Una llamada telefónica hace posible esta conversación con el escritor y performer chileno «two spirit trasgender», cuya más reciente entrega es En el bote y Ortíz funeral home (flash cuentos) (Penguin Random House, junio 2019), precedido de Las biuty queens (Alfaguara, 2019). Desde Nueva York nos cuenta de este trabajo, las biuty, que ahonda en la vida, anhelos y aventuras de quienes denomina “las locas”, incluyendo a ella misma y sus compañeras de andanzas callejeras en las noches neoyorkinas del trabajo sexual y la sobrevivencia, donde a pesar de la rudeza de las situaciones, el humor resulta un genuino contrapunto.
Es domingo en la mañana, demasiado temprano para conversar y también para estar en una biblioteca, pero Iván Monalisa Ojeda está desde hace un rato estudiando algunas leyes y contenidos asociados al trabajo sexual. En pocos días irá a Albany, capital del estado de Nueva York ―mismo en el que vive desde hace más de 20 años― para abogar por la despenalización de la prostitución, la misma que ejerció en un momento de cambios personales y de instalación en la capital del orbe, Nueva York.
Dicha ciudad es el escenario del mundo al límite de Las biuty queens, pero que desde una escritura transparente y fluida se hace próximo y humano en los trece cuentos que ofrece el texto que revisa hechos, anécdotas, ensoñaciones y vivencias ocurridas en las calles de Nueva York. Allí, el trabajo sexual, las drogas, los peligros asociados a las condiciones del mismo quehacer y esas formas de existir se entrelazan con el humor como parte inherente de la tragedia cotidiana, de las calles de noche bien high, de las luces que reflejan las lentejuelas de los trajes y tacones, de las hormonas en el mercado negro, las sorteadas de la policía y la cárcel, entre otros tópicos.
“Estoy pensando y estoy traduciendo. Es que después de un montón de años de repente como que a uno se le va un poco el español”, dice en una conversación achilenada y agringada donde recorremos aspectos de su libro, de sus vínculos con su primer texto La misma nota, forever (2014), de su infancia y vida en Chile, de su paso por la Escuela de Teatro, de sus nuevos proyectos, y de las diferencias de las trans actuales y las de antes, donde, como escribe, “no importaba nada lo que pasaba con gente como nosotras”.
Como explica y define, Las biuty queens es un libro de cuentos, a pesar del pesado traje biográfico de los relatos. “Yo igual agarro cosas de la realidad, y obviamente hago ficción más ficción, que es la diferencia entre el primer libro y este”, nos explica sobre su pluma de una loca de plumas.
En el libro, en la experiencia reflejada en él, la muerte y los límites están muy presentes, muchas veces como si fuera algo normal. ¿Por qué está tan presente este tópico? ¿Sigue siendo así la vida en la calle?
La vida de la calle es parte de la comunidad a la cual yo más menos pertenezco o la tribu urbana que me acogió cuando yo vine a Nueva York, que dentro de la comunidad LGBT es la comunidad trans, y que es una comunidad bien límite. ¿Por qué? Por varias razones: porque no había mucho acceso a la salud, especialmente si eres trans; no se hablaba mucho de la diferencia de género, no había esto de leyes que estuvieran en proceso para protegernos o proteger a la comunidad LGBT, so las vidas eran mucho más al límite. Además, la expectativa de vida de las transexuales no pasa de los 50, especialmente si realizas un trabajo límite como es el trabajo sexual con todo eso y lo que implica, con locos que pueden aparecer por ahí, la cantidad de drogas que hay. Bueno, yo creo que eso en todas partes, pero Estados Unidos es el país mayor consumidor de drogas por eso que dicen que tienen que parar el tráfico, pero en realidad primero hay que parar el problema de consumo que hay acá, porque te voy a dar un dato.
Acá hay un tremendo problema en la ciudad de Nueva York de gente adicta a la heroína, cosa que ya había parado. Hace 10 años atrás tú ibas con papeles o sin papeles a un hospital, qué sé yo, por emergencias, y tenías un dolor horroroso y el doctor sin ningún problema te recetaba Oxicodona, y resulta ―no sé si sabían o no sabían― que es sumamente adictiva, entonces de repente, ¡pam! la cortaron, y mucha gente quedó adicta y lo único que pueden encontrar en la calle es la heroína, entonces antes del viejo ridículo este que piensa que con una pared va a parar el tráfico, lo primero que hay que sanar es la adicción que tiene el pueblo.
A propósito de eso que me preguntabas de que la muerte es una cosa que está constante en los relatos, es porque la manera que nosotros tenemos de ver a la muerte también es con humor, nos reímos, nos bromeamos. Hay cosas que no las puse ahí, por ejemplo, la María. A la María venían a darle los santos óleos en el ‘95, pero resulta que la loca revivió, así que tuvo que revender ataúd. La mala hierba nunca muere, dicen, y ahora la loca vive en Miami.
¿Cómo defines el o los géneros que confluyen en Las biuty?
Son cuentos. Este es como la continuación de La misma nota, forever, porque son los mismos personajes que se pasean de un libro al otro; de hecho se pasean de un cuento en otro. Por eso es que me pareció súper interesante la critica que hizo El Mercurio ya que el crítico Camilo Marks lo vio como una novela, no lo vio como cuento porque los personajes se pasan de un lugar a otro, cosa que me pareció genial.
Otra cosa que emerge y es abordada en el libro es lo de la solidaridad latina, ese vínculo sudaca. ¿Qué hay de eso, por qué es tan importante?
Sí, eso absolutamente es súper importante, y aparte de importante lo encuentro hermoso. Por ejemplo, que cuando tú llegas acá lo único que a nosotros nos interesa es comunicarnos, entonces qué es lo que tenemos en común: la lengua, el idioma español, entonces tú buscas a la gente que habla español, tú no vas a buscar al chileno.
La única huevada regia que nos dejaron los españoles fue el idioma, ¿cachai o no? Entonces obviamente al empezar a comunicarte con los mexicanos, con los dominicanos, con los argentinos, que sé yo, los bolivianos, peruanos, wherever, se crea un vínculo, ya te olvidas de qué país eres. O sea, no es que te olvides pero da lo mismo, lo importante es que hablamos el mismo idioma y más menos son más nuestras similitudes que nuestras diferencias. Estamos en un campo medio entre lo ilegal y lo legal, tenemos más menos los mismos credos.
Otra cosa es que en el trabajo sexual por ser algo que no tiene una legalidad, hay mucha injusticia, entonces si tu caíste preso un día ―tú sabes lo que es caer preso― y una amiga al otro día cae presa y no pudo ir a la barra y tenía que pagar la renta, pues va a aparecer la loca que te va a decir: “oye, te presto tanto”; la otra: “te presto tanto”; la otra: “te ayudo”; la otra: “te presto un cliente para que hagas el dinero”. Hay una solidaridad, porque cuando uno pasa por un tipo de problema por decirlo así, te hace ver las cosas de forma distinta y cuando esa misma persona pasa por el mismo problema tú solidarizas, so, eso me parece maravilloso de las locas.
A propósito de las locas, una de las frases que aparece en el libro es que tú dices “la diferencia entre las transexuales de antes y las de ahora”. ¿Cuáles serían esas diferencias?
Ahora ya hay mucha ayuda. El Estado de Nueva York está pagando por la cirugía, por los implantes, está pagando por la feminización del rostro; hasta está pagando por el cambio de sexo. ¡Eso hace 10, 20, 30 años atrás no existía!, entonces la mayoría de las locas obviamente no les daban trabajo porque, qué sé yo, estaban en el cambio entre hombre y mujer, o la apariencia no daba con lo que decía su carnet de identidad, entonces no había trabajo.
La vida de una transexual es carísima por la cirugía, entonces muchas se veían obligadas ―o muchas escogían también, porque para mí el trabajo sexual es un trabajo absolutamente respetable― a sacarse la cresta y hacer una cantidad de clientes para poder hacer unos implantes. Fuera de eso, tenías que buscar en el mercado negro las hormonas; esa es una de las causas de la expectation of life, no era muy larga, porque obviamente si lo buscabas en el mercado negro, pucha, el hígado después a los 40 estaba pa’ la cagada y te morías por eso. O la silicona mal puesta y se te va a los órganos, que sé yo, quedaba realmente la crema. Entonces, era muy difícil «hacerse»; ponerse bella, hacerse mujer, para las que querían hacerse mujer. Ahora no po, es más fácil…
Como el camino de la loca era más difícil, pues eran locas fuertes, más guerreras, eran locas más de batalla, que se veían femeninas, pero si tenían que agarrarse como hombre con otra loca o con cualquier tipo que la insultaba, lo hacían, porque ahora tú llamas a la policía y te pueden arrestar por eso. Antes jamás, la policía se burlaba de ti, entonces tenías que defenderte a combo limpio no más, no te quedaba de otra. Las de ahora, no todas, se afirman más en lo bonitas que son porque las cirugías son gratis, todo es más fácil.
Antes había más desprotección…
Claro, aunque todavía existe mucho prejuicio. Tendrá que pasar otra generación, pero están cambiando las cosas. Por ejemplo, yo me defino como two spirit transgender. Ya me cambié el nombre y todo, y mi carnet dice “F-M” porque estoy haciéndome el tratamiento hormonal pero tampoco sé hasta dónde voy a llegar. Me estoy dejando llevar por las hormonas y también tengo que tener cuidado porque yo ya soy mayor, ya no soy una niñita de 20, y no es lo mismo tomar hormonas a los 20 que cuando tienes 50, por el hígado y por todas esas cosas.
El punto es que de repente me tocó trabajar en la caja ―yo trabajo en HyM― y había un chico al lado mío de 21 años, entonces me dice: “¿tú te llamas Monalisa de verdad?”. Le dije: “sí, yo soy two spirit transgender”, y me preguntó con una naturalidad tan grande cómo prefieres que te llame: You prefer to call now as he o as she?”, pero, ya, me lo preguntó, o sea, él se preocupó de preguntarme.
Monalisa, una de las cosas que también vi en el libro, particularmente en una de las tapas, es esta vinculación con Lemebel…
¡Ay, qué lata! Sí, mira al Pedro…
…¿qué pasa con eso? Suponía que te iba a dar lata, pero quería que explicarás eso…
Al Pedro lo conocí como Pedro Mardones, cuando vendía cosas antiguas en el barrio Bellavista, en un local que era como un garage que vendía libros usados. Estoy hablando del año ‘88. Todavía me acuerdo perfectamente porque fue un poquito tiempo antes del No. Me acuerdo que el Pancho Casas, que era una de las Yeguas del Apocalipsis, me llevó allí. Me acuerdo que ahí conocí al Sergio Parra, él siempre fue librero y me acuerdo que afuera estaba el Pedro y un trapo como de terciopelo y sus cosas. Ahí vendía un tríptico que era un cuento fabuloso en esos papeles sepia de antes que se llamaba “Bésame otra vez forastero”, un cuento muy Pedro, porque lo que tiene de maravilloso es que él siempre fue igual, o sea, él siempre fue él mismo. Creo que eso lo hizo gran artista, porque cuando tú no transas siempre estás en la misma. Después cuando ya vivía en Nueva York siempre nos veíamos y qué se yo.
El que me trata de comparar con el Pedro literariamente no cacha mucho. El Pedro es barroco ―o barroso, como le dicen― y yo no soy barroco. Quizá por la ciudad en la que vivo no tengo tiempo para tanto adorno. Pedro sí, pero no quiere decir que sea malo o bueno, sino que es diferente.
Son estilos, son formas…
Claro, y además que tiene que ver mucho con la sociedad en la que tú vives, si el artista no es un ser alienado. Uno está influenciado por lo que lo rodea, y si no es así me merece duda un artista porque tú te debes al lugar, a tu alrededor. O sea, me cargan esos artistas que se sienten que viven en otro mundo, que están esperando la diosa griega de la inspiración, esas huevadas me dan lata.
Hace años estás allá, en ese lugar que muchos conocemos casi más que nuestros territorios más próximos por esta hegemonía cultural y visual que representa Nueva York. ¿Qué hizo que te quedarás allá, qué te atrapó, qué te fascinó? ¿Allá fue que nació Monalisa?
Claro, acá nació Monalisa, pero yo creo que Monalisa ya estaba allá adentro. Yo me acuerdo que cuando era niño tenía todas las cosas que tenían las trans. Por ejemplo, muchas veces me soñaba que era mujer, me encantaba vestirme de mujer cuando era niño. Mi mamá se maquillaba como puerta egipcia, siempre muy ocupada haciéndose las uñas. Me acuerdo de una escena de ella metida en mi cuarto y diciendo: “¿dónde está mi lápiz de cejas?”, y yo lo único que sentía que ella metía la mano debajo de la almohada y ahí estaba el lápiz de ceja; o como que llegaba la hora de tomar once y estaba mi tía, mi hermana y mi mamá y de repente yo llegaba y me decía: “¡te estuviste maquillando!” y yo con toda la boca con los rouges de antes, que era súper difícil sacarse el maquillaje. Pero la educación y qué sé yo… Imagínate en el sur de Chile. Yo estudié en un colegio católico alemán, entonces todo eso se fue reprimiendo, reprimiendo, reprimiendo y me acuerdo que me metí a estudiar Derecho, más reprimiéndome todavía, entonces ya de ahí me solté. Empezó a soltarse la trenza cuando me metí a la Escuela de Teatro. Luego, cuando vine acá a Nueva York y empiezo a conocer a todos estos travestis me dije: “aquí me quedo”.
También era otro Chile. Te juro que cuando yo empecé a cachar las cosas que pasaban en Chile, como las locas estaban organizadas, me fascina. Si ese hubiera sido el Chile que yo viví, maybe no me habría quedado acá, pero estoy hablando del Chile de hace 25 años atrás, todavía con mucho retazo de la dictadura. Entonces me acuerdo de un Chile gris, me acuerdo de un Chile aburrido. Me quedé porque me sentí libre aquí y ese niño transgénero que yo tenía adentro pues despertó.
¿Cómo empezaste a relacionarte con las locas allá?
Empecé a ir a meetings en los pocos lugares que empezaban a existir de transexuales, pues al principio iba a lugares a reuniones de organizaciones gay y había algo allá como que no me sentía tan bien, porque igual la comunidad gay ve a la transgénero como las que hacen show, como las que nos divierten, las del bar. Y es verdad, somos divertidas, nos gustan los shows, pero además tenemos otra forma de ver las cosas. Son nuestras primas, pero no son nuestras hermanas.
¿Y Monalisa?
Aquí me sentí y salió la Monalisa, una cosa bien divertida, porque yo no sabía qué nombre ponerme. Primero, tú sabes, igual loca teatral quería ponerme Anastasia porque era la princesa desaparecida de los Romanov, y además se puede decir como anesthesia, como anestesia en inglés, entonces era un juego de palabras divertido, que es más de drag queen. Ya po, me quedé así. Me decían: “¿cómo te llamas?”, y yo: “Anastasia, Anastasia”, entonces las locas me miraban, y decían “ese maricón está loco”. Anyway, entonces me acuerdo que un día no sé por qué me dio por ponerme como un turbante pero parece como mal hecho porque se me desarmaba, y después me puse una huevá rara, parecía un velo, entonces me voy a hacer laundry y una cubana ―María, que en paz descanse―, muy buena onda, ella era como la mamá de las locas de ahí, me dice: “ay chilena, con ese pañuelo en la cabeza te pareces a la Gioconda”, y yo me quede… “Gioconda, la Monalisa”, y ya de ahí quedé Monalisa y aparte que es un nombre tan inusual que pensé que una vez que yo lo diga, todo el mundo se acuerda, y quedé como Monalisa.
A propósito de tu formación en la Escuela de Teatro de la Chile, ¿eso te sirvió para desarrollar tu arte de la performance o más bien fue la calle?
Creo que sí y no. Acá hay dos cosas: yo creo que he tenido la suerte de tener las dos experiencias, y mientras uno esté vivo sigue aprendiendo. Hay dos tipos de conocimiento: el conocimiento académico que es el que te da la escuela y el conocimiento empírico que te da la experiencia.
Y en relación a eso, a la creación, ¿hasta dónde te gustaría llegar con tu trabajo literario y cómo éste se relaciona con la performance?
Creo que los temas son los mismos, entonces la única diferencia es la forma.
Hay un trabajo en el que salgo con las plumas. Hay otro que estoy preparando ahora, que en vez de ser de alas hechas de hojas de choclo, van a ser de chiles mexicanos porque este trabajo también lo hace una amiga mía que es muxe, que es de la comunidad oaxaqueña de México donde en su cultura tienen el tercer sexo, que le llaman las muxe y que son respetadas en su comunidad. Ella es la que hace este trabajo y que me vaya a hacer las otras alas tiene que ver con lo mismo que escribo.
Hay otra cosa que me tiene súper entusiasmado, y es que me voy a meter a trabajar con una organización que se creó en Nueva York que está trabajando por la despenalización del trabajo sexual. Presentamos en Albany una carta ante el congreso del estado de Nueva York con una petición de descriminalización del trabajo sexual.
Además, ahora la obra de teatro que estoy haciendo, que es mi crossover porque lo estoy escribiendo en inglés. Se trata de una historia de amor entre un emigrante aeroconstruction worker y una travesti sudamericana, trabajadora sexual. La novela próxima, que también está aquí, porque yo trabajo mucho en la mente antes de sentarme a escribir, es acerca de un close case que quiero abrir, que es una caso de una chica trans que mataron y que nunca se supo quién lo hizo porque en esos tiempos no importaba. Ahora matar a una trans sale en las noticias, o sea, la gente se mueve; antes era una puta más que murió. Esta es una huevá que tengo que hacer. Yo creo que el artista tiene una obligación con lo que está alrededor suyo, pero no una obligación como partidista.
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