Bordeando diferentes géneros, “Papelucho gay en dictadura” (2019, Alquimia Ediciones) nos habla de una generación cuya infancia estuvo trastocada por el miedo y la desazón del periodo dictatorial, pero también por los flashes de los televisores y la cultura pop. «Como era niño, pensaba como niño y soñaba como niño, aunque ya tenía miedo de adulto», relata el crítico y escritor en este conmovedor y emotivo texto que retrata desde un relato individual, un contexto común y compartido desde la autoficción y la memoria.
«Siempre me imaginé como un Papelucho-raro, Papelucho-elefante, Papelucho-monstruoso, Papelucho-marica, palabra que nunca quise decir pero que los otros solían decir de mí”, es uno de los recuerdos que comparte con los lectores el escritor y crítico Juan Pablo Sutherland en su más reciente entrega: “Papelucho gay en dictadura” (2019, Alquimia Ediciones), que actualmente va por su segunda edición, luego que la primera se agotara tan rápido como el pan de la tarde.
Como un retrato en el cual dialogan las intimidades y miedos de un niño –próximo adolescente– con los de una generación, el libro deja una buena sensación: la del ingenio y sueños de sus relatos, que se mezcla con la melancolía y el dolor. La energía de la infancia y la adolescencia, el sentir de la lucha por los cambios, la inocencia y la represión son parte del ritmo de estos textos que juegan con los géneros, haciendo converger el archivo fotográfico, la autoficción, la memoria y los datos históricos.
El mundo proleta de miles, la cotidianidad subestimada, las ensoñaciones de un niño y las teclas de la máquina de escribir de un adolescente cuya vida dialoga con la de un país, ofrecen un cruce de lo biográfico con lo cultural, ámbitos que se yuxtaponen en los relatos que podrían ser también de otras vidas, las que también vieron el Festival de Viña y Sábado Gigante, y acudieron a ver el estreno de Grease.
Los gustos, pensamientos ocultos y tabúes para un momento donde la disidencia sexual estaba unos grados más atrás de las puertas del closet son también parte de este relato de este Papelucho-marica, que se bate entre las Juventudes Comunistas, las escisiones familiares y la veleidosa edad del pavo, esa donde “uno anda flotando, sin conducción, llevado por las corrientes de aire”, mismo donde a veces en el libro sopla el poeta Rodrigo Lira, el aparecido fantasma de este relato que no está en HD.
¿Por qué acudiste al referente literario de Papelucho?
La idea del libro venía armándose hace mucho tiempo. En un primer momento pensé en la niñez en la Unidad Popular, pero no encontraba la voz más apropiada para ese lugar, luego me di cuenta de que los ochenta era un contexto más apropiado, por los archivos familiares y el contexto de dictadura tensionaba mucho más esa niñez agraviada.
La voz de papelucho surge como un apodo inicial, niño elefante, papelucha, es decir, apodos estigmatizantes para señalar la niñez marica del personaje. Por otra parte, Papelucho es el gran personaje que forma el imaginario infantil adolescente de la nación, es de alguna manera una retórica que funda cierta forma de ver o leer la niñez/pubertad; es, además, un lugar que me interesaba intervenir desde un gesto de complejidad, dando más posibilidades a esas infancias que fueron castigadas, pues aquí se conjuga dictadura, pobreza, sexualidad, crisis familiar, lo masculino y femenino como puntos de fuga.
¿Por qué quisiste publicar un libro biográfico –en diálogo con la literatura– en esta oportunidad?
Es un libro que de alguna manera interroga a los géneros: se lee como novela, como memoria novelada, como una biografía, es decir, he jugado a exponer diversos géneros como lugares en contaminación permanente.
Hay obviamente un fuerte gesto con el archivo de la nación en dictadura, es decir, expuse un espejeo que amplifica la narración. En ese trance está la idea de trabajar con el álbum familiar como telones de fondo de la nación en crisis. Eso también es parte de mi relato biográfico que se re-inventa simbólicamente en la ficción que se desarrolla. Por eso además está un co-relato de pies de página que le dan más densidad y contexto.
¿Cómo dialoga tú historia con la de una generación? ¿es un retrato generacional?
Creo que este libro es un gesto de homenaje también a esa generación de los ochenta que vivió la dictadura en la niñez/ adolescencia/ juventud, es decir, gran parte del inicio de sus vidas en contextos de violencia política y mucha pobreza.
Evidentemente dialoga con una generación que quizás coincide con ese gran mantra popular de los ochenta que anunció Los Prisioneros en “Pateando piedras” o “nadie nos quiso ayudar”. Esa generación pensó otro país, se la jugó sin medir peligros, y hay una épica y melancolía en ese tiempo. Por lo mismo hay un tono muy nostálgico, pues esa generación estuvo en la primera línea de la trinchera social en dictadura.
Creo que como bien dices, el libro dialoga estrechamente con una épica juvenil que deseaba cambiarlo todo.
Esta desazón estaba presente, por ejemplo, en la serie Los ‘80. A pesar de eso, había un cierto romanticismo con ese periodo… ¿Cómo ves las otras representaciones que se han ido haciendo de ese periodo?
Creo que las épocas que cargan dictaduras, violencias y tensiones que agrietan a las comunidades, tienen ese tono utópico imposible de convocar, pero que puede colarse un aire, un pantallazo.
Recuerdo muchas representaciones de los ochenta en disputa, es decir, hay recortes de época muy potentes en lo cultural: Juan Radrigán y su dramaturgia, los primeros textos de Diamela Eltit, (Vaca sagrada, Cuarto mundo), o de Carmen Berenguer, (Boby Sands desfallece en el muro), o la propuesta de poesía de Lihn o Lira, o el mismo Lemebel haciendo esa crónica novelada de los ochenta en Tengo miedo torero. Pienso además en La Manzana de Adán de Paz Errázuriz y Claudia Donoso, y la puesta en escena de Alfredo Castro de ese mismo trabajo.
El libro me evoca estos episodios en unas imágenes grises. Hay una parte que planteas: «Nadie quería seguir viviendo en un país triste, en una ciudad triste, una calle triste, una familia triste. Todos deseaban algo», mientras que en otra de antemano dices: «no soy feliz». ¿Cómo esa tristeza tan asumida puede marcar a un niño?
El personaje del libro ha vivido no sólo la violencia política del país, también sus efectos en el cotidiano, la normatividad sexual, el autoritarismo de la época, es decir, infancias agraviadas que no han sido narradas en el imaginario de la nación. Me interesaba hacer un corte, una pequeña cicatriz respecto a la percepción de la vida infantil/adolescente en dictadura. La humanidad de los niños siempre está en suspenso, como una potencialidad, como un proyecto, no como una vida en sí; en ese sentido, la vida muda de esos niños y adolescentes es una narrativa de la nación no dicha generalmente.
Este miedo a no saber qué se es, en este caso un posicionamiento homosexual, ¿cómo crees que les resulta a las nuevas generaciones?
Creo que los paisajes cambian y las violencias adquieren otros matices. Se avanza en zonas que eran impensables ver años atrás, visibilidad, nociones de violencias normativas hoy cuestionadas, etc. Por ejemplo, antes se penalizaba la sodomía.
Podemos decir que esas transformaciones fueron fruto de algunas generaciones que venían con el ánimo contracultural y contra la dictadura. Creo que hoy el contexto es distinto, pero a pesar de las diferencias de época, asistimos a la contradicción de tendencias globalizantes de avance de la derecha en el mundo y de micro-violencias diarias. Por lo mismo, las formas de construirse también son distintas y las sexualidades son más diversas y ponen nuevas demandas.
Mi generación tuvo que pelear para existir, para sobrevivir, la consigna no pasaba todavía por un orgullo identitario, más bien era un gesto de liberación sexual, casi más mayo ‘68 que orgullo gay como lo vemos hoy. Creo que nuestro horizonte era más utópico, y en ese sentido hoy veo que lo homosexual se ha normalizado más en lo gay cuya legitimidad se liga también con estilos de vida y el propio mercado, pasando por nuevas formas de ciudadanía. Creo que hay mucho que discutir y mucho de lo que se puede sospechar.
Hablando de heteronormatividad, ¿cuán poco revolucionario era el sesgo y la «áspera lógica heterosexual» de las JJ.CC?
Creo que tiene que ver con el tiempo, los contextos de época. En un momento me di cuenta como tantas otros y otras que la utopía política no contenía la utopía sexual, por lo mismo vivíamos en una dictadura, pero también había una dictadura heterosexual que traspasaba todo, también a la izquierda, no solo el PC, ni la jota, sino toda una moral revolucionaria que se volvía burguesa al castigar las sexualidades no normativas.
Eso fue un gran problema de la izquierda en el siglo XX. Por fortuna, el feminismo y los movimientos de liberación homosexuales comenzaron a cambiar ese lugar castigado.
Rodrigo Lira está muy presente en el libro. Es una especie de «secreta presencia», de fantasma que revolotea en tus ensoñaciones. ¿Qué lugar le darías tú en la escena poética nacional? ¿Ha tenido un lugar?
Creo que Rodrigo Lira fue una estrella distante, es decir, alguien con una genialidad que era difícil de asir, de verlo totalmente.
En un país como Chile, en medio de una dictadura, un poeta tan libre, tan excéntrico, tan brillante se mata o se va… Hoy es un portento, pero sigue siendo leído por pocos, aunque sus lectores son una utopía permanente. La escritura de Lira resiste a su domesticación, es un faro en mi camino.
Ahora estás en una investigación sobre Grindr. ¿Cómo es que afecta esta mediatización y lo instantáneo en el relacionarse? ¿Qué otras formas de acercamiento habían antes de esta plataforma que tú crees que haya que relevar en una trayectoria?
Grindr es una plataforma de citas gays que de alguna manera devela los nuevos formatos del comportamiento sexual en redes. Hay mucho que decir, pero que lo fundamental es reparar que el sexo, el deseo y los comportamientos sexuales se mueven en flujos contradictorios, el deseo callejero o el ligue de los ‘70 o los ‘80 se virtualizó en gran medida, pero tomó otras formas para formatear subjetividades, homonormatividades, etc.
Yo estoy trabajando desde una bitácora como un usuario más, pero que se detiene en nudos que me parecen que hablan de nuevas economías sexuales del cuerpo y las identidades en la red.
La fotografía de Juan Pablo Sutherland es de Macarena Rodríguez.
Perfil del autor/a: