“Chile era una bomba de tiempo”
El 9 de octubre de 2019 Sebastián Piñera afirmaba en una entrevista de televisión que “Chile es un verdadero oasis en una América Latina convulsionada”. Una escena que grafica elocuentemente el abismo que separa a lxs gobernantes de lxs gobernadxs. Por cierto nadie sabía cuándo ni cómo sería la ignición del “oasis”, pero la incandescencia largamente gestada ya habitaba en nosotrxs. El circuito estaba armado. Un ardor antiguo tantas veces avivado en otros episodios de estos 500 años. En su memoria se mezclaba el peso de una amalgama intergeneracional que compromete la dictadura de Pinochet, la amarga experiencia con la democracia neoliberal y las recientes luchas estudiantiles del 2011, el grito transversal por NO+AFP, las multitudinarias movilizaciones y marchas feministas, la lucha del pueblo mapuche y particularmente el asesinato de Camilo Catrillanca, ocurrido el 14 de noviembre del 2018:
“Y en ese avanzar nos dimos cuenta después; bueno, pasando el tiempo con todo lo que pasó, que la dictadura nunca terminó po. La disfrazaron. Si la Constitución del 80 sigue existiendo. Las leyes, no sé po, el Código Laboral, el Código Civil, siguen siendo los mismos. Entonces, en el fondo, esta democracia es de mentira. Nunca fue real. Siempre fue dictadura, ¿cachai? La disfrazaron no más. Hasta que nos dimos cuenta de que hoy día se transformó en una dictadura perfecta. Un compañero decía “tenemos pandemia, milicos en las calles y toque de queda”. Perfecto po. La dictadura perfecta” (Nütram)1.
La transición pactada y sus gobiernos civiles no hicieron otra cosa más que profundizar el modelo. Todxs desde algún punto compartimos una agotadora sensación de injusticia: “yo creo que el detonante fue como, haber recordado quizá todo lo que viví desde chico, como las injusticias y todo eso, como salir a hacer algo al respecto, como por mí y por toda la gente que está viviendo cosas injustas al final” (Nütram).
Durante los últimos 5 años, el sistema privado de pensiones (AFP), venía mostrando sus resultados: gran parte de la población recibiendo fondos equivalentes al 30% de lo ahorrado durante toda su vida, el resto de los fondos “desaparecía” entre gastos administrativos e inversiones en los mercados financieros. La volatilidad de los recursos está asegurada constitucionalmente. Así también el mundo del trabajo mostraba su extrema precarización debido a la falta de seguridad laboral, amparada bajo el Código del Trabajo, norma hecha durante la dictadura a la medida del empresariado. El sistema de salud, educación y vivienda corren rieles similares, con sus estructuras de endeudamiento como forma de control sobre la población. El derecho a la vida había sido sustraído hace más de 40 años. Sabíamos que algo estaba mal, lo sentíamos, pero a la fuerza aprendimos a normalizarlo. Nos habíamos olvidado de vivir: “por sentir a modo personal que esto no iba a cambiar nunca. Tenía mucho el deseo; siempre fui como un tipo bien alegador, se puede decir, siempre cuestioné muchas cosas. Pero nunca vi el apañe, nunca visualicé que podía juntarme con organizaciones, o crear alguna organización” (Nütram).
Nadie podía prever cuándo iba a explotar la bomba. Los diversos movimientos sociales hacían esfuerzos por activar el mecanismo, pero aún parecía lejana la posibilidad de una articulación de todas las luchas, y es que al frente había un enemigo “poderoso y formidable” llamado experimento neoliberal, el más avanzado y radical del mundo. Chile estaba en el letargo de su dolor:
“Y yo siento que Chile, como que, usando un término más como de la psicología, como que tenía un poquito de indefensión aprendida. Como una cosa así. Como que había sido vulnerado, golpeado repetidas veces, en tantas ocasiones; había recibido tantos abusos, que en algún minuto como que aprendimos que nada de lo que hiciéramos iba a tener un impacto o un cambio en nuestras condiciones de vida”. (Nütram)
Hasta que pocos días después de la afirmación de Sebastián Piñera se encendió la mecha en el “oasis”. La tercera semana de octubre del año 2019, cual serie de televisión en menguante distopía, anunciaba el ocaso del modelo. Sobre los torniquetes de las estaciones de Metro destellaban los chispazos de otra realidad posible. En sus componentes, el nitrato lo dio la juventud y sus diversas expresiones: periférica, secundaria, trabajadorxs precarizadxs del sistema, profesionales endeudadxs de por vida por el crédito universitario. Generaciones de personas que no nos sentimos parte de un modelo que nos crió desde la no pertenencia:
“yo para el gobierno no califico en nada, no soy ni pobre ni tampoco rico, por lo tanto no tengo ningún beneficio, y de repente para entidades financieras tampoco califico, entonces estoy como al medio, estoy como en un limbo que está la gran mayoría del país”. (Nütram)
El carbón, lo agregó la experiencia de las organizaciones que tenían reminiscencias de las últimas décadas de luchas. El azufre emanó de todo el dolor vivido durante años. Una avalancha de biografías finalmente comenzaba a liberar el hartazgo por las calles para hacer arder décadas de injusticia.
“Esa bomba comenzó a llamarse pueblo”
El “estallido” fue producido por una bomba y esa bomba volvió a llamarse Pueblo. Las millones de personas comprometidas día a día en las jornadas de protesta teníamos la certeza de estar protagonizando un acontecimiento, abriendo “algo” que era por fin distinto. El sentido de nuestros propios actos dejó de sernos ajeno, lo que nos empujaba era todo, imposible de cuantificar. El pasado, el presente, la rabia y la alegría de encontrarnos, el miedo, la necesidad de expulsarlo de nuestras vidas si queremos que éstas merezcan ser vividas. Fuimos durante meses puro presente. La historia que estábamos haciendo nos llamaba al aquí y al ahora. Superlativa en sus deseos transformadores, la revuelta se nos presentaba tan palpable como inasible.
La experiencia común que se forjaba al calor de la barricada, de las balas militares y los balines policiales, de saber que somos millones y que podemos detener el mundo en nuestra acción arrolladora, unificó múltiples sucesos dispares, que hasta hace poco se nos presentaban inconexos. Desde las paredes vibraba la memoria reciente de los rayados clandestinos de la dictadura, donde se podía perder la vida en cada acción. Esa bomba que éramos nosotrxs, buscó ser desactivada durante más de tres décadas por el relato ciudadanista de los “consensos” y del “avanzar en la medida de lo posible”. Un discurso vacuo en el que no cabíamos, ya que ni el sujeto ciudadano ni la república de derechos existe en Chile. Decidimos ir a la vida así como estábamos, en estos treinta años habíamos sido despojados de todo, incluso del tiempo para articular un relato. En esa ausencia de relato emergió la canción de protesta de los últimos 40 años: “el pueblo unido jamás será vencido”, “el baile de los que sobran”, comenzó a mezclarse con toda la bullente vida ecléctica musical del presente, un tiempo donde pueden habitar muchos tiempos y encontrarse para ser los tiempos del Pueblo.
El temporizador estalló un viernes como el canto de Alex Anwandter: “Siempre es viernes en mi corazón”. No solo era el deseo nervioso de morir cada viernes para volver a trabajar el lunes. Esta vez lo que tenía que terminar era toda la estructura que nos sostenía desde su sin sentido:
“llegar allá y que todos estábamos en las mismas, todos pedíamos lo mismo, cantar, saltar, la gente toda buena onda, había gente de todos tipos de clase social, ver abuelitos, cuando veía abuelitos yo realmente me acordaba de los míos, que si mi abuelo estuviera vivo yo creo que hubiera estado ahí, presente también. Todo, todo pa` mí era agradable, ir a marchar todos los viernes o casi todos los días”. (Nütram)
Cada uno en su lugar, en su rol, comenzamos a sentirnos parte de una historia que se reescribía y que todxs teníamos algo que decir, un lugar desde el cual aportar e irrumpir:
“(…) algo que marcó a todos, y fue la empatía por el otro, o sea todos éramos, todos somos pobres, todos luchamos, a todos nos están jodiendo con la AFP, a todos nos están, con los sueldos, entonces era, como todos éramos uno, eh y eso fue como lo más… ver la cohesión social, con un objetivo claro, que era, que se cumplieran las demandas, las demandas a nivel macro, eso fue como lo que más me marcó (…)” (Nütram).
“La química de la lucha de clases”
Junto con el Pueblo se activó la lucha y esa lucha es de clases. Las primeras palabras del Presidente Sebastián Piñera fueron una declaración de “guerra” al pueblo, al que llamó su enemigo. De inmediato el despliegue de los militares y agentes del Estado, asesinando, mutilando; cientos de abusadxs, miles de encarceladxs por luchar, son parte de esta revuelta popular de profundidad histórica. Una relación histórica quedó al desnudo en un estado químicamente puro. Comenzamos a ser Pueblo porque articulamos nuestra acción respecto de otrxs, los que nos declaraban la guerra. Lo que teníamos en común nosotrxs, lxs de la revuelta, era antagónico a lo que tenía en común ellxs, lxs que nos hablaban en el lenguaje de la lacrimógena y de la bala. Desde el 18 de octubre todxs de alguna forma nos transformamos: “oye si fue cuático ese día, puta, también hay sensaciones que son comunes que de repente como que fue un día que nos cambió a todas y todos” (Nütram).
De ahí en adelante solo se habló de un despertar. Habíamos cruzado la última órbita de lo admisible, la desbordamos. Las “máscaras”, los “maquillajes”, ya no se podían sostener, la realidad les pasaba por encima y nosotrxs a la acción: “el darse cuenta de que la democracia no es una democracia, que es una falsa democracia” (Nütram).
La clase se va desarrollando a partir de la propia lucha. La realidad desborda cualquier análisis previo. Es en su capacidad performática que el pueblo se desarrolla como clase: “uno se reencantó con el sentimiento de colectividad, yo creo que eso fue esencial, o sea el sentimiento que todo el mundo estaba de acuerdo eh, más o menos de acuerdo con lo que estaba pasando” (Nütram).
El asfalto ardiente, los cajeros fundiéndose, el rojo y el verde de los semáforos derritiéndose, se volvieron, parafraseando a Lenin, “en la fiesta de lxs oprimidxs”. La propiedad privada era arrebatada y colectivizada. Era necesario derribar las estructuras de la vieja sociedad para poder crear lo otro, que no tiene nombre previo, pero que es un sentimiento común:
“al principio, decíamos “ya, esto es como lo máximo que hemos visto, y es maravilloso. Yo creo que ese como sentimiento de esperanza; uno siempre tiene las ganas de que esto como que reviente por todos lados. O sea, el nivel, yo siento; o los saltos de conciencia que se pueden ver en la población en su conjunto, en estos momentos, es tremendamente necesario, enriquecedor. Llegar a esta lectura común de que el sistema neoliberal es una basura, es un sistema de muerte, de explotación” (Nütram).
Para ello fue necesario comenzar a escucharse, volver a mirarse a los ojos. Recuperar la mirada, esa que nos hacía caminar con la cabeza agachada desde hace más de 40 años. Todxs queríamos hablar, por primera vez todxs teníamos algo que decir o al menos nos atrevíamos a hacerlo. La vida política abrió las ventanas, y se sorbía en cada “tecito rebelde”, en cada actividad comunitaria, era la vida digna que comenzaba a saludar:
“a mí también me causa alegría ver a la gente de tercera edad que también luchaba, tantos años ellos callaron por miedo y ahora verlos a ellos al lado de nosotros luchando por una misma causa eso también te da mucha alegría y a la vez pena igual porque hay mucha gente de la edad de ellos que viven en condiciones precarias y no debieran vivir así”. (Nütram)
Hubo que mirar la historia reciente, pero esta vez contada por sus propios protagonistas que durante décadas callamos, nos quedamos puertas adentro por miedo, por sentir la represión y el terrorismo de Estado en la sombra de nuestros pies. El miedo no se había ido, seguía susurrando en el cotidiano. Más aún con la evocación golpista y dictatorial de tanquetas y militares armados recorriendo las calles:
“entonces igual en un minuto nos empezamos a preguntar “¿chucha, y qué weá haríamos si es que viene un golpe?”. Esa es una pregunta que en algún minuto nos hicimos, y que significó preguntarnos; hablar de seguridad, hablar de estrategias en caso de que esta cuestión se complique. Y es que yo creo que son aprendizajes, y que también ese traspaso generacional con compas que estuvieron en resistencia en la dictadura es súper importante. Es bonito de hacer ese traspaso. Porque habemos generaciones que no estamos preparados para eso” (Nütram).
Más aún con las cientos de mutilaciones oculares, los testimonios de abusos y violencia sexual de carabineros siendo la constante de las movlizaciones. Aún así esta vez el miedo no sería el límite.
El Estallido por dentro y por fuera
Chile es un país puertas adentro. Un latifundio brumoso y periférico, ubicado al fin del mundo. Un país de chapa ni cerradura, o con una cerradura rematada a contrabando allá por la década de 1980; todas las empresas estratégicas del Estado fueron repartidas endogámicamente; “vendidas a precio de huevo” como versa el dicho popular. Luego de más de cuatro décadas de extractivismo, lobby, malversaciones de fondos, empresas zombies, cohecho, perdonazos y cuanta aberración permita el neoliberalismo chileno y la Constitución rampante; hoy estos grupos económicos hacen prestigio de su robo en pasarelas como Forbes y la revista Capital. La fortuna de Sebastían Piñera crece cada día.
En paralelo al pueblo le habían cerrado la Alameda, allá por el 11 de septiembre de 1973 del siglo “pesado” como escribió Mauricio Redolés. Nuestro imaginario se llenó de restricciones: las ñañas, nuestras abuelas, madres y tías, eran asesoras del hogar “puertas adentro”. En las casas, ni de fútbol ni de política se podía hablar, porque de nada se podía hablar. Ser pobre en Chile es sobrevivir al tiempo presente continuo. La calle, la vida pública como lugar de expresión popular, estaba clausurada por decreto incluso desde antes de la república. Chile era una bomba de tiempo:
“Pero si yo creía que la realidad nacional era insostenible, definitivamente insostenible (…) las presiones eran, era una olla a presión, o sea, la gente ganando poca plata, y lo otro, que además a nivel latinoamericano y a nivel mundial incluso, la extrema derecha iba ganando fuerza y había una, había un grupo político de personas que estaba muy descontento con esto, pero al parecer habían otras personas que estaban muy muy de acuerdo, y empezó a bullir esto, y habían dos fuerzas antagónicas” (Nütram).
Desde el 18 de octubre, la Alameda entró a las casas. La agónica proclama allendista, tuvo que ver nuevas generaciones para empezar a ser palpable. Nuevas generaciones marcadas también por la irrupción de un movimiento feminista que en los años inmediatamente anteriores a la revuelta adquiere dimensiones de masas y que en su contenido impugna y redibuja las fronteras entre lo público y lo privado, entre el afuera y el adentro y que resulta, desde allí, en una potencia que interpela simultáneamente múltiples momentos de la compleja relación social.
Para ejercer su derecho a luchar en las calles las mujeres emprendimos formas colectivas de sostener los cuidados:
“Yo participé, bueno, desde antes igual venía trabajando con el Encuentro de Mujeres de Antofagasta y de ahí de la Mesa de Trabajadoras que acá es la mayor organización de mujeres que hay en Antofagasta, la que más trabajo tiene, y desde ahí empezamos a organizar guarderías para que las compas pudieran ir marchar” (Nütram).
Desplegándose desde un adentro y afuera permanente, el feminismo denunciaba la violencia política sexual perpetrada por agentes del Estado y sostenida por sus diferentes poderes y fuerzas de orden, mientras organizaba la subsistencia colectiva:
“Se replicó el baile de las compañeras de LASTESIS, creo que para esa misma fecha también se hizo, y la lucha feminista y del movimiento de mujeres también se ha marcado en cuestiones más cooperativas así como más comunitarias y colectivas siempre reivindicando también el feminismo y la emancipación de la mujer. Por ejemplo, desde el Encuentro de las Mujeres de Antofagasta y desde la asamblea comunal de Antofagasta se levanta el cordón de economía solidaria que viene también de un trabajo de todas las compañeras del EMA en donde ahora ayudan a como 80 familias en donde hacemos compras por mayor y las distribuimos y también a las compañeras que no tienen pega o que están así en una situación compleja” (Nütram).
La comida empezó a compartirse entre lxs vecinos, las puertas y ventanas de las comunidades se abrieron e ingresaron en ellas la propia comunidad:
“Todos los días marchar, salir de la pega, ir a marchar, involucrar a la familia para no estar tanto tiempo sin ellos, ir con mis hijos. Mis dos hijos son súper motivados. Muchas formas de mantenernos activos; con la familia, con mi madre. Entonces, como que también, en realidad, yo creo que los dos meses ni siquiera eran desgastadores. Eran como motivadores. Porque había la ilusión de que los cambios se podían lograr a través de la exigencia del propio pueblo” (Nütram).
El quehacer cotidiano se modificó en función de las necesidades propias y colectivas. Ya no existía esa disociación tan neoliberal del “salvarse solo”, empezamos a ver que solo como comunidad “podíamos salvarnos”. Tras de cada barricada, había alguien asistiendo, ayudando, limpiando con agua y bicarbonato, mujeres llevando el pan a quienes resistían la represión en la primera línea. En esa y en todas las líneas éramos brazos que nos sosteníamos unos a otros. Ya no importaba tu nombre ni tu rostro, solo saber que estabas ahí tan dispuesto como el resto a luchar por una vida digna era suficiente:
“Yo me involucré por mi hermana (menor), ahí me motivó mi hermana, sobre todo toda la lucha que tiene ella y su fuerza. Yo dije vamos, y pensé: si soy la mayor como no voy a salir si sale ella. Y las conversaciones en mi casa fueron todo el rato de política y qué opinai tú y para nosotros que somos más jóvenes que mis papás es una experiencia nueva. Para mis papás, lo hablo en el caso de mi papá, lo que él nos comentó para él era como volver al ‘73. Él sintió miedo en realidad que todo esto pasara para él fue algo, bucha vamos a volver a lo mismo de antes y para mí no es así, para mí el tiempo se pasaba volando, era bacán salir de la pega salir a marchar ya era como una rutina todos los días, tener que ir y luchar” (Nütram).
Para lxs mayores era mirarse en el tiempo, recuperar ese entusiasmo robado con la dictadura y también procesar en nuevas lecturas históricas sus propias biografías. Miles de mujeres se convocaron a realizar la performance de LASTESIS en versión “senior” en las afueras del Estadio Nacional, centro de detención y tortura durante la dictadura y hoy sitio de memoria, apuntando a a los jueces, al Estado y al presidente como perpetradores de violencia sexual. Para nuestras generaciones fue la oportunidad de reencontrarnos con las generaciones anteriores desde un campo de experiencias que ya no parecían ajenas desde un presente y un pasado atravesado por violencias hoy compartidas. Fue la oportunidad de hacer un corte histórico con ese trauma y con la típica frase “es que ustedes no lo vivieron”, una suerte de invalidación per se, ante cada intento de avance o movilización estudiantil. Ahora estábamos todxs juntxs otra vez, frente al enemigo común, que tiene diversos rostros, pero un mismo origen.
La revuelta popular tiene la experiencia de otras luchas, pero a su vez se distingue de todas sus predecesoras en su quehacer. Esa diferencia las potencia y resignifica su pasado. El pueblo tiene un acumulado histórico diverso. No solo se hereda el trauma de nacer en Chile, también su resistencia popular:
“Y si pensamos como en los pueblos; en el pueblo mapuche, y en los pueblos que han resistido por el Abya Yala, son más de 500 años. Y van a seguir. Sigue siendo ahí la resistencia, se sigue alimentando. Se sigue traspasando toda esta oralidad que es tremendamente importante. Y ahora como que, en medio de esta conversa, digo “chuta, a lo mejor debimos haber sido más”. Como que es tremendamente necesario poder registrar todas estas historias po. Porque al final es historia, y una no se da cuenta hasta que se ve enfrentada a mirar para atrás” (Nütram).
Esa oralidad ha sido un voto de confianza del Pueblo hacia el Pueblo. En lo íntimo de cada núcleo afectivo ha estado presente el cuidarnos, que el hecho de constituirnos en sujetos políticos no nos haga perder las ganas de amar es también parte de ese quiebre de estructura. Es porque nos afectamos que tenemos en nosotrxs la oportunidad de transformar nuestra realidad. El cómo es un desafío ineludible y solo caminar por esa pregunta al fragor de la realidad va señalando caminos. Cualquier idea preconcebida sólo tendrá asidero si es contrastada con la realidad.
La revuelta es cauce abierto y subversivo
La revuelta popular, no es una sola, sino cientos de fuegos ardientes en simultáneo por todo el territorio. Una onda expansiva incontrolable que se despliega en múltiples formas redibujando nuestro entendimiento de lo que nos rodea. En su desenvolvimiento vivo, las experiencias y acciones de unos impacta en la forma en que se activan otros. Sin conocernos, nos vamos constituyendo mutuamente en una diversidad de revueltas dentro de la revuelta que nos empuja persistentemente a buscarnos y encontrarnos. De este movimiento superlativo resulta algo que, sin dejar de ser plural, se nos presenta como común; algo que sin ser homogéneo, nos permite reconocernos como parte de lo mismo, entendernos a nosotros mismos y a nuestras vidas como diferentes momentos de una gran relación social que siempre parece excedernos, pero cuyo sentido cada vez se no escapa menos.
En este encuentro y puesta en común de tantas realidades que nos atraviesan surge la posibilidad de afirmar una negación e impugnación común de lo que existe y de configurar una alternativa colectiva de transformación radical de la vida, afirmación que por cierto aparece cargada de memoria y de futuro.
La revuelta con su advenimiento telúrico ha liberado una energía latente e inconclusa. El 18 de octubre del 2019, abrió un escenario histórico y apenas inaugural. Saltamos desde la galería a la escena social desplazando y removiendo a antiguos actores, interpretando una nueva obra que carece de guión. Es en el escenario mismo donde tiene lugar el ensayo y donde se descubre a cada paso el lenguaje que hace posible la comunicación entre quienes irrumpimos, un lenguaje que excede las palabras y que se siente llamado a interpretar los ecos de un todo que niega con ira lo que existe, devenido en insoportable, y que lucha por nombrar lo que desea afirmar. En este acto de creación nada está resuelto de antemano, es pura posibilidad buscando un cauce entre ríos históricos que nos llaman a saldar deudas con el pasado y con el presente. Nos deben una vida y la vamos a cobrar, la revuelta se anuncia como desorden imposible de amalgamas que se empeñan por dotarse de un encuentro posible.
Su gesto constituyente no modula un proyecto ni asume los guiones de los sectores populares establemente organizados. Y es que la revuelta no es la simple reunión de reivindicaciones sectoriales sostenidas por las organizaciones, que si bien prefiguran en una medida significativa los contenidos del acontecimiento, no alcanzan a dar cuenta del desborde de horizontes que la irrupción contiene.
A pesar de los intentos represivos y la pandemia, la revuelta no tiene dueño ni es domesticable. Es una bomba que late en nosotrxs, esperando las condiciones para arder de vida, porque la realidad no deja de confirmar sus razones.
*Texto realizado por el Equipo de Investigación Militante “R de Revueltas”. Trabajo elaborado a partir de la sistematización de experiencias de organizaciones territoriales en diversas regiones del país. Este texto es parte de un informe originalmente elaborado para la Fundación Rosa Luxemburgo.
1 – Nütram, en mapudungun significa: narración, relato, conversación, discurso, palabra, historia. En este caso fue implementado como parte de la metodología de la investigación militante, además de ser la forma de vinculación con las organizaciones, sus integrantes y sus testimonios.
Perfil del autor/a:
Equipo Editorial LRC