menos, yo no lo haré más.
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