Pasada la quincena de enero la esquina de 3ª y G, en el barrio del Vedado (La Habana), se agita como un hormiguero. Entre las reparaciones –todavía– de los daños que dejó el huracán Irma se despliega el resultado de preparativos largamente trabajados desde el Centro de Investigaciones Literarias (CIL) de la Casa de las Américas. A las once de la mañana del lunes 15 comienza a llenarse el salón Che Guevara, en el último piso, a la espera de la presentación del jurado y de las palabras de apertura de Silvio Rodríguez, precedidas por Roberto Fernández Retamar y bajo la coordinación de Jorge Fornet. Individualmente, el director del CIL pasa lista a quienes han sido convocadas a fallar en las categorías de cuento, novela, poesía, teatro, ensayo artístico-literario, literatura brasileña (género ensayo, en esta ocasión), estudios sobre mujer y género y literatura caribeña en inglés o creol.
Los empeños de una Casa
El certamen reúne, así, a intelectuales –investigadores, críticas, creadores– de Cuba, Chile, Brasil, Puerto Rico, Argentina, España, Bolivia, Granada/Reino Unido, Trinidad y Tobago/Estados Unidos. Además de las actividades de rigor (la evaluación misma y el acto ceremonioso de anunciar los nombres ganadores), quienes integran el jurado participan de mesas redondas abiertas al público general. En el espíritu que ha animado a Casa de las Américas desde sus inicios (en 1959), la creación cultural e intelectual de nuestra América se piensa en un diálogo constante con ese segmento del público a ratos evasivo, pero punzante, inquieto por problematizar el sentido de las obras que entran bajo el ojo de especialistas.
Fue el caso, por ejemplo, de dos paneles sostenidos el 22 de enero: “Páginas salvadas o cuáles me llevaría a la isla desierta” y “Creación literaria, circulación editorial y traducción en el Caribe”. Frente al desafío de rescatar obras de la catástrofe, consignar y dar visibilidad a los textos que encuentran una sintonía en la creación propia, o bien de tener la compañía de un libro en el hipotético aislamiento de una isla –tres operaciones con significados bien distintos, como reconoció el propio Jorge Fornet–, los narradores Rodrigo Hasbún, Marta Aponte Alsina, Ariel Urquiza y Daniel Díaz Mantilla ensayaron sus respuestas bajo el común denominador de desoír la interpretación única del pie forzado de Fornet. Las reflexiones discurrieron entre la post-catástrofe puertorriqueña de una isla para nada imaginaria, sumida por meses en una obscuridad que sólo hace poco comienza a ceder, las invocaciones de los textos de Juan Rulfo y Natalia Ginzburg, y la utopía de salvar únicamente una página en blanco. Recomienzo infinito, goce de la lectura, reconocimiento, en fin, de la imposible autosuficiencia del trabajo literario.
En una sintonía afín –la de las presencias colectivas y la literatura como oficio– se realizó la mesa sobre prácticas editoriales en el Caribe, con una revisión histórica de Emilio Jorge Rodríguez concentrada en revistas anglófonas de la primera mitad del s. XX; posteriormente, las reflexiones de Jacob Ross, situadas desde la edición en el Reino Unido de nuevos y no-tan-nuevos autores antillanos; y, al cierre, Elizabeth Nunez, quien interpeló a sus compañeros de mesa por la espinosa cuestión de la presencia de mujeres en el campo literario anglocaribeño. ¿Cómo hacer para dar visibilidad, crear públicos lectores y, al mismo tiempo, no limitar las posibilidades creativas bajo rótulos como “Black Woman Writer” (con sus connotaciones alternadas de exotismo, otredad y circunscripción al mundo íntimo de los espacios domésticos)? “When I take you into my kitchen I’m talking about the human condition!” [¡Cuando los llevo a mi cocina estoy hablando de la condición humana!], dijo Nunez.
Ya el martes 23, la mesa “Fuera del canon: el otro lado de la literatura brasileña” convocó a Candace Slater y a Cristian Santos a dialogar sobre su investigación en la literatura del Brasil. La primera, sobre literatura de cordel, y el segundo, sobre narrativa anticlerical en el siglo XIX. Desde lugares distintos, condujeron la reflexión por la densa trama de las relaciones del mundo popular con la creación literaria, ese ejercicio de vinculación de comunidades con las esferas de la letra cuya masividad ha llevado a proyectos de digitalización de dicho patrimonio popular; también por las reflexiones de autores naturalistas obsesionados por las manifestaciones corporales y psíquicas de la degeneración y la desviación: devotos presos de la monomanía religiosa, con complexiones afeminadas que los marcaban como hombres histéricos. De uno y otro lado, miradas donde el fenómeno literario excede con creces aquello circunscrito a la página impresa.
Con igual pluralidad de enfoques, “La experiencia crítica” reunió miradas investigativas, editoriales y, para usar las palabras del propio Luciano Castillo, de aficionados devenidos críticos. Saúl Sosnowski comentó la trayectoria de Hispamérica, fundada a inicios de los setenta como esfuerzo independiente de visibilización de autorías consagradas y emergentes; Myrna García Calderón reflexionó sobre las configuraciones culturales del Caribe hispano contemporáneo, entre la desorientación de fines del siglo XX y los intentos de las diásporas en Estados Unidos por nombrar su propia dislocación; Natalia Cisterna, por su parte, instaló la pregunta por los desafíos que entraña el estudio de la escritura de mujeres, sobre todo aquel de sobreponerse a los modos de lectura instalados por una “crítica haragana” –término tomado de Ángel Rama, en referencia a la recepción de la obra de Marta Brunet– incapaz de leer la particularidad de una literatura producida por sujetas subordinadas; por último Castillo lanzó una diatriba contra la crítica cinematográfica ejercida a modo de autopsia teorizante, lejana de cualquier involucramiento real con ese mundo de historias de “la sala obscura” poblada por quienes, como él prefirió nombrarse, constituyen la comunidad invisible de los apasionados por las películas.
El día cerró con la presentación de los libros ganadores de la versión 2017 del premio: novela, poesía, cuento, testimonio y ensayos sobre temas artístico-literarios y sobre presencia negra en América y el Caribe, además de los premios honoríficos en narrativa, ensayo y poesía. Bajo el signo de la muerte de Nicanor Parra –cuyas actividades de colaboración con la dictadura pasaron un tanto desapercibidas aquí en la isla–, la actividad cerró con la lectura de Reynaldo García Blanco de algunos versos de su libro recién premiado: Esto es un disco de vinilo donde hay canciones rusas para escuchar en inglés y viceversa.
El interés de Casa de las Américas por el teatro ha significado su inclusión continua en las labores editoriales (con la revista Conjunto, ya por el número 185) con el premio literario y en la realización de “Mayo teatral”. Así, el miércoles 24 tuvo lugar el diálogo entre Olga Consentino, Charo Francés, Diego Sánchez, María Teresa Zúñiga, Alexis Díaz de Villegas y Roxana Pineda, bajo la convocatoria “Teatro de lo real y lo social: Latinoamérica 2018”. Presentaron un panorama arraigado en la crítica y en la creación, referido a sus experiencias en el teatro independiente y con fuerte presencia de las iniciativas regionales, a la búsqueda de públicos fuera de los grandes centros urbanos que usualmente acaparan la atención y el financiamiento. Varias de las intervenciones fueron, también, manifestaciones escénicas, y la mesa cerró con un fragmento titulado “Instrucciones para abrazar el aire” representado por Charo Francés.
Las dos semanas, intensas, acompasadas del viento invernal que viene desde el Malecón, concluyeron con el anuncio de los resultados de esta versión del premio el jueves 25. En esta ocasión recibieron el reconocimiento: Todas las patas en el aire, de Rafael de Águila (cuento); Tracing JaJa, de Anthony Kellman (literatura caribeña en inglés y creol); Hilando y deshilando la resistencia (pactos no catastróficos entre identidad femenina y poesía, de Yanetsy Pino Reina (estudios sobre la mujer y género); Paraje Luna, de Fernando José Crespi (teatro); Erico Veríssimo, escritor do mundo, de Carlos Cortez Minchillo (literatura brasileña); Óyeme con los ojos. Cine, mujeres, visiones y voces (ensayo de tema artístico-literario). Fernandez Retamar, por su parte, anunció las obras ganadoras de los premios honoríficos que Casa entrega desde el año 2000: El zorro y la luna, poemas reunidos (1981-2016), de José Antonio Mazzotti (premio de poesía José Lezama Lima); La madriguera, de Milton Fornaro (premio de narrativa José María Arguedas); Cartografía de las letras hispanoamericanas: tejidos de la memoria, de Saúl Sosnowski (premio de ensayo Ezequiel Martínez Estrada).
América Latina desde Cuba
Concluir este breve reporte sin elaborar, al menos, algunas reflexiones que permitan salir de la consignación periodística implicaría correr el riesgo transformarlo en algo demasiado cercano al anecdotario. ¿Cómo pensar el sentido de un proyecto como el premio Casa de las Américas hoy? El horizonte se dibuja hostil: la seguidilla de ascensos de la derecha al gobierno –no siempre por la vía democrática– y el llamado “cierre del ciclo progresista” representa para Cuba un escenario al menos desfavorable. Mismo juicio puede valer para el rediseño de la política exterior de Estados Unidos bajo Trump. A ello habría que sumar uno de los problemas permanentes de los proyectos de izquierda en América Latina que han sido exitosos: la sucesión en la dirigencia política. El proceso de renovación de la Asamblea Nacional del Poder Popular (casi arcano para nosotros los chilenos, acostumbrados a una comprensión apenas electoralista de la democracia que sólo en años recientes ha visto impugnados sus contenidos y canales de expresión) dará como resultado una nueva presidencia tras el anuncio de Raúl Castro de no continuar al mando del país. De momento, nadie parece adelantar nombres, aunque todo apunta a que el control de aparato político ya no estará más en las manos de quienes integraron las fuerzas revolucionarias en su impulso inicial. Será, por primera vez en casi sesenta años, la generación crecida al alero de las políticas de la revolución.
A su modo, este proceso parece encontrar sus símiles en la propia Casa de las Américas. Su presidente, Fernández Retamar, no ha anunciado la salida, pero es un hecho claro que la mayoría de los miembros de la institución llegaron a ella cuando era realidad y no una aspiración. Comparten, sin embargo, la misión de la Casa de “servir a todos los pueblos del continente en su lucha por la liberación”, hoy tan urgente como antes frente a las posibles expresiones nuevas –renovadas cada cual por sus medios– del bloqueo cultural dentro y fuera de la isla.
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