/ por Patricio Contreras
El historial de edición y publicación de Río herido, de Daniela Catrileo, es algo ajetreado. No miento si afirmo que es su primer libro hasta la fecha. El problema es que ha sido lanzado dos veces. La primera versión apareció el año 2013, publicada por Libros del Perro Negro. La segunda a fines de 2016, publicada por Edicola Ediciones. De esta última me haré cargo en el presente texto.
Río herido está escrito aparentemente en clave autobiográfica, pero no tiene por qué ser leído así. O al menos no debería ser reducido a esa lectura, a pesar de que el título inmediatamente nos remite al apellido de su autora: Catrileo o katrü leufü, que en mapudungun significa «río cortado», «río detenido» o –como prefiere Daniela– «río herido». Este apunte semántico me parece fundamental para ingresar a la lógica del libro, la cual se puede advertir en uno de sus primeros poemas: “¿Cómo escribir un nombre / que nació herido, / antes de ser escrito / antes del origen / de la letra?” (15).
Esta pregunta por el lenguaje, esta alusión a la lengua materna de la hablante antes de su castellanización, cuando el idioma del pueblo mapuche aún no era obligado a la grafía, también me parece fundamental. Porque en estos dos aspectos –la referencia al apellido paterno y a su comportamiento lingüístico– ya podemos advertir las dimensiones tanto individuales como colectivas de la obra: la problematización de una identidad étnica que va de lo personal a lo sociocultural o viceversa, como un río de sangre cuyo afluente ha sido violentado por la historia. Esta doble representación es totalmente acertada, ya que permite adentrarnos en el libro desde distintos ángulos, favoreciendo múltiples lecturas.
Por otro lado, la turbiedad de este río también se nos anuncia desde un principio: “No hay pureza / ni casa propia / en / el movimiento de las aguas” (13). Además, la autora sugiere que no hay estructura ni origen, y no podría ser de otra manera, ya que no existe un momento precultural que determine su historia personal, aunque sí haya uno precolonizador en la historia de su pueblo, el cual no puede rastrearse sin hacer literatura. En otras palabras, no es posible idealizar el efluente (la historia colectiva), ni tampoco el afluente (la historia personal). Por eso resulta mejor admitir la opacidad de las aguas, la imposibilidad de pureza en este río donde se coagula la sangre de la herida. Esta es otra decisión que me parece sumamente acertada.
Desde ahí se posiciona la voz de la autora. Allí parte el viaje que es este libro. Desde ese borde pantanoso se asume lo periférico, la marginalidad de su condición y la de su pueblo. “Somos exilio / en la patria del río” (21), nos dice Catrileo, para luego afirmar: “Mis muertos / no son la historia” (22). Entonces, ¿cómo configurar la identidad? ¿Cómo representar una historia tanto personal como colectiva bajo esta premeditada omisión? Estas preguntas se vuelven aún más complejas si indagamos en otro de los ejes del libro: el desarraigo familiar, la migración desde Nueva Imperial a Santiago.
“Tengo un río herido / en forma de zanjón / que grita india y me tira a la calle / desprendiendo hijos / en cada vena de su navío” (37), denuncia la autora, y en otro pasaje: “Somos una madeja / la familia esparcida / entre cables / que recorren avenidas / como antes el río” (49). En este panorama urbano se acentúan los problemas previamente acusados, y las preguntas sobre la posibilidad de un origen o una identidad –tanto individual como colectiva– se vuelven dramáticas. Es aquí donde la sangre coagula hasta volverse cemento, pero el río sigue su cauce. La misma Catrileo lo demuestra cuando señala: “Habitar caminos que siguen / en un hombre / que ha perdido la mitad de su juventud / una madre y una casa” (51).
El poema anterior, titulado “Las luces de la ciudad”, es una declaración de intenciones. Allí se tantea la genealogía familiar y sociocultural que da vida a Río herido, hallada en el apellido paterno y la progresividad de su dolor. En mi opinión, este conjunto de poemas, hilvanados con delicadeza y ferocidad a la vez, cobra potencia en ese doble testimonio. Aporta su propia intimidad, desnuda y mutilada, a la discusión sobre la identidad poscolonial del pueblo mapuche que tanto ha dado que hablar en los últimos tiempos. Destaca en el hecho de exponer con honestidad ese sufrimiento originario, diluido en esa noción según la cual nacemos antes de nacer y seguiremos existiendo después de la muerte, en el fluir de un río –o leufü– que no puede ser detenido.
Río herido
Daniela Catrileo
Edicola Ediciones, 2016
Poesía, 67 págs
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[Portada] Rodolfo Knittel, Wampo con pasajeros en Región de Los Ríos
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